Por Fernando
Gutiérrez - Poca gente debe haber descripto mejor la idiosincrasia de los
argentinos como Thomas Gresham; y tiene el mérito de haberlo hecho más de
dos siglos antes de que existiera un país llamado Argentina.
Este comerciante
inglés del siglo 16 fue asesor de la reina Isabel y se dio cuenta que, desde
que se había alterado el uso de metales para hacer monedas, aquellas que tenían
mayor proporción de oro eran guardadas celosamente en los cofres mientras que
las que tenían más plata se veían circulando en los mercados.
Así, el tal Gresham
observó un fenómeno que quedaría establecido como una de las leyes básicas
sobre el dinero: cuando en un país conviven dos monedas, una buena y una mala,
la gente tiende a usar la de peor calidad para realizar los pagos, mientras
retiene la de mejor reputación como una forma de preservar su capital. Por
consiguiente, no se ve circular mucho a la moneda buena, mientras que la mala
cambia de manos a toda velocidad, porque nadie quiere quedársela.
Es un principio
simple y cualquiera lo comprende intuitivamente. Por lo pronto, millones de
argentinos vienen aplicando ese principio de manera entusiasta desde hace
décadas. Y no por casualidad se estima que hay más de un millón
de cofres destinados a resguardar dólares, aunque no
rindan interés alguno.
Aunque no todos los
funcionarios han dado muestras de tenerlo claro.
Por
estos días, con el mercado nervioso, el equipo económico del Gobierno busca la
manera de que la gente no huya hacia el dólar, y por eso toma medidas que dificultan la operatoria en el mercado paralelo. Se insinuó, además, una futura reforma
del sistema bancario, destinada a captar el
ahorro argentino para profundizar el crédito en pesos.
Pero los
antecedentes no permiten augurar mucho éxito en esa tarea.
Desde las
legendarias recomendaciones de "el que apuesta al dólar pierde" hasta la derrota cultural del
kirchnerismo, que intentó una batalla para erradicar la dolarización, hay una
larga lista de gente que demostró no haber comprendido a Gresham.
Durante el
kirchnerismo, por ejemplo, se argumentó que era mejor invertir en pesos porque
dejaban más dinero que un dólar a precio casi fijo, pero esa reedición de la
bicicleta de los 70 no convencía ni a los propios ministros de Cristina
Kirchner. Luego se intentó imponer el ya olvidado Cedin, un título inventado
por Guillermo Moreno para que funcionara como un "dólar criollo", pero su volumen nunca pasó de ser
ínfimo.
No hubo caso: los
argentinos siempre entendieron cabalmente que en el país había una moneda con
la cual hacer compras y otra destinada al ahorro. Y eso es lo que explica la
denostada "fuga de capitales", que no es otra cosa que el ahorro
nacional, estimado hoy en unos u$s350.000 millones a los que infructuosamente
se intenta atraer al sistema bancario.
Gresham en cuarentena
En pleno
aislamiento social, la vigencia de la ley de Gresham se ha transformado en el
principal riesgo para la economía argentina. Mientras la "maquinita"
de emitir pesos funciona a todo ritmo y aumenta el nerviosismo por un posible
default de la deuda, el dólar paralelo salió de su letargo, con las tres
modalidades –blue, dólar Bolsa y "conta con liqui"- bien
instaladas por encima de los $100.
Sin
embargo, lo llamativo del momento es que hay una extraña calma, un consenso en
el sentido de que ni una dolarización masiva ni una hiperinflación son un escenario inminente.
De hecho, la
inflación de abril, según las previsiones de las consultoras privadas, podría
rondar el 2%, todo un triunfo en comparación con el 3,3% registrado en marzo.
Y
en cuanto al dólar, el argumento que se suele escuchar entre expertos de la
City es que la cuarentena cortó de cuajo el habitual déficit de divisas que se
produce por la salida de turistas. El ex viceministro Emmanuel Álvarez Agis estimó esa
cifra en u$s4.000 millones. Por otra parte, el consenso es que las
importaciones podrían caer más que las exportaciones, por lo que, pese a la
profunda recesión que se espera –ya se habla de una caída de 8% del PBI-,
el Banco Central podría fortalecer las reservas.
Los
pronósticos surgidos de las encuestas entre bancos indican que este año la
inflación terminaría en 43%, con un dólar oficial de $85. Es decir, una devaluación de 27
puntos, pero que como se ubica debajo de la inflación significaría una revaluación del peso en términos reales.
¿Significa esto
que, finamente, el viejo Gresham estaba equivocado, y que en medio de una
crisis histórica los argentinos decidieron aferrarse a la moneda nacional que
siempre habían repudiado?
Pesos
en cámara lenta, ¿hasta cuándo?
A primera vista,
puede parecer extraña esta relativa calma cuando el Banco
Central está emitiendo como pocas veces en su historia. En el mes
transcurrido desde que rige la cuarentena, le mandó al Tesoro $290.000
millones en concepto de adelantos transitorios y transferencia
de utilidades. El destino de todo ese dinero es la financiación de los planes
de asistencia a empresas y trabajadores en la emergencia, un paquete cuyo costo
el propio Gobierno ya estimó en 3% del PBI.
En
esos días la base
monetaria creció un 20%, hasta totalizar
la suma de $2,4 billones (con B).
Pero los
pronósticos apuntan a que esto es recién el inicio. Por ejemplo, el economista
Marcelo Romano, de PPI, vaticinó que en el trimestre abril-junio habrá una
expansión neta de al menos $300.000 millones por mes. Eso daría un incremento
de la base del 61% entre marzo y junio, a un ritmo de 17,5 % mensual.
Y hay economistas
que creen que en el año la base llegará a duplicarse, como mínimo.
¿Cómo
se explica que este nivel de emisión no haya tenido una consecuencia más
drástica? Es aquí donde entra a jugar el otro concepto fundamental surgido de
aquella observación de hace 450 años: cuando se altera la velocidad a la que circula el dinero, entonces aumenta la demanda del público por
quedarse con esos billetes y monedas, aunque sean de los "malos".
Esa merma en la
velocidad puede ocurrir por varios motivos: ahora ocurre por
la cuarentena. Hay gente que vio sus ingresos drásticamente recortados, y
los que sí están cobrando no tienen mucho en qué gastar. Por otra parte,
las transacciones bancarias más básicas se hicieron complicadas.
Y mucha gente que
antes hubiese tenido una predisposición a deshacerse inmediatamente de
los pesos, ahora decidió adoptar una postura cautelosa y los
guarda, previendo que pueden sobrevenir tiempos peores.
Y además… está
el cepo. Lo cual limita –aunque no elimina, como ha quedado a la vista-
las posibilidades de que quien tenga pesos y desconfíe de ellos pueda correr
hacia el dólar.
Sin
embargo, empieza a crearse consciencia sobre que esta "vía libre"
para emitir dinero sin riesgo no puede durar mucho tiempo.
Reivindicando la
maquinita
Uno de los que dio
muestras de tener claro el peligro es el propio ministro Martín Guzmán. En
una entrevista reconoció que si la emisión no se traslada a los precios es
porque la gente no puede salir de su casa.
"Pasada
la pandemia, obviamente pondremos en marcha un plan para controlar los efectos
de esa emisión acumulada", promete. Y se muestra confiado
en que parte del dinero será compensado naturalmente por un aumento de la
oferta de bienes, al reactivarse la economía y que la gente empiece a consumir.
El ministro dio a
entender que, combinando el control al dólar, un aumento del consumo y una reabsorción de los precios
que sobren, no debería temerse un escenario catastrófico de inflación
desbocada.
Es, a fin de
cuentas, lo que se está diciendo en varios países que siempre han sido tenidos
como modelos de disciplina monetaria. Tan es así que un reciente editorial
del Financial Times, una de las biblias del neoliberalismo, plantea que la
emisión de dinero es una medida válida en momentos como éste.
"La
magnitud de la actual crisis significa que incluso la financiación monetaria
más directa, como la entrega de dinero en efectivo a la gente, debería seguir
siendo una opción. El debate no debería centrarse en si puede haber
financiación monetaria sino en mantener controlado el proceso mediante bancos
centrales independientes", plantea el FT.
Y a modo de ejemplo
señala que Andrew Bailey, el presidente del Banco de Inglaterra, se apuró
en aclarar que su expansión monetaria no debía confundirse con un deseo de
financiar un déficit fiscal por la vía de la emisión. "Ese
comentario quizás fue mayormente entendido como una manera de convencer a los
inversores internacionales que hay pocas razones para sentir temor a mantener
fondos en libras esterlinas", agrega el editorial.
Es algo que muchas
veces quisieron hacer los funcionarios argentinos, con escaso éxito. Lo
intentó, por ejemplo, Axel Kicillof, quien en sus tiempos de secretario de
política económica dijo en el Congreso que era ridículo el argumento de que la
inflación es inflacionaria. Y señaló que en Estados Unidos se había
cuadruplicado la base monetaria y en la Unión Europea se había duplicado y, sin
embargo, no sólo no subían los precios sino que había deflación.
Por esa época,
también Mercedes Marcó del Pont –hoy una de las ideólogas económicas
del gobierno- solía quejarse de que la Argentina era el único país del mundo en
el que se seguía argumentando que emitir dinero es sinónimo de aumento de
precios.
Claro, en el
análisis faltaba el ingrediente Gresham: la emisión de dinero puede tener
efectos muy diferentes si lo que sale de "la maquinita" es la moneda
buena o la mala.
Hay de la buena y de la
mala
Lo cierto es que
hoy mismo no son pocos los que creen –como el propio FT- que la cuarentena
global puede generar deflación antes que inflación.
Pero claro,
Argentina plantea un escenario diferente. Y el peligro que muchos están viendo
es que el monstruo desatado en forma de mega emisión monetaria no sea tan fácil
de domar una vez que la situación sanitaria se haya normalizado.
Un informe de la
consultora Eco Go, dirigida por Marina dal Poggetto, señala que la
base monetaria, que venía de niveles de 10% del PBI, está trepando al 16%.
"Evidentemente,
este aumento en la demanda de pesos no resulta viable, aun con cepo y una recomposición
en el margen de las reservas del BCRA", argumenta.
Y hace un
pronóstico inquietante: "A medida que vayan levantándose las palancas de
la economía, el excedente monetario podría comenzar a presionar frente a una
demanda de dinero que antes del shock era muy débil".
Por otra parte,
los bancos de inversión han difundido reportes en los que advierten
que todo podría empeorar si no se resuelve bien el tema del canje de la
deuda, porque eso haría descender de manera drástica la demanda de dinero.
Lo cierto es que el
día después de la cuarentena encontrará a la economía con el doble de
pesos.
Y
allí puede ocurrir otro de los efectos observados por Gresham: que aun cuando
no se siga expandiendo la cantidad de dinero, un aumento en la velocidad de
circulación puede tener el efecto de devaluar a la moneda mala frente a la
buena. También en ese
punto, la historia argentina muestra antecedentes inquietantes: durante la
explosión inflacionaria de los 80, aunque se frenara la "maquinita",
igual los argentinos se sacaban de encima los australes, que cambiaban de manos
a un ritmo de 100 veces por año, ocho veces más rápido que cuando se había
instaurado la nueva moneda.
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