Por Carlos Burgueño - Los datos, por ahora preliminares, son
escalofriantes. Se habla de una caída de la actividad económica de entre 7% y
8% del PBI para este año, con posibilidades ciertas de superar el 10%. La
inflación de 40% para 2020 es ya una utopía, y llegó el tiempo de salir a
defender un tope de entre 50% y 60% anual. La pobreza superará el 40%. La
recaudación se ubicará un 40% por debajo de los datos del primer bimestre y habrá
un océano entre el volumen de ingresos públicos y la inflación. El desempleo
será récord. Hay cantidad de pymes en situación terminal y grandes empresas en
un momento crítico.
Muchos nombres
importantes de la industria, el comercio y los servicios están cerca de
sucumbir, mientras gran parte de la clase política navega en las turbulentas
aguas ideológicas de impulsar nuevos impuestos. El actual Gabinete económico de
Alberto Fernández demostró, en muchas oportunidades dentro de esta demoledora
crisis, estar a la altura de las circunstancias, y tener una capacidad de
anticipación a los problemas que todos los días inevitablemente se presentan.
Aún con errores (nadie puede pensar que no los pueda haber), la contención
existe y hay un cierto clima de confianza en la conducción económica del país.
Salvo en el inexplicable coqueteo con un default que, de concretarse (por el
monto de la deuda sobre el PBI y la voluntad de diálogo de muchos de los
tenedores de deuda), sería el más tonto de la historia. Sin embargo, se puede
ser optimista aún y confiar en que finalmente todo se trata de un gran “póker
de mentirosos” (tal como lo bautizó este diario) y que habrá un epílogo de
acuerdo.
Sin embargo, aún en
este último escenario de un acuerdo de deuda, la situación global excede
cualquier buena voluntad y capacidad de reflexión para el mediano plazo. Y, así
como convive con el Ministerio de Salud un muy eficiente y respetado Comité de
Expertos que es el que analiza y toma decisiones sobre la forma, profundidad y
vigencia de la cuarentena, quizás haya llegado el momento
de pensar en que también se debe crear un grupo de profesionales probados y con
experiencia que aconsejen al Gobierno sobre los gravísimos problemas que la
crisis está creando en la macroeconomía argentina.
No hay mayores
secretos para identificar el problema: mientras dure la cuarentena en su
versión hard, el desarrollo de la actividad económica normal es imposible e
inviable. Y en la medida en que esta se extienda, se salvarán vidas; pero más
se estancará e inmediatamente después se desplomará la economía a niveles
nunca conocidos por las actuales generaciones. Tanto la real como la financiera.
Imposibilitado el
Gobierno, al menos por varias semanas, de liberar ampliamente actividades
claves de la industria y el comercio, lo que sigue es sólo un plan de rescate de
los primeros heridos (algunos leves, otros de gravedad, y pronto los habrá con
serio riesgo de vida) para, en poco tiempo, atender a los casos más graves de
supervivencia que, inevitablemente, comenzarán a aparecer. Serán empresas
medianas y grandes conocidas por todos, con alto impacto público y laboral. Se
pregunta de manera insistente sobre el porqué de la terquedad de los
sanitaristas para limitar la actividad económica, al borde de la supervivencia.
Sólo un dato
bastará para justificar la decisión: al lunes de esta semana, con la situación
bastante bajo control, las camas de terapia intensiva de todo el país del
sistema público de salud estaban ocupadas al 50%. Si la situación se desbordara
levemente, ese porcentaje llegaría al peligroso 100%. Ni hablar si el
incremento fuera exponencial. Y, luego, la situación se desbordaría y en
consecuencia, las pocas actividades que hoy funcionan (como el transporte
público) volverían a restringirse o directamente prohibirse. En consecuencia, y
al menos por varias semanas más (quizá meses), las restricciones fuertes a la
actividad económica continuarán firmes. Y así, mientras este sea el dato a
monitorear, el Comité de Expertos sanitaristas que aconsejan al Presidente
seguirán teniendo el mayor poder de influencia sobre el grado de apertura o cierre
de la actividad industrial, comercial y financiera. En síntesis: las
restricciones actuales (con flexibilizaciones menores) para la economía son un
dato que habrá que aceptar.
Es el momento
entonces de pensar en ideas nuevas, creativas, profesionales, serias y
despojadas de grietas y egoísmos. Y que provengan de un consejo con poder de
reunión y respeto similar al prestigioso y poderoso comité de sanitaristas que,
correctamente, está asesorando al Presidente. Quizá llegó el momento de llamar
a economistas argentinos para que se ocupen ante la emergencia, de pensar
medidas urgentes que ayuden a que el inevitable golpe que tendrá la producción
del país sea lo menos doloroso y con menores consecuencias directas posibles,
preservando como norte fundamental el mantenimiento de la estructura
productiva, fiscal y financiera del país para que se soporte el momento y pueda
permitir pensar el futuro de manera inmediata luego de terminada la cuarentena.
Quizás estamos ante las circunstancias de pensar en el patriotismo de los
economistas argentinos. En su experiencia. En su profesionalismo. Y en que ante
la grave y severa crisis, mucho pueden aportar. Sin grietas embrutecedoras ni
cegueras ideológicas de ninguno de los extremos. Para bendición, nombres
sobran. Acá sólo se expondrán algunos, cuya voluntad y conocimiento, se sabe,
son probadas: Roberto Lavagna, Carlos Rodríguez, Ricardo Arriazu, Carlos
Melconian, Daniel Marx, Guillermo Calvo, Claudio Loser, Mario Blejer, Martín
Redrado, Emanuel Álvarez Agis, Alfonso Prat Gay, Gabriel Rubinstein. También, y
sin importar ideologías, a empresarios como Eduardo Costantini, Jorge Brito o
Eduardo Escasany, u otros que estén vinculados directamente con el sistema
financiero y puedan dar su visión sobre cómo están latiendo los mercados en
estos días. La condición es que no sean funcionarios en la actualidad,
para que puedan tener criterios libres de pensamiento y propuestas
desencadenadas de presiones oficiales.
Los nombres siguen,
pero se debería elegir entre no más de cinco a siete economistas, para que el
debate de ideas y propuestas tenga agilidad sin perder versatilidad. No hay que
temer al debate ideológico entre estos profesionales. Ni a la posibilidad de
diálogo. Es habitual que todos ellos compartan paneles y seminarios en todo el
país y el mundo, y que el diálogo sea entre caballeros. Y que, incluso, lleguen
a más coincidencias que las que se presumen antes que se abra la discusión. Más
teniendo en cuenta que se trata de una situación extrema en la que lo que se
deberá exponer es patriotismo y profesionalismo extremo. Todos los nombrados (y
muchos más) están preparados para un debate amplio y patriótico.
El temario sobre el
que debería trabajar este comité también deberá ser limitado a no más de tres o
cuatro capítulos. Y, entre ellos, los que no deberían dejar de tocarse serían
los siguientes:
Relación con el
sistema financiero. La principal meta que tiene en este capítulo hoy el país es
evitar el default. Pero nadie puede garantizarlo. Y aunque se logre, todo el
sistema de endeudamiento argentino de largo plazo habrá que revisarlo y
refundarlo. Nunca más Argentina debería entrar en una situación como la que,
vergonzantemente, vivió con 19 años de diferencia. Definir cómo hará el país
para lograr financiamiento para volver a crecer, cuando vuelva a hacer las
paces con los mercados internacionales, sería la primera gran tarea de este
grupo de expertos.
Política monetaria
e inflación. Es un hecho que la única manera en la emergencia que tuvo y tiene
el Gobierno para sostener la capacidad de compra y sostenimiento del mercado
interno ante el estallido de la crisis provocada por la pandemia y la posterior
cuarentena es la emisión. En una reciente entrevista con este diario, lo
reconoció el mismo Carlos Rodríguez, quizá el más serio representante de la
escuela de Chicago que tiene el país. Todos reconocen, y hasta aceptan, que la
medición de la inflación de este 2020 sufrirá un incremento importante. Es
fundamental que el grupo de expertos estudie y analice la manera de fiscalizar
la política monetaria aplicada ante la emergencia, y la manera en que la
presión sobre los precios se mantenga controlada. Y, posteriormente, cómo
restringir la velocidad del dinero cuando la cuarentena comience a
flexibilizarse. Y, cruzado con el problema de la emisión, el manejo del
inevitable déficit fiscal que generará esta política expansiva.
Relación con el FMI
y los organismos financieros internacionales. El mayor problema que tiene en
país para afrontar la emergencia es la falta de divisas genuinas para poder
aplicar un plan de recuperación de la economía. La restricción parte de la
escasez de reservas, la debilidad de las exportaciones y la imposibilidad
siquiera de pensar en algún tipo de financiamiento interno y externo. Más si
avanzan proyectos de impuestos a los únicos que podrían aportarlo. El grupo de
expertos debería tener como objeto de análisis posibles fuentes de
financiamiento; incluyendo la posibilidad de avanzar en un nuevo acuerdo con el
FMI, que implique la posibilidad de rearmar el stand by vigente y la liberación
de los casi u$s5.400 millones que aún el país tiene disponibles. Esto sumado a
los casi u$s3.500 millones que el Fondo Monetario ya tiene asignado como plan
de contingencia por el estallido del coronavirus. También debería ser
responsabilidad del grupo analizar los destinos de esos fondos, para evitar que
nuevamente financien corridas cambiarias y fuga de divisas.
El futuro. El
comité de expertos economistas tendría también un rol fundamental: pensar
la manera en que, una vez terminada la cuarentena, el país podría poder en
marcha un plan de crecimiento que se acelere todo lo posible; reduciendo en
tiempo récord los grandes porcentajes negativos. Si se tiene en cuenta que la
economía argentina viene cayendo en los últimos tres años y que hace 10 que
está estancada; y que, en el mejor de los casos, la pandemia provocará que el
país acumule 12 años sin crecer (más de una década perdida), llegó el momento
de reconocer que el país tiene un problema muy serio que la cuarentena sólo
profundizó.
Habrá llegado el
momento de que la clase política en su conjunto reconozca que la economía del
país es destructora de riqueza y no generadora de expectativas. Y que, sin
importar los gobiernos del pasado y el actual, no habráGgobierno que pueda
torcer ese destino. Las últimas declaraciones del ministro de Economía, Martín
Guzmán, llamando a abandonar la visión dolarizadora del inversor nacional, al
afirmar que “Argentina necesita generar capacidad de ahorro en su propia
moneda”, es sólo un nuevo capítulo del voluntarismo que cada presidencia ve
pasar sin lograrlo. Habrá llegado el momento de que la clase política lo
reconozca. Y crear un grupo de expertos será un muy buen primer paso.
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