Por Horacio
Alonso - El Día de la Marmota es esa película en la que todo se
repite. El protagonista se levanta cada mañana y vuelve a vivir exactamente lo
mismo que 24 horas atrás, una vez tras otra, atrapado en un calvario sin
solución. Esta idea es utilizada muchas veces para retratar a la Argentina.
Puede parecer un lugar común pero es la que mejor la explica. ¿Para qué
cambiarlo?
El dólar, en este país, es
ese karma del que no se puede escapar. Ayer el “blue” llegó por primera vez a
los $110 y profundiza la brecha con el tipo de cambio oficial. Esta podría ser
una información de interés restringido al mundo financiero, como muchos creen,
si no fuera que tendrá un fuerte impacto en la economía del día a día. En esta
época, donde todo lo que preocupa tiene que ver con la cuarentena y el coronavirus,
la disparidad entre una cotización y la otra aparece como un tema menor. Sin
embargo, algún día, la vida volverá a cierta normalidad y lo que hoy está en
segundo plano, pasará factura. Sólo basta mirar pocos años atrás para entender
la magnitud de la bomba que se está generando.
Con esos $110 que
se cotizaba ayer el billete verde en las “cuevas” (es cierto, en un mercado
reducido) y un valor oficial de $68, la diferencia entre uno y otro asciende a
62%. Nadie puede asegurar hasta dónde llegará. Para entenderlo fácilmente,
lo normal sería que no hubiera dos tipos de cambios sino uno, como los países
saludables económicamente. Por lo contrario, cuanto mayor es la distancia entre
esas dos puntas, peor es la situación.
La Argentina tiene
experiencia en este tema. Por ejemplo, la diferencia que existe hoy en el
mercado cambiario ya está a niveles del 2013, cuando la distancia entre las dos
cotizaciones llegó a su esplendor. Ese año, la brecha fue, en promedio, de 65%
con un pico en septiembre del 100%. Todo había empezado dos años atrás, en
2011, cuando dispuso las primeras restricciones a la compra de dólares ante la
pérdida de reservas que venía produciéndose desde fines del 2007. En 2012, la
brecha fue un tema incipiente en la tapa de los diarios (con 32% de promedio)
pero al año siguiente la situación se aceleró. Una economía en caída libre se
reflejaba en la cotización de dólar paralelo que se alejaba del oficial,
controlado por un “cepo” por el momento “ligth”.
La crisis del 2013
llevó a Axel Kicillof al sillón del Ministerio de Economía, al final de ese
año, y sus primeras medidas fueron el endurecimiento del “cepo” y una
devaluación fuerte a fines de enero del 2014. El resultado fue un salto brusco
la inflación que cerró ese año en alrededor del 40% y una semiparálisis de la
actividad económica. La brecha siguió hasta fin del 2015 por arriba del
50% hasta la llegada de Mauricio Macri que levantó la restricción cambiaria
(algo que, al final de su mandato, tuvo que reimplantar por su derrumbe económico).
La brecha cambiaria
no es buena aunque muchos se beneficien, momentáneamente, con su existencia.
Por ejemplo, en 2013, permitió el récord de ventas de 0 km que fijaban sus
precios en pesos en base al dólar oficial. Especialmente, de vehículos de alta
gama y premium. En estos días hay una pequeña remake en el mercado automotor de
consumidores que buscan hacer una diferencia. Lo mismo sucedió aquel año con
otros rubros, por ejemplo, el turismo. La gente, literalmente, se cansó de
viajar agradecidos por la decisión del Gobierno de subsidiar los pasajes al
exterior con ese defasaje cambiario.
Claro que, por
estos días, no es un sector que pueda aprovechar esa ventaja por las
restricciones para viajar. Las compras en el exterior eran moneda corriente y
el “deme dos” se escuchaba en Miami, como en los viejos tiempos, o en los
países vecinos. Aquel momento es recordado por muchos como el último gran año
de “plata dulce”. De alguna manera, hasta la salida del kirchnerismo y en
la primera etapa del macrismo, siguió la ventaja cambiaria pero nunca como en
el 2013 ya que su “bondad” depende del tamaño de la brecha. Además, en esa
época se venía de años de crecimiento mientras que después la recesión se hizo
presente.
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