Por Julián Zícari
- La teoría ortodoxa se aferra a una idea, la cual solo sabe repetir como un
mantra: la inflación es
un fenómeno exclusivamente monetario. Así suponen que toda emisión inevitablemente
generará un aumento de los precios. Su monocausalidad, no obstante, les hace
dejar de lado otros factores que también pueden generar inflación, por ejemplo,
la suba del dólar,
la concentración de los mercados, presiones de la demanda, reducciones de la
oferta, la puja distributiva, las expectativas, las tensiones sectoriales o
problemas similares. Por ello, si tal vez buscaran complejizar sus postulados y
fueran menos dogmáticos, los análisis económicos sin duda podrían verse
enriquecidos.
Ahora bien, además
de los puntos señalados es indispensable entender el momento del ciclo
económico que se vive y las situaciones puntuales que se atraviesa. Pues no es
lo mismo una economía en depresión, una recesiva o una que crece al 10% anual.
Como a su vez, mucho menos, tampoco es lo mismo una dinámica económica que
podríamos llamar “normal” que la excepcionalidad actual que estamos
atravesando.
Avancemos un poco
más y pensemos lo siguiente. La crisis que provoca el coronavirus es un shock
externo que no generó este gobierno y que está produciendo impactos globales,
donde sufrir desmejoras es inevitable, pues todos los países del mundo las
están padeciendo. En todo caso, los gobiernos actualmente no están buscando
anular dichos impactos –porque ello es imposible- sino en el mejor de los
casos, amortiguarlos y que se vean reducidos lo máximo posible; teniendo como
horizonte el Gobierno Nacional que lo sufran lo menos posible los sectores más
vulnerables.
El Estado debe
actuar indefectiblemente para contener la situación pero sus opciones son
acotadas: recibió una economía en caída libre, con déficit fiscal, inflación
acelerada, sobreendeudada y en default (al que el macrismo llamó sutilmente
reperfilamiento de sus obligaciones).
Las alternativas
para actuar de manera inmediata con el fin a apaciguar la mala situación
heredada y la aún peor causada por el coronavirus es la emisión. No existe otra
alternativa: el país no tiene acceso al crédito externo desde hace dos años, el
FMI denegó seguir haciendo desembolsos y la recaudación está cayendo más rápido
que la actividad. Entonces, mientras se estudia crear un impuesto a las grandes
fortunas para conseguir ingresos, el camino de la emisión parece ser la única
opción disponible y la más efectiva en este momento. Además, dicho sea de
paso, en todo el mundo todos los gobiernos están recurriendo a la emisión
como principal herramienta económica en este contexto.
La pregunta, de
todos modos, es si dicha emisión implicará una aceleración inflacionaria
como la teoría ortodoxa pronostica o no. Y tal vez la respuesta sea interesante
puesto que existen al menos ocho razones para pensar que no necesariamente
tenga que ser así. Repasémoslos:
El ciclo económico
En este momento
estamos atravesando una dura recesión, lo que implica sufrir una fuerte caída
económica. Colocar dinero a corto plazo en sectores que
necesitan auxilio económico no implica mayor consumo necesariamente de dichos
sectores sino amortiguar la caída de la demanda y de la producción. Muchas
empresas y negocios les preocupa más dejar de vender, donde prefieren ganar
menos o no ganar dinero (incluso perder algo) antes que paralizar completamente
su actividad, por ello –frente a la desesperación- no están aumentando sus
precios.
Disparidad sectorial
No todos los
sectores económicos están enfrentando está pandemia en iguales condiciones,
viéndose afectados de manera dispar. Si por ejemplo las fábricas de lavandina y
alcohol en gel no dan abasto y han multiplicado sus turnos de producción,
existen otras actividades totalmente paralizadas. Muchas empresas
necesitan dinero desesperadamente para pagar sueldos y servicios, lo que hace
que la demanda de dinero sea realmente muy alta allí, algo que puede equilibrar
la suba de la oferta monetaria que la emisión genera. Es decir, demanda y
oferta pueden subir en igual ritmo y terminar igualadas allí.
El dólar está quieto
El principal factor
inflacionario de este país es la suba del dólar. No obstante, el dólar
oficial, que es por el cual verdaderamente se fijan los precios en la
Argentina, está totalmente controlado. El cepo y los controles cambiarios
le permiten al Gobierno tenerlo pisado. Además de todavía mantener buenos
niveles de competitividad. Si bien el dólar MEP, el blue y el contado con
liquidación están aumentando, ellos tienen poca o nula incidencia en la
inflación y en la economía real (sólo explican un nivel muy bajo de las
operaciones de moneda extranjera del país).
Crece el superávit comercial
La situación actual
está desmoronando el comercio exterior argentino y el comercio mundial. No
obstante, la paralización de la actividad económica está haciendo caer más
rápido las importaciones que las exportaciones localmente. Pues el consumo
se deteriora pero estamos en plena cosecha agraria y nuestro país no ha dejado
de vender alimentos y productos primarios en el mundo, lo que hace que el
superávit comercial crezca. Además, el default de la deuda para los bonos en
dólares y el cepo ayudan también a evitar la salida de las divisas de la
economía.
Dificultades para consumir
Entendamos un
motivo práctico: si a la gente se le pone dinero en el bolsillo pero no
puede salir a la calle a gastarlo, los efectos monetarios de esa emisión son
nulos. Con el aislamiento y el confinamiento obligatorios, el ritmo de
circulación monetaria y del gasto se ralentizan notablemente, siendo estos
factores anti-inflacionarios vitales y bien concretos.
El multiplicador bancario está cayendo
Debemos entender
que la economía actual es compleja y profunda. Para hablar de los efectos del
dinero en la economía debemos precisar un poco más y desglosar los distintos
agregados monetarios existentes. Pues conceptualmente no es lo mismo la base
monetaria (los billetes y monedas en circulación) que la oferta monetaria (su
multiplicación bancaria y financiera), las cuales el shock externo modificó en
su estructura. Como los bancos no están dando préstamos y también la tasa
de repago ha caído, la circulación monetaria que se producía por el lado
financiero se ha desmoronado, por ello tal puede ser suplida por una expansión
emisiva y generar efectos neutros en los distintos agregados. Un hecho
poco considerado.
La inflación viene desacelerándose
El contraste
empírico de cualquier postulado debe ser la principal arma para validarlo. Por
ello, lo cierto es que la tasa de inflación anualizada desde hace cuatro
meses viene cayendo (si en diciembre fue de 55%, en marzo fue de 48%) e
incluso abril parece mantener dicha tendencia a la baja. Es decir que los
alicientes arriba señalados que pudieran contrarrestar las presiones
inflacionarias de la emisión efectivamente están funcionando. Lo cual nos lleva
a pensar el punto central aquí defendido: no necesariamente la emisión genera
una aceleración de la dinámica de precios, existen contrapesos que también
actúan.
La emisión se puede recuperar posteriormente
Todo lo dicho hasta
ahora, igualmente, no deja de lado que también en ciertos contextos y
dependiendo de las magnitudes la emisión pueda ser un factor inflacionario
(aunque no necesariamente el único). Por lo cual, si hubiera un exceso de
emisión y ésta causare una aceleración inflacionaria, más adelante en el tiempo
cuando la situación sanitaria se vaya normalizando, el Gobierno podría absorber
el circulante de más emitido y neutralizarlo. El Banco Central posee muchas
herramientas para poder hacerlo. Con lo cual, los excedentes monetarios serían
tan solo transitorios y algo únicamente usado mientras dure la emergencia y la
excepcionalidad actual.
Lo importante de
los señalamientos realizados es que nos invitan a pensar la ciencia económica
de una manera más compleja, abierta y real, buscando dejar de lado los
dogmatismos ideológicos. Tal vez si buscáramos entender la economía como un
proceso múltiple, con actores sociales y en estructuraras dinámicas (que son
específicas, concretas y singulares), nos sería más fácil enriquecernos con
distintos tipos de análisis, en vez de cerrarnos en mantras y premisas teóricas
que se suelen evadir de la realidad y de los contrastes empíricos.
(*) Economista.
Doctor en Ciencias Sociales (UBA/UNDAV/Conicet).
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