Por Daniel Sticco - La
economía argentina, como la del resto del mundo, va en camino de encontrar un
piso a la tercera caída consecutiva del nivel del PBI, producto de la parálisis
de gran parte del aparato productivo y comercial que provocan las generalmente
aceptadas medidas de aislamiento preventivo de la pandemia de la COVID-19,
fenómeno que deriva en una brutal disminución de la recaudación de impuestos y
en su contrapartida de notable aumento de la emisión de pesos del Banco Central
para asistir al Tesoro Nacional, y las transferencias a provincias.
Y si bien aún no se
conocen las estimaciones del consenso de los economistas sobre cómo será la
variación esperada del PBI por trimestre, aunque algunas consultoras ya
arriesgan que a una baja de poco más del 3% en el primer trimestre se sumará
una contracción a ritmo de dos dígitos en el segundo, entre 12% y 17%, según
sea la prórroga sucesiva de la cuarentena por módulos de 14 días que
decida el Gobierno nacional, y el aumento del menú de actividades que
clasifique de “esencial”, los técnicos del Fondo Monetario Internacional
arriesgaron una perspectiva de recuperación generalizada hacia el año próximo.
En el caso de la Argentina el organismo de crédito internacional estimó
una contracción de 5,7% en 2020 y una reactivación a ritmo promedio de 4,4% en
2021. Es lo que los economistas definen como un movimiento
de ve corta (V), a una fuerte caída le seguirá un rebote de casi similar
magnitud, de modo que la recesión neta respecto del nivel de 2019 se limitaría
a menos de 1,6% real y 3,6% medido por habitante.
La perspectiva de
un cambio de escenario, naturalmente es una proyección sin tener certezas sobre
el fin o control de la pandemia de la COVID-19, descansa en la presunción de un
claro punto de giro de la actividad económica a partir del segundo semestre del
corriente año, debiera ser considerada no solo en las medidas de
emergencia que por ahora está dosificando el Gobierno, por cuanto a las
evaluaciones de riesgos y de costos de esas acciones en el corto plazo debieran
agregarse las correspondiente a las certezas y beneficios para el futuro
inmediato si fueran acompañadas con el anuncio de incentivos a la producción de
las empresas para el día después.
Marcela
Cristini, economista senior de FIEL (Fundación de Investigaciones
Económicas Latinoamericanas) y profesora de la Universidad Torcuato Di Tella en
Política y Financiamiento de la Vivienda, respondió a una entrevista
de Infobae por correo electrónico a diversas inquietudes vinculadas
con su experiencia en el análisis histórico de la economía internacional.
- Cada vez que aparece una crisis
económica hay una tendencia a buscar un antecedente similar para conocer las
vías de salida, ¿cree que en el caso de la pandemia de la COVID-19 existe ese
referente, no solo en el orden local, sino internacional?
- En esta ocasión,
me parece, las comparaciones son todas parciales. Por ejemplo, la
naturaleza del evento acerca esta pandemia al caso de la gripe española en
1917-18 que también tuvo las características de difusión, con 40 a 50 millones
de muertos. En ese caso, en los Estados Unidos, a pesar de causar la muerte de
675.000 personas, el esfuerzo de producción a la salida de la Primera Guerra
Mundial fortaleció el crecimiento de ese país y lo puso en el centro de la economía
internacional junto con los Estados europeos. En la Argentina, la gripe
española causó la muerte de unas 15.000 personas. En esa ocasión también adoptó
medidas pro-activas de aislamiento social. Los que volvían al país (en barco)
pasaban su cuarentena en la isla Martín García.
Según la evaluación
histórica, pese al esfuerzo del Estado, las precauciones llegaron tarde y los
servicios de salud no alcanzaron para dar atención adecuada al problema, sobre
todo en las provincias del norte del país, afectadas por un segundo brote. A la
salida de la pandemia, la recuperación del comercio internacional fue un
impulso suficiente para la economía argentina que logró altas tasas de
crecimiento.
A pesar de la
similitud de los hechos, los avances tecnológicos y de organización deberían
permitirnos, en esta ocasión, una mejor respuesta en términos de políticas
públicas. La comparación en cuanto a la salida de la crisis también se
anticipa muy distinta con una fuerte caída del comercio mundial al menos en
este año. Con todo, la referencia es útil para entender la pobre coordinación
que hemos logrado para dar una respuesta internacional adecuada a estos
problemas (otro ejemplo, muy acuciante, es el del cambio climático).
El otro
episodio de comparación es el más reciente la crisis financiera global de
2008-09. En el gráfico se ve la evolución del PBI mundial, de Argentina y
Brasil durante esa crisis que se inició en los Estados Unidos y arrastró a gran
parte del mundo, incluyendo a los dos principales socios del Mercosur. En 2009,
el PBI mundial cayó 0,6%, en las economías avanzadas se redujo 2,7% y en
América Latina en 1,7%. Las economías asiáticas compensaron esas disminuciones
de la actividad agregada al quedar menos expuestas a la crisis (6,9% de
crecimiento). La recuperación a partir de 2011 no incluyó a todos los
países. La salida de la crisis estuvo asociada a un paquete de medidas
monetarias y fiscales expansivas de las naciones afectadas, bajo una parcial
pero efectiva coordinación internacional.
Como comentario adicional
importante hay que destacar que desde esa crisis y hasta el presente,
Brasil y la Argentina han tenido desempeños de crecimiento muy insatisfactorios
con una caída prolongada en el primer caso desde 2013 hasta 2017 y un
comportamiento altamente inestable en el segundo, con años de crecimiento
seguidos por años de pareja retracción económica. A diferencia de lo que ocurre
hoy o en la época de la gripe española, en 2009 la disrupción de la oferta fue
muy marginal al problema, que fue mayormente de naturaleza financiera e
insuficiencia de demanda.
Por ejemplo, el
mercado de la construcción sufrió un paro muy importante en los países más
ricos y se registró un aumento de dificultades financieras en empresas grandes
que tuvieron que ser asistidas. Del lado de la demanda, y para reactivar la
economía, se requirió restablecer la confianza de consumidores que habían
perdido parte importante de su riqueza en los países desarrollados.
Entonces, lo que sí podemos aprovechar de esa experiencia es el aprendizaje
hecho sobre los instrumentos más útiles para la reanimación de las economías
nacionales y de la economía mundial.
- El FMI dio sus proyecciones de la
economía mundial para este año y el próximo, pronosticando un claro movimiento
en "V" ¿Cree que debe tomarse como un mero ejercicio estadístico y
expresiones de buenos deseos de rápida superación de la mayor parte de los
costos que generará la pandemia de la COVID-19, o le asignaría un alto grado de
ocurrencia, tanto en el mundo como en la Argentina?
- Los análisis
disponibles hasta el momento tienen en común señalar la precariedad de los
pronósticos debido a la dinámica de la pandemia y la eventualidad de rebrotes,
lo que sería una pésima noticia para el mundo. Pero todas los previsiones
coinciden en una contracción importante de la actividad muy generalizada, que
esta vez incluye también al área de China y el Este Asiático.
Si volvemos al
gráfico anterior y miramos las estimaciones muy recientes del FMI, el
rebote de la actividad en 2021 es parecido al de la crisis del 2009. La razón
para ser optimista en esta oportunidad es que las medidas que se tomaron 11
años atrás fueron útiles y se están replicando ahora y que en esta crisis el
capital productivo está intacto y la productividad de la economía podría retomarse
rápidamente.
Con todo hay
algunos riesgos adicionales. En el 2009 la coordinación internacional
evitó un aumento grave del proteccionismo internacional y el comercio sirvió
como vía de reactivación adicional de las economías, sobre todo los países en
desarrollo, aún a pesar de que en ese año el intercambio mundial sufrió la
mayor contracción en más de 70 años. La tasa de crecimiento ya se había
desacelerado del 6,4% en 2007 a una baja de 2,1% en 2008 y luego se acentuó al
12,2% en 2009. Los pronósticos de la Organización Mundial del Comercio
para la situación actual son todavía más negativos para la presente crisis,
proyecta una caída entre 13 y 32% para 2020, aunque con un posible repunte en
2021. La razón es que esta vez la “locomotora” de China y sus vecinos no
estará presente. Además, las cadenas comerciales que suman valor agregado de
país en país, empezando por el Este Asiático han quedado muy golpeadas por la
crisis.
Otro riesgo es la
descoordinación internacional en las aperturas de los flujos de personas y en
la agilización del transporte de mercadería.
- Pese al escenario de incertidumbre
local e internacional y fuerte pérdida de riqueza, el Gobierno argentino
mantiene la decisión en avanzar hacia la reestructuración de la deuda ¿Comparte
ese criterio?
- Como
sabemos, el problema de la deuda argentina es previo a la pandemia y, con
independencia de la actual situación, debe solucionarse porque de la
normalización del funcionamiento de nuestras relaciones económicas
internacionales también depende nuestro desarrollo. Antes se dijo que desde
2009 la Argentina había recorrido un sendero descendente y fuertemente
inestable de crecimiento. Repasar lo ocurrido desde el punto de vista de los
intercambios comerciales con el mundo quizás ayude a entender las opciones
posibles.
Esos intercambios
se contabilizan en la Cuenta Corriente Internacional del Balance de Pagos que
registra lo que exportamos e importamos de bienes y servicios incluyendo al
turismo (balance comercial), las rentas netas por inversiones que recibimos y
pagamos al exterior y las transferencias personales (trabajadores emigrados que
envían remesas). Un valor negativo de la cuenta corriente refleja un
desequilibrio externo (se gastan más divisas que las que se reciben) y, a la
vez, también un desequilibrio interno entre ahorro e inversión (el ahorro
local no logra financiar la inversión y el consumo público y privado exceden
las posibilidades de financiamiento externo propio).
Fíjese en el
siguiente gráfico que muestra la evolución del saldo por exportaciones menos
importaciones de mercaderías y servicios, el saldo final de la cuenta corriente
y los ingresos netos de inversión extranjera directa.
Como se
advierte, desde la época del súper-ciclo del precio internacional de los
productos básicos entre 2005 y 2011, la Argentina ha mostrado un creciente
deterioro de su cuenta corriente, lo que también caracterizó al país en los 80
y los 90. Para financiarla la Argentina se endeuda internacionalmente. En el
mediano plazo esto implica que el país no puede financiar su desarrollo, no
puede acumular reservas internacionales que garanticen su solvencia y explica
también que, recurrentemente, se apliquen restricciones en el mercado de
cambios y a las exportaciones e importaciones para moderar artificialmente los
desequilibrios.
La inversión
extranjera directa ha servido como un modesto paliativo a estas deficiencias.
El adjetivo modesto se vincula con la limitada recepción de este tipo de
inversión por parte de la Argentina con respecto a otros países de la región
como Brasil, México, Chile, Colombia y Perú. La misma inestabilidad que afecta
a toda la macroeconomía, hace menos interesantes las buenas oportunidades de
inversión que podría presentar la Argentina.
En
síntesis, revertir esta historia de desaciertos es la tarea pendiente y no
la podemos hacer desde afuera del mundo. Necesitamos corregir la
competitividad, mejorar las exportaciones y para ello se requiere volver a ser
un país atractivo para los inversores directos y poder contar con el mercado financiero
internacional para financiar brechas temporarias. Entonces, solucionar una
vez más el problema de habernos sobre endeudado es parte de los pasos en la
dirección correcta.
Lo que no sabemos
es si el efecto de la pandemia sobre los mercados internacionales facilitará o
complicará las negociaciones, pero, en todo caso, introduce un elemento más en
el que la Argentina ha sido afectada similarmente al resto de los países en
desarrollo y es un argumento que podrá utilizarse en la elaboración de las propuestas.
- ¿Qué está observando en el resto del
mundo, a favor y en contra de la economía argentina?
- En un
escenario optimista, la solución de mediano plazo para la economía argentina,
mientras se supera la pandemia, incluye una renegociación de la deuda que
requerirá un mayor esfuerzo exportador para proveer las divisas para su repago
y, en el mediano plazo, para el financiamiento del desarrollo. Un despegue
exportador permitiría, a la vez, una generación de empleo inicial que podría
generalizarse a medida que se retome el crecimiento. En ese caso, las políticas
redistributivas podrían dejar paso a programas de empleo e innovación que
redujeran el peso del gasto social en la economía.
"Un despegue
exportador permitiría, a la vez, una generación de empleo inicial que podría
generalizarse a medida que se retome el crecimiento. En ese caso, las políticas
redistributivas podrían dejar paso a programas de empleo e innovación"
A favor de una
salida exitosa encuentro que la Argentina le vende al mundo alimentos básicos y
esa demanda ha sido la que menos disrupciones ha enfrentado. Una consecuencia
de una demanda internacional firme y de la recuperación incipiente de China ha
sido el relativo mantenimiento de los precios internacionales de los alimentos
frente al resto de los productos básicos (metales y petróleo), sin que se dejen
de reconocer algunos problemas de variabilidad de corto plazo (por ejemplo, los
precios del aceite de soja).
Los únicos precios
que debieron enfrentar un ajuste severo fueron los de los biocombustibles
debido a la caída estrepitosa del precio del petróleo, resultado de la disputa entre Arabia Saudita y Rusia. Vale agregar que el
sector agroindustrial vuelve a mostrar su capacidad de “seguro” para proveer
divisas bajo circunstancias muy adversas. A partir de esta certeza se puede ir
construyendo hacia adelante siempre que se respeten las condiciones para
mantener la competitividad para mercancías y servicios con cada vez mayor
diversificación.
Riesgos potenciales
contra la reactivación
Los riesgos en
contra de un escenario favorable son muchos. Aun suponiendo que las políticas
del país fueran consistentes con un objetivo de crecimiento con mayor
componente exportador, el escenario mundial podría volverse muy adverso si
se mantienen las disidencias comerciales entre los Estados Unidos y China, por
ejemplo.
También es
probable que los problemas de las cadenas de valor aceleren la adopción de
nuevas tecnologías que desplacen el trabajo en la industria de los países más
avanzados. Si los países en desarrollo pierden impulso por estos cambios, las
nuevas demandas de alimentos se reducirán y limitarán las perspectivas de la
Argentina. En el corto plazo, las dificultades que enfrentará el Brasil para su
recuperación podrían ser importantes y podrían comprometer la evolución de
nuestras exportaciones industriales.
En el peor
escenario, un aumento muy importante del proteccionismo comercial en el
mundo nos dejaría con menos opciones para poder crecer. Pero también afectaría
al resto de los países y habría importantes razones para evitarlo o revertirlo.
- ¿Una reflexión final?
- El balance de
crecimiento de la Argentina en los últimos 8 años ha mostrado una pérdida anual
de medio punto del PBI (caída total del 4% entre el tercer trimestre de 2011 y
2019), lo que muestra un desempeño muy insatisfactorio que interpela a la clase
dirigente y a los propios votantes sobre el rumbo de largo plazo de la
Argentina. En mi opinión, las dificultades objetivas que impone la
pandemia no deberían disminuir los esfuerzos para revertir la grave situación
de declinación social y económica que presenta nuestro país. Dado mi
convencimiento sobre la necesidad de exportar más, me parece oportuno recordar
que en las dos últimas décadas el país ha prescindido de una política
exportadora que permitiese a las empresas mantener y acrecentar sus flujos de
ventas. Menos aún se han registrado esfuerzos para ampliar sistemáticamente el
número de empresas exportadoras. Paradójicamente, ese tipo de políticas habría
tenido el potencial para reducir, significativamente, la amplitud de los ciclos
macroeconómicos.
Es cierto que en
ocasiones se dispuso de instrumentos o iniciativas que buscaban solucionar
algunos problemas de los exportadores como reducir costos logísticos o ampliar
mercados y empresas exportadoras. En ningún caso se hizo un seguimiento de
sectores, productos y costos atendiendo a la distribución de productores en el
territorio que superara las iniciativas de programas parciales o fuera
continuada en el paso entre dos turnos de gobierno.
Numerosas
experiencias del mundo en desarrollo dan cuenta de las políticas exportadoras
que pueden aplicarse cuidando el costo fiscal. Sus prerrequisitos, con todo,
son la estabilidad del tipo de cambio y la moderación de las fluctuaciones del
ciclo de negocios. Todos son desafíos importantes, algunos innovadores para la
Argentina. Una salida exitosa de la pandemia podría ser una oportunidad para
gestionarlos.
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