Por Pablo Wende - En la semana
que terminó el presidente Alberto Fernández se reunió con más de 500
empresarios y banqueros de primera línea en un almuerzo público. El Banco
Central bajó dos puntos adicionales la tasa de interés de referencia, hasta
38%. Y el Ministerio de Economía criticó en un largo comunicado a los
“oportunistas” ante una licitación clave de bonos, pero finalmente pago el
vencimiento a quienes no entraron al canje de mediados de la semana. Todos estos episodios -en principio no
conectados entre sí- tuvieron un denominador común: no se dijo ni una sola
palabra sobre el impacto que la crisis global provocada por el coronavirus
podría tener sobre la economía argentina.
En forma paralela, también a lo largo de la semana ocurría
esto: la Reserva Federal norteamericana bajó medio punto la tasa de interés, el
G7 emitió un comunicado en el que anticipa posibles medidas conjuntas de los
países desarrollados (por ejemplo en el plano fiscal) para suavizar el impacto
en las principales economías del mundo por la nueva enfermedad y el ministro de Hacienda brasileño, Paulo
Guedes, reconoció que Brasil podría crecer 0,5 puntos porcentuales menos este
año por los efectos del coronavirus. Incluso Australia bajó las tasas,
ante el peligro de caer en recesión por primera vez en 28 años.
Es evidente que toda la energía de la conducción económica
está puesta en ofrecer en los próximos días una propuesta para reestructurar la
deuda. Pero resulta difícil de justificar que ante semejante cambio del
panorama mundial todavía no se haya tomado nota o que no se ensayen algunas
medidas de contingencia para contener el efecto sobre la economía local.
Las que sí están en
alerta son las empresas. Ya empezó a verse afectada la venta de carne a China,
que fue el destino donde más habían aumentado los despachos en los últimos
años. Y otras compañías alimenticias deberán buscar nuevos mercados para vender
ante la crisis global. El problema es que a casi todos los países
con producción primaria les pasará lo mismo. El turismo también se verá
duramente afectado. Los hoteles recibirán menos extranjeros en los próximos
meses y eso repercutirá también en restaurantes y en los comercios
especializados.
El comportamiento del dólar es un tema aparte. El Banco
Central viene relativamente cómodo manejando el tipo de cambio oficial,
permitiendo incluso suaves subas controladas. Tuvo la ventaja en estos últimos
dos meses que la brecha cambiaria con el dólar “libre” y los tipos de cambio implícitos
en la Bolsa no se agrandaron. La
suba de la divisa en Brasil, hasta 4,65 reales, podría generarle más presión al
tipo de cambio local en las próximas semanas, ante la necesidad de no perder
pisada a los movimientos internacionales. Si hay algo que este gobierno quiere evitar es el atraso cambiario, con
todas las distorsiones que eso genera.
Antes de que estallara el efecto del coronavirus, se
pronosticaba que 2020 sería el tercer año recesivo para la Argentina. Pero la
caída sería menor a la del año pasado: alrededor de 1,3%. Transcurrido buena parte del primer
trimestre, los “brotes verdes” aún no aparecen y en muchos sectores se
profundizó la recesión: autos, construcción, textilos y mercado inmobiliario,
por ejemplo. Otros empiezan a mostrar un piso en la caída un poco
más firme como la producción de alimentos, directamente influida por la entrega
a más de un millón de personas de la tarjeta Alimentar y los aumentos en la
base de la pirámide salarial y de jubilados. Cualquier ingreso adicional va directamente
a gastos en supermercados o almacenes.
Pero ahora además de
los problemas para “encender” la economía, algo que resultaba bastante
predecible, se suma un contexto internacional mucho peor que el que se
presagiaba hace sólo un mes. Con posible caída de exportaciones y menos ingreso
de divisas, será difícil evitar una caída todavía más profunda este año. La
mayoría de los países está haciendo esfuerzos para al menos evitar una
recesión. La Argentina ya lo está y ahora el Gobierno tiene otro enorme desafío
por delante: evitar una verdadera “depresión” económica.
La renegociación de la deuda tiene por supuesto un rol
importantísimo. Si se dilatan mucho los tiempos, más tardará la Argentina en
despejar una de las grandes incógnitas que tienen los inversores: si se evitará
o no el default. Prácticamente nadie toma decisiones mientras dure el “limbo”.
Pero aún en caso de que se consiga un resultado relativamente rápido, no tendrá
un efecto inmediato sobre la economía ni mucho menos. Lo reconoció el propio Alberto Fernández: “Renegociar la deuda no es
mágico. Después dependerá de nosotros encontrar el camino para volver a
crecer”.
Los fondos de inversión que visitaron la Argentina esta
semana y se reunieron con Martín Guzmán se fueron con las manos vacías.
Pero es lógico que el ministro de
Economía no quiera mostrar las cartas antes de divulgar la oferta. Y no sería
justo darles información privilegiada a algunos a expensas del resto de los
acreedores.
Los bonistas que le pidieron al funcionario que muestre “un
plan” también se fueron desilusionados. No habrá tal cosa, pero sí la promesa
de un manejo mucho más sintonizado entre la política fiscal y monetaria. Aluden
así al desastre que hizo Cambiemos en el arranque de la gestión, con una
política monetaria súper dura, mientras que las cuentas fiscales agrandaban su
rojo mes a mes.
Este escenario representa un desafío adicional para el
enfoque inicial del gobierno de Alberto Fernández: impulsar las exportaciones y
como mínimo mantener el superávit comercial (unos USD 16.000 millones) para
fortalecer la cantidad de divisas que entran a la economía y de paso evitar
nuevos cimbronazos cambiarios. Pero todo eso hoy tambalea ante un contexto internacional mucho más hostil,
que se suma a las polémicas decisiones de los últimos días: seguir aumentando
la presión impositiva, pero ahora sobre el sector exportador que más divisas
genera para el país, como es el complejo cerealero.
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