Por Natalia
Donato - Enviada especial
a Washington, EEUU - La estrategia encarada por el Gobierno de
avanzar primero en la negociación con los acreedores privados antes de sentarse
a discutir un nuevo programa financiero con el Fondo Monetario Internacional
(FMI) es inusual. Lo que normalmente sucede en la mayoría de los
países es que primero el organismo internacional analiza la economía, evalúa
las necesidades y las políticas que quiere el respectivo gobierno y avanza en
un programa que dé una mayor tranquilidad a los bonistas de que, aún en el
marco de una reestructuración, van a cobrar.
Pero la Argentina optó por el camino contrario. Así lo
reconocen los propios funcionarios cercanos a Alberto Fernández y es, incluso, lo que se está percibiendo
sobre la marcha de los acontecimientos. Y esta estrategia es peligrosa,
analizan en Washington, de acuerdo con lo que pudo percibirse de varios
encuentros organizados en el marco del viaje con periodistas de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en
el país (Amcham).
¿Por qué creen en la capital
norteamericana que avanzar por este andarivel tiene sus riesgos? Y la
explicación es que los tiempos para la Argentina son cortos en
términos de disponibilidad de fondos para hacer frente a los compromisos. El
default está a la vuelta de la esquina, aseguran las fuentes consultadas,
aunque las expectativas del gobierno de Alberto Fernández son auspiciosas.
“En la mayoría de los
casos, los países van al FMI primero y luego negocian con los privados. Hoy se le está pidiendo a los acreedores que
hagan concesiones sin tener la suficiente información de cuál será el programa
del país”, aseguran altas fuentes en esta ciudad.
Los vencimientos con el FMI
por ahora no son un problema, ya que recién en 2021 hay sumas importantes para
pagar, pero con los bonistas privados ya el mes próximo hay montos altos para
hacer frente, lo que vuelve bastante más urgente el cierre de esta negociación.
Por algo el ministro de Economía, Martín
Guzmán, se fijó como plazo máximo de finalización del proceso el 31 de
marzo. El Gobierno no puede pagar su deuda y no
tiene margen para estirar estas discusiones con los acreedores. La gran
pregunta es cuál será la oferta final -que, según trascendió, contemplará una
quita importante- y si los bonistas aceptarán, sin chistar, ese acuerdo.
Hay varios antecedentes a
nivel mundial, e incluso en la Argentina, de fondos buitres que no aceptaron
las condiciones impuestas y optaron por entorpecer el proceso y reclamar por la
vía judicial. Demás está recordar el reciente caso bonaerense, que no terminó
en default porque el gobernador Axel
Kicillof finalmente optó por hacer frente al pago de USD 250
millones del BP21 con recursos propios. Pero no está descartado que puedan
surgir acreedores que obstruyan la reestructuración nacional.
Los riesgos mencionados en los Estados
Unidos tienen que ver con que sin programa con el Fondo, son mayores las
chances de un fracaso en las negociaciones con los privados. Y
si llega fin de mes y las discusiones con los acreedores se complican, la
Argentina habrá perdido tiempo para diseñar un programa con el organismo
financiero internacional y se podría dificultar evitar la cesación de pagos,
argumentan las fuentes consultadas.
Pese a los buenos gestos que
ha habido en el último tiempo entre los funcionarios argentinos y el Fondo,
incluso de la propia titular Kristalina
Georgieva, todavía no están negociando ningún acuerdo. Las dos misiones
encabezadas por el venezolano Luis
Cubeddu que estuvieron en el país en las últimas semanas -la última
finalizó hoy- tuvieron como propósito avanzar en el proceso de entendimiento de
la situación económica de la Argentina y en seguir profundizando la relación. El análisis de la sustentabilidad de la
deuda y las proyecciones fiscales de Guzmán estuvieron sobre la mesa, pero no
hay una negociación por un nuevo programa en marcha. Para que ello ocurra, es
el equipo económico el que debe afirmar cuáles serán las políticas que serán
aplicadas, verificar los números y luego el Fondo deberá decidir si acepta o no
los pedidos argentinos. Con más fondos o sin nuevos
desembolsos, a corto o a largo plazo, será el Gobierno el que decida qué
programa quiere con el FMI.
Lo que el organismo luego
mirará es si las políticas a adoptar para lograr los objetivos planteados son
coherentes. Claro que si las decisiones adoptadas no están en línea con los
intereses de la institución, y especialmente de los Estados Unidos, con gran
peso en la toma de decisiones, naturalmente aparecerán las fricciones. Pero por
ahora, tanto en el gobierno norteamericano como en el FMI, esperan definiciones
por parte de las autoridades argentinas.
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