Por Carlos
Burgueño - Alberto
Fernández vive el conflicto con el
campo como una demostración para demostrarle al Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre su firmeza en mejorar las cuentas fiscales, aún a costa de
enfrentar un conflicto político interno. Y que, en consecuencia, no dará marcha
atrás y mantendrá firme la aplicación de la nueve versión de las retenciones, por la que buscará obtener entre u$s500 y u$s800 millones,
considerados imprescindibles para mejorar la perfomance fiscal del primer
semestre del año.
“Ya negociamos, pero
ellos quieren ganar siempre”, se quejaba ayer por la tarde el jefe de Estado en
la Casa de Gobierno al
enterarse de la decisión de la Mesa de Enlace de ir a un paro (ver nota
aparte). Al mismo tiempo aseguraba a su gabinete que su decisión era la de no
reabrir el dialogo y avanzar con la aplicación del plan de retenciones tal cual
fue reglamentado ayer a través de su publicación en el Boletín Oficial.
En paralelo, su ministro de Agricultura, Luis Basterra, mencionaba que en ningún momento
mientras mantenían un dialogo más o menos fluido sobre la manera en que se
aplicaría el incremento arancelario, hubo mención alguna de parte de la Mesa de Enlace sobre la posibilidad de
avanzar con el incremento arancelario un paro. Y que el encuentro del martes
pasado donde se le comunicó a los dirigentes agropecuarios la manera en que se
aplicaría la medida terminó con quejas; pero con un apretón de manos y la
promesa de continuar el diálogo sobre la manera en que se aplicaría la red de
compensaciones para los pequeños y medianos productores. “Ya fue discutido. Oímos sus preocupaciones y cumplimos con
la ley. Los que no quieren cumplirla son ellos”, sostuvo Fernández ante sus
colaboradores, incluyendo Basterra, dando por terminada la alternativa de
continuar con las negociaciones. “La propuesta que hemos
sometido a la consideración del sector, que además preserva la situación de los
pequeños productores, respeta en un todo las condiciones que nos fueran impuestas
por la ley de Solidaridad Social y reactivación productiva”, dijo el
Presidente; antes de cerrar con una definición central sobre porqué se tomó la
medida: “encontremos el camino que nos conduzca a sostener el desarrollo y a
preservar las cuentas públicas”.
La realidad es que tanto la decisión de avanzar en la suba de las retenciones el 14 de
diciembre pasado al 30% como el upgrade de 3% aplicado desde ayer son, junto
con la reforma del sistema previsional, los dos guiños fiscales más importantes
que el Gobierno de Alberto Fernández le hace al FMI y los acreedores privados,
para demostrarse que su intención de equilibrar las cuentas públicas antes de
2024 va en serio.
En el caso de las retenciones, el jefe de Estado nunca dudó
que sería una medida casi indispensable ante la situación de los números de
ingresos y egresos con que se enfrentaría. Una vez llegado al poder se
convenció. Y luego de los primeros diálogos preliminares con el director
gerente para el Hemisfério Occidental del Fondo, el mexicano-Argentina
Alejandro Werner, terminó de considerarlo imprescindible. El FMI siempre estimó que avanzar en las retenciones a las
exportaciones sojeras, era la única manera seria y convincente que tenía la
Argentina para que sus promesas de mejoras fiscales sean sostenibles en el
tiempo. Se lo habían expuesto sin
anestesia a Mauricio Macri en septiembre de 2018, cuando el
primer Stand By firmado con Christine Lagarde naufragó y el Gobierno de
Cambiemos rogaba por una nueva versión más friendly, amplio y flexible del
préstamo firmado en junio de ese año.
En aquellos días, Macri se exponía ante el FMI como el
primer presidente en la historia del organismo en no poder cumplir con un Stand
By a sólo tres meses de haberlo firmado, y afirmaba que necesitaba más dinero para
que las cuentas argentinas sobrevivan.
El FMI envió entonces una misión al país quién traía una
orden expresa de Werner: el Gobierno debía aplicar retenciones a las
exportaciones de soja si quería que las promesas de mejoras fiscales del
macrismo sean creíbles. El italiano Roberto Cardarelli se lo dijo directamente en persona
al entonces ministro de Hacienda Nicolás Dujovne, quién se lo transmitió luego a Macri. Este aceptó en un principio, pero las
presiones de su Gabinete hicieron que inventara una fórmula alternativa algo
bizarra; fijar como derecho de exportación $4 por dólar exportado para los
cereales y otras materias primas, por lo que la soja quedaba en 30% (18% más
12%); mientras que otros productos pagarán 9% y algunos quedarán en $3 por dólar.
El FMI volvió a presionar en septiembre de 2019
para que se abandonara este mecanismo y que se aplicaran retenciones directas,
ante las continuas devaluaciones del peso, que habían degradado los ingresos
fijados por la fórmula de Macri.
Alberto Fernández sabía que si quería que el Fondo tomara en
serio sus promesas de mejorar la situación fiscal del país, tendría que avanzar
sin eufemismos en el recurso de retenciones a la soja. Así lo hizo en diciembre
del año pasado. Luego, al ver que la brecha entre recaudación e inflación del
primer bimestre del año no mejoraban, debió avanzar aún más en la presión
arancelara a las exportaciones primaras del principal commodity vendido por el
país al exterior. Sabían el jefe de Estado y su ministro de Economía, que los
técnicos integrantes de las misiones del FMI por el país, pondrían reparos en
esa brecha que se sostiene en un 10%; ante lo cual el gobierno argentino
tendría que tener preparada una respuesta simple, clara y convincente. Los tres
puntos porcentuales de más en las retenciones, medida anunciada en el último
día de presencia de los hombres del Fondo en el país (ver nota aparte)
representan esa señal.
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