Por Claudio Jacquelin - Cristina Kirchner volvió para renovar el romance
con sus militantes. Y bastante más. Vestida de blanco, como una novia (de
antes), no solo ellos fueron los destinatarios directos de su mensaje, sino
también el resto del peronismo, al que intenta recuperar y con el que busca
arroparse, después de tantos años de desvestirse de sus símbolos y
significados. Síntomas de admisión de una debilidad que busca revertir con
urgencia.
También tuvo sus contra destinatarios bien definidos para denostarlos,
como corresponde a las características de su liderazgo. Aunque los señaló con
el tono más moderado que puede interpretar, para luego lanzar una convocatoria
difusa pero insistente a un diálogo político, “un acuerdo democrático”, como se
había anticipado aquí hace una semana. Mensajes para consolidar el “Cristina vuelve”,
que el cristicamporismo enarboló en su convocatoria.
Pero la vicepresidenta no altera su eje discursivo ni se aleja de su
raíz, al margen de citas pacificadoras y de abordajes temáticos inusuales, como
la preocupación por la seguridad que expresó en un intento de revincularse con
las preocupaciones reales de la ciudadanía. Aunque para eso deba remarcar su
distancia, ya extrema, con el gobierno nacional e incomodar hasta al único
gobernador cristinista y delfín político, como es Axel Kicillof.
La muy estudiada escenificación que la vicepresidenta realizó en el
masivo acto de La Plata está directamente vinculada con las amenazas que
percibe y emergen por estos días de dos esferas: la judicial y la económica.
Los fallos judiciales por venir y la crisis abierta (de la que siempre culpa a
los demás) son factores indisociables de riesgo extremo para el presente y el
futuro de ella y su espacio. Un capital político amenazado que la encuentra
enfrentada como nunca con la Justicia. Hasta llegar a un conflicto de poderes.
Cristina Kirchner identifica (solo) dos enemigos dignos de su
preocupación, capaces de alterar sus planes y de modificar su rumbo: la
Justicia y el poder económico-mediático. Detrás de ellos, en su concepción, se
agazapan enemigos y adversarios de menor estatura. Brazos políticos e
instrumentos, como el macrismo, que desde su visión usufructúan y se sirven
(mutuamente) de esos poderes. El resto nunca está a la altura de su Olimpo.
Desde allí llama al diálogo y deja afuera a esos “enemigos del pueblo” y la
democracia.
La inminencia de una condena en su contra en la causa Vialidad y algunos
traspiés más en otras causas por corrupción, que casi todos descuentan, operan
como un gran disparador para el relanzamiento de su centralidad y liderazgo,
que sugiere, aunque no explicite, una candidatura presidencial. “Todo a su
tiempo”, dijo ante el operativo clamor actuado por sus dirigentes y militantes,
sin negar ni confirmar nada.
Su presentación fue, ante ese contexto adverso que atraviesa un
contragolpe de efecto, una búsqueda de reunificación de fuerzas para hacer
frente a las adversidades y, sobre todo, una advertencia. Una reinstalación en
defensa propia. Aunque nunca se haya ido del centro de la escena en una década
y media. Una demostración de toma de conciencia. Necesita imperiosamente
recuperar no solo centralidad, sino recobrar y ampliar su capital político. Lo
que tiene la expone demasiado.
El subtexto de su presentación es demasiado claro: “Se están metiendo
con una líder popular y (eventualmente) una candidata presidencial, que está
dispuesta a pacificar. Si me condenan es para proscribirme. Aténganse a las
consecuencias”. No parece haber margen para muchas otras interpretaciones de su
mensaje hacia fuera del oficialismo. Otras son las señales que dirige hacia el
resto del peronismo y hacia otros votantes de centroizquierda con su
reaparición en un acto masivo.
La cuestión judicial
El estado de la cuestión judicial es lo que justifica lo que a ojos de
muchos analistas podría ser una aparición a destiempo en términos electorales,
cuando faltan 9 meses para las PASO y 11 para las elecciones generales. En ese
plano sería más una reivindicación del Día del Prematuro que una celebración
del Día de la Militancia, que por esas casualidades coinciden en el almanaque
también con el Día del Empleado Judicial. Sin dudas, todo tiene que ver con
todo, como le gusta decir a la propia Cristina. Pero las urgencias son muchas
y, en este instante, no son solo electorales.
La génesis del acto se encuentra no casualmente en los días
inmediatamente posteriores al intento de asesinato de la vicepresidenta y se
fue consolidando su preparación a medida que fueron pasando los días y
decantando el impacto de ese episodio gravísimo, capaz de haber cambiado
brutalmente el curso de la historia política argentina contemporánea.
El transcurso del tiempo le mostró al cristicamporismo cinco hechos más
que inquietantes. En primer lugar, cuando todavía la espeluznante imagen de
Fernando Sabag Montiel gatillando su arma en la cabeza de Cristina Kirchner
estaba demasiado fresca, se advirtió que la consternación y el repudio no se
traducían en una pueblada en apoyo de la vicepresidenta. Aun cuando hubo una
movilización masiva un día después, que había sido declarado feriado.
En segundo término, las encuestas reflejaron las dudas y sospechas que,
aun sin fundamente ni evidencia, tenía y tiene la opinión pública sobre la
naturaleza, las intenciones y los autores materiales e intelectuales del
ataque. La hipótesis de una gran conspiración urdida o impulsada por los
adversarios políticos del kirchnerismo que la propia víctima y el kirchnerismo
extremo sostienen y cultivan no pregnó en la mayoría de la sociedad ni las
investigaciones posterior corroboraron. Por eso, Cristina Kirchner libra una
batalla encarnizada para desacreditar a la jueza a cargo de la causa, a la que
volvió en su discurso. Ella es víctima, no culpable de nada, les dice a todos.
Al mismo tiempo, todos los sondeos mostraron y cristalizaron apenas una
leve caída en la elevada imagen negativa de la vicepresidenta, que supera
largamente el 50 por ciento, y ninguna mejora relevante en su imagen positiva,
como presuponían sus seguidores y exégetas.
“La mejora que llega a unos cuatro puntos en imagen y de cinco en
intención votos es generada por los votantes peronistas y no sucede lo mismo
con la mayoría de la población, cuyo rechazo no ha modificado”, aclara el
consultor Federico Aurelio, director de Aresco. Similares, aunque menos
relevantes, son las mejoras que registran otras encuestadoras, como Poliarquía
e Isonomia. Mientras el director de Escenarios, Federico Zapata, observa que en
su última medición se volvió a registrar una caída en la imagen positiva de
Cristina Kirchner tras un pequeño repunte en el mes de atentado.
Como atenuante y factor esperanzadorpara elk ir ch nerismo puro opera la
recuperación de la centralidad en la vereda opositora de su adversario
preferido, Mauricio Macri, junto con la consolidación de los halcones
macristas, con los que Cristina Kirchner comparte índices de imagen negativa
similares. A ellos también procuró reinstalar en el centro del ring desde el
estadio platense.
A la casi invariable imagen negativa se agrega la percepción mayoritaria
de que Cristina Kirchner es culpable de los hechos de corrupción que se le
imputan en la causa Vialidad y en, al menos, otros dos casos en curso en la
Justicia. Para más del 60 por ciento de los consultados no es inocente.
El problema económico
Por último, la economía no le devuelve al cristicamporismo los
dividendos que esperaba de lo que considera una inevitable y, tal vez, costosa
inversión en Sergio Massa, cuando lo avalaron (o lo impusieron) como ministro
de Economía.
La inflación sigue su ascenso indomable con el consecuente in crescendo
del malestar social y las concesiones para mejorar las escuálidas reservas del
Banco Central muestran signos de agotamiento. Casi todo lo que ingresó por
haber puesto “al país de rodillas” ante el campo (Máximo dixit) ya casi se
evanesció y obligaría a una nueva genuflexión, virtualmente anticipada por el
locuaz viceministro Gabriel Rubinstein, que siempre revela lo que el superyó de
Massa trata de maquillar y lo que el ala dura del oficialismo no comparte ni
quiere escuchar. Por algo, ayer el propio funcionario y la eficaz división de
prensa y propaganda del ministro debieron salir a desmentir rumores de renuncia
del solitario macroeconomista del equipo.
No es el escenario que se imaginaron los cristicamporistas ni el que
Massa les prometió. Axel Kicillof y su equipo, que en materia económica son el
oráculo de Cristina Kirchner, avalaron el sometimiento a una terapia como
tratamiento extremo que no era de su agrado ni de su escuela, a la espera de
que lograra la estabilidad, recompusiera las reservas y permitiera redistribuir
ingresos que mejoraran la situación de los sectores más rezagados, o sea su
base electoral. El puente hacia esos objetivos se ve con demasiadas fisuras y
se les está haciendo demasiado largo.
En simultáneo, Alberto Fernández posterga también su rendición final.
Nada (o casi nada) de lo que el cristicamporismo le demanda para mejorar su
situación política actual y sus perspectivas electorales para 2023 tiene
respuesta favorable. Tampoco el profesor de derecho parece haber sido el
lobista judicial que imaginaban. No hubo resultados favorables. Ni en tiempo ni
en forma. Como casi siempre. Salvo algunas destacadas excepciones que confirman
la regla de la procrastinación defensiva. Las presiones para que adopte algunas
medidas en lo económico y en lo político siguen haciéndose esperar. Aun a costa
de su sangrante aparato digestivo que paga las consecuencias. No es fácil
resistirse ni tampoco someterse a Cristina Kirchner.
En ese poder de supervivencia y centralidad únicos, que la líder
conserva desde hace 15 años, confían sus seguidores. Y ella también. De ella
depende todo, creen sin que les flaquee la fe. Por convicción y ausencia de
alternativas. Cristina es para ellos “la fuerza de la esperanza”, como reza el
eslogan bajo el que se realiza la realidad en la que vive. El cristicamporismo
necesitó recurrir a focus groups para constatar que la falta de expectativas,
la desesperanza, el desánimo son las emociones dominantes entre los argentinos,
incluidos sus seguidores. Solo después de eso construyeron el lema convocante.
Pero la esperanza es una utopía retrospectiva. Aunque Máximo Kirchner se
desgañite gritando que el cambio lo representa el kirchnerismo, en el acto de
La Plata no asomaron novedades destinadas a construir (o reconstruir) grandes
mayorías de cara al futuro.
Por eso, también, se considera que la reaparición de Cristina Kirchner
encarna un mensaje para el resto del oficialismo y hacia una nueva y difusa
transversalidad. No solo hacia la Justicia o los poderes económico-mediáticos a
los que ella identifica como sus enemigos.
“Intenta también reconstruir una centralidad anticipada para la
negociación hacia dentro del peronismo, aunque todo está contaminado por el
AMBA, que es su bastión, mientras que en el interior hay un fuerte desacople.
Los gobernadores hacen la suya y evalúan cómo impactará su presencia en la
elección de los legisladores nacionales”, explica Federico Zapata.
Bajo esas premisas, “Cristina vuelve” un 17 de noviembre. Igual que
Perón, que volvió y fue aclamado en forma masiva el mismo día de hace 50 años.
Siete meses antes de que su regreso definitivo abriera otra etapa aciaga, que
se inició con una lucha fratricida dentro del peronismo. Afortunadamente, ya se
sabe que la historia no se repite. Por las dudas (y tal vez por su pasión
historiográfica) Cristina Kirchner llamó a un nuevo acuerdo democrático. Pero
sin deponer enemistades será un camino por construir demasiado complicado. En
el que pocos confiarán.ß
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