Domingo 13 - Por Jorge Liotti - Intervino entonces su colega
colombiano Álvaro Uribe para coincidir en que “es clave establecer
compensaciones sociales en el camino hacia la reducción del déficit”. El
almuerzo organizado por la Fundación Libertad que los reunió hace diez días en
Puerto Madero había avanzado en su intercambio más atrapante al desglosar la
preocupación de los exmandatarios de centroderecha por enfrentar la inflación y
el rojo en las cuentas públicas sin alteraciones en las calles. Uribe incluso
detalló las dos conversaciones que mantuvo con el actual presidente, Gustavo
Petro, un izquierdista confeso y su más férreo enemigo político, en un intento
por acercarle su mirada. Macri mantuvo un silencio distante en todo este tramo.
No parecía estar en la misma sintonía.
Una semana después, desembarcó en Buenos Aires otro español de renombre,
Felipe González, con un encargo especial del Grupo de los Seis: evangelizar
sobre las virtudes del diálogo, en la inspiración de los 40 años de los Pactos
de la Moncloa. Antes de exponer, fueron a saludarlo a una sala vip en el Hotel
Alvear varios de los invitados a la charla. Había allí jueces de la Corte,
ministros, jefes gremiales, representantes de la oposición, empresarios y
economistas. En un momento se habían reunido 50 líderes en 60 metros cuadrados.
“Si todos los que están acá se encierran hasta ponerse de acuerdo, la Argentina
andaría mucho mejor”, se le escuchó decir por lo bajo al expresidente
socialista. Después en público le dijo a la dirigencia política que deben tener
una vocación auténtica de consenso si quieren evitar daños mayores para el
país; a los gremialistas les recordó que en la Moncloa sus pares habían
aceptado una suba salarial acotada para anclar la inflación; y a los
empresarios les advirtió que si solo priorizan su rentabilidad se van a quedar
sin mercados porque una mayor pobreza termina después afectando sus negocios.
Elementos básicos de un acuerdo general que todos los presentes disfrutaron
escuchar, pero que al mismo tiempo reconocen inviables para la Argentina de
hoy. “Lo que dice Felipe es sentido común, pero acá estamos muy divididos.
¿Quién convoca a ese diálogo? ¿Para hablar sobre qué”. El comentario de uno los
economistas allí presentes sintetiza una fuerte sensación de imposibilidad. En
definitiva, en 1977 España salía del franquismo, era un país en construcción y
había líderes dispuestos a hacer concesiones. Ninguna de esas premisas se
cumple hoy en el país.
Durante su estadía, González también se reunió con las principales figuras
políticas. Gerardo Morales lo impresionó favorablemente. Horacio Rodríguez
Larreta también, aunque lo notó más previsible. Allí el concepto del diálogo
encontró un eco natural. Con Macri fue distinto: lo notó más cómodo con la
polarización. Algo parecido ocurrió con Patricia Bullrich. La más reservada de
todas, como siempre, fue la reunión con Cristina Kirchner. La vicepresidenta
reflotó sus últimos mensajes públicos sobre una convocatoria a un acuerdo con
la oposición, aunque claro, lo plantea desde sus propios términos. Es decir,
abrir los brazos mientras los acusa de estar detrás del intento de magnicidio
que sufrió. Lógicamente Felipe González también cenó con Alberto Fernández, una
velada con sus respectivas parejas que discurrió entre generalidades. Fue casi
un diálogo entre expresidentes. Al mandatario argentino le gusta reflexionar
sobre las ingratitudes de la gestión con sentido revisionista, como pensando en
el día después. Lo hace al mismo tiempo que deja trascender que sigue dispuesto
a pelear por su reelección y que la economía exhibe mejores números que en 2015
para Scioli o que en 2019 para Macri.
Antes de partir de regreso, Felipe González reconoció que es complejo
lograr un consenso en el actual estado de fragmentación, pero recomendó avanzar
después de la elección presidencial y antes de la legislativa de 2025. Quienes
promovieron su visita piensan que debería ser algo más inminente porque temen
que la situación se desmadre antes. Solo bastaba mirar por la ventana el
piquete de la 9 de Julio haciendo colapsar el centro porteño, mientras los
economistas pronosticaban un repunte de la inflación, la Corte hacía su
pronunciamiento más político para jaquear el “ardid” de Cristina en el Senado,
y la vicepresidenta denunciaba con un argumento poco verosímil al macrismo por
el ataque que sufrió. El mensaje de la concordia felipista es una botella en el
mar. Como los consejos de Rajoy y Uribe para pensar un ordenamiento fiscal con
compensaciones sociales. El fragor del presente no permite asimilar esas
señales que vienen desde el mundo exterior.
El mensaje de Massa
El vértice donde se unen todas las tensiones es Sergio Massa, el hombre
que hoy sostiene lo que queda del Gobierno. Ese frágil equilibrio estuvo a
punto de resquebrajarse hace dos semanas e hizo temer por un momento el regreso
de las turbulencias de julio. El ministro sintió que estaba quedando muy
expuesto a las presiones internas de la coalición como el único responsable del
recorte del gasto público, y sin apoyo de los otros referentes de la coalición.
Le hizo llegar este mensaje a la vicepresidenta y operó para que su nombre
apareciera como candidato a la presidencia del BID.
Sobrevoló por unos días el fantasma de la debacle que significaría la
salida del ministro. “Percibió que no había indicios claros de respaldo y que
estaba empezando a quedar como de Martín Guzmán”, interpretaron en el Instituto
Patria. De allí salió la decisión de Cristina -reconocida por su insuficiencia
biológica para el elogiode destacar su gestión en la UOM. También la
reafirmación posterior de Máximo Kirchner. Massa reconoció el gesto y devolvió
gentilezas. La entrevista que brindó en TN tuvo el tono de quien piensa seguir
en su lugar. Se trató solo de un amague, pero alcanzó para generar temor.
Para el kirchnerismo Massa simboliza un dilema, porque no piensa como
ellos, pero es disuasivo y pragmático. Le reconocen una gran habilidad
política, con lo cual no lo pueden enfrentar. Pero sí lo buscan condicionar
porque tienen la convicción de que la situación social está al límite y que no
queda otro camino que distribuir más fondos desde el Estado. El primer round
quedó empatado: la enorme presión que Cristina expuso cuando habló del
crecimiento de la indigencia derivó en un bono de $45.000 para los sectores más
postergados. Sin embargo, su instrumentación fue tan engorrosa que el número de
los inscriptos fue muy inferior al previsto. En el Gobierno reconocen que “no
se hizo suficiente difusión y se incluyeron requisitos que eran muy difíciles
de cumplir”. El discurso quedó a salvo, pero el impacto real fue
intencionalmente acotado.
La segunda partida se dio con los acuerdos de precios, y también terminó
en tablas. Massa se resistía porque entiende que es una herramienta ineficaz,
pero como la insistencia kirchnerista era sostenida, se involucró en el tema
para hacerlo con su impronta. Buscó un entendimiento con los privados y les dio
un incentivo de acceso a dólares para importar. Según uno de los empresarios
que estuvo en la presentación, “60 días este esquema aguanta, después depende
del nivel de inflación que se consiga. Si para enero está en 5 y a la baja, se
puede cumplir; si está arriba de 6, es imposible”. Para el kirchnerismo es
crucial amesetar el índice de precios hacia el año próximo por una cuestión de
identidad política y de vinculación con su electorado. Según un informe del
Centro de Economía Política Argentina (CEPA), liderado por Hernán Letcher,
entre 1946 y 2021 hubo ocho elecciones que se realizaron en un contexto de
inflación superior al 50%. De ellas, solo en dos triunfaron los oficialismos,
pero con una salvedad: en 1985 había pasado del 31% en julio al 2% en
septiembre por el Plan Austral; y en 1991, cuando se registró una inflación de
171%, pero con el antecedente del año anterior de 2314%. Es decir, es condición
para ganar, tener una inflación controlada, o encaminarse a hacerlo.
Ahora se avecina la tercera disputa interna, que promete ser mucho más
dura: el debate por la suma fija para los trabajadores registrados. Después de
la sensación de insuficiencia que dejaron las medidas anteriores, el
kirchnerismo está dispuesto a militar esta causa, a pesar de que Massa no está
convencido porque sabe que si habilita un incremento para los privados, después
vendrá el reclamo de los estatales y de los municipales, además de dejar afuera
a los monotributistas. El tema generó una discusión interna en el oficialismo a
principios de esta semana. “Sergio lo va a tener que hacer porque si no ponés
algo más de plata antes de fin de año vas a tener un problema grave de pobreza
en los indicadores del segundo semestre”, reseñan en La Cámpora. Alberto
Fernández ya dijo que está en contra y que solo piensa en un bono por única
vez. “Alguien va a terminar claudicando, porque está claro que las posturas son
contrapuestas”, admiten en el Gobierno.
Juega acá otro factor importante: la relación entre el Presidente y
Massa no atraviesa un buen momento. Fernández piensa que Massa lo quiere
arrinconar en la irrelevancia al proponer una mesa política de conducción y
avalar la eliminación de las PASO. El ministro, en tanto, lo acusa de frenarle
todas las propuestas. Ahora compartirán el vuelo a Indonesia, porque, como
dicen en el entorno presidencial, “si querés ganarte un viaje, peleate con
Alberto, así te invita a sus giras”.
Cuando estén en el avión de regreso, Cristina se subirá a un tablado
especial en el Estadio Único de La Plata para demostrar centralidad y mística,
a falta de dinero. Reestrenará la estética de Unidad Ciudadana en 2017, con un
escenario que se interna en el público y que la exhibirá como única oradora.
Para algunos, alentará la expectativa de su postulación, como en la UOM. En
cualquier caso, ya decidió encargarse del rearmado político para 2023, después
de este fallido Frente de Todos. Construcción y reconstrucción de la misma
autoría; oficialismo y oposición en una misma persona. No quiere quedar
asociada con la actual gestión frente a su feligresía. El resto de la sociedad
ya no lo cree. En la tarea, puede tener un aliado: Massa. Seguro tendrá un
enemigo: Alberto Fernández. El Presidente está resuelto a no despejarle el
camino.
La película de Macri
En la vereda de enfrente, Juntos por el Cambio hizo algún esfuerzo para
evitar los papelones de las semanas anteriores, aunque el desayuno de Pro haya
sido pura gestualidad. Allí Larreta y Bullrich prometieron no violar las reglas
de competencia interna. Difícil que ocurra: la relación pasó de la rivalidad al
enfrentamiento personal. La novedad más importante es que Macri ya no se
preocupa tanto en recomponer, en parte porque ya no los puede controlar y otro
tanto porque no le interesa demasiado. Cada vez piensa más en su propio camino.
En las reuniones privadas expone con menos rubor lo que haría si volviera a la
Casa Rosada. Hay un dato en esa línea: hace meses un cineasta británico filma
una película sobre su vida. Así lo vieron grabando escenas en la sede del
gobierno porteño y en su casa. Pero lo que no estaba tan claro era el sentido
del proyecto. Si bien tiene un tono biográfico, el documental busca retratar
cómo un líder político toma la decisión de ser candidato, cómo pasa por los
distintos estadios de evaluación hasta que decanta en una definición. No se
sabe si el artista inglés apuesta a un final con anuncio presidencial o si
tiene una alternativa por si Macri desiste.
También en el radicalismo hay movimientos importantes porque Facundo
Manes ingresó en un período de profunda revisión de su proyecto presidencial.
Su embestida contra Macri lo dejó aislado dentro del partido y, según midieron
en su propio equipo, lo impactó en forma negativa. Contrató a Sergio Doval, de
la consultora Taquión, como nuevo asesor, para redefinir sus próximos pasos.
Manes solo está seguro de que no irá a la provincia de Buenos Aires, y de que
no quiere ser vicepresidente. Pero sabe que necesita repuntar en intención de
voto para el inicio del próximo año; en caso contrario, evaluará otros rumbos
que podrían mostrarlo escindido del radicalismo. La decisión de Manes es clave
porque es el único postulante que se resiste a pactar una fórmula como segundo
de Pro. Morales, Lousteau y Gustavo Valdés se sienten cómodos cerca de Larreta,
y Cornejo no deja de sacarse fotos con Patricia Bullrich.
La política
argentina adoptó una dinámica basada en la polarización, la fragmentación y la
elección. Sin esos activadores, no se mueve. Los mensajes de Rajoy y de Felipe
González esperarán en la botella hasta nuevos tiempos, otras orillas. LA NACIÓN |