Por Javier Blanco - La deuda del Banco Central (BCRA) no deja de crecer,
mientras, al mismo tiempo, la entidad que dirige Miguel Pesce no para de perder
reservas desde que se puso punto final al llamado “dólar soja”.
El pasivo de la entidad monetaria superó ayer los $9 billones. Así, se
multiplicó por 8,2 veces en la gestión de Alberto Fernández.
Por otra parte, el BCRA debió vender ayer US$145 millones, por lo que
perdió US$1090 millones desde el cierre del tipo de cambio diferencial que el
Gobierno ofreció a los sojeros.
Como suele hacer –habida cuenta de la montaña de pesos emitida en los
últimos años sin demanda genuina–, el Banco Central (BCRA) absorbió ayer otros
$131.032 millones, al colocar entre los bancos nuevas letras de liquidez
(Leliq) a 28 días por $758.965 millones cuando le vencían por $627.000
millones.
El dato pasaría inadvertido de no ser que, con esa colocación, su deuda
remunerada superó la barrera de los $9 billones por primera vez, marcando un
nuevo récord nominal.
Lo hizo pese a que, a diferencia de lo que sucedía entre 2020 y 2021, el
freno en la asistencia monetaria directa al fisco hizo que esas operaciones
dejen de alimentarla.
Es un pasivo que, por su dimensión, tomó vida propia. Rondaba los $4,4
billones hace un año, antes de que la sostenida suba de tasas de los últimos
meses hiciera que la propia emisión de pesos a la que obliga solo para mantener
regularizado su pago de intereses mensuales (una factura que escaló hasta los
$438.900 millones sólo en octubre) hiciera que se replique una base monetaria
–es decir, la suma de los billetes en poder del público, más los depósitos de
pesos de los bancos en cuentas del BCRA, oferta que ronda los $4,2 billones– en
menos de seis meses.
“Hoy ya la absorción de un $1 requiere dos veces los pasivos remunerados
que demandaba en 2019. Y el exceso de pesos sobre reservas netas, que era cero
hasta 2012, ya ronda los US$50.000 millones. Por eso, la utilidad de los
instrumentos de absorción está agotada”, explicó días atrás el economista y
exfuncionario del BCRA Gustavo Cañonero, en un evento organizado por FIEL.
Una amenaza latente
La “bola de Leliq” representa entre 9,4 y 10,2 puntos en relación con el
tamaño de la economía, según la cifra de PBI que se utilice. Es un ratio que
está cerca del récord de entre 10,5% y 11% que alcanzara la “bola de Lebac” en
abril de 2018, antes de que con ese alimento estallara la corrida que signó la
suerte de la gestión Macri.
Es una deuda que el presidente Alberto Fernández multiplicó por 8,2
veces, aunque la calificaba en su campaña de “usuraria”.
De hecho, su costo tomó mayor popularidad cuando prometió que el dinero
que se usaba para pagarla se destinaría a “mejorar las jubilaciones y
pensiones”, remuneraciones que –en cambio– se desplomaron en 12 puntos
porcentuales en promedio. Lo concreto es que el 89% del stock es responsabilidad
de su mandato. Y solo menos de la mitad del crecimiento en $8 billones que
registró se originó durante las restricciones dispuestas a la actividad por la
pandemia (unos $3,7 billones).
Todo lo demás fue por abuso de la “maquinita”; emisión para pagar sus
intereses (tasa del 75% nominal o efectiva del 107,1% anual); para rescatar
bonos (operaciones en que volvió a incurrir en octubre el BCRA, por unos
$175.000 millones), o para comprar reservas (en menor medida).
El principal motor actual es la emisión para pagar los intereses tanto
de los pases pasivos como de las Leliq, que alcanzaron ya los $2,3 billones en
lo que va del año (2,8% del PBI). Es un monto de dinero que “ahora respalda el
ahorro de las empresas y familias argentinas”, como elige mirarlo el presidente
del BCRA, Miguel Pesce, quien justifica esa remuneración que se paga para
“compensar el deterioro que sufre la moneda en el proceso inflacionario”, según
su carta pública de fin de agosto.
Pero el pago anualizado de estos intereses ya equivaldría a la emisión
de más de $6,6 billones, monto que triplica el déficit fiscal primario del
Tesoro. Y, cada vez que eso sucedió, la historia local muestra que luego
aparecieron renegociaciones compulsivas. “Esta bomba ya explotó en 1989 y en
2018”, recordó días atrás el economista Ramiro Castiñeira.
Suba sin frenos
Lo que inquieta a los analistas privados es que esta deuda nunca paró de
aumentar, entre otras cosas, porque jamás se recompuso la demanda de dinero,
más allá del impulso preventivo que mostró al inicio del confinamiento por la
pandemia de coronavirus de 2020.
Desde Invecq, admiten que el nivel de esta deuda en relación con el PBI
es preocupante aunque no explosivo, básicamente por tener una composición muy
distinta de la a que alimentó la corrida de 2018. “Es deuda en pesos y en manos
de bancos locales, a diferencia de un mix en moneda local y extranjera en manos
no solo de tenedores locales, sino también extranjeros y personas físicas”,
recuerdan.
Y porque su peso relativo al producto se había mantenido, ya que “el
crecimiento de la actividad corría a igual nominalidad”. Aun así aseguran que
es una amenaza para la economía, porque ya supone más de un 210% de la base
monetaria (BM). “Es decir, ya hay más de dos BM dentro del BCRA devengando una masa
de intereses cada vez mayor”. • |