Por Fernando Gutiérrez - Sergio Massa lo hizo de nuevo: con el
dólar para el turista que llega al país dio otro paso en
su plan de "devaluación por goteo", que ha logrado reforzar las
reservas del Banco Central sin que la presión política del
kirchnerismo haya subido al grado de ponerle un freno.
El turismo, después de todo, equivale a la exportación de
servicios: es un rubro que no queda registrado en la balanza comercial, pero lo
cierto es que cuando un visitante se va del país después de algunas semanas de
estadía "se lleva puesto" todos los bifes de chorizo que comió en la
calle Corrientes, más la estadía hotelera y las entradas de teatro. Hasta antes
de la pandemia, los visitantes dejaban cada año más de u$s2.000 millones
en el sistema financiero. Lo cual ayudaba a compensar parcialmente los
dólares que se iban por el turismo emisivo, que en una situación normal podía
cuadruplicar esa cifra.
Si no estuviera
vigente el cepo, las arcas del Banco Central ya habrían recibido este año unos
u$s1.800 millones por parte de los visitantes extranjeros. Sin embargo, los
datos oficiales muestran que el ingreso acumulado de nueve meses fue
de apenas u$s325 millones. Basta con saber que en octubre, después
de la tregua del dólar soja, el BCRA tuvo que vender u$s489 millones y que en
los pocos días transcurridos de noviembre ya sacrificó más de u$s200 millones
para entender la urgencia de Massa por no regalar más divisas.
Para colmo, la perspectiva del verano es mala: después de dos años
consecutivos de haber recibido un aporte extra inesperado del campo, este año
todo luce en contra, en el contexto de una sequía que afecta la campaña
agrícola y con un mercado internacional ya no tan favorable. Entre los bancos y
consultoras económicas, abundan los pronósticos que hablan de una corrección
devaluatoria inevitable, y mientras algunos creen que Massa podría atravesar de
"sequía financiera" hasta que empiece la próxima liquidación sojera,
otros pronostican que ya en febrero habría turbulencias.
Ese es el contexto en el que Massa
viene haciendo su devaluación selectiva, por sectores. Los
hitos de esa política han sido el "dólar soja" -que permitió la
liquidación de más de u$s8.000 millones en un mes-, el dólar Quatar, el dólar
Coldplay y, sobre todo, la reciente disposición para que los importadores
puedan comprar sin trabas si utilizan sus propios billetes verdes desde una
cuenta bancaria.
En todos los casos, el intento es generar el efecto de haber
devaluado, pero sin devaluar formalmente.
O, para ponerlo en palabras de Gabriel Rubinstein -que
justificó esta estrategia al comparecer en el Senado para explicar la ley
prespuestaria-: "Estamos avanzando en mejorar y en buscar todas las
políticas que en algún momento le permitan a este Gobierno o al otro poder dar
el salto hacia la unificación cambiaria".
Rubinstein ya adelantó que esa meta de levantar el cepo es imposible de
realizarse sin que se genere una fuerte turbulencia económica y que, por lo
tanto, demandará un camino progresivo de tres años.
Otra semi-devaluación
En ese plan de desarme progresivo del cepo, en
definitiva la sumatoria de mini devaluaciones, el del dólar turista es uno de
los ejemplos más claros.
El comunicado del BCRA explicando el nuevo marco regulatorio deja en
claro que no solamente se reconocerá el valor del dólar MEP para los
turistas que paguen con tarjeta. Además, quienes cobren servicios en dólares ya no tendrán la
obligación de liquidar esas divisas al tipo de cambio oficial.
El régimen incluye a "los cobros por cualquier tipo de servicio
turístico en el país contratados por no residentes, incluyendo aquellos
contratados por a través de agencias de viajes y turismo del país". Y
también establece que está comprendidos en el nuevo sistema los cobros por
transporte de turistas.
Quienes vendan estos servicios deberán emitir dos boletos "sin
movimientos de pesos", uno de compra por el concepto del servicio y el
otro de venta bajo el concepto "débito/crédito de moneda extranjera en
cuentas locales por transferencias con el exterior".
Traducido, esto
significa que se puede vender en blanco un servicio a los turistas extranjeros,
cotizar en dólares y ya no existe la obligación de entregarle esas divisas al
Banco Central. El prestador del servicio puede atesorar los dólares o venderlos
legalmente en el paralelo, embolsando los $293 en vez de los $158 que le habrían
correspondido con el "viejo" cepo cambiario.
Los economistas no tienen dudas sobre cómo interpretar esta situación:
"Nació un nuevo tipo de cambio nominal", escribió Gabriel
Caamaño, economista jefe del Estudio Ledesma.
Mientras tanto, se
siguen sumando dólares sectoriales, y con este ya la cifra está en 16
modalidades diferentes.
Desde el punto de vista del Gobierno, es una forma de moderar un
problema que los economistas vienen advirtiendo desde hace tiempo: como
afirmó Diana Mondino, "ya estamos sufriendo todos los efectos
negativos de haber devaluado pero no tenemos los positivos, que es potenciar
las exportaciones".
Claro que la "alternativa Massa" de la devaluación indirecta
también genera advertencias por los peligros potenciales, sobre todo tras el
nuevo permiso para que los importadores utilicen sus propias tenencias en
dólares.
Para empezar, muchos temen el impacto inflacionario. Por
caso, Luciano Laspina, uno de los economistas referentes del PRO, afirmó:
"La economía fijará sus precios con el dólar a $300, el dólar libre, salvo
los salarios, jubilaciones y algunos alimentos". Y calificó esa situación
como "un naufragio en cámara lenta".
En la misma línea, el consultor financiero Christian
Buteler criticó: "Liberar importaciones con dólares propios es la
peor forma de desdoblar. Tendrás todo el impacto de un dólar pasando de $160 a
$300 sin el ingreso de dólares que te produciría un dólar financiero
libre".
¿Sacándole techo al dólar blue?
Volviendo al dólar turista, hay otros temas en debate. Primero, si
resultará efectivo, ya que no son pocos los que se muestran escépticos con las
aspiraciones de Massa de poder captura más de u$s2.000 millones de los
visitantes para reforzar las reservas.
Hay quienes
creen que llevará tiempo la adaptación, porque los turistas extranjeros ya
conocen las peculiaridades cambiarias del país y llegan preparados para
realizar sus gastos en efectivo -como ha quedado en
evidencia con los casos de visitantes que suben fotos a las redes mostrando los
grandes fajos de $.1.000 que deben desplegar para pagar un almuerzo-.
Hay, además, dudas sobre la capacidad del Gobierno para resolver el tema
sin complicaciones burocráticas. Y son dudas basadas en el fracaso de los anteriores
intentos que había impulsado Miguel Pesce, en particular la de la cuenta
bancaria bimonetaria. Pocas veces en la historia -tal vez haya que remontarse
a los Cedin de Guillermo Moreno- hubo tal contraste entre el objetivo
buscado y el resultado final: nadie abrió una cuenta y no ingresó ni un dólar
de los u$s1.000 millones que los funcionarios habían calculado.
Pero, en todo caso, hay otra pregunta más relevante: ¿hasta qué
punto le conviene al Gobierno que el nuevo dólar turista sea un
éxito? Porque la situación objetiva es que cada dólar que se le deje de
entregar a los "arbolitos" y termine en las arcas del BCRA, será un
dólar menos en la oferta del mercado paralelo.
Dicho de otra forma, hoy el
turismo extranjero cumple la función de ponerle un techo al dólar blue, un mercado pequeño en volumen y, por lo
tanto, con potencial de alta volatilidad. Si súbitamente desaparecen esos
aproximadamente u$s5 millones diarios que los turistas dejan en el mercado
blue, el resultado sería el de una retracción en la oferta que podría potenciar
un salto en la cotización.
Para colmo, los economistas advierten que el paralelo está atrasado y
que su actual calma -una cotización de $286, tras el pico de $350 de julio- no
es sostenible en el tiempo. No solamente se encuentra debajo de la cotización
del MEP sino también del que, en teoría, debería ser su piso: el nuevo dólar
Quatar, que cotiza a $330.
Los analistas que calculan el tipo de cambio "de
convertibilidad" -al comparar las reservas con los pasivos del Banco
Central- también concluyen que el "blue de equilibrio" podría aproximarse
a $330. Es decir, implicaría un salto de 15% respecto del precio actual.
En otras
palabras, el riesgo implícito del nuevo dólar para el turismo es su potencial
de agrandar la brecha entre el tipo de
cambio oficial y el dólar blue, una de las distorsiones que mayores
complicaciones traen a la economía.
Naturalmente, no es que Massa; Rubinstein y Pesce ignoren esta
situación, pero es evidente que han hecho una elección: prefieren darle
prioridad al objetivo de reforzar las reservas por todos los medios. Es
una urgencia para atravesar los difíciles meses veraniegos y, además, para no
apartarse de las metas comprometidas con el Fondo Monetario
Internacional. Pero, en el mediano plazo, creen que es también una forma
de bajar la brecha.
Al decir de Rubinstein, la forma de poder ir desarmando el cepo y que
los muchos dólares sectoriales confluyan en un solo tipo de cambio, requiere
una condición: "superávit fiscal y reservas en el Banco Central".
El primero de esos requisitos no se va a cumplir en este período de
gobierno. Pero el segundo es un objetivo al que el Gobierno no se resigna,
porque lo considera el seguro contra la estampida inflacionaria. Es por eso
que, contra la lluvia de críticas, se sigue profundizando la devaluación por
goteo. |