Por Natalia Volosin - La Corte Suprema puso las cosas en su
lugar y, antes de que se vencieran los mandatos de los actuales
integrantes del Consejo de la Magistratura, sacó al senador Martín
Doñate (Frente de Todos) de la silla que, por una ingeniosa trampa,
ocupaba desde abril, y se la entregó a su justo inquilino, el senador Luis
Juez (PRO). En el medio, además, dejó una pista que podría vincularse con
los casos de corrupción que desvelan a la vice.
El conflicto se inició con el famoso fallo por el que el
tribunal, en diciembre de 2021, declaró inconstitucional la
integración del organismo definida en una reforma que Cristina Fernández había
promovido en 2006. El cuestionamiento fue que, al reducir la integración de 20
a 13 y fijar el quórum en 7, se había habilitado al denominado “estamento
político” a decidir cuestiones de administración y disciplina sin siquiera
convocar a los demás. Y, mientras se eliminó a la segunda minoría, el
oficialismo retuvo todas sus fichas.
La Justicia se tomó 15 años, pero un buen día dijo hasta aquí llegó
mi amor. La Corte le dio seis meses al Congreso para dictar una nueva ley o
para readecuar su integración, quórum y mayorías a la de 1997. No hubo nueva
ley y, finalmente, el Consejo volvió a su composición original de 20 miembros,
a tener como cabeza al presidente del propio Tribunal Supremo y, también, a la
importantísima participación de las minorías.
Como sabemos, esto enfureció al oficialismo, que salió con los
tapones de punta y que, desde entonces, oscila entre pedir la renuncia de
los cuatro supremos o fogonear insólitos proyectos de ampliación
para, previa negociación de designaciones con la siempre golosa UCR, licuar a
los cortesanos. La batalla actual, que es solo una de muchas en esta guerra
nuclear por el manejo del Poder Judicial y que a la vicepresidenta, por las
razones que tú ya sabes, le interesa más que a mí ver a Messi levantando la
copa, se vincula con el temita de las minorías.
¿Qué pasó? Bueno, al principio, Cristina Fernández dijo —vía Oscar
Parrilli— que el fallo de la Corte era un golpe institucional y que no lo iban
a respetar. ¿En castellano? Que, aunque la segunda minoría en el Senado (PRO)
propusiera a su representante (Luis Juez), la vice no firmaría la designación.
Incluso intentaron violarlo con una decisión extravagante de un juez federal de
Paraná de nombre Daniel Alonso, quien se autopercibió más alto que la
Corte y le prohibió al Senado y a Diputados hacer las designaciones de los
nuevos representantes.
En diputados la cuestión se resolvió, pues su entonces
presidente, Sergio Massa, finalmente le puso el gancho a Roxana Reyes,
propuesta por la UCR como delegada de la segunda minoría. Pero en el Senado la
vice siguió con la lapicera bajo llave, ahora amparada por un juez federal. La
Corte, por supuesto, dijo tú no has ganado nada, anuló lo decidido por Alonso
en Paraná, mandó todo al propio Consejo para que investigara su posible mal
desempeño y aclaró que se le debía tomar juramento a los nuevos integrantes que
ya estaban en condiciones de asumir.
Esto fue un lunes. Era el primer día hábil después del fin de
semana largo de Pascuas. ¿Por qué tanto apuro? Porque ya estaba vencido el
plazo de seis meses que había dado el tribunal para dictar una nueva ley o
designar conforme a la original de 1997 y, si no se avanzaba con la
nueva integración, todo lo que hiciera el Consejo a partir de entonces sería
nulo.
Listo, game over, dijimos. A Cristina no le va a quedar otra que
darle la silla a Luis Juez. Pero no. El martes, ya casi madrugada del
miércoles, mientras el PRO le seguía pidiendo que firmara la designación de su
representante, la vice mandó a partir milimétricamente en dos el bloque
mayoritario del oficialismo, creando una ficticia segunda minoría denominada
“Unidad Ciudadana”, comandada por Juliana Di Tullio. Este bloque propuso como
representante ante el Consejo a Martín Doñate, a quien la vice sí le puso el
sellito formal y que, desde entonces (abril) viene actuando como consejero.
Gol con la mano. Trampa. No al PRO, a la democracia. ¿Por
qué? Porque el momento legalmente relevante para identificar a la segunda
minoría no era aquel martes a la noche, sino cuando la Corte resucitó la ley
original (diciembre de 2021) o, a lo sumo, el 15 de abril, cuando se cumplió el
famoso plazo de seis meses.
En principio, las mayorías y minorías deberían identificarse al momento
de la designación para reflejar los cambios que puedan producirse por la
fluidez propia de la política. Esto es lo que hizo Cambiemos en 2015 para
designar al diputado Pablo Tonelli (PRO) en lugar de Anabel
Fernández Sagasti (Frente para la Victoria). Juntó porotos de otros
bloques e interbloques y se convirtió en la mayoría. El Frente para la Victoria
hizo lo mismo en 2018. Sumó voluntades del peronismo federal para designar a
Vanesa Siley y Graciela Camaño.
Pero el caso de Luis Juez y Martín Doñate es distinto, porque no se
trató de una minoría que convenció a otros para convertirse en una mayoría
circunstancial, sino de una mayoría que simuló una división para quedarse con
la silla de la minoría. El oficialismo se aprovechó de un poder meramente
formal (el de la presidenta del Senado de firmar designaciones) para incumplir
una sentencia definitiva de la Corte Suprema, generar con ello una demora y, en
ese ínterin deliberadamente producido por el incumplimiento del fallo, ignorar
dos pedidos expresos de la segunda minoría para que se designe a Luis Juez,
partir el bloque mayoritario y meter a Doñate por la ventana.
Es más, en aquel momento la propia senadora Di Tullio reconoció la
trampa con total naturalidad. “Claro que sí, te lo voy a admitir”, le dijo al
periodista Gabriel Sued. “A mí me enseñó a ser tramposa Tonelli. La
oposición me enseñó a hacer trampa. A llorar al campito”. La oposición fue a
llorarle al Poder Judicial, perdió en primera instancia y en Cámara, y acaba de
ganar en la Corte con los votos de Horacio Rosatti, Juan Carlos Maqueda y
Carlos Rosenkrantz. El cuarto cortesano, Ricardo Lorenzetti, no los acompañó
porque desde el vamos no había estado de acuerdo con resucitar la vieja ley de
1997.
¿Qué dice el fallo? Que estamos ante un caso de innegable gravedad
institucional y que no se trata de inmiscuirse en un acto relacionado con la
dinámica propia de la organización interna del Congreso (lo que estaría
prohibido), sino de revisar el procedimiento que aplicó el Senado para integrar
un órgano diseñado por la reforma de 1994 para fortalecer la independencia del
Poder Judicial. “Se encuentra en juego el correcto funcionamiento de las
instituciones de la República”, dijo la Corte.
Ya sobre el fondo de la batalla, el tribunal señaló lo obvio: el momento
para identificar a la segunda minoría era el de la notificación de la sentencia
(diciembre de 2021). Y, en ese momento, ese lugar le correspondía al PRO. La
modificación que se hizo una vez conocido aquel fallo alteró la representación
plural en el Consejo y, en palabras de los jueces, “se
consumó después de que la Presidencia del Senado desoyera por
completo los pedidos efectuados por el bloque ‘Frente PRO’ para que se
designara a sus representantes”.
Fue, dijo la Corte, una “maniobra”, pues “la división referida no
obedece a fines genuinos sino al objetivo de una fuerza política de ocupar en
el Consejo un lugar que no le corresponde”. Y, nombrándola sin nombrarla,
apuntó a Cristina Fernández: “El accionar de la Presidencia del Senado
constituye un apartamiento de las reglas que esta Corte estableció en su
sentencia del 16 de diciembre para la conformación de un órgano
constitucional”. En consecuencia, anuló la designación de Doñate,
aunque dejó a salvo la validez de los actos en los que participó.
Pero, en el medio de todo esto, el Máximo Tribunal dejó un mensaje que
podría anticipar el futuro de lo que más preocupa a la vicepresidenta, su
“Messi levantando la copa en Qatar”. En el considerando 12, después de
describir lo que hizo la vicepresidencia del Senado como “manipulativo”, la
Corte dijo textualmente: “No puede dejar de mencionar este Tribunal que la
realización de acciones que, con apariencia de legalidad, procuran la
instrumentación de un artificio o artimaña para simular un hecho falso o disimular
uno verdadero con ánimo de obtener un rédito o beneficio ilegítimo, recibe
un enfático reproche en múltiples normas del ordenamiento jurídico
argentino. Tal reproche se acentúa cuando el ardid o la manipulación procura
lesionar la exigencia de representación política (en este caso, con relación
a las minorías), aspecto de suma trascendencia para la forma de gobierno
representativa adoptada por el texto constitucional argentino y, en definitiva,
su ideario democrático (artículo 36 de la Constitución Nacional)”.
La vice debería preocuparse, y no porque Doñate haya perdido su
silla en el Consejo, sino porque este párrafo de la Corte es casi una
transcripción textual de los elementos del tipo penal de defraudación (ardid, simulación,
apariencia, ánimo de obtener un beneficio, etc.), que es una de las acusaciones
que pesan sobre Cristina Fernández en la causa de la obra
pública (fraude en perjuicio de la administración pública).
Pero, además, la Corte vincula estos elementos con la protección del
ideario democrático contenida en el artículo 36 de la Constitución
Nacional. ¿Qué dice esa norma? Que los actos de fuerza contra el
orden institucional y el sistema democrático son insanablemente nulos, que sus
autores son pasibles de ser sancionados por traición a la patria y que las
acciones contra ellos son imprescriptibles. Pero también dice que atenta contra
el sistema democrático quien incurre en grave delito doloso contra el Estado
que conlleve enriquecimiento. ¿Sabés quién citó esa partecita del artículo 36
de la Constitución? El fiscal Diego Luciani en su alegato de cierre en el
juicio de la obra pública. |