Por Fernando Gutiérrez - Sergio Massa pondrá en práctica su jugada
más arriesgada: resolver el problema de la "frazada corta" que surge
de tener que elegir si priorizar las
importaciones para la industria o las reservas del Banco Central. Y lo hará de la única forma
posible; es decir, con una devaluación. Pero será una devaluación a su
estilo.
La liberación de importaciones para los empresarios que aporten sus
propias divisas es una medida que mantiene una línea ya esbozada con el
"dólar soja", con el nuevo régimen importador, con el
"dólar Qatar" y el dólar "Coldplay".
En todos los casos, el intento es generar el efecto de haber
devaluado, pero sin devaluar formalmente. En algunas ocasiones le ha dado
resultado, mientras que en otras la aguja no se ha movido demasiado.
La restricción
en las importaciones ha dado resultado hasta ahora, como muestran las cifras:
en las primeras dos semanas de octubre, el Banco Central tuvo que desprenderse
de reservas a un promedio diario de u$s40 millones, pero a partir de que el
sistema de licencias para importar fue sustituido por el nuevo SIRA, esa
cifra bajó a apenas u$s7 millones.
Aun así, el recorte no resulta suficiente para un Banco Central que
tiene el duro desafío de atravesar un verano con poco ingreso de dólares. Esto
implica el cumplimiento de un objetivo central: cuidar las reservas. Pero, como
en toda medida intervencionista, hay un efecto colateral: la industria corre
riesgo de un parate súbito por falta de dólares para importar.
Es un tema
sobre el que vienen advirtiendo todos los economistas. "Es esperable
que los controles comiencen a tener una mayor incidencia negativa sobre la
actividad económica vía una menor disponibilidad de
insumos y bienes finales, generando asimismo mayor presión sobre los precios y
la brecha cambiaria", argumenta un informe de Ecolatina.
En tanto, la fundación FIEL, al constatar la debilidad creciente de la
producción industrial, alertó sobre el riesgo de una recesión, y recalculó
a la baja la actividad económica para el año que viene, por debajo de 2%
del PBI.
Pero, aun con el freno importador, quedó en evidencia que tampoco
alcanza con esa medida para normalizar la caja de dólares: los retrasos en los
pagos de importaciones se empiezan a acumular. El indicador de este problema es
una nueva "brecha": la existente entre las importaciones devengadas y
las pagadas.
Según una estimación del consultor Salvador Di Stefano, en los
últimos 12 meses, se devengaron importaciones por u$s81.538 millones, pero lo
efectivamente pagado es u$s70.036 millones.
"El Banco
Central les permitió a los importadores ingresar mercadería pagando a 180 días,
en los próximos meses vencen los pagos y el BCRA debería una suma cercana a los
u$s10.000 millones", indica Di Stefano, que está convencido de que no
hay divisas disponibles para cumplir con esas obligaciones.
"Lo que está claro es que se vienen restricciones muy severas
para las importaciones. Si no hay dólares, no se podrá importar", afirma.
Dólar Massa: escepticismo en el mercado
Desde el punto de vista de los economistas, no hay dudas sobre cuál
sería la mejor medida en una situación de este tipo: una corrección
devaluatoria, que cuanto antes se haga, menos dolorosa será porque evitará una
mayor acumulación de atraso cambiario.
"No parece
que haya razones para posponer un aumento del tipo de cambio más que la
restricción política interna del oficialismo. Sobre este punto es donde no
encuentra el aval el ministro de economía y esto obligará a convivir con la
demanda de cobertura por el miedo a la corrección cambiaria y la necesidad
política de evitar esa corrección", observa el último reporte de la consultora
LCG.
Y pronostica que, ante ese tabú político, el próximo semestre estará
dominado por una inflación alta, conviviendo con un esquema de múltiples tipos
de cambio y una economía estancada.
Ese tono escéptico empieza a predominar en el mercado. Por caso, un
artículo de Marina Dal Poggetto -una de las profesionales que en su
momento recibieron el convite para ocupar el rol de viceministro de Massa- es
particularmente duro respecto de la política que se está llevando a cabo.
La directora de la consultora Eco Go califica la estrategia de
Massa como "devaluar en cuotas para distintos sectores y patear la pelota para la próxima
administración". Un plan al que adjudica escasas chances de éxito,
por un mix entre las inconsistencias propias del plan y el contexto internacional desfavorable, que juega en contra
del precio de los commodities, a lo cual debe sumarse el efecto negativo de la
sequía.
Lo cierto es que hoy nadie se
toma en serio las proyecciones de comercio exterior que Massa había incluido en
el proyecto de presupuesto, que preveía que este año terminaría con un
superávit comercial de u$s7.751, mientras que el 2023 ese saldo se agrandaría a
los u$s12.300 millones.
En realidad, se trata de metas poco ambiciosas, si se considera que el
2021 había dejado un saldo positivo de u$s14.750 millones. Pero se da una
combinación letal: retraso cambiario, flojas perspectivas para las
exportaciones argentinas y, para colmo, las dudas sobre si efectivamente estará
en funcionamiento el gasoducto Kirchner a tiempo como para evitar otro año de
altas importaciones de gas.
En consecuencia, los economistas que participan en la encuesta REM
del Banco Central apenas esperan unos u$s4.400 de superávit este año y
u$s7.000 millones para el próximo.
En contraste,
sigue empeorando la otra parte de la balanza de dólares: la de servicios, que
ya acumula un déficit de u$s8.193 millones en nueve
meses, lo que implica una impactante suba de 243% respecto del año pasado.
Lo peor es que ninguna de las medidas que se están adoptando para tapar
esa "fuga" parece dar resultado: ni el mayor costo del dólar
turista -que ya cotiza a u$s327- ni la nueva tasa aeroportuaria votada en
el presupuesto.
La demanda minorista continúa alta, y los analistas creen que esa tónica
se mantendrá en el verano: "No
esperamos que las nuevas restricciones impuestas a las distintas cotizaciones
de dólares tengan un impacto de fondo como para revertir la situación observada
en la cuenta de servicios", señala un reporte de LCG.
Una devaluación de doble filo
Lo cierto es que el único desdoblamiento cambiario que sí tuvo un
impacto fuerte fue el de la soja. Los economistas calculan que sin el ingreso
extraordinario que se registró en septiembre, ahora las cuentas estarían
arrojando un déficit de la cuenta corriente, en vez del superávit de u$s4.425
(un 0,7% del PBI).
El dólar soja
le permitió al Gobierno un alivio en el plano de las reservas -y poder cumplir
con la meta comprometida con el FMI- gracias al ingreso de más de u$s8.000
millones. Pero el tipo de cambio preferencial de
$200 por dólar tuvo como lado B un costo fiscal, porque significó que el Tesoro
debiera asumir la diferencia de comprar divisas a $200 y venderlas al tipo de
cambio oficial de $147.
Hablando en plata, hubo un costo de alrededor de $400.000 millones. Y
las críticas, tanto internas como externas, hacen dudar sobre si el mismo
esquema será replicable.
Es en ese marco que cobra fuerza la idea de "liberar" las
importaciones para todo aquel que traiga las divisas. El
impulsor de esta idea es Gabriel Rubinstein, el
viceministro, quien desde mucho tiempo antes de asumir en su cargo venía
criticando el hecho de que se sacrificaran reservas en la compra bienes
suntuarios.
El viceministro ha declarado que su meta es llegar progresivamente a un
tipo de cambio único, pero que eso no es posible en la Argentina de hoy, y que
se requerirá un camino gradual de tres años.
Entretanto, Rubinstein trata de aplicar devaluaciones selectivas. Y el
complemento para esta medida es el blanqueo de capitales votado en el
presupuesto. En definitiva, la meta es clara: en un país donde los ahorros
privados ascienden a u$s400.000 millones, el Gobierno quiere forzar a los
privados a que usen sus propios dólares.
De esa forma se resolvería el problema de la "frazada corta",
porque se permitiría importar sin que el Banco Central sufriera en su
posición de reservas. El problema, claro, es que también esta medida implica
consecuencias.
Para empezar, muchos temen el impacto inflacionario. Por
caso, Luciano Laspina, uno de los economistas
referentes del PRO, afirmó: "La economía fijará sus precios con el
dólar a $300, el dólar libre, salvo los salarios, jubilaciones y algunos
alimentos". Y calificó esa situación como "un naufragio en
cámara lenta".
En la misma
línea, el consultor financiero Christian
Buteler criticó: "Liberar importaciones con dólares propios es la peor forma de desdoblar. Tendrás todo el
impacto de un dólar pasando de $160 a $300 sin el ingreso de dólares que te
produciría un dólar financiero libre".
La "cintura" de un Massa con
discurso K
En todo caso, la aplicación del nuevo régimen importador supone una
nueva confirmación sobre la picardía política de Sergio Massa: de la misma
forma que logró que el kirchnerismo en su momento aceptara a regañadientes que
los productores sojeros cobraran un dólar diferencial, ahora también lograría
hacer pasar una medida que a otros ministros les habría resultado imposible.
Después de todo, el propio Martín Guzmán
había insinuado la posibilidad de un desdoblamiento, que fue vetada por
Cristina. Pero Massa encontró una fórmula política para: toma las medidas
desagradables pero las justifica con los mismos argumentos que usa Cristina
Kirchner.
La líder
kirchnerista viene quejándose desde hace tiempo sobre que hay "un deporte
nacional consistente en quedarse con las reservas del Banco Central". Fue
en esas recordadas intervenciones que se quejó por la displicencia con la que
el Gobierno dejaba que las grandes empresas usaran reservas para cancelar
sus deudas corporativas. Y también se quejó profusamente sobre el
"festival de importaciones".
Esa situación había tensado la relación con Guzmán, quien reveló que en
2020 propuso que las empresas no tuvieran acceso a las reservas para pagar las
deudas sino que los debieran ir a buscar al mercado paralelo, pero que el
propio kirchnerismo se negó.
En esta
ocasión, Massa está apelando a su "cintura" política para hacer lo
innombrable: una semi-devaluación. Pero la justificación será la necesidad
de cuidar las reservas para darles el uso prioritario de reforzar la industria nacional. De
momento, parece darle resultado: ya hay referentes kirchneristas que elogiaron
el sistema de importación con "dólares privados".
Como siempre, el mercado tendrá la última palabra: todos
los ojos están puestos sobre la reacción del dólar paralelo y sobre
el grado de "contagio" que se pueda producir sobre los precios.
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