Sábado 29 - Por Néstor O. Scibona - Falta un año para las
elecciones presidenciales y la inflación de tres dígitos hace que el trayecto
hasta entonces parezca tan tortuoso como interminable. Como el que,
individualmente, debe recorrer la mayoría de argentinos con ingresos medios
hacia abajo para tratar de llegar al fin de cada mes.
La inflación a la altura de 100% anual hace trizas el relato K. Solo los
más fanáticos pueden creer que el Gobierno es víctima y no victimario de este
drama. O en supuestas conspiraciones de “formadores” de precios, cuando el
propio Estado los ha deformado con leyes y decretos de emergencia para subir
impuestos; emisión descomunal de pesos; congelamientos por tiempo indefinido;
subsidios a granel; cepos, restricciones al pago de importaciones y múltiples
tipos de cambio.
De ahí que también se ubiquen en torno de 100% la brecha con el atrasado
dólar oficial y los ajustes salariales –fraccionados– en las paritarias de los
gremios más poderosos. todo con Cristina Kirchner en el rol de oposición al
Gobierno armado por ella misma, que distorsiona cualquier señal económica salvo
evitar una explosión en 2023 por escasez de reservas del BCRA en un contexto
internacional poco favorable.
Ahora la táctica del kirchnerismo se basa en escandalizarse públicamente
por los efectos de los problemas que provocó. Es como echarle leña a la
inflación y quejarse por la propagación del fuego.
Una muestra es el tuit de CFK que rechaza el ajuste en las cuotas de la
medicina prepaga para diciembre (13,8%). No dice que surge de la fórmula fijada
por el Gobierno para recuperar el atraso provocado por el cuasi congelamiento
durante la cuarentena de 2020 y atender el reclamo salarial (superior a 100%
anual) del gremio de Sanidad, aliado a Alberto Fernández, que no alcanza a los
médicos. Tampoco cuestionó el artículo agregado al presupuesto 2023 por el
diputado oficialista Sergio Palazzo (titular del gremio bancario), para aplicar
un recargo extra de 15% y destinarlo a las obras sociales sindicales, que debió
suprimir el propio ministro de Economía. En cambio, habrá un aumento en los
aportes para obra social de los monotributistas, excepto en las tres categorías
más bajas.
Además de desentenderse de las causas de la altísima inflación, el
kirchnerismo busca aparecer ejerciendo presión sobre Sergio Massa para que
reduzca daños, aunque no le alcancen los matafuegos.
El ministro ya se había curado en salud cuando reservó fondos extra
provenientes de las retenciones por el “dólar soja” para pagar el refuerzo de
$45.000 en dos cuotas a personas indigentes. Pero ahora debe encontrarle la
vuelta al bono de fin de año para trabajadores del sector privado, cuyo anuncio
semioficial sin mayores precisiones puede crear nuevas expectativas
inflacionarias. No solo porque el ministro Wado de Pedro habló de los trabajadores
de menores salarios que perdieron con la inflación, que de por sí es un
universo muy amplio. También porque su colega Raquel Olmos dijo ayer que la
intención es extenderlo a los trabajadores informales, que lo convertiría en un
nuevo IFE para alrededor de 9 millones de personas con un costo fiscal de
$270.000 millones, sin contar el bono de $30.000 ya acordado con los gremios
estatales (UPCN y ATE). Una suerte de “platita” navideño.
No es precisamente el caso del gremio de camioneros que, además de la
exención de Ganancias para viáticos, en la paritaria se alzó con un bono de
$100.000 en cuatro cuotas (a partir de marzo) y el aumento salarial de 107% en
cuatro tramos trimestrales hasta fin de octubre de 2023. Más llamativo es que
Huque go Moyano haya amenazado con un paro total antes de firmar el acuerdo y
luego apoyara la incierta reelección de Alberto Fernández. Una devolución de
gentilezas en plena interna oficialista. Las cámaras empresarias celebraron el
acuerdo, pese a que el aumento salarial se trasladará a los costos logísticos
–y a los precios– de todas las cadenas de valor, que ya venían subiendo por
encima de la inflación.
En este contexto redistributivo, la media sanción en Diputados del
presupuesto nacional para 2023 se convirtió en otro festival de
contradicciones, que poco tienen que ver con una política fiscal previsible.
Por un lado, reeditó las maratónicas sesiones que en función
trasnoche/madrugada son aprovechadas para agregar más gastos y/o cargas
impositivas. Nadie explica por qué no pueden realizarse con horarios tope y en
más de una jornada, al tratarse de una ley “ómnibus” con muchos artículos que
deberían ser leyes individuales ajenas al presupuesto. Por otro, polarizó a la
oposición con el voto –a favor o en contra– de iniciativas que van a contramano
de los principios que proclaman, por más el oficialismo tampoco se haya
caracterizado por su coherencia.
Por ejemplo, el Gobierno acaba de lanzar tardíos operativos contra la
evasión impositiva y el contrabando, pero aprobó el blanqueo de dólares no
declarados para el pago de insumos importados y la compra de inmuebles usados.
También puso en marcha el plan ahora 30 para la compra a tasa subsidiada de
electrónicos armados en Tierra del Fuego, pero luego aumentó (a 9,5%) los
impuestos internos y el arancel (a 19%) para protegerlos de la competencia de
productos importados. De esta manera, les da margen a las empresas fueguinas
para trasladar a precios la suba del impuesto, cuya recaudación va al Tesoro.
Y, a contramano del plan Previaje para fomentar el turismo interno, se impondrá
una nueva tasa sobre los pasajes de avión destinada a la Policía de Seguridad
Aeronáutica (de $250, pero ajustada por el salario del oficial mayor de la
PSA).
Ni aún en el oficialismo creen que podrá cumplirse la pauta “dibujada”
de inflación anual de 60%. Pocos sabenque el gasto está calculado en $29
billones (el número 29 seguido por una caravana de 12 ceros) y menos que el
presupuesto de la administración pública nacional concentra menos de la mitad
del gasto público total (49%). El resto corresponde a provincias (37%);
municipios (7%) y empresas públicas (7%), aunque son asistidas por el Tesoro
Nacional, que tuvo déficit primario en 53 de los últimos 60 años.ß
|