Por Francisco Jueguen - Más deuda y menos consumo. El texto sagrado del
kirchnerismo se corroe frente a esos dos demonios que se apersonan en el peor
momento, camino a las elecciones presidenciales del año que viene. Sergio Massa
se convirtió en el único cultor disponible del “Plan Siga Siga” –como lo
bautizaron en un banco– para llegar sin explosiones (o sea, con dólares) a
2023. Los costos no son neutrales. Además, se avecinan plagas: sequía, recesión
global y los primeros cortocircuitos peligrosos con Cristina Kirchner.
Entre los primeros mandamientos –relato distorsionado por la
intencionalidad partidaria del kirchnerismo– está el desendeudamiento. Pero el
proyecto de presupuesto con media sanción supone deuda nueva (neta) en 2023 por
5,1% del PBI, según un detallado informe elaborado por Mariano Ortiz Villafañe,
Florencia Calligaro y Eugenia Carrasco, de la Oficina de Presupuesto del
Congreso (OPC), el 11 de octubre. Se trata de la friolera de $7,5 billones
(desembolsos menos amortizaciones, sin considerar intereses). Según la
cotización del dólar contemplada en el presupuesto, son US$27.806 millones.
La principal fuente para el año próximo serían las colocaciones de
títulos públicos en moneda local, que aportan 4,7% del PBI, según la OPC. Les
siguen las colocaciones netas de Adelantos Transitorios (0,6% del PBI), títulos
públicos en moneda extranjera (0,2% del PBI) y el financiamiento de organismos
internacionales de crédito (0,1% del PBI; 0,3% del PBI excluyendo al FMI).
Mucho de este financiamiento es intrasector público y suscripciones directas.
El kirchnerismo dirá que es en pesos y al Estado, pero es más deuda.
“Es una obviedad, pero se pierde la perspectiva. Si hay déficit fiscal
crece la deuda. Si no lo corregís, el déficit va a seguir aumentando”,
describió un economista de Juntos por el Cambio. El déficit de 2023 será menor
al de este año, al igual que el endeudamiento. Esto no quita que la deuda siga
creciendo. Entre 2019 y el segundo trimestre de 2022, la deuda bruta creció
17,1%, según datos del Ministerio de Economía (de US$323.065 millones a
US$378.506 millones). Vale aclarar que en 2019 la deuda con relación al PBI
representaba casi 90% y hoy es 79% luego de una reestructuración con los
privados que, por ahora, no trajo los beneficios esperados.
El consumo es otro mandamiento del oficialismo, hijo del presente (la
inversión y el largo plazo ya fueron puestos en el altar del olvido). La
inflación comenzó a hacer mella. No es para menos. Según I des a, los salarios
de los trabajadores registrado s cayeron 6% en nueve meses. El de los
informales, el empleo que más crece, tuvo una merma de 15%.
Si, más allá del relato, Cristina busca mirarse en el espejo de Lula da
Silva, que el próximo domingo compite contra Jair Bolsonaro en el ballottage,
no puede perder de vista la dimensión económica. Brasil viene de tres meses de
deflación y este año tendrá un alza de precios de 6,2%. Es la misma variación
que la Argentina tuvo solo durante el mes pasado. En 2023, la versión más
optimista –el presupuesto– habla de un 60%. En Brasil se desacelerará a 5%.
De vuelta al consumo, las ventas en los comercios minoristas registraron
en septiembre una disminución interanual de 3,5%, según CAME. En julio habían
caído 3,5%; y en agosto, 2,1%. Para Scentia, septiembre fue el primer mes
negativo del año. “De aquí en más, las bases de comparación son más altas, por
lo que es probable que el último trimestre sea negativo”, dicen.
El freno pudo comenzar antes, pero se salvó por dos distorsiones: el
stockeo y las ventajas limítrofes. Con relación al primero, Scentia encontró
que en julio –mes de la corrida cambiaria– algunos productos crecieron
fuertemente en venta producto de la sensación de que en el futuro subirían de
precio. Las ventas de aceite crecieron un 59%; las del café, 38%; el arroz,
30%. Además, la Argentina está cara, pero solo para los argentinos. A nivel
nacional, los supermercados crecieron a 6% en el tercer trimestre (los
mayoristas, 0,6%), pero en las ciudades de frontera la expansión fue mucho
mayor. Cerca de Uruguay, de 33,7%; de Brasil, 39,1%, y de Paraguay, 21,5%.
El incumplimiento de los mandamientos comienza a hacer crujir el relato.
Por eso, los enojos de Máximo Kirchner, las amenazas de Pablo Moyano o los
hilos de Twitter de Cristina Kirchner se hacen más frecuentes. Generalmente,
fantasmas del pasado (precios pisados, como los de las prepagas, que ahora se
aceleran por encima de la inflación). Pero los mercados ven con preocupación
que la silla de Massa comienza a desestabilizarse por el fuego amigo. “Eso
puede hacerle perder a Massa el joystick fiscal y la cosa se puede complicar”,
dicen en un banco.
Con la confianza en el Gobierno por el piso (bajo nivel de
credibilidad), brecha en el 100%, sin crédito internacional, inflación que va
al 100% y poco margen para crear impuestos –cree el economista jefe de esa
institución financiera– la opción de un político en el Ministerio de Economía
es hacer el menos ruido posible, no llegar con los costos de un plan de
estabilización –el salto brusco del tipo de cambio oficial y el consecuente
fogonazo inflacionario– a las elecciones.
Se trata entonces del “Plan Siga Siga”. ¿Qué implica? “Se crean tipos de
cambio diferenciales mientras se ajusta el cepo para que los dólares que se van
captando no se vayan. Eso tiene el costo de una inflación alta, pero no
explosiva, y un deterioro gradual del nivel de actividad”.
Claro que hay un riesgo de implementación. De hecho, el economista cree
que, ante un desajuste en el sinuoso camino, el escenario podría escalar al
llamado “Plan Rubinstein”, en honor al viceministro, su borrador y el posterior
audio filtrados meses atrás. El mismo contemplaba un desdoblamiento cambiario
con una aceleración de la devaluación del tipo de cambio oficial.
El tercer escenario que se maneja en ese banco es el llamado “crítico”.
El detonante es la política. “Es un escenario en el que el Gobierno pierde el
control de las variables nominales”, explican. La crítica de Cristina Kirchner
por las prepagas, entre otras; los golpes sutiles de Máximo a Massa, o la
presión de los sindicatos son signos de que esa posibilidad no puede
descartarse fácilmente.
Existen además desafíos que exceden a la Argentina y su política
interna. El primero es el clima; el segundo es geopolítico. La sequía,
advierten, no sólo podría afectar al trigo. “Esperemos que no se contagie a la
cosecha gruesa”, dicen en ese banco. La crisis entre Rusia y Ucrania profundizó
la recesión a la que se encaminaba el mundo. El país deberá volver a importar
gas natural licuado (GNL) si el gasoducto Néstor Kirchner no está en
funcionamiento en invierno. Ambas novedades, la climática y la geopolítica,
sumadas a las subas de tasas de interés de la Reserva Federal de los EE.UU.
pueden significar menos dólares para el país.
Si de dólares se trata, en la oposición creen que el Gobierno
procrastinará la crisis para que le explote a la próxima gestión. En Juntos por
el Cambio están seguros de que serán ellos. Pero los números no son tan claros.
Según los cálculos del economista Amílcar Collante, sin un mayor cepo no
alcanzarán los dólares para la demanda que se acumula en los próximos cuatro
meses. Hoy, de acuerdo con sus números, las reservas netas (descontando el swap
chino, encajes de depósitos en dólares y préstamos del Banco de Basilea) se
ubican en US$6650 millones.
En el próximo cuatrimestre, si se suma la demanda de dólar ahorro y
tarjeta (US$3200 millones) prevista; la deuda con importadores (US$3000
millones, “si consideramos que se regulariza desde diciembre en un escenario de
mínima”, dice en su informe el autor del análisis) y la deuda con acreedores
privados y organismos internacionales (sin contar FMI) por US$2065 millones, el
BCRA tendría una demanda potencial de divisas por más de US$8000 millones.
La luz de alarma ya se enciende entre algunos industriales extrañados
por el lanzamiento del Ahora 30 cuando no tienen la autorización para importar
(la SIRA apagó el sistema) ni, por consiguiente, para producir. Algunos podrían
tener que parar sus plantas en pocos días. Así, restricción externa, freno de
producción y conflictividad laboral podrían sumarse en un futuro cercano a la
crisis de los idearios escritos en el texto sagrado del kirchnerismo.● |