Por José Luis Brea. - Los empresarios están conociendo en estos días los
efectos adversos de una de las facetas de Sergio Massa que alguna vez vieron
como virtud allá por principios de agosto, cuando llegó al Palacio de Hacienda.
La cintura política y el pragmatismo que le reconocían como activos para salir
del laberinto político y económico de entonces son ahora características que a
veces los desconciertan.
Así, mientras el ministro, desde Estados Unidos, ponderaba el orden
fiscal y afirmaba que los congelamientosdepreciosnosonbuenos,en Buenos Aires
sus colaboradores ponían en marcha la rueda de encuentros con las empresas
líderes de consumo masivo para negociar un plan de ese estilo, con precios
fijos por 120 días e impresos en las etiquetas de los productos. Massa lo
bautizó como un programa de Precios Justos, que pretende que abarque alimentos,
artículos de limpieza e higiene y hasta medicamentos. La elección de las
palabras no es casual en la estrategia comunicacional del ministro. Por eso se
habla también de un “alineamiento” de salarios y precios en esas compañías, es
decir, un virtual congelamiento de sueldos que deberá negociarse con los
gremios, a los que buscará sumar a la mesa.
Tampoco son casuales los mensajes y gestos de sus socios de la coalición
gobernante, el cliente interno al cual el massismo no puede desatender. No solo
el ya famoso tuit de Cristina Kirchner reclamando ante la suba de la
indigencia, sino también las poco sutiles indirectas de Axel Kicillof sobre
cuál es el camino a seguir. El gobernador bonaerense impulsa casi todos los
meses alguna demostración de fuerza frente a los supermercados o alguno de sus
proveedores. Gestos de cara al Gran Buenos Aires, que soporta una inflación
interanual de 88,3% en los alimentos.
“No es congelamiento o muerte; lo que banca Cristina es la regulación.
Hay que analizar por qué en los últimos tres meses hay una brecha entre los
precios de góndola y el resto”, dice un economista muy escuchado por los
seguidores de la vicepresidenta ante la consulta de la nacion. “No es por costo
ni por demanda; no es el conflicto bélico en Ucrania, no son los salarios ni
las tarifas. En julio las expectativas de devaluación se expresaron en la
brecha cambiaria: saltó la brecha y saltó la inflación; luego esa brecha se
achicó y los precios no bajaron”, advierte.
En la visión del ala cristinista del Frente de Todos, en la relación del
Gobierno con los empresarios siempre hay tensión y el simbolismo es tan
importante como el castigo efectivo. Por eso el economista no ve el
pronunciamiento de la vice sobre la suba de la indigencia como una amonestación
a Massa, sino como una reafirmación de identidad. Si bien el ministro tiene una
mirada –y contactos– más promercado y proempresa, confían en su muñeca
política. “Antes que eso es un pragmático”, analiza la fuente.
El expresidente de la Cámara de Diputados parece estar a la altura de la
definición. Como pretende que Precios Justos sea fruto de un acuerdo y no de
una imposición, lo presenta como algo que no entraría en contradicción con su
diagnóstico sobre la inefectividad de los congelamientos. Pero no todos
eslicitud tán convencidos de que eso será así por la resistencia de las
empresas a imprimir los precios en el packaging (dicen que sería muy costoso y
que la experiencia anterior, en 2021, fracasó) y por los tiempos que insumirían
los cambios.
“Los funcionarios con los que hablamos dan la sensación de que se
sienten presionados políticamente para aplicar un congelamiento y lo quieren
ya, desde noviembre hasta febrero”, dice el ejecutivo de una de las compañías
convocadas. Y agrega que están poniendo sobre la mesa herramientas a medida de
cada empresa para compensar la pérdida de rentabilidad que implicaría ese
congelamiento. “A las que exportan les ofrecen un dólar diferencial; a las que
importan, facilidades para importar; a las que no necesitan ni lo uno ni lo
otro, créditos o subsidios”, relata. Esa disparidad entre la urgencia oficial y
la falta de precisiones, más la insistencia en los precios impresos, llevan al
ejecutivo a pensar que podría estar preparándose el terreno para un
congelamiento unilateral.
¿Massa en modo Feletti? “Sergio sabe que sin la macro no se puede, pero
con la macro sola no alcanza”, bromea el economista, jugando con la consigna
que unió a las tres vertientes del Gobierno en las elecciones de 2019. Pone
como ejemplo la puesta en marcha del nuevo sistema de importaciones, el SIRA,
que empezó a funcionar hace unos días. “Les estábamos dando los dólares a los
industriales y ellos los estaban usando para sobrestockearse; lo que decíamos
era: no sean tan boludos”, agrega.
Juguete tecnológico
El SIRA es el nuevo juguete tecnológico del equipo de Massa, un sistema
informático que la Aduana empezó a pergeñar en julio pasado, que permite a un
grupo de funcionarios monitorear en tiempo real los pedidos de importación de
las empresas y se puede consultar en cualquier momento desde una notebook o
incluso desde el celular mediante una app. Se trata de un “tablero de control”
online que clasifica los requerimientos de las compañías con un mapa de calor
de cuatro colores –verde, amarillo, naranja y rojo– en función de la
“razonabilidad” de los pedidos.
Para hacerlo está cargado el historial de los últimos 24 meses de cada
CUIT que registró una autorización para importar; si el monto de dólares
necesario es muy superior al promedio de ese período, o si la soes de alguien
que no importa habitualmente, el sistema lo expone de una manera muy gráfica. A
partir de esa información, se arma un calendario de acceso a los dólares del
Banco Central para que las firmas autorizadas sepan cuándo podrán pagar sus
compras al exterior.
Cerca de Massa dicen que, tras algunos ajustes que frenaron las
operaciones de comercio exterior, el sistema ya está funcionando normalmente.
Hasta el viernes a la tarde había más de 38.000 SIRA registradas y más de 8000
importadores habían anotado al menos una. En total, son pedidos superiores a
US$4400 millones, más de la mitad de lo recaudado con el dólar soja, a los que
el Gobierno deberá pasar por el cedazo.
Por lo pronto, 1068 empresas con medidas cautelares para importar están
bloqueadas hasta tanto no desistan. El martes próximo, representantes de la
Unión Industrial Argentina se reunirán con el subsecretario de Política y
Gestión Comercial, Germán Cervantes, para exponer los casos de importaciones
frenadas y buscar una solución. Massa está tan entusiasmado con el nuevo
sistema que quiere armar un “tablero de control” similar para monitorear el
cumplimiento de Precios Justos.
Mientras tanto, sus fintas desconciertan. Es el caso de la amenaza a los
textiles de abrir la importación para bajar los precios de la ropa. Según
fuentes del sector, hay un acuerdo de congelamiento de precios prácticamente
cerrado al que solo le faltan los últimos detalles, entre ellos, su duración.
Los textiles proponen fijar precios por un mes y en los seis meses posteriores
ajustarlos según la variación del tipo de cambio, que sigue por debajo de la
inflación. Juran que extender el pacto a dos o tres meses, como pretende el
Gobierno, los haría ir a una rentabilidad negativa, que históricamente está en
un dígito.
En medio de ese tira y afloje esgrimió Massa la libre importación como
un arma eficaz para hacer bajar los precios por la vía de una mayor
competencia. “No sé con qué dólares lo harían si no hay, pero la verdad es que
esto no da para más, no da para tanta franela; estamos para cerrar”, lamenta un
empresario textil, sin percatarse de lo apropiado de la metáfora. Cree que todo
es parte de un juego político: “Tengo el acuerdo en la mano y hago que parezca
que salió por presión del Estado; qué casualidad que con los neumáticos pasó lo
mismo”, razona.
En donde el ministro de Economía parece menos convencido de las virtudes
de la apertura comercial es en el caso de la electrónica de Tierra del Fuego.
Junto con una suba de impuestos internos para celulares, TV y equipos de aire
acondicionado, introdujo en el proyecto de presupuesto 2023 un alza de
aranceles para los productos importados. Según fuentes oficiales, la mayor
protección a las empresas fueguinas permitirá al Estado embolsar el equivalente
a unos US$140 millones. Cuando se les pregunta si eso no tendrá un impacto en
los precios, dicen que los empresarios que manejan la industria isleña son
básicamente dos, Rubén Cherñajovsky (Grupo Newsan) y Nicolás Caputo (Mirgor, Brightstar),
y que prometieron que no habrá traslado a precios. “Es un sector muy fácil de
controlar; no está atomizado como la industria textil”, confían. Por ahora todo
fluye: el Gobierno acordó con ellos nuevos planes Ahora 30 y Ahora 42, y un
congelamiento de precios por 90 días.
¿Pan a 1000 pesos el kilo?
Además de sus tribulaciones para frenar la inflación y la sostenida
demanda de dólares, el equipo económico sigue analizando cómo impulsar la
oferta de divisas. Esta semana volverá a sesionar la mesa de trabajo con el
sector agroexportador para ver cómo vienen las liquidaciones en el último
trimestre y además habrá un encuentro con la Mesa de Enlace. Las dos grandes
preocupaciones, inflación y dólares, se entrecruzan y hay nubarrones en el
horizonte, aunque no de lluvia.
“Se calcula que, por la sequía, la campaña de trigo podría tener una
cosecha de unos 14 millones de toneladas, 8 millones menos que la anterior. El
consumo interno necesita 6,5 millones de toneladas y la industria tiene
contratos de exportación por 9 millones. El Gobierno sabe esto desde hace
rato”, advierte una fuente sectorial. “El precio del mercado interno está alto
y va a seguir subiendo porque el poco trigo actual nadie te lo quiere vender,
así que es cuestión de días para que esto salte por los aires porque aumentará
la harina y habrá algún panadero que ponga el pan a 1000 pesos el kilo”,
profetiza. Además de complicaciones con los precios, la seca provocará una
merma en las liquidaciones del dólar verano, que se extienden de diciembre a
marzo: se estima una pérdida de divisas de US$3200 millones.
En cuanto a los próximos pasos en materia de incentivos a sectores que
pueden ingresar dólares en el país, Economía está trabajando en el régimen para
flexibilizar el cepo cambiario a la minería y apunta a presentarlo en
noviembre. Como en esta industria las retenciones son bajas, se negocia con las
mineras no un tipo de cambio diferencial al estilo del dólar soja, sino un
esquema similar al de los hidrocarburos, con libre disponibilidad del 20% de
las divisas que generen por mayor producción o exportaciones incrementales.
En el entorno de Massa dicen que están yendo por los incentivos, que
prefieren la zanahoria antes que el palo, pero advierten que “hay que hacer las
cosas que sirven”. Una dosis de pragmatismo que, en la economía con el
congelamiento de precios, y en la política con el impulso al pago del impuesto
a las ganancias por parte de los jueces, volvió a juntar –aunque más no sea por
un rato– las piezas de un frente astillado.ß |