Por Francisco Jueguen - El Vasco subió apurado al ascensor. “Tenés un
máster en declaraciones”, bromeó Oscar Andreani cuando lo vio entrar, y le
estiró la mano. El secretario de Industria, José Ignacio de Mendiguren, venía
mascullando sobre la “ortodoxia” de Dante Sica, con quien se había cruzado en
el escenario de IDEA. El contrapunto había sido por el grado de apertura
comercial y por las actuales trabas.
El exfuncionario de Macri había pedido liberalizar más, a tono con las
propuestas de los organizadores del Coloquio de IDEA. En cambio, el “machete”
que Mendiguren se llevó a su presentación tenía tres objetivos marcados con
resaltador: “primero crecer” (antes que ceder, como proponía el lema oficial de
los anfitriones); “cuestionar el diagnóstico” sobre la inserción, decía el
segundo; y finalmente, “mostrar un proyecto propio” sobre comercio exterior.
“Entre enero y agosto, las importaciones de bienes fueron US$57.527
millones. Crecieron 43,6% respecto de 2021 y es el mayor valor registrado para
este período, al menos desde 1992”, había dicho el funcionario massista en el
escenario marplatense, sin mencionar el precio de las compras ni tampoco los
incentivos que para importar provoca la brecha. “Hay una fórmula que mide
apertura de la economía. Toma exportaciones e importaciones sobre el PBI. Hoy
la Argentina está en 33%. El promedio del gobierno anterior fue 28%”, había
cuestionado luego, pese a que semanas atrás la Secretaría de Comercio había
pasado miles de posiciones arancelarias a Licencias no Automáticas (LNA) y
mientras escasean las SIMI.
El día previo, el Vasco había participado Automechanika, la exposición
que agrupa a los autopartistas. Un directivo de una automotriz –el sector que
Mendiguren había puesto como ejemplo en la ciudad feliz– se había ofuscado con
su discurso, similar al pronunciado luego en Mar del Plata. Por esas horas, la
planta que dirige en la provincia de Buenos Aires había tenido que parar su
producción por falta de insumos. Incluso, ese jueves a la tarde en una bodega
de Chapadmalal terminó contando que, por la falta de piezas, varios autos
salieron de las líneas incompletos y fueron llevados con grúas al patio de la
fábrica. Los completaron los mecánicos cuando las partes lograron entrar al
país. Son situaciones imposibles de explicar a las casas matrices. En esa misma
bodega, Sica era felicitado por su defensa de la apertura económica.
Horas más tarde, el Banco Central (BCRA) publicaba los detalles del
Sistema de Importaciones de la República Argentina (SIRA), que comenzó a
funcionar ayer. El Gobierno prometía un ordenamiento de los permisos de
importación; los empresarios temían un apagón como el que, en febrero pasado,
afectó al índice de capacidad económica financiera (CEF) de la AFIP. Ese apagón
frenó durante semanas las importaciones. Un capítulo coyuntural del abanico de
cepos.
Fuentes oficiales hablaban ayer de una gran cantidad de SIRA cargadas.
“Están reemplazando las SIMI de meses anteriores que no estaban autorizadas y
que se dieron de baja automáticamente”, contaron en las empresas. “Hoy [por
ayer] a la mañana ya había algunos errores en el sistema. En la carga de los
anexos, por ejemplo. Hay que dejarlo andar unos días”. Extrañamente, el BCRA
cortó una racha consecutiva de venta de divisas que venía desde el final del
dólar soja.
“Los pocos dólares que tenemos no los podemos malgastar”, justificó
Mendiguren en el décimo piso del Sheraton esa tarde ante varios periodistas.
Allí defendió otro parche: el dólar Qatar. “Nos lo pidieron 750 empresas en
Santa Fe”, dijo sobre un encuentro de la unión industrial santafesina a la que
asistió días atrás. “Son medidas de emergencia; para estabilizar”, se sinceró.
Fue cuando mencionó la idea de un “puente de plata” hasta que las medidas del
FMI surtan efecto.
Ese puente, sin un destino claro, no sólo sería para los dólares, sino
también para los precios. En el kirchnerismo creen que, con la salida
tumultuosa de Martín Guzmán, muchas empresas se cubrieron de más. “Te
arrancaban la cabeza”, definió el “Vasco”. Es otro guiño de Sergio Massa al cristinismo.
La estabilización, según el Gobierno (para Massa es el acuerdo con el FMI),
requiere sostener el poder adquisitivo. No habrá congelamiento de precios, pero
hoy comenzará la escenificación de reuniones oficiales con empresas de consumo
masivo. Como el bono, se trata de una reacción a los tuits vicepresidenciales.
“Nos falta al algo, entusiasmo”, dijo el “Vasco”. Fue el único
diagnóstico en el que coincidió con parte de la oposición. Ese mismo jueves a
la noche varios referentes políticos cenaron en el Torreón del Monje. “Hay una
sensación de que no hay salida, gane quien gane”, dijo una legisladora y
consideró que ese pesimismo es un desafío para la campaña que está por arrancar
y que, agregó un analista político, será una elección en la que habrá más
cambio que continuidad.
En la oposición creen que los números para dar de baja las PASO están,
lo que existen son dudas entre gobernadores, Alberto Fernández y también entre
Cristina Kirchner. La vicepresidenta no quiere quedar pegada con un candidato
que parezca competitivo hoy, pero que luego, si la economía sigue en
decadencia, no lo sea. En la oposición todavía no está claro un plan B si no
hay internas abiertas obligatorias.
La economía inundó luego la cena de siete pasos; todos pescados. Se
mencionó la posibilidad de hiperinflación, la opción de dolarización (no sería
aplicable, creen halcones de Juntos por el Cambio), y claro, el Plan Austral y
la convertibilidad. “Un vaso de agua y un plan de estabilización no se le
niegan a nadie”, ironizó un economista de Pro hablando sobre el destino final
del “puente” del Vasco. Tanto para la oposición como para Roberto Lavagna, que
almorzó con empresarios en el Golf de Mar del Plata, habrá un shock que deberá
asumir el próximo gobierno. “La heterodoxia resiste dos años. Con uno les
alcanza”, coincidió un radical sobre los parches y cepos que suma Massa para
llegar. El peronismo en gestión fue más pesimista. “Lo peor está por venir”,
dijo un economista de esa rama y advirtió sobre la subestimación de los problemas
que deben encararse.
La mano derecha de un presidenciable –preocupado por el silencioso
avance de las opciones antisistema– dijo que el debate político que se da en
los cuarteles de campaña se dirime entre dos polos. El primero, cuán
“pornográficamente” se explican la crisis y la salida. El segundo; lo
popularizó Carlos Menem: “Si yo decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.
“Un plan de estabilización es como operar un corazón”, dijo el
economista de Pro sobre la fragilidad que viene. Escuchaban un petrolero y un
empresario fintech. Se recordó al Plan Bonex para alertar que la base
monetaria, solo por intereses, se duplica ya dos veces por año y que la suba de
tasas reclamada por el FMI complica aún más ese problema. El Bonex no evitó un
segundo capítulo hiperinflacionario en 1989.
“Cuando gobernemos nosotros vamos a remonetizar la economía”,
prometieron en la oposición enarbolando una mágica recuperación de la
confianza, la misma con la que el Vasco –dice– hay que achicar la brecha sin
devaluar (aunque se haga en cuotas y por sectores). El para qué parece estar.
Falta el cómo, aunque se revolean reformas. La definición de confianza sí se
animan a darla: gente mirando para adelante y no por el espejo retrovisor. Será
difícil recrearla en medio de una marea de pesimismo; sin acuerdos mínimos
sobre el futuro, incluso dentro de las propias coaliciones; y cuando maridan
sociedades buscando soluciones no tradicionales con líderes antisistema que
prometen el éxito sin tener en cuenta la calidad democrática.ß
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