Por Claudio Jacquelin - Con la sabiduría del Viejo Vizcacha, Perón
resolvió el interrogante que carcomía a sus seguidores y que tendía a ponerle un
corsé ideológico-político. “Peronistas somos todos”, dijo para absolver las
contradicciones. Aunque nunca logró saldarlas y siempre estallan cuando su
poder está en crisis. Como ahora.
Así, la multiplicidad de actos por el Día de la Lealtad que se realizarán
hoy no es la manifestación del serio conflicto interno que atraviesa al
oficialismo, sino el síntoma más evidente de los problemas irresueltos y las
amenazas sin disipar que cada sector del oficialismo enfrenta.
Kristalina Georgieva lo puso en palabras hace solo 72 horas: la interna
peronista complica las cosas porque hay sectores que demandan gastos que no se
pueden pagar, dice la traducción real y no la formal.
La directora gerente del FMI es el verdadero sostén de Sergio Massa,
que, a su vez, es la última esperanza de los que no la quieren a Georgieva ni
al organismo que ella dirige ni lo que ambos exigen, pero los necesitan.
Contradicciones demasiado agudas para el cristicamporismo nac&pop, que pone
el guiño hacia la izquierda mientras su gobierno dobla hacia la derecha y al
Fondo.
En el albertismo redivivo, pero no revivido, celebran ese conflicto
identitario, sobre todo de La Cámpora, para ponerle aderezo a una disputa que
solo tiende a profundizarse.
“La Cámpora hizo echar a un ministro heterodoxo que le pulseaba al FMI
[por Martín Guzmán] para imponer uno que expresa y responde como nadie al Fondo
y a EE.UU. Por eso, atraviesa una crisis de identidad tan grande que a sus
líderes solo les queda volver a la posición fetal y resguardarse en Cristina”,
dice con ironía (y algo de rencor) uno de los funcionarios que mejor
interpretan y más hablan con el Presidente.
Hace hoy exactamente tres años, en plena campaña presidencial, Fernández
había renunciado a toda autonomía al prometer en la celebración del Día de la
Lealtad que él nunca más se iba a pelear con Cristina. Aunque ella lo peleara a
él. Como nunca dejó de hacerlo.
La novedad de este nuevo Día de la Lealtad es que Fernández y Fernández
de Kirchner pueden decir que no están peleados solo porque no se lo dicen el
uno al otro. Y no se lo dicen porque no se hablan. Y no se hablan porque si se
hablaran se dirían cosas que los harían pelear. Tal vez, definitivamente.
El plan imposible
En lo que queda del equipo albertista no hay dudas de que no hay chances
electorales si no se hace exactamente lo que Cristina Kirchner y La Cámpora no
quieren hacer, porque atentaría definitivamente contra su capital simbólico. O
contra la narrativa de su identidad. Que de tan rígida choca con la plástica
esencia del peronismo.
Lo que Fernández postula y en lo que coincide con el equipo de Massa
(que coincide con lo que plantea Kristalina, pero no Cristina) es que sin un
plan de estabilización capaz de anclar las variables económicas no hay
posibilidad de llevar la inflación a estándares razonables y sin bajar el
índice de precios a un nivel vivible no hay futuro electoral.
El dilema para el cristicamporismo es que si ese camino llevara al
éxito, no terminaría en la coronación de uno de los propios, sino que podría
beneficiar a sus adversarios internos, como el ministro de Economía, que hoy
finge de socio.
Tan contradictorio es todo que hasta Alberto Fernández sueña que él
puede ser beneficiado antes que la escudería que comanda la vicepresidenta si
se lograra la estabilización a la que todos desean llegar, pero nadie quiere
transitar. O de la que todos quieren obtener los beneficios, pero no pagar sus
costos.
La creencia es que a pesar de que el tiempo sigue pasando, la
estabilidad no llega y las elecciones se van acercando, no todo estaría
perdido. Más allá de que una mayoría pueda descreer de que aún se puedan lograr
resultados que se ajusten al calendario electoral oficialista.
Hay dos casos internacionales de planes de estabilización contra reloj
en los que el FDT podría cifrar sus ilusiones, como recordó en estos días el
politólogo Ignacio Labaqui. Son México, en 1987, con el Pacto de Solidaridad
Económica, que mantuvo al PRI en el poder (aunque sumó la inestimable ayuda del
fraude); y Brasil, en 1994, con el Plan Real, que llevó a la presidencia a
Fernando Henrique Cardoso.
Claro que las condiciones sociopolíticas de esos países y el contexto
histórico en el que se dieron ambos casos en poco se parecen a los de la
argentina frentetodista. Pero, al final, la economía es la última ratio del
poder en tiempos de necesidades y urgencias, y podría ordenar las cosas. Salvo
si lo que se pretende es conservar el capital simbólico y preservar la
capacidad de veto o extorsión, antes que retener el poder.
Albertistas vs. camporistas
Tal vez a eso se refieran en el albertismo cuando dicen que La Cámpora,
encarnada en su vocero más radical, el ministro bonaerense Andrés “Cuervo”
Larroque, “se convirtió en sommelier de funcionarios, sin nunca traer
propuestas”. No se quedan ahí, también le pasan facturas por lo que el
cristicamporismo hace, no hace o “hace muy mal” en donde gobierna.
“El Cuervo cata y descalifica públicamente a cuanto funcionario nacional
le conviene cruzar, pero cuando los que quedan en offside son los de ellos hace
silencio o, en el mejor de los casos, se limita a un retuit conceptual”, dicen
en Olivos.
La última es una referencia explícita a la protección de la que sigue
gozando Sergio Berni tras la desmesurada represión a los hinchas de Gimnasia,
en La Plata, hace dos semanas, que solo mereció un posteo genérico de La Cámpora
en las redes, alejado de la explosiva verbalización que suelen componer ante
episodios menos condenables, pero cometidos por sus adversarios internos o
enemigos externos.
En la decisión de preservar al ministro de Seguridad, el gobernador de
la rebeldía verbal y la obediencia fáctica, Axel Kicillof (y por añadidura el
cristicamporismo), compone un remedo de Ulises atado al mástil de su barco para
no sucumbir ante los cantos de sirena (que le exigen una renuncia por atentar
contra los símbolos). Berni es el pararrayos bajo el que se cobijan ante la
tormenta de la inseguridad para la que no tienen plan ni solución. También para
no someterse a los intendentes siempre dispuestos a poner a uno de los suyos en
esa cartera cargada de pólvora y dinero que, por lo general, manejan quienes
deberían ser los subordinados.
Orden o redistribución
Las tensiones que conviven entre el partido del orden y el partido de la
redistribución, que pretende representar el peronismo, afloran en tiempos de
crisis, cuando el poder no alcanza como aglutinante. Así, el Día de la Lealtad
resalta la latencia de la traición y la cercanía de la combustión en la interna
oficial.
La concentración que hoy se realizará en la Plaza de Mayo, además de los
demás en otras geografías más cercanas y más lejanas, representa cabalmente ese
conflicto interno. Ya lo dijo el sindicalista cristinista Hugo Yasky con un
malabarismo dialéctico digno de la patafísica: será un acto para fortalecer al
Gobierno, pero no para fortalecer al Presidente, porque sobre él ya no
alimentan esperanzas. Así de real aunque parezca surrealista.
Sobre ese sustrato, Fernández y Massa aspiran a que el Congreso apruebe
el presupuesto para cumplir con lo que impone el FMI, pero también con el que
pretenden estabilizar la economía, más allá de la política de parches y
cataplasmas con la que el ministro viene timoneando la nave oficial, que hace
un mes amenazaba con hundirse.
Una vez más, como ya ocurrió con el acuerdo con el Fondo, hay más
expectativas en el acompañamiento por parte de la oposición que de los
legisladores puramente cristicamporistas. Una apuesta compleja para el cálculo
de recursos que imperará en el año electoral, al margen de otras diferencias
sustanciales entre uno y otro caso y a pesar del anticipo de apoyo que hizo el
bloque cambiemita.
En el seno de JxC las disputas internas, más desatadas y destempladas
que nunca, no impiden que se alcancen algunas coincidencias básicas en algunos
temas tan relevantes como el presupuesto 2023. Por eso, tras el anticipo de
votarlo favorablemente por parte los radicales que responden a Martín Lousteau
y las discusiones que ese anuncio generó, empezaron a ordenarse y a listar
demandas de modificaciones.
No habrá votos gratis. Menos cuando faltan once meses para la elección
presidencial y mientras el oficialismo cojea y tropieza con sus propios
problemas.
La crisis de lealtad e identidad del peronismo siempre es una
oportunidad para sus adversarios. Y un problema para el país. |