Por Jorge Herrera - El BCRA había arrancado
la pandemia en 2020 con una tasa de referencia del 40% anual. Vale recordar que
la heredó en el 63% de la gestión de Sandleris. De ahí en más Miguel Pesce la
fue bajando, como era la idea original de la campaña electoral, hasta el 40%
mencionado. Recién el 17 de noviembre de 2020 el BCRA subió la tasa de
referencia 200 puntos al 38%, luego de haberse apresurado en bajarla en dos
oportunidades a mediados de octubre (desde el 38% hasta el 36%) lo que
repercutió en una minicorrida cambiaria. O sea, que transitó toda la pandemia
en el 38% anual. Mientras los índices de precios alertaban.
Así
permaneció hasta el 6 de enero pasado cuando finalmente decidió elevarla al 40%
y luego al 42,5% el 17 de febrero, pari passu con la negociación con el FMI.
Los guarismos parecen irrelevantes dado el tenor de la aceleración
inflacionaria que se viene consolidando desde hace largo tiempo. Sin embargo,
la suba de la tasa de referencia del BCRA, amén de su impacto sobre el nivel de
actividad y demás toma de decisiones económicas y financieras de las familias y
empresas, tiene otra arista un tanto inquietante. Es que cada vez que se mueve la tasa de referencia, como así también las
que están vinculadas directa e indirectamente a ella, se sacude, para bien o
para mal, la estantería del BCRA. Porque el ente monetario ha acumulado una
“deuda” con el sistema financiero de más de $4,6 billones, entre Leliq y
Pases. Hoy hay, pesos más pesos menos, poco más de $1 billón en
Pases y casi $3,6 billones en Leliq. Y “como viene la mano” a nadie sorprende
que siga escalando, más aún. Este verdadero “Godzilla” monetario es a lo que se
refieren los economistas cuando hablan del déficit cuasifiscal. Para los
memoriosos, se puede asemejar, salvando las distancias, por sus efectos al
“festival de bonos” de los 80 o a la “cuenta regulación monetaria” de los 70.
Porque estos pasivos del BCRA pasaron a ser una de las principales fuentes de
emisión monetaria. El año pasado la cuenta de intereses representó una
variación en la base monetaria de $1,346 billones. Casi la misma cantidad que
le giró el BCRA al Tesoro ($1,7 billones) por Adelantos y Utilidades para
asistirlo. Para este año se proyecta, por el momento, un costo en intereses ya
de casi $2 billones. Y esta deuda, al igual que la del FMI, hay que pagarla. Se
puede licuar un poco, como se viene haciendo, pero a la larga habrá que darle
“alguna” solución sostenible. Porque detrás de esta deuda del BCRA están los
depósitos de familias y empresas. De modo que cada vez que se reclame pagar más
tasa a los depositantes y por ende a los tenedores de Leliq y Pases, hay que
tener en claro que el BCRA debe emitir más para pagar esos mayores intereses.
Lo cual redunda en el perro que se corre la cola. El BCRA emite, coloca más
deuda para absorber esa emisión, y así sucesivamente. Hasta que alguien “le
ponga el cascabel al gato”.
Para
dimensionar la escalada del pago de intereses, vale señalar que en el primer
bimestre del 2019 se pagaron $76.838 millones, en el del 2020 $91.187 millones,
en el del año pasado fueron $159.008 millones y en lo que va del 2022 ya supera
los $210.717 millones. Es sin duda “una escalera al cielo”. Más allá de los malabares que
intente el FMI en el acuerdo para ir domando este monstruo, no hay que perder
de vista que la deuda remunerada del BCRA es hoy equivalente a un 121% de la
base monetaria. Y los intereses representan otro tanto de la base. Mucho dinero
en danza en una economía a la que precisamente le sobran pesos.
Muchos
analistas subestiman o mejor dicho menosprecian la existencia de semejante
deuda remunerada. Algunos, simplificando la relevancia en el hecho de la
siempre potencial licuación. Otros, apuestan al reinicio del ciclo virtuoso.
Ahora bien, qué clase de optimista puede pensar en que habrá un resurgir
abrupto de la demanda de crédito privado, e incluso de ser así, los bancos la
acompañarán de forma tal que las Leliq y Pases (amén de la migración interna en
el BCRA y la externa hacia el Tesoro) se transformen en nuevos créditos y
préstamos para el sector privado. Veremos qué se firma con el FMI.
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