Domingo 20 - Por Camila Dolabjian - En los últimos días se
viralizó un hilo de Twitter que comenzaba así: “Os voy a contar el quilombo que
hay montado en Argentina”. Un economista español, que turisteando por Buenos
Aires quedó atónito con la “maestría en finanzas personales” de los argentinos,
intentó explicar el fenómeno inflacionario a sus compatriotas. “Les va a
explotar la cabeza”, siguió. En su narración recuerda una frase que,
supuestamente, dijo Paul Volcker. Se trata del economista estadounidense que
llegó a ser director de la Reserva Federal en tiempos de Jimmy Carter y Ronald
Reagan y bajó la inflación de 14,3% a 3% en dos años.
Según
el español, Volcker afirmaba en su época: “La inflación es como la pasta de
dientes, muy fácil de sacar del tubo, imposible de volver a meterla una vez que
ha salido”.
La
tasa de inflación promedio en la Argentina en los últimos 100 años fue de 105%,
aproximadamente (el máximo histórico se dio en 1989, con 3079%). En la historia
moderna, son más los gobiernos que han tenido que plantearse cómo atacar las
causas o palear los efectos del aumento crónico de precios, que los que han
tenido un respiro, en algún período esporádico de bonanza. Los últimos años, y
los que están por venir, no son de estos últimos. Economistas, funcionarios,
empresarios pero, fundamentalmente, consumidores, se preguntan cómo y cuándo
volveremos a una inflación con parámetros considerados normales.
Los
cinco economistas consultados por la nacion para esta nota coinciden en un
punto: no existe posibilidad de reducir el índice de aumento de precios sin un
programa de estabilización macroeconómica, sin expectativas basadas en la
confianza y sin sostenibilidad en el tiempo. Son ideas ya conocidas y algo
teóricas. En definitiva, los tres “pilares” son flexibles y pueden adaptarse a
múltiples tipos de planes a mediano plazo. Solo son incompatibles con un solo
plan: no tener ningún plan.
Desde
1952, cuando la Argentina registró su primer índice de inflación de dos
dígitos, hasta nuestros días, hubo ocho intentos de controlarla o eliminarla,
según contabiliza Eduardo Fracchia, director del IAE Business School de la
Universidad Austral. Hubo un intento de Juan Domingo Perón en su segunda
presidencia; otro, en el mandato de Arturo Frondizi; luego, el plan Krieger
Vasena; el “control forzado de corset” de José Ber Gelbard; la “tablita” de los
años 70; el Plan Austral; la estabilización de Bunge y Born y, por último, el
plan de Domingo Cavallo en la década del 90. “Solo uno de ellos fue exitoso y
hoy tiene una memoria política terrible”, concluye Fracchia.
En
los 78 años transcurridos entre 1944 y 2022, tan solo en ocho no hubo
inflación, según un estudio de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios.
Seis de esos años están en el período de 1996 a 2001.
¿Y
ahora? Según el economista, “no está dado el ambiente para un gran plan de
estabilización. Para hacerlo, se necesita poder y, actualmente, no hay
gobernabilidad. La inflación será de entre 50% y 70% en los próximos dos años”.
En
similar línea opina Miguel Kiguel, director ejecutivo de la consultora
Econviews y doctor de Economía por la Universidad de Columbia. “Por parte del
Gobierno, hoy solo hay grandes enunciados de que la inflación es multicausal,
por expectativas o inercial. El único plan presente es el del Fondo Monetario
Internacional (FMI), que solo va a lograr que no siga empeorando el panorama”,
afirma. Para los especialistas, no están dadas las condiciones políticas para
poner en marcha y sostener un plan sustancial de baja de inflación. Las razones
son múltiples y algunas de ellas son: la falta de unidad de la coalición
oficialista, un diagnóstico parcial o errado (según quién opine) sobre las
causas, un clima de desconfianza en la dirigencia, la ausencia de bases para un
acuerdo entre todo el espectro partidario para generar un plan que se sostenga
por lo menos 10 años y, primordialmente, una macroeconomía intrínsecamente
indexada a la inflación. El nivel de gasto público y el déficit fiscal
requieren de un aumento sostenido de los precios para poder licuar los
desembolsos diarios que las oficinas públicas tienen que cumplir para hacer
frente a los subsidios, los planes sociales y la política monetaria, entre
otras cuestiones.
“Se
siguen sumando más gastos, más nombramientos de funcionarios, más tareas de las
que, supuestamente, se tiene que hacer cargo el Estado. En una crisis, ¿cuál es
la prioridad? Es como si no hubiera restricción, pero sí existe”, dice María
Castiglioni Cotter, directora de C&T Asesores Económicos.
El
gasto primario aumentó 2,8 puntos respecto del PBI entre 2019 y 2021, según
apunta la economista. Aunque podría considerarse que la pandemia fue la
principal fuente de grandes erogaciones hechas por el Estado, debido a los
gastos en materia de salud, en asistencia social y en ayuda económica a pymes y
empresas en general, la mayor parte del aumento ocurrió el año pasado. En 2020,
la inversión pública se ubicó en 1,1% del PBI, mientras que en 2021 ascendió a
2,4%. Y el año pasado la mayor parte de los desembolsos no se realizó en etapas
de cuarentena o restricción por el coronavirus, sino en los últimos meses del
año. Según la Oficina de Presupuesto del Congreso, casi la mitad (49,1%) del
gasto devengado anual se registró en el último bimestre. En el caso de
transferencias de capital, ese guarismo fue aún mayor (53%), con un pico en
noviembre, el mes de las elecciones generales.
“Cuando
el Presidente presentó el acuerdo con el FMI, aseguró que no iba a haber ajuste.
Vuelve a apostar por aumentar los ingresos y por que el gasto público, que dijo
que va a crecer en términos reales este año, genere crecimiento económico. Pero
hay que reflexionar. ¿Qué significa eso? ¿No ajuste de qué? La inflación es ajuste”, afirma Castiglioni.
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