Sábado 29 - Cubeddu y Kozack, de un lado de la mesa, Guzmán en
la cabecera, y el presidente del BCRA, Miguel Pesce, y el representante
argentino en el FMI, Sergio Chodos, a la derecha. Según el acuerdo, Pesce
dejará de financiar a Guzmán, que deberá recurrir más al mercado y/o reducir el
gasto fiscal
Por
Pablo Wende - Pese al salto hasta el 51%, el Gobierno insiste en que la
inflación es un fenómeno “multicausal”. Martín Guzmán se cansó de repetir este
verdadero dogma del kirchnerismo, que busca minimizar el rol de la emisión
monetaria para explicar el fenómeno de la inflación persistente. Incluso
el propio staff del FMI se había hecho eco de esta definición en el comunicado
difundido en diciembre, tras reunirse con la misión del equipo económico
argentino en Washington. El “principio de acuerdo” divulgado ayer entre
ambas partes barre de manera abrupta esta lectura.
El
gradualismo para llegar al equilibrio de las cuentas públicas recién en 2025 no
es tal en el caso de la política monetaria, donde se impuso un verdadero
shock, aunque ambas partes buscaron minimizar su impacto. El financiamiento
monetario del Banco Central al Tesoro había superado el 7% del PBI en 2020,
récord a causa de la pandemia. El año pasado cayó a 3,7%, pero el
próximo acuerdo dispone que esa disminución será muy profunda en 2022, ya que
la emisión apenas podrá representar 1% del PBI para directamente
desaparecer en 2023. Ni Federico Sturzenegger, en el mejor momento del
gobierno de Mauricio Macri, se había animado a tanto.
Semejante
reducción abrupta deja claro que para el Fondo sí es la emisión monetaria la
principal causante de los desequilibrios cambiarios y de la elevadísima
inflación con la que convive la Argentina hace más de una década. Por más que
en los comunicados le den el gusto al kirchnerismo duro y se sigan refiriendo a
ella como un fenómeno “multicausal”.
Indudablemente
se trata del aspecto más novedoso e inesperado del acuerdo. Y al mismo tiempo
el más difícil de cumplir. El kirchnerismo hizo uso y abuso de la emisión
monetaria, tanto en los dos gobiernos de Cristina Kirchner, como en el
actual de Alberto Fernández, que en muchos sentidos fue en estos dos
primeros años una continuidad de las políticas implementadas por la ahora
vicepresidenta. Estricto cepo cambiario, atraso del dólar oficial y emisión
monetaria pura y dura para financiar el déficit fiscal, en un contexto de falta
de acceso al financiamiento vía mercado de capitales.
Con
una disminución tan fuerte de la emisión, la idea es ponerle un techo a la suba
de los distintos dólares financieros y bajar la brecha cambiaria. La primera
reacción del mercado al conocerse los detalles del entendimiento fue justamente
en esa dirección. Se supone que una menor distancia entre el oficial y el
dólar libre debería ayudar a reducir muy lentamente la inflación.
Semejante
reducción abrupta del financiamiento monetario (o de la “emisión espuria” para
financiar el déficit, como repetía Álvaro Alsogaray) implica un
cambio de 180 grados para aquella política del kirchnerismo. Con fuertes rojos
fiscales y sin financiamiento, la única manera de hacer frente a ese agujero en
las cuentas públicas fue dándole rienda suelta a la “maquinita” del
Central. Y es lo que se hizo en los últimos años, con un resultado
desastroso: fuerte presión cambiaria y, por consiguiente, una inflación
persistente y muy elevada.
Al menos en la letra, el
FMI logró imponer el principio de reducir la emisión monetaria
Según
los cálculos del economista Fernando Marull, esta imposición significa
pasar de un déficit financiado casi en un 100% por la emisión a sólo 25%. El
Tesoro deberá conseguir el restante 75% de financiamiento directamente en el
mercado local, porque las puertas del crédito internacional están totalmente
cerradas para el Gobierno.
Será
un experimento sumamente interesante y que finalmente medirá el éxito del
programa. Por primera vez, el kirchnerismo encuentra una restricción concreta
al uso de la emisión monetaria para financiar los rojos fiscales, cuando
siempre subestimó su impacto en los precios.
La
suba de las tasas de interés a terreno positivo va de la mano de esta necesidad
de mayor financiamiento “genuino” entre los inversores locales. Será
necesario seducir a los inversores para que estén dispuestos a financiar de
manera creciente al Tesoro con colocaciones en moneda local.
La
nueva estrategia impuesta por el Fondo es un arma de doble filo. Sucede que el
principal efecto de seguir aumentando las tasas es que el Central deberá pagar
aún más por las Leliq y los pases, una bola de nieve cada vez más difícil de
licuar con la inflación.
Gradual, pero con
interrogantes
Esta
fuerte reducción de la emisión monetaria va de la baja del déficit fiscal.
Aunque la disminución es más gradual, pasando de 3% a 2,5% este año y a 1,9% en
2023, igual quedan muchos interrogantes por despejar. Por el momento, la única
mención a cómo se bajará el rojo fiscal este año es vía reducción de los
subsidios económicos, o sea pagando más tarifas. Pero no se adelantó mucho más.
Claramente el aumento de 20% para luz y gas que arrancaría en febrero es
insuficiente para recortar este año los subsidios en relación al PBI.
Con
menos déficit fiscal y reducción de la emisión monetaria, se supone que la
inflación debería tender a desacelerarse en los próximos meses. También este
punto presenta un problema para el Gobierno, que aprovechó el “impuesto
inflacionario” para recaudar más y solventar el creciente gasto público. Pero
si la inflación no sigue en aumento, que es lo que ahora cabría esperar,
entonces será necesario avanzar en serio con un mayor recorte del gasto para
cumplir con la meta de un menor rojo fiscal. Para los kirchneristas de paladar
negro es un límite que al menos hasta ahora no estaban dispuestos a cruzar.
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