Por Fernando Gutiérrez - El fantasma del default está otra
vez sobrevolando la Argentina. El kirchnerismo terminó por admitir de manera
explícita lo que se venía hablando en voz baja en los últimos meses: que en el
balance político y económico, podría ser mejor tensar la situación y romper con
el Fondo Monetario Internacional antes
que firmar un acuerdo del que se sospecha no podrá haber consecuencias
positivas.
"Firmar un mal acuerdo
es peor que no firmar nada" es la frase de cabecera que
los referentes del kirchnerismo están sosteniendo en el debate interno de la
coalición gubernamental y hace que -a horas del pago de una nueva cuota- las
promesas del ministro Martín
Guzmán sobre un nuevo programa con el Fondo hayan caído bajo un
serio manto de duda.
Las
primeras advertencias al respecto las hizo la
propia Cristina Kirchner,
que advirtió sobre las condiciones que deberían darse para un acuerdo. Y esas
condiciones eran que, precisamente, el FMI no impusiera condiciones. En otras
palabras, que el país no quedara comprometido a metas de recorte fiscal que
resultaran políticamente inaceptables o socialmente imposibles de cumplir.
Pero
en los últimos días hubo una radicalización en esa postura: el kirchnerismo,
leyendo la "letra chica" de las negociaciones que realiza Guzmán,
entró en pánico, como quedó en evidencia por las declaraciones de dirigentes
políticos como Leopoldo Moreau,
economistas como Claudio Lozano y
Fernanda Vallejos y los editoriales de los principales referentes
mediáticos, como Horacio Verbitsky
y Roberto Navarro.
El principal motivo de
preocupación, expresado por los principales referentes mediáticos, es la
posibilidad de que retornen las
legendarias "misiones" para monitorear la economía.
El
anuncio de Guzmán es que, contrariamente a lo que se esperaba, no habrá un
fortalecimiento de las reservas del Banco Central y una reprogramación del
saldo por el préstamo que se tomó en la administración macrista, sino que el
organismo aportará el dinero necesario para cada cancelación, pero siempre
condicionado a una auditoría sobre las reformas de la política económica.
Esto,
para el kirchnerismo, implica varios riesgos. El primero es la pérdida de
margen de acción en la política económica, porque un monitoreo que incluya
misiones cada tres meses implicaría que, ante el menor desvío fiscal, el FMI denunciara un incumplimiento del país, para lo
cual se tendría que pedir formalmente un "waiver".
A
esto se refirió Moreau cuando dijo que era mejor el default antes que un
acuerdo que pusiera en riesgo el crecimiento del país.
Moreau
planteó que en 2021 "el déficit
cayó del 6 al 3 por ciento, pero no por los ajustes, sino porque creció la
actividad un 10 por ciento". Y agregó: "El FMI
siempre ha impuesto la misma receta, ya que se quiere aplicar políticas que
terminan generando pobreza y conmociones sociales, y creemos que el déficit se
irá reduciendo por el crecimiento de la economía y no por la reducción de los
gastos".
Pero
lo más sugestivo de sus declaraciones fue la alusión a que, durante la
presidente de Néstor Kirchner, se logró un fuerte nivel de crecimiento con el
país en default y que desde esa postura se pudo negociar con más fuerza.
Más
explícito aun, el dirigente Oscar Laborde, que preside el Observatorio del
Parlasur, dijo lo que muchos piensan sobre el próximo vencimiento por u$s731
millones: "El default te impide tener créditos internacionales, pero
también te quedás con los dólares que le tendrías que pagar al Fondo. Esa
cuenta no la hace nadie".
Es
un análisis arriesgado, pero pragmático: asume que el mercado internacional de
capitales seguirá cerrado para el país en términos reales, de manera que las
divisas que ingresen por superávit del intercambio comercial deberían ser
destinadas a rubros prioritarios desde el punto de vista político.
¿En manos del FMI para la
campaña del 2023?
Otro
riesgo que observan en el kirchnerismo es de tipo político. Hay quienes temen que, ante un aumento de la tensión
entre el Gobierno argentino y la cúpula del Fondo, pueda haber una decisión de
interrumpir el flujo de dinero con los cuales se cancelan las cuotas. En definitiva, lo
que le ocurrió a Fernando de la Rúa a finales del 2001, cuando
terminaron los salvatajes y se empujó al país a abandonar el sistema de
"uno a uno" entre el peso y el dólar.
Los
kirchneristas más radicalizados se muestran convencidos de que el FMI no
perderá la oportunidad de jugar
políticamente e influir en la elección 2023. El razonamiento es que si
se intentó beneficiar a Mauricio Macri en 2019 al otorgar un préstamo récord,
también ahora podría haber un intento de desestabilizar al peronismo.
Y
que eso podría ocurrir porque, bajo la modalidad de acuerdo que está negociando
Guzmán, quien tiene la posibilidad
de decidir cuándo la Argentina cae en default no es el propio Gobierno nacional
sino el propio Fondo, que puede decidir cortar sus aportes para cancelar deuda
con el argumento de que hubo un desvío en las metas económicas prometidas.
Bajo
ese supuesto, hay dirigentes que opinan que, ante el riesgo de un default,
sería preferible que ocurriera lo más lejos posible de las elecciones -es
decir, ahora mismo- y no en el segundo semestre del año próximo, cuando esa
situación pueda tener un fuerte impacto sobre la economía y la propia campaña
electoral.
El temor de una mancha en
el "relato"
Y,
finalmente, hay un tema que no es menor dentro del kirchnerismo: la forma en
que quedaría afectado el
"relato". Para voceros de ese espacio, existe el riesgo de que
Cristina Kirchner pierda "capital simbólico" si, en el Senado que ella
preside, se votara un acuerdo con el FMI en condiciones que no se consideren
dignas.
Paradójicamente,
uno de los mayores reclamos que se le hicieron a la gestión macrista -que el
acuerdo con el FMI no haya tenido un aval expreso del Congreso- ahora se
transforma en un efecto boomerang para Cristina, porque no puede tomar
distancia de un eventual acuerdo decidido por Alberto Fernández con el cual
ella estuviera en discrepancia.
La sola idea de que vuelva a
repetirse -como en tiempos de Anoop Singh o Teresa Ter Minasian- la
llegada de funcionarios del Fondo, con una multitud de movileros y camarógrafos
esperándolos enEzeiza, y que esos funcionarios expliquen los recortes adicionales que exigirán en el
gasto públi co, es sencillamente indigerible para el núcleo duro del kirchnerismo.
Es
en ese contexto que el discurso contra el FMI se empezó a endurecer en el
kichnerismo, en notorio contraste con la postura conciliadora y dialoguista de
Guzmán.
Por
caso, la ex diputada Vallejos fue particularmente agresiva, al acusar al FMI de
propiciar las violaciones de derechos humanos.
"No
existe, en la historia moderna, mayor violador sistemático de los DDHH de los pueblos que el FMI,
instrumento de EEUU para someter a los países deudores a sus intereses
geopolíticos y al del capital transnacional que hace negocios en nuestras
economías", escribió la controvertida ex diputada en las redes sociales.
En
definitiva, el kirchnerismo empezó a imponer el discurso de que la situación
inédita de un default con el FMI no sería un evento tan traumático para la
Argentina y que hasta tal vez pueda ser funcional a los derechos nacionales, en
el sentido de darle mayor autonomía política y financiera, y recuperar más
fuerza negociadora.
Claro, en la vereda de
enfrente está la opinión del mercado, que disparó
a niveles récord al índice de riesgo país y al valor del dólar paralelo.
En
todo caso, para el ministro Guzmán, que debe persuadir a los funcionarios del
FMI que lo que se firme será efectivamente cumplido, no es una situación
cómoda. La decisión que se tome en las próximas horas sobre pagar o no el nuevo
vencimiento dará una pauta sobre cómo sigue la relación de fuerzas internas en
el Gobierno.
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