Por Carlos
Burgueño - Para los bonistas con títulos
públicos emitidos bajo legislación internacional que
ingresaron en el canje de deuda de agosto pasado, es ahora o nunca. Creen que
es el último momento para presionar ante el Fondo Monetario Internacional (FMI), con el objetivo de
conseguir que el organismo le exija al país fuertes condiciones en el eventual
Facilidades Extendidas. Esto
incluye las metas monetarias, fiscales, cambiarias y macroeconómicas más duras
posibles. Alertados por los rumores que surgen de las negociaciones entre el
gobierno argentino y los funcionarios del organismo, sobre la posibilidad de un
acuerdo algo light y a dos años; comenzaron desde la semana pasado un operativo
para que Fondo endurezca su posición y le exija al país “las condiciones
habituales para un acuerdo de este tipo”, según la interpretación que uno de
los fondos le transmitió a este medio.
El temor de los
fondos es concreto y puntual. Consideran que sin la firma de
un Facilidades Extendidas clásico (en su dureza) y la exigencia de un
cumplimiento de metas concretas durante el período en el que el país no debería
hacer pagos (hasta el segundo semestre del 2026), sus tenencias en bonos
reestructurados continuarán en precios de default. Y, en
consecuencia, seguirán con sus activos financieros a un valor inferior al Valor
Presente Neto de corte del canje de agosto del año pasado, de 54,8%. Los
títulos lanzados en la reestructuración muestran hoy un valor de entre 32,8 y
37,9%; un nivel que los analistas califican de “distressed”. El principal temor
de los bonistas, es que recién hacia fines del 2024, año en donde debería
comenzar a aplicarse el pago de capital de los bonos; esos títulos públicos
prácticamente no tendrían valor comercial en el mercado de capitales
internacional; con lo cual deberían permanecer en las carteras de los
inversores. Obviamente se trata de un problema que para el equipo económico que
maneja Martín Guzmán, no está en las prioridades de la negociación con el FMI.
Por esto saben los fondos de inversión que la única bala debe estar dirigida
hacia el FMI.
La preocupación es
en realidad similar a la del organismo financiero. El FMI cree que el
acuerdo (sea light o hard), tenga detrás un plan lo suficientemente sólido como
para que derive en el ahorro de los dólares que se le deberían liquidar al FMI
en el 2026, primer año de pago de capitales e intereses en un Facilidades
Extendidas a 10 años. Pero, a diferencia del Fondo, donde los
vencimientos pueden renegociarse y extender en el tiempo los pagos, en el
mercado financiero voluntario internacional la deuda se debe liquidar. Y esto
puede concretarse con reservas o con la emisión de nuevos títulos públicos
lanzados en los mercados voluntarios de deuda, preferentemente en Wall Street.
Para los bonistas es indiferente si el dinero para el cumplimiento de las
obligaciones sale de los dólares acumulados en el BCRA o de nueva emisión de
pasivos. Lo importante es que el dinero esté, y que a partir de esa novedad los
precios de los papeles se normalicen y coticen a una posición más compatible
con títulos públicos de un país con calificación de emergente; y no siempre al
borde del default.
Para que esto se
concrete, coinciden los bonistas internacionales, este es el momento exacto en
el que habrá que presionar sobre el FMI para que el organismo que maneja
Kristalina Georgieva obligue a firmar a la Argentina un acuerdo que garantice
la solvencia fiscal, monetaria y contable lo suficientemente sólida para que
los pagos estén asegurados. Se especula en que en pocas semanas volverán los
comunicados conjuntos de los tres grupos de acreedores que representaron a los
bonistas durante el proceso de negociaciones de la deuda, y que desde agosto
volvieron a expresarse en no menos de tres oportunidades; quejándose de la
letanía en las negociaciones con el FMI al ritmo del desplome de sus tenencias
de bonos.
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