Sábado 9 - Por Néstor O. Scibona - Nunca soplan buenos vientos si no se sabe hacia
dónde hay que ir, afirman los que navegan a vela. Un desconcierto similar vive
la Argentina debido a la simultánea ausencia de un programa macroeconómico
integral y de una política energética que vaya más allá de la coyuntura. Sobre
todo, con los cambios globales para la etapa pospandemia y la transición hacia
el uso de energías menos contaminantes ante la alarmante aceleración del cambio
climático.
La falta de
coordinación entre la economía y la energía causó estragos en el arranque del
siglo XXI, ya que el congelamiento de tarifas durante años, a costa de
subsidios crecientes e indiscriminados, desembocó a fin de 2015 en una doble
crisis de las cuentas fiscales y externas. La historia se repite ahora. Pero
con un futuro más complicado por la transición energética global, que impone
una virtual cuenta regresiva al aprovechamiento del enorme potencial de
petróleo y gas de Vaca Muerta. El motivo son los futuros impuestos a la emisión
de carbono impulsados por organismos internacionales (ONU, Fondo Monetario
Internacional, Banco Mundial), en función del objetivo de “descarbonizar” la
energía en 2050.
La Argentina, como
miembro del G20, asumió ese compromiso en el Acuerdo de París, si bien sus
emisiones equivalen al 0,6% del total mundial (encabezado por China y los
Estados Unidos) y solo la mitad corresponde específicamente al sector
energético.
“Hay tiempo para
diseñar una estrategia energética a 30 años porque cada país deberá definir la
suya; pero no tanto como para perderlo”, afirma Jorge Lapeña, exsecretario de
Energía y presidente del Instituto General Mosconi (Iaegm).
Precisamente, este
desafío fue abordado en el seminario virtual “Futuro Energético” organizado
esta semana por el Iaegm, donde unos 15 especialistas trazaron un pronóstico
más que preocupante a raíz de la crónica ausencia de políticas horizontales y
su reemplazo por sucesivos parches.
Para Ricardo
Carciofi (UBA/ IIEP), la necesidad de coordinar la política económica con la
energética y dinamizar inversiones para revertir la declinación productiva de
los combustibles fósiles, se contrapone con un cuadro de estancamiento
económico, alta inflación, distorsión de precios relativos, racionamiento de
divisas, ausencia de crédito público e imposibilidad fiscal de sostener
subsidios generalizados, que agudiza las tensiones internas en el Frente de
Todos. “Es como construir un edificio sin cimientos”, grafica.
También advierte
que los desequilibrios y las regulaciones en el sector repercuten sobre el
Tesoro Nacional y obligan a un replanteo integral. A su juicio, éste debería
incluir precios no alejados de los internacionales para maximizar el uso de las
reservas de petróleo y gas mientras sea factible su aprovechamiento económico,
ya que el horizonte de mediano plazo señala una pérdida de valor. Y,
paralelamente, avanzar en la ampliación de fuentes renovables. “No puede haber
objetivos sin un plan estratégico que oriente la transición”, dice.
Entre las
inconsistencias menFernando ciona la ley de Biocombustibles y las inversiones
condicionadas a su fuente de financiamiento, como la aprobación del plan de
NASA (Nucleoeléctrica Argentina), que incluye una nueva central nuclear con
tecnología (Hualong) y financiación de China, sin que el tema haya sido tratado
por el Congreso ni sometido a un examen detallado.
Según algunos
especialistas, la construcción de esa central (con reactor de uranio
enriquecido y agua natural, no utilizado en el país) demandaría ocho años y un
costo total de 13.000 millones de dólares que, financiado a 10 años de plazo,
incrementará el endeudamiento en US$1300 millones anuales.
En la misma línea,
Nicolás Gadano, especialista en Oil&Gas, afirma que el proyecto de ley de
Hidrocarburos enviado al Congreso es un conjunto de regímenes de promoción de
inversiones y no una reforma, salvo para el almacenamiento de gas natural, que
ocupa solo 2 de sus 116 artículos. Además, cuestiona su vigencia por 20 años
sin un marco de planificación para la transición hasta 2050 y más aún cuando el
petróleo y gas representan el 85% de la matriz energética. En cuanto al
desarrollo de Vaca Muerta subraya que enfrenta las trabas comunes a toda la
economía, como el cepo a las exportaciones, giro de utilidades, alta presión
tributaria e incertidumbre macroeconómica.
“En vez de atacar
estos problemas con un plan integral, el Gobierno dice que no va a cambiar el
marco, pero sí establece excepciones, privilegios y ventanas de oportunidad que
se extienden en el tiempo. Salvando las distancias, es un esquema similar al de
los planes sociales pero aplicado a las empresas petroleras”, explica.
Entre sus
cuestionamientos al proyecto, señala la multiplicidad de objetivos imposibles
de alcanzar (abastecimiento interno, exportaciones, inversiones en origen,
yacimientos de baja productividad, proveedores locales, cuestiones de género,
etc.). Y que, dentro de la modalidad K de “micro-management y
discrecionalidad”, impone diferentes bases para beneficiar la producción
incremental por cuencas y distintos derechos de exportación dentro y fuera del
programa. A esto agrega que la fijación por ley del impuesto a los Combustibles
Líquidos (ICL) como ad valorem, arrasa con la necesidad de gravar
progresivamente el contenido de dióxido de carbono.
Salvataje
Además, Gadano
advierte que el proyecto incluye un salvataje de YPF a través del régimen de
grandes inversiones en downstream (refinación, tratamiento de gas, transporte),
al permitirle cancelar con parte del ICL los quebrantos impositivos de
ejercicios anteriores. A su juicio, implica transferirle recursos como si la
petrolera fuera 100% estatal, confunde su estatus con 49% de accionistas
privados y su rol en el mercado. De ahí que proponga una discusión sobre el
futuro de YPF, así como el de empresas públicas “sin destino”, como Yacimientos
Carboníferos de Río Turbio (YCRT) o Ieasa (ex Enarsa).
Navajas, economista
jefe de FIEL, plantea que la agenda para 2023 deberá incluir la consistencia
macroeconomía-energía de corto y largo plazo, así como una reforma regulatoria
de precios y tarifas vinculada a la transición eléctrica, que abarque subsidios
estatales de suma fija (no de precios más bajos) y tarifa social (TS). Y, a
base de diferentes aportes académicos, enumera 15 sugerencias.
Entre ellas se
destacan una reforma del impuesto al carbono, con un piso de US$50 por
tonelada, extendida a todo el sector energético; decidir si su recaudación se
integra al esquema de subsidiosTS o se destina a financiar infraestructura para
la transición energética con apoyo explícito de organismos multilaterales;
coordinarla con programas de eficiencia energética; reformar el mercado
eléctrico mayorista y perfeccionar las licitaciones a mediano plazo de gas, sin
subsidios y con competencia. También migrar la tarifa social hacia cargos fijos
focalizados, diferenciada por regiones y componente estacional (verano,
invierno); no integrar la TS de gas y electricidad a un ingreso básico
universal por razones de flexibilidad a futuro y coordinar una reforma federal
de los impuestos y cargos a la energía eléctrica, para evitar que se “cuelguen”
de las tarifas y puedan coparticiparse para financiar infraestructura.
En el cierre del
seminario, Lapeña habló de la ventana de oportunidad que ofrece Vaca Muerta
para incrementar las exportaciones y el ingreso de divisas. Pero solo en la
medida en que pueda alinear sus costos a los precios internacionales del
petróleo y el gas para ser competitiva y la inversión privada permita construir
un gasoducto hasta el puerto con una planta de licuefacción para exportar GNL a
China, porque un Estado en virtual default no está en condiciones de hacerlo.
La falta de
coordinación entre la economía y la energía causó estragos en el inicio del
siglo XXI
Los desequilibrios
y las regulaciones en el sector energético repercuten sobre el Tesoro, advierte
el especialista Ricardo Carciofi.
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