Sábado
9 - Por Walter
Graziano - En forma reciente el BCRA y la CNV
volvieron a establecer regulaciones
buscando limitar la demanda de activos financieros libremente convertibles a
dólares, sea por la vía de la demanda de títulos públicos, sea por la potencial
demanda de importaciones. En las presentes circunstancias puede entenderse que
se haya optado por esa vía: estamos a medio camino entre dos elecciones
importantes y la primera de ellas arrojó resultados abrumadoramente pesados
para el gobierno.
Por lo tanto en las
presentes circunstancias sería altamente inapropiado intentar subsanar los
problemas del sector
externo argentino en
medio de un contexto en el que los mercados y los inversores no van a actuar
considerando cuestiones de mediano y largo plazo, sino que solo piensan en lo
que puede pasar tras los comicios.
Ahora bien,
diferente va a ser la situación después de la mitad de noviembre. Ahí van a
quedar dos años de mandato hasta las elecciones presidenciales de 2023. Van a
ser años imposibles de transitar con un nivel de reservas en el umbral mínimo
no ya de lo razonable, sino solo de lo tolerable. Sobre todo si lo que se
pretende es que en 2022 y 2023 haya una apreciable recuperación del nivel de
actividad. Ello requeriría de un muy fuerte aumento en las importaciones, las
que hoy están comprimidas al máximo por la combinación de recesión y baja demanda
de productos de todo tipo a raíz de la pandemia.
Un aumento del 20%
de las mismas -cosa para nada fuera de la lógica en un proceso económico que
estaría en el mínimo de lo considerable económicamente aceptable- implicaría ni
más ni menos que la eliminación virtual de todo superávit de balanza comercial.
Y ello suponiendo que los precios promedio de los commodities agropecuarios de
2021 pueden mantenerse, lo que no deja de ser un supuesto muy fuerte dadas las
circunstancias por la que atraviesan los mercados mundiales de materias primas
que este año fueron sacudidos en más de una oportunidad por sucesos de
diferente naturaleza que pueden marcar el inicio de una reversión del ciclo
alcista de la soja, el maíz y muchos otros productos que Argentina exporta. No
hay que olvidar, muy especialmente, que la Reserva
Federal se apresta a
comenzar a retirar la ayuda monetaria extraordinaria que ha comenzado a brindar
tras el inicio de la pandemia.
Desde la crisis de
Lehman Brothers de 2008/ 2009 la Reserva Federal intentó retirar ayuda
extraordinaria brindada en un par de oportunidades y nunca pudo cristalizar por
completo esa decisión debido a que los propios mercados amenazaban con
despeñarse antes de que la Reserva Federal estuviera siquiera a mitad de
camino. Esta vez puede no ser la excepción.
Y si esta vez no es
la excepción habrá que aprestarse a la chance de caídas importantes en los
commodities que Argentina exporta más bien temprano que tarde. Y no
solo habrá que aprestarse a ello, sino también a una probable mucha mayor
volatilidad en los movimientos internacionales de capitales. Como es probable
que todos los argentinos hayan terminado de aprender desde el 2019, intentar
“cerrar” el país al ingreso y egreso de fondos es un proceso mucho más arduo y
complicado de lo que la fría teoría suele predecir, y, para colmo arroja
sinsabores imprevistos que hacen lucir que aún cuando algunos resultados
pudieran obtenerse con este tipo de medidas, el “gran panorama” arroje una
clara visión de que la derrota ha sido completa.
Así dadas las cosas
la disyuntiva es muy difícil entonces: ¿Qué debe hacer Argentina? ¿Seguir con
un control de cambios que luce crecientemente inapropiado para un país que
desea crecer, reforzando esta especie de “catenaccio” defensivo que lleva siete
años de los últimos diez en el país y que ha arruinado toda chance de crecer
por la obsecación en perseguir políticas que no pueden arrojar como resultado
otra cosa que una gran escasez de dólares justamente en un país donde lo que
faltan son… dólares?
No luce ni sano ni
correcto ni lógico. Pero, ¿acaso puede pensarse en la posibilidad
de que Argentina comience una normalización en su cuenta capital del balance de
pagos eliminando trabas, regulaciones y controles justo en un momento en el que
el poder del gobierno luce debilitado, se acercan elecciones generales y la
economía internacional parece complicarse gradualmente por la nueva política
restrictiva de la Reserva Federal?
Las respuestas no son
fáciles, y ambos caminos lucen inapropiados. Desde ya cualquier camino luce
dificultoso, y en realidad muy peligroso mientras en el país impere un clima de
lucha política sin cuartel entre dos sectores enfrentados desde hace tiempo que
no logran comenzar a pensar con la mente fría. Habría que pensar, como
prerrequisito para cualquier proceso de normalización económica, si los
“ultras” que pueden en determinados momentos proliferar a ambos lados de la
grieta en realidad no están trabajando para ellos mismos mucho más que para los
propios sectores que dicen representar.
Una normalización del clima político, sea cual fuere el
resultado de las elecciones de noviembre debería ser un prerrequisito
indispensable para poder decidir con cierta calma si empezar a normalizar el
sector externo o continuar uno o dos años más con esta sofocante política de
control de cambios que no es viable para ningún país serio del mundo, y
probablemente mucho menos para un país necesitado de inversiones en divisas
como lo es el nuestro.
Pero la verdad es
que la normalización del mismo debe ser todo lo contrario de lo que la
oposición hizo cuando a fines de 2015 se hizo cargo del país: improvisación,
tras improvisación, tras improvisación para colmo rodeado de dogmatismo, sobre
dogmatismo, sobre dogmatismo que dan pie a pensar que entre los cuadros de
economistas opositores –con varias honrosas excepciones, aunque sin la más
mínima renovación ni oxigenación– sobran diplomas de afamadas universidades y
faltan amplias dosis tanto de reales conocimientos como de la más pueril
lógica. No hay que olvidar que si es por conseguir diplomas un ex superministro
trajo uno de Harvard aun cuando no puede decir tres palabras seguidas en inglés
sin equivocarse. Justo de una universidad en la que no hay clases en español….
La economía,
entonces, es posible que comience a necesitar de algunos mínimos consensos
entre las dos fuerzas políticas para poder ir adaptando el sector externo
argentino a las reales necesidades que va a tener la economía del país en poco
tiempo más. No va a sobrar el tiempo para ello. Pero habrá que hacerlo.
Desprenderse de elementos fanatizados que frente a la grieta solo hacen su
agosto debiera ser una prioridad tanto para las fuerzas del gobierno como las
de la oposición. Mejor no imaginarse lo que puede ser el tratamiento de leyes
que tengan que ver con el control de cambios, las retenciones a las
exportaciones, la política arancelaria o las leyes impositivas con ambos bandos
arrojándose munición gruesa.
No hay que
engañarse: el gobierno seguramente va a necesitar de la oposición
en 2022 y 2023 para poder arribar a resultados económicos decorosos, y si la
oposición pretende ser gobierno en 2023 debe terminar de entender que nada
puede distar más de un comienzo de gobierno sano que aquella equivocadísima
toma del gobierno de 2015, en la que en los primeros 100 días de gobierno se
selló su inexorable triste final de 2019.
Para poder ir
encausando al sector externo argentino -de cuyo calamitoso estado no hay
inocentes en el arco político argentino- es necesario antes que nada, empezar a
conversar para ver que mínimos acuerdos puede haber. Para las elecciones de
noviembre faltan ya menos de 40 días y tras las mismas no va a haber
absolutamente ninguna excusa ni para seguir así, lo que hay que remarcar que no
se va a poder ni aunque se quiera, ni tampoco para ensayar jugadas en falso.
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