Sábado 18 - Por Martín Kanenguiser - La fuerte crisis política que se generó en el Gobierno dificultará la
aprobación de un acuerdo de largo plazo y flexible como el que pretenden tanto
el presidente Alberto Fernández como la vicepresidente Cristina Kirchner.
Si hasta las
elecciones primarias el organismo que conduce Kristalina
Georgieva -quien enfrenta su propios conflicto por el escándalo
de la manipulación de un informe del Banco Mundial- estaba seguro de que la firma de un
acuerdo se daría al menos después de los comicios de noviembre, las dudas ahora
se multiplicaron en Washington.
El Fondo -el staff
y sus países socios- no se sienten cómodos con la posibilidad de negociar un
acuerdo a 10 años -que incluye en forma irrenunciable reformas estructurales-
con un gobierno debilitado, en ningún caso. Y si había dudas respecto de
la implementación del acuerdo que se pueda llegar a firmar antes de este
enfrentamiento verbal entre Alberto y Cristina, ahora se esperará a la
resolución (o no) del conflicto, más allá del cambio inmediato de gabinete que
se espera.
Por este motivo,
calificadas fuentes consultadas por Infobae en Washington y Buenos
Aires prevén que, en el mejor de los escenarios, puede haber un acuerdo
firmado antes de fines de marzo próximo, tal como lo prometió el ministro
Martín Guzmán, pero subrayaron que -más que nunca- los desembolsos que deberá
hacer el Fondo al país estarán sujetos al “track récord”, es decir, al
cumplimiento efectivo de las metas del programa.
No se trata de un
detalle técnico: la Argentina debería pagarle al FMI 19.000 millones de dólares
en 2022 y en el presupuesto enviado esta semana al Congreso no solo no prevé
ese gasto, sino que además supone que recibirá de los organismos internaciones
un financiamiento neto de USD 12.500 millones.
Esta meta -para
muchos economistas, inalcanzable-, implica que tanto el FMI como los bancos
multilaterales le giren al Gobierno ese dinero, más allá del rollover habitual.
O sea: exige que el país cumpla el nuevo acuerdo al pie de la letra, o se
verá en la necesidad de buscar otras fuentes de financiamiento, difíciles de
imaginar con el mercado internacional voluntario de deuda cerrado para el país.
“Es difícil pensar
que el presidente o la vice puedan poner sobre la mesa un programa como el que
pretenden firmar. Y la oposición tampoco va a jugar el rol que imagina el
Gobierno, porque al FMI, más allá de consultar a los demás actores políticos, lo
que le interesa es saber qué piensa y qué puede hacer quien gobierna, cuya
capacidad de cohesión en este caso parece haber quedado dañada”, indicó,
rotundo, un ex ejecutivo del organismo que conduce Georgieva.
Sin brindar
detalles, un vocero del Palacio de Hacienda indicó que el ministro mantiene un
contacto habitual con el Fondo, mientras que ayer el vocero del
organismo, Gerry Rice, repetía ayer que hay diálogo pero no plazos
para alcanzar un final feliz.
Más categórico,
otro ex representante del país indicó: “Pensar en un acuerdo en estas
condiciones es imposible, con un Gobierno débil que debería tener voluntad y
capacidad de implementar reformas estructurales ineludibles como las que exige
un programa a 10 años como el que busca el país”.
A mitad de camino, otro
relevante ex funcionario del staff sostuvo que “el FMI no va a querer que la
Argentina entre en default con una deuda tan grande”, en referencia al crédito
de USD 45.000 millones otorgado en el gobierno de Mauricio
Macri. Pero aclaró que el acuerdo “no será sencillo como lo imagina el
presidente Fernández”, sobre todo después de la incorporación como director del
Departamento del Hemisferio Occidental de Ilan Golfajn, el economista ortodoxo
brasileño defensor acérrimo de la unificación cambiaria, la independencia del
banco central y de la suba de las tasas de interés.
“Los problemas del partido Argentina-Brasil
por las eliminatorias van a parecer pequeños al lado de esta confrontación”,
agregó, con un tono de humor, sin dejar de manifestar su preocupación por la
delicada situación institucional del país.
Los problemas de Georgieva
A este cataclismo
puertas adentro de la Argentina se suma la compleja situación de Georgieva por
el descubrimiento de que, durante su gestión en el Banco Mundial, habría
colaborado con la manipulación de datos para favorecer la posición de China en
un ranking global de negocios (Doing business), a cambio de un apoyo de
ese país a la capitalización de la entidad, según un informe del propio banco.
Cabe recordar que
la economista búlgara ocupó el rol de gerente general en el banco y varios expertos
en Washington señalaron que esa maniobra no se podría haber hecho sin su
consentimiento explícito, que ella negó en forma rotunda.
“Esto la deja más
débil y manipulable” fue la sentencia a coro de las fuentes consultadas
desde Washington, donde el Tesoro de EE. UU. liderado por Janet
Yellen informó que “investigará” esta manipulación, básicamente por el
enojo que provoca en el Congreso de ese país que un organismo multilateral que
principalmente financian los contribuyentes norteamericanos favorezca nada más
y nada menos que a China.
Por lo
tanto, si el presidente Alberto Fernández o el ministro Guzmán imaginaban
que Georgieva podía ser la llave para flexibilizar el cierre de las
negociaciones, ahora su peso relativo se debilitó frente al staff y frente al
directorio.
De todos
modos, un experimentado negociador argentino relativizó que Georgieva
pueda ser, con o sin este escándalo, más condescendiente que los principales
accionistas del organismo que conduce: “Ella nunca le dijo al presidente
Fernández que el acuerdo podía ser diferente al que se firma con otros países y
acaba de ratificar ese pensamiento al designar a Ilan al frente de la región;
repito: acaba de nombrar ella a un economista ortodoxo para liderar la
negociación con Argentina”, sentenció el economista local mejor conectado con
los funcionarios de los países desarrollados. El resto, aclaró, son las
fantasías que siempre surgen lejos de los centros de poder.
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