Domingo 22 - Por Jorge Liotti - Un presidente desconcertado, una vice
enfurecida, un gabinete sacudido y una militancia desencantada. El escándalo de
Olivos provocó en el corazón de la coalición gobernante la crisis más grave que
ha tenido en sus dos años de vida. Si no hubo consecuencias mayores fue
solamente porque la campaña electoral los forzó a mostrarse unidos y
sonrientes.
Pero ninguno de los
protagonistas del espacio disimula que el episodio desestabilizó los
equilibrios internos y sembró dudas para el futuro, que solo un buen resultado
en las urnas podría disipar.
Alberto Fernández
no solo quebró la confianza de la sociedad por haberse manejado con una doble
vara en plena pandemia; también lesionó severamente su papel como garante de la
unidad de la alianza peronista, como representante de esa confederación de
tribus que se unificaron en 2019 después de años de fragmentación. Ese era su
principal activo, porque los votos eran ajenos. Y lo acaba de devaluar
severamente, no por una decisión política estratégica, sino por un grave
desacierto doméstico.
Desde hace mucho
tiempo Cristina Kirchner hacía observaciones sobre el estilo “desordenado” del
Presidente. Le había llegado información de distinto calibre, que algunas veces
comentó en la intimidad con intranquilidad. Cuando se conocieron las listas de
ingresos a la quinta de Olivos se enfureció por corroborar esas licencias y por
la “ingenuidad” de haber permitido que esa información se difundiera. El
vínculo con Alberto había quedado tenso tras el cierre de listas y volvía a complicarse.
A eso se sumó un
nuevo frente, cuando tras la filtración de la primera imagen del cumpleaños de
Fabiola Yáñez, desde el entorno presidencial transmitieron internamente el
mensaje de que se trataba de un registro trucado. Con la aparición de la segunda
foto, más nítida e incontrastable, el malestar se trasladó hacia el interior
del gabinete. Dos ministros muy cercanos al Presidente hicieron saber su
profundo malestar por la falta de códigos para preservarlos del papelón, un
mensaje que llegó al tercer piso de la Cámara de Diputados, donde gobierna
Máximo Kirchner, y al Senado, donde su madre conduce la cámara.
Y el último eslabón
de la cadena de desaciertos se produjo con el primer intento de disculpas de
Alberto Fernández, que terminó con una descarga de responsabilidades en su
pareja por haber organizado el festejo. Cristina, indignada, habló en duros
términos con el Presidente el fin de semana pasado. Le había parecido una
pésima reacción desde lo político y desde lo personal. La conversación reeditó
las rispideces de la última charla por las listas. Cuando el lunes Fernández
encaró el segundo capítulo de su mea culpa, esta vez sin derivar
responsabilidades, el daño interno ya era muy profundo.
Como nunca antes se
activó una suerte de red de contención interna para reordenar la coalición ante
semejante impacto. Como es costumbre, los actores principales actuaron por
fuera de la Casa Rosada. Sergio Massa hizo un carry trade constante entre
facciones, intervino mucho “el canciller” Wado de Pedro, mientras que Máximo
Kirchner y Axel Kicillof trataban de moderar ánimos. Una verdadera patrulla en
rescate del soldado perdido. Cristina guió cada movimiento con una certeza: por
primera vez la cohesión interna de su creación estaba amenazada. Volvió a hablar
con Alberto antes del acto del martes en Avellaneda y se reunió con él en una
de las casas que allí se iban a inaugurar. Después le dedicó su mensaje
fulminante: “no te enojes” (según los criptólogos kirchneristas un señalamiento
a sus admoniciones a la sociedad durante la pandemia), “poné orden donde tengas
que poner” (en tu vida y tu modo de gestionar) y “metele para adelante”
(recupérate que tenemos que ganar la elección). El stand up del micrófono del
día siguiente en La Plata terminó de coronar la escenificación pública de la
evacuación del herido. Algo así como “te voy a ayudar, pero voy a mostrar en
público quién define las cosas”. Nunca antes había estado la plana mayor del
Frente de Todos (FDT) dos días seguidos en actos públicos. Una coreografía absolutamente
inédita.
También lo fue la
reunión de gabinete del viernes. La convocó el Presidente después de que se
produjera otra situación novedosa, e inquietante a la vez. Los ministros más
cercanos a Alberto Fernández, algunos en forma individual y otros en grupo, le
hicieron llegar su preocupación por la situación. Los que se reconocen como “el
círculo de confianza”, entre quienes están Santiago Cafiero, Vilma ibarra,
Cecilia Todesca y Juan Manuel Olmos, se atrevieron a hablar de la necesidad de
recomponer su imagen y de revisar el funcionamiento del “círculo íntimo”, entre
quienes sitúan a Julio Vitobello y Juan Pablo Biondi, el “dúo Vi-bi”.
“Estuvimos haciendo
contención”, reconoció uno de ellos como un eufemismo. “El golpe en el equipo
fue durísimo”, reconoció un ministro. La resistencia del Presidente a reforzar
el sistema de seguridad y la logística de la quinta de Olivos, su manejo
personal del celular y de sus comunicaciones, la ausencia de un secretario que
lo asista, fueron parte de las inquietudes. Fernández les anticipó que no
piensa cambiar su dinámica porque se define como “un hombre común al frente de
la Presidencia”. Solo habilitó una revisión de protocolos en el esquema de Casa
Militar, que difícilmente arroje grandes cambios. El riesgo de nuevos tropiezos
sigue latente.
El quiebre con la militancia
Así como el
escándalo alteró a la conducción del espacio, también sacudió los cimientos
militantes. El espacio más afectado fue La Cámpora, que venía sumando
temperatura des de quere trucó en twitter una foto del PJ donde no aparecía
Cristina, y desde que hace dos semanas Alberto armó un zoom con gobernadores y
ministros cercanos. “Esto generó un impacto muy fuerte en la militancia, que
perdió la confianza en el Presidente porque mintió. Hay un quiebre en el
respeto hacia su figura”, apunta uno de sus referentes. Pero después agrega
algo más medular: “Alberto puede hacer estas cosas porque no tiene un proyecto
político propio, es una circunstancia, le da igual. Pero nosotros sí tenemos un
proyecto a largo plazo, y él lo está arruinando”. Y esta fue la alarma que más
sonó en las conversaciones entre Cristina, Máximo y Massa. El fantasma del
futuro. “A Cristina le allanaron la casa y vio la cárcel de cerca. Sergio
conoció lo que es el desierto político. Ninguno quiere volver a eso”, grafica
un viejo asesor que ahora aporta su arte al kirchnerismo. Traducido: Cristina
no corrió al rescate de Alberto en misión humanitaria, sino para resguardar al
FDT y para auto-preservarse.
El trauma del
gabinete y el sobresalto militante contrastaron con la parsimonia peronista.
Los gobernadores desacoplaron sus campañas de la Casa Rosada y cada uno pasó a
hacer su juego con la expectativa de que no les lleguen las esquirlas de Buenos
Aires. Su cabecera de playa en el proyecto, Alberto Fernández, está bajo fuego,
y ellos hace tiempo dejaron de creer en el “gobierno con 24 gobernadores” que
les prometió. Algo similar ocurrió con los gremialistas cercanos, todavía
dolidos por haber sido marginados de las listas. Massa, en tanto, busca
instalar la idea de que la elección no es un plebiscito donde se juzga el éxito
del Gobierno, sino una elección legislativa donde se votan representantes para
el Congreso. Otra manera de des albertizar la campaña. Hoy el Presidente
depende enteramente del kirchnerismo y del massismo que lleva en el side car.
Nunca cobijó a su tropa propia y ahora también licuó su papel como símbolo
“frentetodista”. La pérdida de su esencia ya es casi una enigma de la filosofía
política: ¿qué representa hoy Alberto Fernández?
Un hombre abrumado
Cuatro funcionarios
y referentes del FDT que estuvieron con el Presidente entre el fin de semana
pasado y los días siguientes coincidieron en un diagnóstico demoledor: estaba
derrumbado. Lo vieron mal físicamente, y también anímicamente. Retrataban la
imagen de un hombre abrumado ante lo que pasó. Recién el viernes, cuando se
juntó con sus ministros y almorzó con Massa, había recuperado el semblante y
algo de espíritu. Algunos aportaron explicaciones psicológicas: es la primera
vez que sus dotes de prestidigitador resultan insuficientes y debe enfrentarse
a una mentira que generó estupor social en el tema más sensible. Otros
argumentaron la enorme incomodidad de tener que exponer en público trazos de su
vínculo con Fabiola Yáñez. Este era un tema que estaba latente desde hace mucho
tiempo y que terminó de eclosionar ahora. Más allá de la relación personal
entre ellos, una cuestión particularmente sensible, desde el año pasado había
fricciones por la autonomía de la primera dama en su exposición pública. Un
indicio ocurrió en febrero pasado, cuando Pepe Albistur, publicista y amigo del
Presidente, dejó de asesorarla en materia de comunicación. Alguien que conoció
ese proceso recordó los problemas que había a la hora de plantearle la
necesidad de cuidar más su aparición en las redes y de dotarla de mayor
volumen. Así también provocó la furia de Cristina cuando el mes pasado, al
cumplir
40 años, posteó una
foto con flores y globos el mismo día que la Argentina llegaba a los 100.000
muertos por la pandemia. Ese “exceso de espontaneidad”, como la describió un
asesor, es el que ahora tiene en jaque al Gobierno, que corre detrás de las
filtraciones de fotos y videos del festejo del año pasado en Olivos para evitar
más daños. En alguna charla Alberto Fernández comentó que sospechaba de una
mano negra de sectores de inteligencia, en connivencia con ciertos medios.
Pero lo realmente
gravitante tiene que ver con el efecto político que todo el episodio tiene
sobre el rol del Presidente. Después del cierre de listas, Alberto Fernández
había quedado en una posición expectante para poder capitalizar parte de un
eventual triunfo electoral. Hoy ha resignado gran parte de sus acciones. Si el
oficialismo pierde, será sin duda el responsable mayor; si gana, habrá sido
porque lo rescataron del abismo Cristina y su escuadrón. El kirchnerismo no
hace más que hablar de las profundas reformas internas que deberá hacer cuando
pasen los comicios. Alberto deberá pelear duramente para tener una voz activa en
ese proceso.
Una encuesta que
circuló en el oficialismo dio cuenta de que la imagen positiva del Presidente,
durante muchos meses la figura más valorada dentro del FDT, está en la
provincia de Buenos Aires en 38,3 puntos, mientras que la de Cristina está en
36,3. Cuando el sol
alcance la línea del horizonte y ambas cifras se crucen, el atractivo de
Alberto se oscurecerá. El declive de Fernández afecta especialmente al votante
blando, que en 2019 apostó por el centrismo que aportaba el candidato por sobre
la radicalización kirchnerista. Si bien es imposible medir hoy el impacto
electoral que tendrá el feliz cumpleaños, un antecedente permite dar una base
de análisis: según la consultora Gop/trespuntozero el peor momento para la
imagen de Fernández fue en marzo, después del vacunatorio vip, cuando la
positiva descendió a 31 puntos y la negativa subió a 67, entre los que había un
33,8 que había votado por el FDT hace dos años. Es el segmento al que el
Presidente expuso ahora a la incertidumbre.
El oficialismo necesita
ahora, mucho más que hace un mes, un buen resultado electoral, ya no solo para
sumar legisladores, sino para evitar el inicio de un proceso de desgajamiento.
La integridad del espacio también está en juego. Cristina lo necesita para
evaporar sus sombras, Massa para alimentar sus ilusiones, Máximo para sostener
su proyecto y Kicillof para poder gobernar la provincia indómita. Pero también
todos dependen más que antes de un hombre que acaba de recibir el golpe más
duro y necesita recuperar su razón de ser como administrador del consorcio.
“Esto generó un
impacto muy fuerte en la militancia, que perdió la confianza en el Presidente”,
dicen en La Cámpora
Cuatro funcionarios
y referentes del FDT que estuvieron con Fernández coincidieron en que estaba
derrumbado.
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