Por
Claudio Jacquelin - El impacto
fue tan grande que Alberto Fernández rompió la costumbre de dilatar decisiones
y resolvió acelerar el proceso con la intención de empezar a darle un cierre a
la crisis política que lo acorrala desde hace tres semanas.
Con la difusión de
los videos de la fiesta clandestina en la residencia de Olivos, el Presidente
empezó a cumplir la orden de poner orden que le dio Cristina Kirchner.
También el
escándalo anticipó tiempos, discusiones y definiciones que se esperaban para
después de las elecciones. Otra forma de empezar a poner orden. Adelantó o
clausuró por un buen tiempo los debates sobre los equilibrios de poder interno
de la coalición gobernante con miras a los dos últimos años de mandato.
El reto, el mandato
o el consejo (como se quiera interpretar) que la vicepresidenta le dio a
Fernández expuso una realidad que ni el más albertista desconoce ni niega. El
Presidente es hoy mucho más débil o más dependiente del poder de Cristina
Kirchner de lo que era y creía ser tras el cierre de listas para las PASO.
Larga pausa para varias ensoñaciones poselectorales del albertismo.
El abroquelamiento
del oficialismo, que sirvió de refugio a Fernández en el momento personal más
difícil de su presidencia, no es ni será gratis. La dirigencia mayoritaria del
peronismo volvió a dar una muestra de que sigue reunificada en el artefacto
electoral creado en 2019, lo que no implica que esté unida más allá de la
necesidad de autopreservación.
La diferencia
respecto de hace dos años es que ahora se invirtieron los términos de una
relación que siempre fue asimétrica. Hoy Cristina debe salir al rescate de
Alberto para intentar ganar una elección. El valor relativo de Fernández es
menor que el que tenía en 2019. Notable reversión, por no decir fracaso, en el
proceso de construcción de autoridad y poder. Hasta hace nada, el Presidente
superaba cómodamente en imagen neta a la vicepresidenta. Pero ya se sabe que la
imagen no siempre tiene correlación directa con los votos.
Todavía faltan
mediciones confiables, no alteradas por el pico de atención que tuvo el
Olivosgate, para saber cuál es el efecto del escándalo sobre la figura de
Fernández. No obstante, hay un dato para tener en cuenta: el punto más elevado
de su popularidad se dio en el primer cuatrimestre pandémico, cuando se dispuso
a interpretar los roles del presidente, que se hace cargo y actúa ante la
emergencia; el del profesor, que explica decisiones dolorosas, y el del padre,
que cuida y protege.
La publicidad de
las imágenes de la fiesta de Olivos golpeó de lleno sobre esa construcción.
Puso en evidencia que Fernández, su pareja y sus amigos violaban las órdenes,
las explicaciones y los consejos del presidente, el profesor y el padre
mientras la mayoría de los argentinos los acataba aun pagando altos costos en
múltiples dimensiones.
Aquellas negativas
emociones y vivencias de la dura cuarentena, que la memoria selectiva venía
atenuando, volvieron a ser presente en millones de personas. A las imágenes se
les sumó un agravante: la línea argumental de los discursos justificatorios
vino a confirmar la enorme distancia que existe entre lo que se impone desde el
poder, lo que se hace allí y lo que desde ahí se oculta.
El argumento
esgrimido por Fernández y sus voceros de que él es y actúa como un hombre común
y que no reaccionó cuando llegó a la fiesta de su pareja porque estaba
acostumbrado a estar rodeado de gente expone, como mínimo, un agraviante
desconocimiento de lo que padecían en la Argentina de entonces las mujeres, los
hombres, las niñas y los niños comunes.
Las encuestas
revelarán lo que ellos sienten ahora. Nadie sabe todavía si también se
reflejará en las próximas elecciones o si primarán otras motivaciones. Los
sondeos muestran que hasta ahora los únicos que decidieron su voto son los que
integran el núcleo duro de adherentes. Recientes encuestas que consumen el
oficialismo y la oposición muestran que más de la mitad de los encuestados
dicen que todavía no decidieron a quién votarán. O si votarán.
Unidad en modo electoral
Ante el abrupto
cambio de contexto y frente al interrogante electoral que carcome al
oficialismo, hasta el propio Fernández se vio obligado a interpretar una
estrategia discursiva de campaña que lejos está de potenciar su rol y
reivindicar su performance presidencial. Reducción de daños, podría titularse.
Todos los esfuerzos
del frentetodismo están puestos en correr de la opción electoral el plebiscito
a la gestión. La marca va por encima de candidatos y dirigentes. El todo más
que las partes y, especialmente, mucho más que la cúpula de ese edificio.
Esa es la línea que
marcó el tono y el fondo de la sucesión de actos proselitistas de los últimos
seis días. Los principales oradores optaron por achacar casi todos los males al
macrismo y a la pandemia (dos pestes), admitir algunos pocos errores, reconocer
que queda mucho por hacer, reivindicar ciertas políticas y, sobre todo,
publicitar leyes aprobadas por el Congreso. Allí el poder y los méritos son de
Cristina Kirchner, Sergio Massa y Máximo Kirchner. Cada uno cuida su jardín con
la excusa de que mejora el barrio de todos.
El modo electoral
con el que se asordinan las diferencias y se posdatan las facturas internas
obliga a unificar discursos aun a costa de agravar preocupaciones. La flamante
dureza de Fernández respecto del Fondo Monetario es un caso notorio.
El contraste con
las expresiones recientes escuchadas por los enviados de Joe Biden que lo
visitaron es congruente con el hilo argumental que vienen desplegando Cristina
y Máximo Kirchner.
Fuentes del
oficialismo sostienen que ese cambio es la táctica del tero y que el acuerdo
con el FMI sigue estando al caer para después de las elecciones.
No obstante, los
oficialistas más entusiasmados con lo que habría dejado la visita de los
funcionarios norteamericanos están en alerta y se lamentan más que nadie por el
estallido del Olivosgate.
“Estábamos en el
mejor momento: los índices de aprobación del Presidente y del gobierno, en
pleno ascenso; la economía, en recuperación sostenida; la unidad, restablecida
tras el cierre de listas; la relación con Estados Unidos, encarrilada como
nunca, y Alberto, empoderado y decidido a conducir con su impronta la segunda
parte de su mandato. Justo ahí vino a explotar lo de las fotos”, recitan en el
entorno presidencial. Algún malpensado podría interpretar que el lamento se
confunde con la confesión de una sospecha.
Las suspicacias
crecen cuando se escucha afirmar la convicción que tienen algunos dirigentes de
que el escándalo tendrá menos efectos nocivos para afuera que para adentro. Es
decir, menos consecuencias electorales que daño a la figura de Fernández en la
disputa por el poder interno. La jefa es la jefa y la única verdad es la
realidad.
Al margen de las
encuestas, hay un dato que cuenta para justificar ese optimismo. La base de apoyo
al peronismo (en sus distintas versiones) muestra apenas movimientos marginales
desde hace ya mucho tiempo. Un agudo trabajo del sociólogo y consultor Luis
Costa muestra la estabilidad de las preferencias en el conurbano,
estratificadas por nivel socioeconómico. El apoyo al panperonismo de los
sectores más desfavorecidos ha sido mayoritario y sostenido en el tiempo. La
consistencia es férrea. Y ya se sabe que la situación económica no ha mejorado.
Además, la
principal fuerza opositora ya dejó de ser novedad y tiene un pasado en el
gobierno que quedó en rojo en materia económica. Por eso, también los
frentetodistas están convencidos de que las fugas de votos blandos disconformes
con la gestión y enojados con Fernández no irán para los cambiemitas.
Por eso, si sus
deseos triunfalistas se cumplieran, aunque sea muy ajustadamente, el discurso
que está en elaboración en Balcarce 50 dirá en la noche de la elección que se
trata de una gran victoria, ya que en medio de la pandemia ningún oficialismo
pudo ganar. No importará si ganan por unos pocos puntos, si la oposición
recorta la distancia respecto de 2019 y, ni siquiera, si el oficialismo pierde
bancas en el Congreso.
No hay dudas de que
los tiempos se están adelantando mucho y que el Gobierno está desesperado por
cerrar el escándalo del Olivosgate. Falta poco para saber si, en verdad, algo
nuevo se está gestando y si Fernández encuentra nuevos motivos para festejar.
Al margen de las puestas en escenas de ocasión, que pueden terminar resultando
embarazosas.
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