Por Walter
Graziano - A esta altura del año -y mucho más en el esquema de
retraso cambiario en el cual la
economía argentina está inmersa- los economistas hacemos cálculos lo más
prolijos posible para intentar predecir si las pautas fiscales fijadas en el
Presupuesto podrán ser cumplidas o no. Es la primera de una serie de
consideraciones que es necesario efectuar a fin de lograr saber cuan probable
es una devaluación fuera de lo programado y cual es la magnitud de ese riesgo.
Al respecto, es
público y notorio que tanto en julio como en agosto el BCRA debió
salir en auxilio del Tesoro con emisión monetaria tanto para poder pagar una
parte de los aguinaldos como para atender una porción de vencimientos de
títulos públicos que no pudo ser renovado. Si bien lo segundo, específicamente,
no se puede caratular como déficit fiscal por deberse a vencimientos de
capital, a los fines monetarios opera como si lo fuera. De forma idéntica a que
si fuera déficit fiscal contante y sonante porque los pesos que
se emiten por esa vía no son “pesos serie B” que por ser emitidos para cancelar
deuda no operan presionando sobre el tipo de cambio como si fueran pesos
emitidos para pagar sueldos en el Estado. Toda la emisión es potencial fuente
de presión sobre el tipo de cambio, en épocas de singular baja cantidad de
reservas como son las actuales hay que tener especial cuidado con ello.
Al respecto, es realmente llamativa la conformidad que
manifiesta el Gobierno a través de largos meses -que ya son más de un año- en
manejarse con niveles de reservas tan reducidos que son realmente inaceptables.
Uno puede comprender, pero nunca justificar, que haya habido que salir en
posición poco menos que mendicante meses atrás a hablar personalmente con
mandatarios de otros países para explicarles porqué Argentina no podía atender
los mínimos compromisos con el Club de París.
Es difícil captar
cómo los funcionarios que debieron participar de la comitiva no se pusieron
colorados de la vergüenza a la hora de tener que dar tales explicaciones
pidiendo una renovación forzada de apenas un poco más de u$s2.000 millones para
dentro de solo unos meses. Esa es una cifra considerada
poco menos que despreciable en un mundo en el que las naciones literalmente
nadan en un mar de reservas de dólares y otros
activos líquidos nominados en dólares que los respectivos bancos centrales han
ido atesorando tras más de una década entera de superliquidez mundial, tasas
mínimas o en cero en todas partes, altas o incluso extravagantes tasas de
emisión monetaria en las potencias centrales generadoras de divisas, y nula o
escasa demanda de dólares por parte de los sectores privados de los países en
general.
Y es que Argentina
nunca pudo superar largamente los u$s50.000 millones de reservas líquidas de
algo más de una década atrás. Momentos aquellos que no eran considerados un dorado
paraíso por nadie, pero que ante lo sufrido en forma posterior en la memoria
permanecen como una especie de falsa “belle époque” a la que se quiere retornar
y no se posee la clave. En esta última década Argentina no solo se “patinó”
esos algo más de u$s50.000 millones que se apilaban en el Banco Central, sino
que además se endeudó por cerca de u$s150.000 millones si se hacen bien los
cálculos. Una pérdida patrimonial de nada más y nada menos que u$s200.000
millones. Bastante más de medio PBI.
Vale decir entonces que en una década Argentina se consumió
entero casi el 60% de un PBI para poder crecer… cero. Equivale más o menos a
haber mantenido la misma situación patrimonial sin aumentar ni bajar las
reservas ni la deuda pero bajando el PBI a un ritmo de entre el 4% y el 5%
anual… ¿Increíble, no?
Hoy aún estamos
inmersos en ese proceso de poco menos que caída libre. No hay que equivocarse
con el erróneo espejismo que puede aportar un par de trimestres de algún buen
crecimiento sectorial en algunas áreas, algún rebote mustio en el consumo que
levante inadecuadas expectativas de expansión o algún proyecto de inversión que
pueda cambiar por un rato las expectativas. No se puede entusiasmar con nada de
eso, porque la macroeconomía, como veremos, no funciona.
Doscientos mil
millones de dólares de “pufo” para crecer cero a lo largo de dos gobiernos y
medio. Porque lamentablemente no cabe más remedio que incluir a este también,
aunque intenta cuidar mucho más la caja que los dos anteriores que gobernaron
el país de manera desacertada.
Ahora bien: ¿Porqué
no cabe más remedio que incluir en la “volteada” al actual gobierno si padece
la maldición de una pandemia y busca mucho más que los anteriores el equilibrio
fiscal? Pues bien, porque está en una búsqueda vana que no puede concluir bien.
En dos meses, en tres, en cuatro o en diez, o en dos años, esta política
económica, tal como está, no puede concluir bien.
¿Porqué no puede concluir bien? Porque mientras Guzmán
intenta ahorrar hasta las migajas y forzar a todos a encajar en un presupuesto
de 2021 que no fue elaborado para acoger a los argentinos con un confort propio
de una lata de sardinas, y mantener así el déficit de caja en menos de 3% del
PBI, por la vieja ventanilla de siempre del Banco Central se evaporan como agua
al sol en el desierto del Sahara más de u$s17.000 millones por año a través del
viejo déficit cuasifiscal.
Se trata del mismo
déficit del cual hemos hablado en estas páginas hace bastante más de 30 años,
desde antes de las hiperinfalciones, de las cuales fueron la real causa, aunque
el presidente Alfonsín y algunos de sus correligionarios de la UCR siempre las
adjudicaron a teorías conspirativas. Recordar aquella gran estupidez del “golpe
de mercado”. Las conspiraciones solo existen cuando conviene para explicar
gruesos errores, perece ser.
Pero volviendo al
tema central del déficit estatal total, ¿cómo es esto de que por una ventanilla
del BCRA se fugan más de u$s17.000 millones por año? Bueno, eso es lo que se
fuga hoy. Pero si todo sale a pedir de boca como Guzmán planea, en 2022 se
fugarán muchos más. Hagamos las cuentas: con un stock de Leliq y pases de $3,9
billones como el actual a la tasa efectiva del 45% anual que implica la nominal
del 38% de las Leliq, significa la bicoca de $1,8 billones de pérdida en el
año.
A un dólar de $102
son algo más de u$s17.000 millones limpitos que se van solo este año de las
arcas del Estado para nunca más volver. Vale decir, prácticamente 5% del PBI.
Si sumamos ese déficit del Central al de algo menos del 3% del PBI que Guzmán
se esfuerza por contener, tenemos entonces que el “real”, el “verdadero”, el
“genuino” déficit fiscal es hoy 8% del PBI, y en suba. En suba porque como se
trata de no devaluar casi nada mientras se amasa más y más bola de nieve de
deuda en Leliq y pases del BCRA, si todo les sale de perillas a Guzmán y a
Pesce en 2022 lograrán muy probablemente sobrepasar el 10% del PBI de déficit
fiscal, tal como buscan denodadamente.
¿Entiende el lector entonces porqué en Argentina hay
inflación? Porque mientras todos los años cientos de diputados y senadores
evalúan el proyecto del presupuesto, desde el Central se decide con el solo
voto de un puñado de directores elegidos con un criterio puramente político y
muchas veces sin la más mínima idoneidad cual será el real déficit estatal al
calor de altísimas tasas y montos de stocks de Leliq y pases siempre
crecientes.
¿Cómo no va a
existir inflación entonces? ¿Cómo no se le va a hacer difícil al Central juntar
dólares en sus reservas y lograr amasar sumas similares a las de otros países
para no padecer la vergüenza de esta actitud poco menos que mendicante ante el
Club de París? ¿Qué empresa del exterior puede pensar en radicarse en Argentina
si sus directivos en otras capitales leen en los diarios que el Presidente
viaja con una comitiva para explicar que no se va a pagar? Pulgar para abajo
sin escalas.
Algún día también
habrá que explicar porqué todo este tema del déficit real y de la inflación en
Argentina se conecta con la privatización de una parte muy alta del impuesto
inflacionario que pagamos todos. Casi un cuarto se evapora de las arcas
estatales por lo que tenemos una inflación muy superior a la estrictamente
necesaria. Pero ese es otro cantar.
A diferencia de lo
que el lector a esta altura puede pensar, nada de esto se soluciona cerrando el
BCRA. Cerrarlo equivaldría a hacer volar todo por los aires. Con ese tipo de
propuestas se hace mucho más daño del que se pretende evitar. No nos
equivoquemos: si en un avión pusiéramos a todos los políticos, economistas,
empresarios, jueces y periodistas que han convertido a la Argentina en el Foro
Romano que hoy es, para condenarlos al peor de los castigos que hace 25 siglos
podía sufrir un ciudadano ateniense: el exilio, algún que otro libertario, aun
sin haber ocupado nunca un puesto, debería sentarse en alguno de los mejores
asientos de primera clase tomando champagne francés. Como hubiera dicho
Alfonsín si hubiera tenido real visión de estadista: “Un plan de shock a la
derecha, por favor”. O a la izquierda, ¿porqué no? Pero un plan de
estabilización en serio, por favor.
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