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¿Qué es lo que hay que pedirle al Fondo Monetario Internacional?
ABC Mercado de Cambios S.C. comunica sobre la fuente de la siguiente nota:
Texto informativo: 12/02 - 07:53 Ambito Financiero
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Por Walter Graziano - Desde hace algunos días las perspectivas de un acuerdo rápido y sencillo con el FMI han comenzado a aumentar. Hasta hace semanas parecía que las negociaciones recién iban a iniciarse poco antes del verano boreal y que un acuerdo solo iba a ser logrado en septiembre. Sin embargo, probablemente la necesidad del Gobierno de mejorar las expectativas ha abierto la posibilidad de un acuerdo en no más allá de 3 meses. El tipo de acuerdo al que se llegue es muy relevante porque una vez firmado el convenio no puede cambiarse en algunos de sus aspectos fundamentales: montos, plazos, tasas y formas de repago quedan fijos y lo único que puede cambiarse es –por ejemplo– la posibilidad de que un desembolso se efectivice aunque las cláusulas de condicionalidad no hayan sido cumplidas. Sin embargo, este será un acuerdo muy particular porque el Gobierno no está buscando ningún tipo de desembolso por parte del FMI. Más bien la preocupación parece ser como pagarle al organismo los cerca de u$s44.000 millones que se le deben. Y para eso parece ser que hay dos premisas fundamentales: que no haya pagos de capital hasta el 2025 por lo menos, y que el plazo final total sea de bastante más años de los que la Carta Orgánico del FMI estipula como plazo máximo: 10 años para un “Acuerdo de Facilidades Extendidas”. La causa de por qué se busca esto es sencilla de entender: si todos los pagos deben concentrarse entre 2025 y 2031 resultaría que habría que pagarle al organismo abultados vencimientos del orden de los u$s6.500 millones anuales, los cuales pueden resultar difíciles de conseguir. Ello, claro está, si en 2025 se decide que en vez de refinanciar lo más sano es pagar. Si en el 2025 se decidiera refinanciar, entre el 2026 y el 2035 habría que pagar bastante menos: unos u$s4.400 millones anuales y automáticamente resultaría que los plazos habrían sido estirados en cuatro años. Ir por ese camino mejoraría notablemente las perspectivas para un acuerdo rápido con el FMI.

El Gobierno, sin embargo, no está interesado en una cosa así. Probablemente no lo está porque se tiene siempre presente el recordado pago total por cerca de u$s10.000 millones que Néstor Kirchner hizo durante su presidencia. En aquella oportunidad el país estaba saliendo de la dura crisis del “corralito” impuesto por Cavallo con el que concluyó la convertibilidad y al FMI lo dirigían verdaderos “halcones” que no paraban de hablar mal de la Argentina y de mostrarla como caso testigo de todo aquello que no se debe hacer en materia económica. Si se tiene un poco de memoria se recordará como la Sra. Ann Krueger que venía de cerrarle la puerta al país de créditos de emergencia a fines de 2001 seguía, fusta en mano, castigando al país. Ella no dirigía formalmente al organismo sino que lo hacía el alemán Horst Kohler. Sin embargo, la Sra. Krueger impuesta como número 2 del organismo por el tristemente recordado George W. Bush era quien en la práctica hacía y deshacía. Aún no se sabe si por estrictas órdenes de ella o por otras causas, los funcionarios de línea del FMI presionaban en diversas cuestiones económicas que no tenían que ver directamente con la balanza de pagos, el déficit fiscal o la emisión monetaria, sino con cuestiones más bien microeconómicas en las cuales el FMI no debía meterse, pero lo hacía. Kirchner, cansado de esa situación por la que había que rendir examen todos los días dispuso pagarle al FMI toda la deuda de un solo golpe y sacarse de encima las constantes discusiones que los técnicos del FMI iniciaban con el beneplácito de Krueger. Esa actitud quedó, en los anales del peronismo, y sobre todo del kirchnerismo marcada a fuego como un verdadero símbolo de independencia y autodeterminación económica. Se entiende que así sea.

Eso es lo que probablemente ahora está incidiendo para que lo que se está negociando sea simplemente aumentar el plazo de pago de la deuda actual con el único interés de repagarla –paradójicamente– lo más rápido posible, porque de otra manera no habría tanto interés en el plazo final como variable fundamental sino, probablemente, en la posibilidad de nuevos desembolsos por parte del organismo en un contexto en el cual el BCRA está sediento de reservas. Y es que convendría comenzar a digerir la idea de que la actual situación económica de Argentina es muy diferente a la que era vigente durante la presidencia de Néstor Kirchner, quien tenía un BCRA lleno de reservas, una inflación muy baja, tasas chinas de crecimiento económico y superávits comercial y fiscal. Hoy estamos en las antípodas de una situación así.

Y por suerte, el FMI es también un organismo muy diferente del de la época en que lo dirigía la dupla Horst Kohler–Ann Krueger. Kristalina Georgieva no es Ann Krueger. El FMI –al revés de aquel que pretendía mirar la situación desde la platea sin poner un solo dólar- está tan o más apurado que la Argentina por estampar la firma en un acuerdo porque sabe muy bien que con el acuerdo que se le firmó al gobierno de Macri en 2018 se le puede armar tremendo lío si se destapa la olla y todos se ponen a escudriñar como el FMI le dio a la Argentina un préstamo por montos muy superiores a los marcados en su reglamento con la única idea de facilitar la reelección del expresidente. Al FMI le conviene firmar papeles cuanto antes. Y si no tiene que poner un solo dólar más, mucho mejor, piensan allí.

Sin embargo sería un error seguir pidiendo como única cuestión importante un aumento en el plazo final de repago. Argentina no es la Argentina de 2003/2007, y el FMI no es el FMI de aquella época. Está muy bien recordar y hasta añorar aquellos momentos de ratificación de la soberanía económica. Pero pensar que ante una situación determinada hay que reaccionar siempre de la misma forma es no tener en cuenta que la realidad es siempre cambiante. Si la realidad es cambiante es necesario estar cambiando todo el tiempo para adecuarse a ella. En eso quizás nadie mejor que el propio Perón para poner como ejemplo. Tras años en los que el general se opuso tenazmente a acuerdos con la Standard Oil, el general termina por acordar con la petrolera de la manera más benévola posible para el país cuando observa que la situación se le podía hacer inmanejable entre otras causas porque se deterioraba el nivel de reservas de manera muy peligrosa. De la misma manera, ahora hay que tener en cuenta que si bien los pagos de la deuda pueden posponerse con refinanciaciones en todo tipo de deudas, las reservas son necesarias como el agua a la hora de calmar a los mercados cuando las expectativas son negativas y son más vitales aún cuando llega la hora de estabilizar “en serio” y tener una inflación similar a la del resto del mundo. El Gobierno no tuvo hasta el momento que hacer esto. Pero a medida que se alcanzan índices inflacionarios más altos, bien puede ser el caso dentro de meses. Si ese momento llega, va a ser muy diferente la batería de medidas que se tendrá que adoptar si hay una buena cantidad de reservas en el BCRA que si no las hay.

El FMI es una de las únicas dos fuentes de acumulación de reservas que hoy tiene Argentina. La otra es el superávit de balanza comercial que últimamente ha mostrado una brusca reducción e incluso números negativos. Entonces, no se puede confiar en el superávit de balanza comercial como única fuente de acumulación de reservas. No cabe más remedio que acudir por ellas al FMI y pedirle que desembolse la parte del stand-by de 2018 que no desembolsó: cerca de u$s13.000 millones, con lo cual si resultara imprescindible usar una cantidad de dólares, habrá de donde sacarla, y si hay que aplicar un plan para estabilizar, habrá cómo hacerlo digno de toda confianza. La historia no puede ser una guía de cómo actuar, porque el mundo es otro, porque Argentina es otra y porque el FMI es otro. Se necesita, entonces, otra respuesta.

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