Por Esteban Domecq - Una vez más, el Gobierno puso en el centro de la escena las retenciones al campo. No es casualidad el debate, en un contexto en el cual el programa económico empieza a resentirse por la escasez de dólares y la fuerte aceleración inflacionaria. Porque sin reservas internacionales netas, sin un flujo de dólares comerciales suficientes para financiar la recuperación y con una inflación acelerando del 20% interanual en el segundo trimestre de 2020 al 60% en los últimos tres meses, la recuperación está en jaque, y con ella, también el plan electoral del oficialismo. En este contexto, y en una Argentina signada en los últimos años (y décadas) por la mediocridad económica y el cortoplacismo político, no llaman la atención las amenazas de imponer cupos o aumentar los derechos de exportación sobre el principal sector exportador. Concentración, especulación, traslado de precios internacionales e inflación es la lógica argumental del problema en el Gobierno. Lejos está de ser correcto, pero vale todo una vez desplegada la bandera de “la mesa de los argentinos”. A continuación, algunos puntos a considerar para reducir la confusión. En primer lugar, poco se menciona el hecho de lo distorsivo e ineficiente que resultan las retenciones, al ser un tributo que opera sobre la facturación a través del precio de venta, sin importar la producción, los rindes, los costos ni los gastos. A diferencia de lo que muchos creen, no aplica sobre ganancias extraordinarias, por el contrario, paga lo mismo un gran productor de la zona núcleo que uno pequeño de tierras marginanunca les de bajo rinde. Por eso no llama la atención que cada vez sean menos países los que las aplican. En segundo lugar, el desdoblamiento cambiario opera como un segundo nivel de retenciones, o retenciones indirectas. A modo de ejemplo, la soja en Chicago cerró us$510 la tonelada. En Rosario, ya descontado el 33% de retenciones, cotiza a $29.100 (lo que equivale a us$330 al tipo de cambio oficial). Pero el productor no puede acceder al dólar de $88,2; el dólar libre y legal de referencia en el ámbito local es el MEP, que está cotizando a $149,2, con lo cual el precio efectivo que recibe el productor es de us$194,3 la tonelada. Esto significa que está recibiendo us$38 de cada us$100 que genera. Y con eso tiene que afrontar todo el costo de producción, el cual más de la mitad está dolarizado, y todo el pago de impuestos, incluido Ganancias si el rinde fue suficiente, como cualquier otra actividad. una tercera cuestión tiene que ver con el mito de que tenemos inflación porque exportamos lo mismo que comemos. La “maldición exportadora” le dicen algunos. Llama la atención porque al tratarse de un bien transable debería generar el mismo inconveniente para el país exportador como para el importador. Sin embargo, mientras el mundo tiene inflación promedio de 2,4% anual, nosotros somos de los pocos países con inflación de dos dígitos desde hace ocho décadas. Más interesante aun es que, según la Organización Mundial del Comercio (OMC), la unión Europea, Estados unidos y Brasil lideraron la exportación mundial de alimentos en 2019 y tuvieron 1,2%, 1,8% y 4,3% de inflación, respectivamente. Para concluir lo ridículo del argumento, en los ‘90, cuando se cortó la emisión monetaria sin respaldo, Argentina tuvo inflación menor a 10% anual en todo el periodo entre 1992 y 2001 y dejó de exportar alimentos. Como cuarto elemento, en caso de verse acoplados algunos precios domésticos a los internacionales, las retenciones incidirían sobre el nivel de precios, tanto en la suba como en la baja, modificando precios relativos, y no tendría injerencia sobre la variación generalizada y sostenida de los precios, o sea, la inflación. Vale agregar también la baja incidencia del valor de las commodities en los precios finales de los alimentos, en los cuales en algunos casos no llegan ni al 15%. En el pan, por ejemplo, solo el 13% del precio está explicado por el trigo. Como quinta consideración, es importante destacar que los cupos y los derechos de exportación generan un marcado sesgo antiproducción y antiexportación. Por eso no es casual que el área sembrada de trigo haya caído sistemáticamente desde los 7 millones de hectáreas en la campaña 2002/03 hasta 3,1 millones en la campaña 2012/13, mínimos en 60 años. En otro plano, la exportación de carne vacuna cayó de 578.805 toneladas en 2005 a 235.247 toneladas en 2011, una desgracia para las cuentas externas argentinas. Antes de avanzar con la imposición de cupos y/o aumento de las retenciones sería interesante repasar los efectos de estas medidas a lo largo de nuestra historia y comprender el fondo del problema. Lo que en el corto plazo pueden parecer menores precios, en el largo plazo indefectiblemente será menos producción, menos empleo, menos exportaciones, menos stocks y mayores precios internos. Los argentinos no convertimos una oportunidad en un problema, como dijo el Presidente; convertimos cada problema en un problema mayor. |