Sábado 9 - Por Pablo Fernández Blanco - El fallo adverso contra la Argentina que acaba
de concretarse en Estados Unidos es el último capítulo de una de las novelas
judiciales más sensibles de la historia argentina, que comenzó el 9 de abril de
2015.
A tal punto el
embrollado es una consecuencia del atormentado pasado que la juez a Loretta
Pres ka, la verdugo de la Argentina en los determinantes tribunales de
Manhattan, les dedicó un capítulo de su sentencia a aquellos tiempos. “[Axel]
Kicillof declaró descaradamente que sería ‘estúpido’ cumplir ‘la ley de la
propia YPF’ o ‘respetar’ sus estatutos”. El gobernador de la provincia de
Buenos Aires es un actor principal de esta saga que está a punto de costarle al
país US$16.000 millones.
Casi tres años
después de la estatización de YPF, que había ocurrido en abril de 2012, el
oportunismo de un estudio de abogados y las desprolijidades con las que el
equipo de Kicillof había avanzado sobre la petrolera argentina le abrieron la
puerta a Burford Capital Limited. Este megabufete presentó en la Corte de
Distrito Sur de Nueva York una demanda contra la petrolera y el Estado por el
supuesto incumplimiento de compromisos asumidos con los tenedores de sus
acciones.
Burford se
aprovechó de un error del kirchnerismo. La familia Eskenazi había llegado a YPF
en 2008. Siete años después, Burford compró en España, para demandar al Estado
argentino, las quiebras de Petersen Energía Inversora y Petersen Energía, dos
compañías que los Eskenazi habían creado.
Los vehículos del
litigio son incómodos para Cristina Kirchner. No solo debido a que la supuesta
argentinización que favoreció Néstor Kirchner y ella misma a través de la
familia de banqueros se hizo a través de empresas con domicilio extranjero. Son
esas mismas compañías las que hoy se convirtieron en un caballo de Troya por el
cual la Argentina debe pagar.
¿Cuál era la
debilidad de la estatización que promovió el kirchnerismo? En 1993, en el marco
de la privatización de YPF, el gobierno de Carlos Menem ofreció casi el 100%
del capital de la empresa a través de acciones clase D y listó los ADR -el
título bajo el cual se negocian los papeles extranjeros en los Estados Unidos-
en la Bolsa de Nueva York.
En ese momento,
tanto el país como la empresa se comprometieron a que cualquier otra
adquisición posterior de una porción de control de la empresa obligaría a hacer
una oferta por el total de las acciones. Esa salvedad figura no sólo en los
documentos que YPF envió a la SEC (el regulador bursátil norteamericano), sino
también en su viejo estatuto. Pero el kirchnerismo no la consideró.
En las semanas
previas a la estatización, el por aquel entonces viceministro de Economía Axel
Kicillof notó el detalle que ahora condena al país y estudió alternativas para
contemplarlo. Fue un trabajo inconducente. Según los cálculos de su equipo,
aceptar esas condiciones hubiese implicado para la Argentina un desembolso
enorme por toda la empresa, cuando el Gobierno solo quería el control.
Kicillof lo expresó
en una presentación ante el Senado. “Créanme que si uno quería comprar acciones
para entrar a la compañía y pasaba el 15%, pisaba la trampa del oso y tenía que
comprar el 100% a un valor equivalente a US$19.000 millones. ¡Porque los tarados
son los que piensan que el Estado tiene que ser estúpido y comprar todo según
la ley de la propia YPF, respetando su estatuto!”. Son algunas de las palabras
que eligieron los demandantes para justificar su demanda. Y es el párrafo que
Preska utilizó para someter al país a pagar una plata que hoy no tiene.
Burford estructuró
toda su demanda, cuyo original tenía 30 carillas, en los daños que fueron
provocados a ambas empresas de la familia local por no tomar en cuenta su
estatuto. Es el mismo fondo que puso el dinero para que el grupo Marsans
pudiera iniciar el juicio en el Ciadi para reclamar por una indemnización
después de la estatización de Aerolíneas Argentinas, en julio de 2008. La
Argentina debe pagar por esa cuenta unos US$320 millones.
La estatización de
YPF fue el producto de una aceleración cuyos resultados están hoy a la vista.
El 27 de diciembre de 2011 por la noche, Cristina Kirchner se reunió en Olivos
con Sebastián Eskenazi, que era el CEO de YPF. La presidenta, que junto a su marido
había favorecido la “argentinización” de la empresa, empezaba a escribir de esa
manera el primer capítulo de la estatización.
La mandataria
promulgó la ley de expropiación y designó a Miguel Galuccio al frente de la
petrolera el 4 de mayo de 2012. Ella tenía los números de las importaciones de
energía, que en 2011 habían alcanzado los US$9400 millones, una cifra récord.
Creía que una de las responsables era YPF. Compartía ese pensamiento el
ascendente viceministro de Economía Axel Kicillof.
Cristina Kirchner
le exigió a Eskenazi que dejara de distribuir dividendos al exterior y
comenzara a invertirlos en el país. Era algo inadmisible para el acuerdo que el
empresario tenía con Repsol. Entre sus asesores estaba Alberto Fernández. Menos
de cuatro meses después, la empresa pasó a manos del Estado.
Hoy YPF vale unos
US$5000 millones según su valuación de mercado. El país necesitaría el
equivalente a tres empresas solo para pagar las consecuencias judiciales de
haberse quedado con el 51% que ahora está en manos del Estado. ● LA NACIÓN
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