Por Sofía Diamante
- WASHINGTON.– “El fútbol cambió”, dijeron en España para explicar la victoria
argentina en el último mundial masculino. “Y el mundo también”, agregan con
preocupación en Estados Unidos. El gobierno de Joe Biden cree que la sociedad
global está viviendo un punto de inflexión, de esos que suceden cada cuatro o
cinco generaciones. ¿Las razones? La pandemia, el conflicto bélico en el
corazón de Occidente con la invasión de Rusia a Ucrania, los cambios
tecnológicos que vuelven impredecible la convivencia en los próximos años y la
mayor concientización sobre el cambio climático.
Al igual que en
Qatar, la Argentina podría jugar un rol importante en este nuevo contexto
incierto, si sus dirigentes empiezan a ofrecer previsibilidad.
Luego de la
pandemia, los países comenzaron a redefinir sus relaciones comerciales. “Tal
vez valga la pena pagar 50 centavos de dólar más caro un producto o un servicio
si eso asegura cómo fue fabricado y si hay seguridad de abastecimiento”, dicen
las empresas estadounidenses, que sufrieron la sorpresiva cuarentena estricta
que aplicó China hasta mayo de este año. El concepto de near-shoring, que
describe el proceso de relocalización de las fábricas y las cadenas de
producción a lugares geográficamente más cercanos, tomó fuerza.
En este contexto,
la Argentina vuelve a tener una oportunidad. Hay incluso economistas que
estiman que la situación internacional podría ser más favorable para el país de
lo que fue en 2003, cuando el crecimiento de la economía china hizo disparar la
demanda de soja y su precio. A partir del año próximo se espera que las tasas
de interés internacionales empiecen a bajar, lo que hará que las inversiones en
economías emergentes, como la argentina, se vuelvan más atractivas. El país
tiene para ofrecer alimentos, energía, servicios de tecnología y una sociedad
sin conflictos raciales, étnicos, religiosos ni limítrofes. Y la democracia
está consolidada, pese a las sucesivas crisis recurrentes.
En la Argentina es
difícil ver con optimismo esta nueva oportunidad, según analizan los
consultores políticos sobre la base de los últimos resultados electorales. Pero
en Estados Unidos hay otra mirada sobre el rol que podría cumplir el país como
aliado estratégico en la región, ya que el Brasil de Lula da Silva genera preocupación
en Washington por su cercanía a Rusia.
La mirada de
Estados Unidos se vio reflejada en los hechos en la intervención del gobierno
de Joe Biden en el Fondo Monetario Internacional (FMI) para que el organismo le
girara a la Argentina US$7500 millones, pese a que el país no cumplió con
ninguna de las tres metas que se habían establecido.
La relación con
el FMI
Alejandro Werner,
exdirector del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, quien estuvo a
cargo de las negociaciones con la Argentina, suele explicar por qué el
organismo cambia los equipos técnicos que tienen trato con el país cada cinco
años. “Cuando ves profesionalmente por primera vez el caso argentino, a todos
nos parece fascinante. Enseguida uno se entusiasma en que ahora sí habrá un cambio
en el país y que se va a romper con la dinámica de inflación y default, y que
uno puede aportar una ayuda. Luego te das cuenta de que ese no es el caso y que
tu reputación se verá afectada. Y finalmente uno se va, pero queda enganchado
con la Argentina, porque es muy interesante”, dice el actual analista del
Georgetown Americas Institute en una charla con periodistas organizada por la
AmCham Argentina en Washington.
Una situación
similar ocurre con los actuales economistas del Fondo a cargo del programa con
la Argentina, Luis Cubeddu y Rodrigo Valdés. Durante casi cinco meses, entre
principios de abril y agosto, el staff técnico del organismo mantuvo tensas
negociaciones con el ministro de Economía, Sergio Massa. El FMI está en una
situación atípica, ya que nunca en su historia se habían entablado
conversaciones directas con un candidato a presidente.
Massa utilizó la
sequía para justificar el incumplimiento de todas las metas, pero en el Fondo
le respondieron que el Gobierno hizo poco para atender el problema, en
referencia al nivel de importaciones, que se mantuvo prácticamente constante
(hasta julio, las cantidades importadas cayeron solo 4,5% versus una caída de
17% de las exportaciones). En otras palabras, se comprometió la estabilidad a
costa de mayor crecimiento económico en el corto plazo. La Argentina aumentó su
deuda comercial en más de US$10.000 millones, el Banco Central (BCRA) llegó a
tener reservas netas negativas en niveles históricos y el tipo de cambio volvió
a quedar atrasado.
Para aprobar el
nuevo desembolso, el Fondo pidió como condición necesaria la devaluación del
peso, acompañada de una política monetaria y fiscal más restrictiva. Por eso se
mantuvo la meta de déficit fiscal del año en 1,9% del PBI y se exigió una
fuerte suba de la tasa de interés, que trepó 22 puntos porcentuales, a 208%
efectivo anual.
Lo que no contempló
el FMI fue la mala comunicación del ministro frente a la devaluación (habló
públicamente recién 60 horas después de la suba abrupta del tipo de cambio) y
las medidas electorales posteriores, tan solo cuatro días después de que el
directorio aprobara el último desembolso. Una parte de ellas habían sido
negociadas previamente, como los bonos a jubilados y pensionados y algunos
créditos, por un total de 0,4% del PBI. De hecho, ese fue el número que
difundió el Ministerio de Economía al explicar el costo fiscal de las medidas,
aunque un informe del Banco Provincia estima que el costo estaría en torno al
0,5% del PBI.
Sin embargo, el
equipo técnico del FMI fue inflexible con dos medidas: los salarios públicos
deben dejar de aumentar en términos reales y las tarifas no se pueden atrasar.
Pese a estos pedidos, el Gobierno repartirá el bono de $60.000 a los empleados
del sector público y analiza postergar los aumentos de tarifas de energía
eléctrica que había anunciado la Secretaría de Energía mientras se negociaba
con el FMI.
“Hay una parte de
la sociedad que sufre el costo de la inflación, que son los trabajadores
informales. Es un tema de justicia social”, se enojan en Washington. Según el
último informe del Indec sobre salarios, en junio, el sector público tuvo un
aumento interanual en sus ingresos de 121,4%, contra una inflación de 115,6% en
el mismo período y un alza de tan solo 82,4% del sector no registrado.
La otra situación
que todavía no entienden en el FMI es la decisión de dejar fijo el tipo de
cambio oficial en $350. “¿Para qué se devaluó entonces?”, se preguntan en
Washington, ya que la medida tiene como fin mejorar el ritmo de acumulación de
reservas del BCRA, algo que sucedió en los primeros días, pero comenzó a
ralentizarse luego. ¿Aguantará el tipo de cambio fijo hasta las elecciones del
22 de octubre o habrá una nueva edición de dólar soja?
El efecto Milei
en EE.UU.
En Estados Unidos
saben con certeza que el próximo presidente argentino enfrentará una situación
de déficit fiscal sin financiamiento, una deuda pública alta, precios relativos
desalineados, un tipo de cambio oficial atrasado y múltiples desequilibrios
macro. “En un momento difícil, habrá que tomar decisiones que no son populares.
Eso requerirá gastar capital político en pos del progreso del país”, dicen en
Washington, y agregan que el gobierno de Estados Unidos ayudará: “No se quiere
otro 2001 o 2002. El gobierno estadounidense quiere ser un facilitador para
construir puentes de apoyo”.
Pese a que los
candidatos presidenciales opositores Javier Milei y Patricia Bullrich hablan de
dolarizar la economía o quitar el cepo para reconstruir la confianza, la
verdadera prueba de cambio se verá en la velocidad del ajuste fiscal. Por eso
no es indiferente el apoyo social y político que obtengan en caso de llegar a
la Casa Rosada. En Washington ya se aprendió la lección de pecar de optimismo
luego de lo que sucedió con Mauricio Macri, aunque valoran que el 70% de la
Argentina haya elegido un cambio de dirección y la necesidad de achicar el
Estado.
Tanto en Washington
como en Nueva York Milei genera incertidumbre. Creen que el diagnóstico que
tiene el candidato liberal de apertura de la economía y ajuste fiscal es el
correcto, pero temen que haya un aspecto muy propagandístico de tirar números
grandes sin un conocimiento fino de cómo realmente se maneja el Estado.
En algunos sectores
de Estados Unidos comparan a Milei con el expresidente peruano Pedro Castillo,
que llegó al poder gracias a su discurso antisistema, pero no tenía equipo.
“Castillo necesitaba un equipo de al menos 5000 personas y tenía tan solo 40,
de las cuales 20 eran primos. Para gobernar se necesita capacidad de
negociación. En la política, a diferencia de la matemática, se suma todo, desde
naranjas con cerezas hasta leones con cebras. Por eso se habla de tragarse un
sapo. Milei tiene un discurso que tiene votos. Es la expresión epidérmica de
algo que había abajo”, opinan en Washington.
En Nueva York, en
cambio, se preguntan si Macri puede darle esa gobernabilidad a Milei, si puede
actuar como una containment barrier (barrera de contención). Es decir, si puede
representar lo que fueron el Partido Republicano y la Justicia para Donald
Trump en Estados Unidos, o los militares y la iglesia evangélica para Jair
Bolsonaro en Brasil.
“El mercado
financiero quiere saber si Macri le puede poner límites a Milei cuando se sale
del sentido común. Si le puede quitar parte de la volatilidad con la estructura
para gobernar”, cuentan en Estados Unidos. Al momento, Macri no expresó
públicamente su rechazo a trabajar con Milei, pese a que la líder de Pro,
Patricia Bullrich, sigue en carrera.
Creen que el mundo
está viviendo un punto de inflexión
¿Aguantará el tipo
de cambio fijo hasta las elecciones o habrá un nuevo dólar soja?
El mercado quiere
saber si Macri le puede poner límites a Milei cuando se sale del sentido común |