Por Claudio
Jacquelin - El casi perfecto reparto en tres de la torta electoral en las PASO
expresa mucho más que la organización de la oferta de candidatos de La Libertad
Avanza, Juntos por el Cambio (JxC) y Unión por la Patria. O alrededor de Javier
Milei, Sergio Massa y Patricia Bullrich, según los votos obtenidos
individualmente.
Debajo de esa foto
de enorme potencia práctica y simbólica asoma un proceso mucho más profundo de
fragmentación, autonomización y reorganización de la dirigencia política y del
electorado.
El mapa nacional
pintado casi por completo del violeta libertario dificulta la visualización en
toda su amplitud de la transformación que se reflejó en las primarias.
La transversalidad
sociodemográfica del voto a Milei es, también, una expresión de la
heterogeneidad y del movimiento profundo de estructuras que se está
registrando, antes que el anticipo de la construcción de una nueva hegemonía.
El anarcocapitalista asoma por ahora más como un vector de la transformación
que como un artífice de algún cambio radical.
Las piezas están
todavía agitándose y pueden moverse aún más hasta encontrar alguna estabilidad
y conformar un nuevo orden. Es más: ni siquiera cabe esperar que la definición
de la elección presidencial termine de reorganizar el sistema. Tal vez todavía
haya que atravesar un nuevo período de inestabilidad. Mucho más cuando el
sustrato económico es tan frágil y tan susceptible a las dinámicas políticas.
Una expresión
elocuente del nuevo estado de cosas ha sido el desapego de muchos intendentes y
gobernadores por la suerte en las primarias del candidato a presidente de su
propio espacio (sobre todo, en el oficialismo). Esa realidad quedó iluminada
por el corte de boletas y en el desacople abismal que se registró en numerosos
distritos entre los resultados de las elecciones provinciales y las PASO.
“No podemos
hacernos los distraídos ni negarlo, en muchos lugares los combos de boletas con
candidatos de distintos partidos llegaban a las casas armados y ensobrados
hasta por los dirigentes locales para blindar su territorio”, explica un destacado
armador peronista bonaerense.
“Eso de que la
mayor parte del voto a Milei en bastiones nuestros se debió a que se le cuidó
la boleta solo para joder a Juntos por el Cambio es cierto solo en parte. Es
más bien una buena excusa para minimizar el desastre nacional y disimular las
jugadas para preservarse de muchos de los nuestros. La pésima gestión del
Gobierno, la horrible situación económica y el hartazgo con muchos dirigentes
nacionales son muy grandes. Y a eso hay que agregar que han quedado muchos heridos
por el armado y por la discrecionalidad en el reparto de recursos, que, además,
son escasos”, concluye el experto en elecciones del peronismo.
Los relatos de
mandatarios locales que reconocen haberse desentendido de la suerte de las
boletas principales de UP abundan y no permiten augurar que en la elección
general de octubre haya muchos cambios de escenario. Las perspectivas se
dividen entre una mínima mejora de la performance de los candidatos
oficialistas, con la que sueñan unos pocos, y una posible profundización de la
tendencia a votar a favor de Milei o en contra de los candidatos de las dos
coaliciones hasta ayer dominantes, a lo que le temen muchos.
“Esta elección ya
no es un problema mío”, dijo con desenfado y como restándole importancia un gobernador
peronista ante el asombro por tanta sinceridad de un grupo de dirigentes y
periodistas poco después de las PASO nacionales. En esa provincia su espacio ya
había ratificado el predominio.
En el equipo de
mandatarios que trabajaron a reglamento están algunos que ya habían resuelto su
situación local y advirtieron que los candidatos presidenciales de su sector no
entusiasmaban a buena parte de su electorado. También hay otros que potenciaron
el déficit de los postulantes para cobrarse alguna revancha.
Cuando se habla de
esta última circunstancia casi todas las miradas van a Tucumán, aunque no es el
único distrito donde su mandamás tenía cuentas pendientes con la
superestructura y los candidatos nacionales del oficialismo.
La decadencia
kirchnerista
La efímera
integración del binomio presidencial de UP con Eduardo “Wado” de Pedro y el
gobernador Juan Manzur por apenas 24 horas para ser reemplazados literalmente
entre gallos y medianoche por Sergio Massa y Agustín Rossi es una herida
(narcisista) imposible de cerrar para el mandatario local. Los 14 puntos de
caída de participación y la pérdida de la mitad de los votos que sufrió el
peronismo entre la elección provincial y las PASO presidenciales en solo dos
meses dicen mucho. En la provincia pocos pronostican una remontada épica (o
milagrosa) de Massa al estilo de las recuperaciones sobrenaturales que han
protagonizado los Rodríguez Saá, en San Luis.
La
provincialización de los partidos nacionales parece haber llegado al peronismo.
El proceso comenzó en el radicalismo con la debacle de 2001, de la que no ha
terminado de recomponerse totalmente a pesar de su recuperación tras la
conformación de Cambiemos en 2015. La larga hegemonía kirchnerista y su
agotamiento (aparentemente final) se expresan en estas manifestaciones
independentistas del peronismo del interior. Sin recursos, organización,
capacidad operativa ni voluntad para romper el yugo del kirchnerismo y armar un
nuevo polo de poder superador, muchos jefes territoriales han optado por
refugiarse en sus bastiones, dejar avanzar la decadencia y, en algunos pocos
casos, hacer algún aporte subrepticio para precipitarla a la espera de nuevos
tiempos. Ahí están los resultados. Si se produce la derrota en la elección
presidencial, habrá cambios profundos.
Riesgo de
fractura cambiemita
En Juntos por el
Cambio las cosas no son demasiado diferentes. La inacabada sucesión de Mauricio
Macri derivó en una lucha fratricida en
Pro de la que
todavía faltan varios capítulos y cuyo desenlace dependerá en gran medida de la
elección presidencial.
“Si Milei gana es
muy probable que Pro se parta. Hay una alta posibilidad de que Mauricio y
varios de los suyos vayan a tratar de ser parte y darle sustentabilidad a ese
gobierno. Pero la mayoría no se va a ir y somos muchos los que vamos a trabajar
para que Juntos por el Cambio siga existiendo y Pro se mantenga ahí”, advierte
uno de los más altos dirigentes del partido.
Macri es objeto de
crítica y motivo de enojo para buena parte de los que llegaron con él a las
primeras filas de la política, incluso muchos que hasta hace poco cuestionaban
a Horacio Rodríguez Larreta por haberlo desafiado. Aun en el entorno de
Patricia Bullrich, donde se refugió el macrismo puro y duro, abunda el malestar
por la relación del padre fundador con los libertarios.
La UCR, que nunca
recuperó su orden nacional, no está exenta de complicaciones en caso de una
derrota. Tanto un triunfo de Milei como la improbable victoria de Massa podrían
generar conflictos, escisiones y revisión de alianzas.
El estado de las
dos grandes coaliciones parece una reedición corregida y aumentada del
magnífico artículo de Juan Carlos Torre titulado “Los huérfanos de la política
de partidos. Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representación
partidaria”, publicado tras la crisis de 2001. Fue antes del nacimiento del
kirchnerismo y de Pro, que establecieron el orden político de las últimas dos
décadas, hoy en cuestión.
“Creemos que la
crisis de la representación partidaria expresa el desencuentro entre la
vitalidad de las expectativas democráticas y el comportamiento efectivo de los
partidos. En otras palabras, no estamos ante un fenómeno de resignada
desafección política. El clima de cuestionamiento que rodea a los partidos
indica en verdad la distancia entre lo que la oferta partidaria ofrece y las
mayores y plurales exigencias de sectores importantes de la ciudadanía”,
escribió Torre. Difícil encontrar algo más vigente.
Así, la otra cara
del fenómeno es la autonomía adquirida por muchos votantes. Las promesas de un
incierto mañana venturoso, los relatos de tiempos mejores demasiado lejanos, la
tradición familiar o el mero traslado a los centros de votación ya no resultan
incentivos suficientes para votar a un partido o a un candidato.
Si esas son las
condiciones subjetivas, en el plano objetivo no es mucho lo que puede hacer una
cada vez más oxidada maquinaria partidaria ante la sucesión de gobiernos
fallidos, que solo han empeorado la situación de la mayoría de los argentinos
en los últimos doce años.
Autonomización
del votante
De allí que se
registraran combinaciones estrambóticas para hacer convivir en un mismo sobre a
candidatos de más de una fuerza antagónica. Elección de muchos niveles.
“En pueblos
alejados de La Rioja aparecieron votos para Milei, aunque en las mesas era casi
imposible encontrar boletas suyas y, por supuesto, no había fiscales de LLA.
Obviamente, los votantes las llevaron de sus casas, y es probable que las hayan
traído de otra ciudad donde trabajan, estudian o habían ido de visita”,
relataba días pasados un periodista riojano en una reunión con colegas de todo
el país. A su relato adherían, con apenas variantes, profesiones de Jujuy,
Tucumán, Salta, Chaco y Chubut. La mayoría no recordaba un fenómeno similar.
Similar sorpresa
genera el arco sociodemográfico que abarca la adhesión electoral de Milei y la
atomización del voto a UP y JxC. La penetración en los sectores más
desfavorecidos de los libertarios así como en las geografías más alejadas del
centro y del AMBA encuentra otro patrón en el análisis etario, que va de una punta
a la otra de la población.
“Algo más de la
mitad de los votantes de Milei tienen entre 16 y 30 años, y casi el 20% supera
los 65 años”, explica una integrante de los equipos de campaña de JxC.
Realidades diferentes que las estructuras tradicionales no contienen. Ocurrió
hace 20 años y lo explicó Torre.
También, como
advertía hace un año Ariel Wilkis, otro sociólogo, parece darse una conjunción
entre sectores en los que domina “el miedo a perder privilegios y la rabia
porque no se los tendrá por culpa de otros. El antiperonismo clásico de las
clases medias altas urbanas y el antipopulismo popular de los precarizados”.
Con ese contexto,
no resulta extraño que en los primeros análisis también se advierta cierta
disonancia entre consecuencias y objetivos buscados con el voto.
Para simplificar
las cosas, se podría decir que en la decisión que llevó a Milei a ser el
candidato con más adhesiones parece haber operado una fuerte pulsión por hacer
ganar o (más aún) por hacer perder a un candidato o fuerza política
determinados, antes que por la orientación concreta que podría tener un nuevo
gobierno, su gobernabilidad y su gobernanza. Cambio o cambio. Terminar con lo
que está precede y se impone a construir lo que vendrá. Es más urgente. No solo
habilita a asumir el riesgo, sino a expresarlo y promocionarlo. Una decisión
emocional y racional, al mismo tiempo. Lo admite hasta Juan Grabois.
“Yo lo voté a
Milei, pero la verdad es que no me lo puedo imaginar como presidente ni cómo
sería un gobierno suyo. Pero ya probamos con los demás”, confesaba el viernes
sobre el final de la tarde una mujer de unos 40 años a un grupo de amigas de
clase media alta con las que compartía un café en un bar de Belgrano. Su
opinión no era unánime, pero tampoco era rebatida abiertamente por las demás,
entre las que había otras votantes del libertario y algunas que no lo había
votado ni lo votarían jamás.
Una conversación
similar se produjo en un club porteño entre cinco hombres en torno de los 50
años, profesionales y pequeños empresarios, que acababan de jugar al tenis.
Opiniones repartidas. El enfático argumento de uno de ellos sobre la
inviabilidad o las consecuencias negativas de algunas propuestas del
anarcocapitalista no hacía mella en dos de sus entusiastas votantes. “Eso ya
dijo que no lo va a hacer o que no lo va a hacer al principio. Y con los otros
ya probamos y así nos fue”, era uno de los argumentos preferidos para
desactivar cuestionamientos. Cada vez se escucha más. Cada votante de Milei
tiene su propio Milei.
Autonomía, individuación,
disociación. Bronca, ganas de castigar, esperanza, deseos de terminar con una
etapa fallida. Aunque duela. La dirigencia y la sociedad comparten un proceso
de autonomía y reorganización. Fin de ciclo en muchas dimensiones. Un complejo
rompecabezas sin manuales para armarlo.ß LA NACIÓN |