Por Carlos Pagni - Las
primarias del 13 de agosto pasado declararon el triunfo de Javier Milei, cuyo
principal activo político radica en su capacidad para representar la irritación
social para redirigirla hacia la dirigencia del país. Es decir, su capital
reside en su condición de outsider. Como sucede tan a menudo, en la virtud
reside el vicio: por esas peculiaridades que muchísimos votantes valoran, Milei
carece de despliegue territorial y capacidad parlamentaria.
En la que se ubicó
como segunda fuerza triunfó Patricia Bullrich, con la bandera de una ruptura
con el statu quo, por sobre Horacio Rodríguez Larreta, que predicaba la
necesidad de acuerdos dentro de la clase gobernante. A estos dos fenómenos se
agrega otro: de los 35 millones de electores habilitados, en esas mismas
elecciones 11 millones decidieron ausentarse. Un desapego que coincide con la
radiografía que registraron muchos estudios de opinión pública: innumerables
argentinos pretenden un cambio radical, que termine con el orden reinante y los
emancipe de la angustia en la que viven. Esos ciudadanos quieren, como consignó
en una investigación el brillante especialista Roberto Zapata, dejar de sufrir.
El panorama es
alarmante. Porque estos datos describen el clima en el cual deberán gestionarse
los programas de estabilización que, con distintas melodías, prometen los
candidatos a encabezar el próximo gobierno. Estabilizar, como se sabe, es
ajustar. Esta es la razón por la cual la principal incógnita que presenta hoy
la Argentina para cualquier observador se refiere a la gobernabilidad. No al
plan que debe llevarse adelante, sino a la posibilidad de tomar decisiones que
sean obedecidas. La pregunta no es por el qué, sino por el cómo.
Ese interrogante,
que parecía estar en el horizonte, fue anticipado en estos días por Sergio
Massa. El ministro de Economía anunció un conjunto de medidas destinadas a
mejorar sus posibilidades como candidato a presidente, y desató una ola de
desobediencia. Era previsible que muchas empresas se negarían a pagar la suma
fija de $60.000 dispuesta por decreto por la sencilla razón de que la inflación
espiralada ha dejado a mercados enteros sin precios y, por lo tanto, con un
colapso en el nivel de actividad.
Lo que Massa no
calculó es que entre los desobedientes habría gobernadores y, sobre todo,
gobernadores peronistas. Es llamativo que no haya imaginado esa reacción, que
fue precedida por una rebeldía más antigua. Muchos de esos caudillos de
provincia ya habían dicho adiós a Massa, y a cualquier figura del peronismo
nacional, al adelantar sus elecciones. Una falta de solidaridad que se
manifestó también en el caudaloso corte de boleta registrado en el conurbano
bonaerense, donde los intendentes y Axel Kicillof pujan por desencadenarse de
la mala performance del ministro-candidato. Massa debería haber advertido que
esta desintegración se iba a agravar después de las primarias por una razón
elemental: abrazado a su candidatura, el peronismo se hundió en el tercer
puesto.
Si se lo
hipnotizara, es decir, si se ensayara el único método todavía no explorado para
desentrañar lo que Massa piensa de verdad, tal vez se conocerían los reales
motivos de este déficit de autoridad que lo debilita más en su carrera. Las
medidas anunciadas el domingo son una señal de subordinación absoluta a
Cristina Kirchner y a La Cámpora. La vicepresidenta, igual que su hijo Máximo,
insistió durante meses en que, con independencia de las negociaciones
colectivas, los empleados debían recibir una suma fija para mejorar sus
ingresos. Ellos defienden esa estrategia, que supone un mayor beneficio
relativo para quienes cobran los salarios más bajos. Dicho de otro modo: un
incremento que se hace sentir más en el bolsillo de quienes, se supone, votan
al peronismo. La medida tiene otro mérito. Los beneficiarios deben agradecerla
a los funcionarios, no a los sindicalistas que conquistan beneficios en las
paritarias. Los gobernadores se oponen porque piensan algo parecido: si va a
haber un bono, queremos que nuestros empleados públicos nos lo deban a
nosotros, no a un burócrata porteño.
Resulta muy curioso
que Massa haya tenido estos inconvenientes en el peronismo federal cuando su
jefe de campaña, Eduardo “Wado” de Pedro, es el ministro del Interior. Es
cierto que De Pedro tampoco consiguió que los gobernadores de su partido
desistieran de realizar comicios por su cuenta aun cuando él mismo era
candidato. El compromiso de este dirigente de La Cámpora con la campaña que
debe conducir es problemático. En plena interna cedió a Juan Grabois, el
desafiante de Massa, el malogrado búnker que le había provisto Federico
Achával, hijo del socio de Cristóbal López. Y ayer Luis Barrionuevo, después de
confesar su simpatía por Milei, profetizó su triunfo. Barrionuevo es el
principal padrino de De Pedro. En otras palabras: es el jefe de campaña del jefe
de campaña. Tal vez el clarividente Barrionuevo puso en palabras lo que la
conducta de los gobernadores está insinuando: hay un peronismo que se prepara
para auxiliar al improvisado Milei. El cordobés Martín Llaryora sería otro
precursor. A través de su amigo Alejandro Fantino, tendió un vínculo hacia el
líder de la ultraderecha. Pero, tranquilo, Schiaretti: todavía no se vieron. En
Mendoza hay movimientos parecidos. No deberían sorprende: Omar De Marchi, que
compite contra Alfredo Cornejo, está muy cerca de Carlos Balter, líder del
Partido Demócrata, que milita con Milei. La otra resolución que Massa debió
comunicar por subordinación a la señora de Kirchner es la derogación del
decreto que autorizaba a subir en 7% el arancel de las empresas de medicina prepaga.
Un nuevo indicio de la antipatía que inspira en ella la figura de Claudio
Belocopitt, el titular de la cámara del sector y, acaso, el mayor operador
privado del sistema sanitario. Al parecer, Belocopitt paga el precio de haberse
hecho cargo en su momento de la salud de Néstor Kirchner. Misterios del duelo.
Lo concreto es que con este retroceso en una recomposición de ingresos ya
autorizada, el Gobierno pone a la totalidad de las clínicas del país al borde
de la quiebra. Sencillo: el 92% de esa suba del 7% en los aranceles estaba
destinado a cubrir los costos de esos sanatorios.
El escándalo de las
vacunas
Mientras el mundo
de la medicina entró desde el domingo en estado de alarma, el Ministerio de
Salud se convierte en noticia por una inclinación, al parecer, irrefrenable: la
escandalosa administración del negocio de las vacunas, ya demostrada durante la
pandemia. La cartera de Carla Vizzotti resolvió dejar de comprar algunas
especialidades al fondo de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) para
adquirirlas, a través de licitaciones, a laboratorios privados. ¿Qué empresario
gana casi siempre esas licitaciones? Tres opciones para resolver la adivinanto
za: ¿Hugo Sigman, Hugo Sigman o Hugo Sigman?
El perjuicio de
esta alteración es múltiple. No solo la OPS no consiguió que el ministerio
siquiera considerara una oferta para facilitar que todo el proceso se haga en
pesos, ahorrándole divisas al Banco Central. Los funcionarios terminaron
comprando algunas vacunas a un precio más caro que el que ofrecía esa
organización internacional. Por ejemplo, la dosis de la vacuna contra la
hepatitis A que se compraba por 7,98 dólares ahora se paga a Sinergium, la
empresa de Sigman, 9,25 dólares. El Estado asume una pérdida similar con la
vacuna contra el neumococo. La OPS la ofrecía por 14,50 dólares, pero Sigman
consiguió que se la compren por el equivalente en pesos a 15,86 dólares. Es
cierto que ese precio no se actualizó, por lo que hay que suponer que Sinergium
proveerá la dosis por 12,83 dólares. Sigman perdería plata. De no creer, diría
Carlos Roberts.
El avance del
proveedor de vacunas casi monopólico sobre zonas todavía no capturadas quedó
documentado en el registro de audiencias de Vizzotti, que consigna las
reuniones con Alejandro Gil, el presidente de Sinergium, y con Ignacio Romano,
de Pfizer, laboratorio internacional asociado a Sigman en algunos de estos
concursos. Es el vínculo protocolar de la ministra con la empresa. Un nexo
menos formal es la designación de Sonia Tarragona como jefa de Gabinete del ministerio.
Antes de ingresar al sector público, Tarragona fue directora de la fundación
Mundo Sano, de Silvia Gold, esposa de Sigman e hija del mítico Negro Roberto
Gold, fundador de ese imperio farmacéutico a quien todavía lloran en el Partido
Comunista.
El controvertido
cambio de metodología para la adquisición de vacunas ya encendió alarmas en el
Congreso. La diputada Graciela Ocaña elaboró un pedido de informes para
reclamar los pormenores de todas las licitaciones más un detalle adicional: una
estadística que indique qué empresas ganaron esos torneos a lo largo de los
últimos diez años. La misma adivinanza.
La penumbra en la que
indaga Ocañano causa asombro. Es habitual que en las postrimerías de todo
gobierno haya expertos en mercados regulados dando dentelladas sobre el presupuesto.
Pero el desorden que rodea a la campaña de Massa tiene menos antecedentes.
Además de estar expuese la una corriente de desobediencia, debió tolerar que el
jefe de Estado de un país vecino, Paraguay, declarara que no le compraría un
auto usado. A este desaire casi insultante de Santiago Peña se agregan las
maniobras comunicativas de Alberto Fernández. Decidido a fingir que todavía
ejerce la presidencia, Fernández emite comunicados para aclarar que fue él
quien dispuso las medidas que unas horas antes había anunciado su ministro de
Economía y reemplazante como candidato. El domingo, alegó que fue él quien
encomendó a los ministerios de Trabajo, de Desarrollo Social y de Economía las
novedades que había anunciado Massa. Vizzotti, de Salud, tiene derecho a decir
que nadie le informó la catastrófica suspensión de un decreto que afecta a su
competencia. Y De Pedro, de Interior, puede esgrimir que tampoco fue alertado
sobre una resolución que dañaría a los gobernadores. Pura fantasía. Alberto
Fernández es un fantasma, dentro y fuera del país. Lo acaba de demostrar Lula
da Silva, que gestionó ante Xi Jinping el permiso para que la Argentina
disponga de algunos yuanes para financiar importaciones desde Brasil. Peña, L ula,
así se van sucediendo las humillaciones argentinas.
Sin embargo, el
mayor perjuicio para Massa es la indiferencia de Cristina Kirchner. Como suele
hacer frente a la inminencia de cualquier catástrofe, ella se ha retirado de la
escena. El ministro de Economía lo debería haber sospechado cuando le entregaron
la representación de Unión por la Patria con tanta generosidad. Algún gracioso
llama a la vicepresidenta Capitana Schettino, por aquel comandante italiano
que, en enero de 2012, abandonó a su suerte el crucero Costa Concordia después
de chocar con una roca frente a la costa toscana. Schettino abandonó a los
pasajeros y huyó en un bote, adonde dijo haber caído contra su voluntad,
catapultado por el movimiento del barco. “Schettino, Schettino, vuelva al
barco”, lo llamaban desde la guardia costera. Schettino no escuchaba.
La evidencia de que
la gobernabilidad plantea un gigantesco interrogante ha movido también a
Patricia Bullrich en los últimos días. Así se explica el altísimo perfil que
otorgó a la incorporación de Carlos Melconian como ministro de Economía de un
eventual gobierno suyo. Pretende demostrar que ella tiene respuestas para los
enormes desafíos que presenta la economía. Habrá que ver si económico es el
mejor eje para enfrentar a Milei. O si la competencia pasa por exhibir una
mayor densidad política, no técnica, frente a un rival que puede significar un
salto al vacío. Antes de hacerse estas preguntas Bullrich deberá suturar las
heridas abiertas en el equipo de economistas que la venía secundando. Muchos
allí recibieron la promoción de Melconian como un gesto peyorativo. Quedará
claro hoy, por algunas ausencias notorias en el acto de presentación del
aspirante a ministro, en Córdoba.
Todos estos son
detalles frente a la incógnita más extendida y preocupante: qué capacidad
tendría Milei de dotarse de un plan político para alcanzar los ambiciosos
objetivos que se ha fijado en su proselitismo. El desafío es gigantesco. No
solo porque, por su propia historia, carece de estructura y de antecedentes.
Además, su programa es desmesurado. Como suele explicar uno de los empresarios
más influyentes del país, “Milei no es un economista; él se concibe a sí mismo
como un reformador social. Es decir, una especie de filósofo que pretende una
regeneración absoluta, a partir de nuevas reglas”.
La necesidad de
encarnar ese sueño en una gestión administrativa ha hecho que Milei convoque a
algunos amigos con los que convivió en la Corporación América, el conglomerado
de Eduardo Eurnekian. De allí provienen Nicolás Posse, una especie de jefe de
Gabinete, y Guillermo Francos, quien sería ministro del Interior. Massa debería
estar atento a si por la línea de los aeropuertos no termina acercándose a
Milei el “señor de los cielos”, Alejandro Granados, caudillo indiscutido de
Ezeiza. Es el principal padrino político de Martín Insaurralde. Atención
Kicillof.
La llegada de
Francos desde Washington alertó al núcleo que venía ofreciendo conexiones
políticas a Milei. Allí estaba uno de los hermanos Lijo, conocidos en Comodoro
Py con el cariñoso apodo de “hermanos va-lijo”: es Alfredo, legendario gestor
de los tribunales federales. También el controvertido abogado Santiago Viola,
protegido de Rodolfo Canicoba y María Servini de Cubría. Acaso el candidato
requiera de otro tipo de asesores. Sus riesgos no van a estar en el fuero
penal, al menos al comienzo. Los dolores de cabeza vendrán desde el Contencioso
Administrativo, donde, como dijo un funcionario judicial, “lo esperan con
cuchillo y tenedor”. Es el reino de las cautelares. El Vietnam de cualquier
reformador.
Entre los colaboradores
políticos también está Ramiro Marra, candidato a jefe de gobierno porteño. Y
Eugenio Casielles, un antiguo duhaldista que hizo carrera a la sombra de Miguel
Ángel Toma. Detalle de color: una de las carpetas con informes de Inteligencia
que el finado Claudio Bonadio secuestró de un domicilio patagónico de la señora
de Kirchner estaba titulada “Eugenio Casielles”. Ahora esta cofradía,
denominada por un chistoso el “Grupo Casta”, aparece amenazada por la aparición
de políticos con un cursus honorum más aquilatado.
El desafío de estos
estrategas de campaña, igual que el del equipo de Bullrich, es conseguir una
victoria en la provincia de Buenos Aires. Allí se piensa refugiar Cristina
Kirchner. Quienes conocen los pliegues últimos de su forma de pensar especulan
con que desea en secreto el triunfo de Milei. Para ella podría ser la garantía
de que las ideas liberales se hundan pronto en un fracaso por falta de
estructura y de experiencia. La crisis de gobernabilidad que todos temen puede
no ser un accidente. Puede ser un objetivo. |