Por Joaquín Morales
Solá - Un alto funcionario le preguntó a un importante dirigente empresarial si
la economía llegaría en las actuales condiciones al 10 de diciembre, día en que
Alberto Fernández le entregará el gobierno a otro presidente (o presidenta).
El empresario,
quien ya le había recitado todos los padecimientos que lo surcan, lo miró
fijamente y le respondió, seco: “No, así no llegamos ni al 22 de octubre”. La
realidad es más compleja, profunda y vasta que la fotografía de los últimos
días. En rigor, el bono por única vez de 60.000 pesos, dividido en dos cuotas,
cayó sobre una realidad empresarial más complicada de lo que aparece a primera
vista. Nadie del Gobierno negoció con los dueños de las empresas el
congelamiento parcial de precios, y nadie tampoco habló con ellos por el
virtual cerrojo a las importaciones de insumos, imprescindibles para la
industria argentina. Las autorizaciones de esos insumos se producen muy de vez
en cuando y para que se concreten en plazos de 180 o 200 días. Un concesionario
de autos contó que, luego de que la empresa productora lo notificara de que
solo le repondría parte del stock vendido, decidió que solo entregaría los
vehículos necesarios para mantener el negocio funcionando. Nada más. No es un
caso aislado; la inflación comienza a mezclarse con el desabastecimiento.
El problema con las
importaciones de insumos cobra un tamaño difícil de advertir para el ojo común.
Pero lo cierto es que hasta junio la deuda comercial (la deuda de los
industriales locales con los proveedores de insumos) se acercaba a los 20.000
millones de dólares. El Banco Central argumenta que no tiene dólares para
venderles a los hombres de negocios. Muchos proveedores extranjeros notificaron
a industriales argentinos que no habrá más entrega de mercadería a clientes
locales. Algunas empresas internacionales que tomaron esa decisión son, al
mismo tiempo, las casas matrices de las sucursales argentinas que entraron en
la lista negra de las ventas. En rigor, los comercios no pueden vender porque
no saben a qué precio deberán reponer luego la mercadería, y los industriales
no pueden producir porque tampoco saben si contarán luego con los insumos para
continuar con la fabricación. El país está entrando, así, a una severa
retracción de la actividad económica, porque antes que todos aquellos problemas
está la pérdida de noción de los precios relativos como un efecto nocivo de la
imparable inflación.
En ese contexto, el
ministro de Economía, Sergio Massa, que es también candidato a presidente,
decidió ser generoso metiendo la mano en bolsillos ajenos. Estipuló un bono a
cuenta y orden de los dueños privados. A algunos empresarios, el ministro-candidato
les prometió que los ayudaría a pagar esa suma fija (a los que tienen menos de
100 empleados), pero nunca les aclaró cuándo les devolvería el dinero, o si
será dinero contante y sonante o si se tratará de descuentos en la carga
impositiva. Un funcionario con despacho en la Casa de Gobierno le preguntó en
las últimas horas a otro empresario si creía que se estaban haciendo bien las
cosas. Respuesta: “¿Creés que se puede hacer algo bien cuando el diálogo no
existe y nos enteramos por los diarios de las noticias que hacen a nuestro
propio flujo de caja?”. El funcionario bajó la vista y no replicó.
Nadie entiende a
Sergio Massa. Hace poco aumentó impuestos para obtener una recaudación mayor
del 0,8 por ciento del PBI, que es lo que le pedía el Fondo Monetario. Sin
embargo, con las decisiones del lunes aumentó los gastos del Estado, que
también deberá pagar el bono, en 0,5 por ciento del PBI. Inexplicable. Es
cierto que los salarios de los trabajadores fueron destruidos por la
devaluación chapucera de Massa tras perder las elecciones primarias, pero es
igualmente verdadero que la proliferación de más pesos en la calle solo
preanuncia mayores índices inflacionarios. Es la teoría económica correcta, que
Alberto Fernández sostenía cuando militaba en la oposición a Cristina Kirchner.
¿Seguirá sosteniendo que la emisión no influye en la inflación, como se le
ocurrió después de que se sentó en la poltrona presidencial, o habrá regresado
a sus viejas convicciones? En síntesis, el error que cometió Massa cuando decidió
aquella devaluación chambona lo están pagando los empresarios y los
trabajadores, que ni siquiera sabían con antelación de una nueva depreciación
del peso. La otra novedad consistió en que la ministra de Trabajo, Kelly Olmos,
instó a los trabajadores a delatar a los empresarios, a través de un número de
teléfono que guardará el anonimato de la fuente, que no hayan cumplido con el
pago del bono. Solo en la Cuba de los Castro, en la Venezuela de Maduro o en la
Nicaragua de Ortega se recurre con tanto regodeo a la delación de los
ciudadanos ante los esbirros del Estado.
Los empresarios
señalan con razón que está vigente un sistema de paritarias en la Argentina, en
las que sindicatos y organizaciones patronales acuerdan los aumentos
salariales. ¿Por qué el Estado debe meterse con sus antojos en medio de esas
relaciones? El problema de fondo es que Massa sabe la dimensión de la precaria
situación social y laboral y, como candidato, toma decisiones propias de un
ministro de Economía. La Justicia Electoral debería limitar los actos de Massa
a lo estrictamente transitorio hasta la realización de las elecciones, porque
él está siempre predispuesto a confundir el Estado con sus ventajas personales.
De hecho, los propios intendentes peronistas del conurbano (debe suceder lo
mismo con todos los intendentes del país) están molestos porque las decisiones
del ministro de Economía los sorprendieron sin fondos para pagar el bono de la
fugaz felicidad massista. El gobierno de Alberto Fernández hizo algo parecido
en las elecciones legislativas de 2021, cuando después de la derrota
oficialista en las PASO, y antes de las elecciones generales de octubre,
aumentó en más del 80 por ciento el gasto público, congeló las tarifas de luz y
gas y les mandó más recursos a las empresas estatales. No logró nada entonces,
aunque debe reconocerse que hace dos años se usaron solo recursos del Estado.
Nadie metió entonces las manos compulsivamente en el bolsillo de nadie; solo
cabe recordar que los recursos del Estado son propiedad de los argentinos,
colocados de manera transitoria bajo la administración de un gobierno también
perecedero. De todos modos, en 2021 el gobierno de Alberto Fernández perdió
ante Juntos por el Cambio en las elecciones de octubre por casi 9 puntos
porcentuales. Gastó dinero inútilmente. Es muy difícil que alguien que no votó
por el Gobierno lo haga después porque el candidato oficialista le dio unos
pesos en medio del vendaval inflacionario. Estaríamos ante un monumental
soborno social y político.
De todos modos, se trata
de una competencia electoral desigual, porque ni Javier Milei ni Patricia
Bullrich ni ningún otro candidato presidencial puede repartir dinero con la
facilidad con que lo hace Massa. El kirchnerismo es el primero en mostrar la
debilidad de una administración aparentemente condenada al fracaso electoral.
Además de repartir el dinero de los otros, Alberto Fernández está tratando de
que el Senado le apruebe la designación de jueces que no cuentan con la
aprobación del Consejo de la Magistratura, según reveló en el periodista Hernán
Cappiello. Esa es una decisión claramente ilegal, porque la designación de
jueces debe pasar antes por la aprobación del Consejo desde la reforma de la
Constitución de 1994. Ya existía antes una lista de 73 abogados propuestos para
jueces, la mayoría de los cuales creció bajo la sombra del kirchnerismo. Esos
aspirantes a jueces están escondidos detrás de la figura de la jueza Ana María
Figueroa, que cumplió los 75 años el 9 de agosto. Figueroa, magistrada de la
Cámara de Casación Penal, está todavía en el cargo, a pesar de que existe una
jurisprudencia de la Corte Suprema que les ordena a los jueces que a esa edad
deben irse a su casa si no cuentan, el día de su cumpleaños, con el acuerdo del
Senado por cinco años más. Figueroa no tiene el acuerdo del Senado y
probablemente no lo tendrá nunca. El país llegó al absurdo de que la oposición
en el Senado debe evitar que el cuerpo se reúna para evadir la treta de
Cristina Kirchner, que podría aprovechar cualquier reunión de la cámara para
hacer aprobar, con amigos y aliados, una nueva camada de jueces amigos. “El
Senado se reunirá solo si se tratara de una reunión extraordinaria para aprobar
un solo expediente. Solo en esas circunstancias”, adelantó un líder
parlamentario de Juntos por el Cambio.
De cualquier forma,
esa desesperación del kirchnerismo es la prueba de que la esperanza de Massa se
convierte en pesimismo cuando las cosas se acercan a Cristina Kirchner. Tal vez
ella tenga más razón que él, si se tiene en cuenta el escepticismo de aquel
dirigente empresarial cuando le preguntaron si la economía llegará en las
actuales condiciones hasta el último día de Alberto Fernández. No, respondió
seguro, y desde entonces todo el oficialismo se alborotó.ß
Sergio Massa
decidió ser generoso metiendo la mano en bolsillos ajenos
La Justicia
Electoral debería limitar los actos de Massa, siempre dispuesto a confundir el
Estado con sus ventajas personales. |