Por Claudio
Jacquelin - Las paradojas argentinas pueden ser infinitas. Mientras la agenda
pública está tomada por la discusión sobre la dolarización, reinstalada por el
triunfo de Javier Milei en las PASO, irrumpió con la fuerza de lo inesperado
una noticia de impacto nacional e internacional, que no podría ir en sentido
más contrario a esa corriente.
La aceptación del
ingreso de la Argentina y otros cinco países al grupo de los Brics, que lidera
China y que (hasta el 1º de enero de 2024) integran solo Rusia, la India y
Sudáfrica, cayó acá en el momento más complicado, después de que el Gobierno
había estado dos años intentándolo.
Una administración
de salida, un presidente vaciado de poder y un país económica y financieramente
vulnerable y dependiente al extremo del exterior (en particular, de Estados
Unidos), en medio del rediseño del mapa global, no constituyen las condiciones
ideales para procesar una novedad como esta. El orden mundial suele subrayar
los errores y las fragilidades de algunos países.
Lain corporación queda
ahora atrapada por la puja electoral y refuerza las antinomias políticas
internas, exhibe la falta de acuerdos básicos entre las fuerzas políticas
principales sobre asuntos neurálgicos para el país y resalta la ausencia de
políticas de Estado. Un verdadero dilema de compleja resolución para el
presente y el futuro nacional. Otro más.
La dicotomía sobre
los beneficios y perjuicios de ser parte de los Brics es absoluta. Para el
oficialismo se trata de un logro histórico que mejora la posición de la
Argentina en el mundo y ofrece ventajas sin consecuencias negativas. Para las
dos principales fuerzas opositoras, una muy mala noticia, de efectos solo
negativos.
“Es un error
estratégico de política exterior”, sostiene el sector ganador de la interna de
Juntos por el Cambio, como lo anunció de urgencia la candidata presidencial
Patricia Bullrich. Pero no todos los cambiemitas son tan tajantes. Para Javier
Milei y los suyos se trata casi de una aberración de índole moral, equivalente
a una membresía en el eje del mal.
No hay matices.
Aunque en este tema sobren, precisamente, los claroscuros. El peronismo se
propone que este sea un primer paso. Sus oponentes prometen revertirlo si
llegan al gobierno el 10 de diciembre próximo. Grietas sobre grietas. El péndulo
argentino, en proceso de aceleración. Una vez más.
La complejidad del
asunto puede entenderse mejor partiendo de la forma y el momento en que se
adoptó la decisión de ampliar los Brics. Un bloque que, con el liderazgo de
China, se propone discutir decididamente el poder de Estados Unidos y del G-7,
que conforman Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, además
de los norteamericanos. Entre ambos conglomerados se reparten el 61% del
producto bruto global. Un tablero demasiado grande en el que la Argentina es
apenas un peón.
En primer lugar,
fue tan sorpresiva la resolución, después de más de un año de fuertes
discusiones entre los miembros del grupo, que el anuncio llegado de Sudáfrica
descolocó al presidente Alberto Fernández y al canciller Santiago Cafiero.
Habían decidido no viajar a la cumbre porque no esperaban que se resolviera en
esta instancia. Y sus nuevos “socios” no se lo habían adelantado.
La temprana
aparición auto promocional del Presidente para anunciar la decisión de los
Brics no compensó la ausencia en el lugar donde pasaban las cosas, sino que
reforzó el tropiezo, además de profundizar la percepción de vacío que transmite
la Casa Rosada. La falta de información, sin embargo, no es totalmente
atribuible a un error del Gobierno.
La aceleración del
proceso de ampliación, y sobre todo el ingreso de la Argentina, dicen las
fuentes, fue producto de una combinación de factores y de pujas de intereses
entre los países miembros, que debían adoptar la decisión por consenso.
China pujaba por
sumar integrantes, con la incorporación de los asiáticos Irán, Emiratos Árabes
y Arabia Saudita, mientras la India buscaba compensar con la suma de los
africanos Egipto y Etiopía.
En el armado de ese
rompecabezas, dicen las fuentes, terció Brasil, que ante la descompensación
hacia el este y muy antinorte global que adquiría el bloque, propició sumar a
la Argentina, lo que hasta hace nada estaba fuera de sus objetivos. Todo
demasiado ajeno a los tiempos y las complejas circunstancias nacionales.
Por eso, son varios
los expertos argentinos en política internacional que consideran que si bien la
decisión puede resultar beneficiosa en varios aspectos, llegó en un tiempo poco
apropiado.
Algunos, como el
vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella, Juan Gabriel Tokatlian, ya lo
venían advirtiendo y hasta aconsejaban que la Argentina no insistiera en la
incorporación en medio del proceso electoral hasta que este no se dilucidara.
Aunque consideraba beneficioso participar de muchos tableros, señalaba el
riesgo de hacerlo sin tener precisión y claridad sobre la forma de hacerlo.
Como reza la máxima, “cuidado con lo que deseás porque puede hacerse realidad”.
Y en el peor momento, cabría agregar.
El país pendular
El riesgo de que
esta inserción termine por reforzar la imagen de la Argentina pendular es
señalado tanto por Tokatlian como por el director de las carreras de Ciencia
Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés, Federico
Merke. Al mismo tiempo, ambos señalan que la flamante situación entraña
desafíos, tiene probables costos y ofrece también beneficios, que requieren de
una muy fina evaluación y ejecución, pero advierten que se parte con la
desventaja de que no haya sido parte de un diálogo y algunos acuerdos mínimos
entre el oficialismo y la oposición.
Tokatlian destaca
que el país atraviesa en política exterior un desfiladero por la crítica
situación nacional y la compleja realidad internacional en pleno proceso de
reconfiguración, con la pérdida de poder del polo occidental. Por eso mismo
entiende que el país no está en condiciones de seguir con los vaivenes que,
finalmente, tienen altos costos internos, que profundizan las fracturas, y
exCon ternos, que afectan fuertemente la reputación y la confianza del país, lo
cual no es, precisamente, un capital que haya acumulado la Argentina.
Merke subraya el
dilema que implica para la Argentina la incorporación a los Brics (invitación,
en términos formales) en el actual contexto: “Es tan complejo entrar como
rechazar la invitación. Tiene costo sumarse a un club con países como Irán,
Rusia o Etiopía, que está al borde de una guerra civil. Pero igual o más
costoso sería salir; China y la India y, en particular, Brasil lo tomarían como
un agravio”.
Al respecto, los
especialistas coinciden con el oficialismo al subrayar que Brasil, China y la
India son tres de los cuatro principales socios comerciales del país. Claro que
el cuarto es nada menos que Estados Unidos. En ese punto es donde aparece otra
fuente de discrepancia.
En el Gobierno, y
particularmente en el equipo del candidato presidencial Sergio Massa,
consideran que no afectará las relaciones con Estados Unidos, al mismo tiempo
que admiten que puede ser usado como un factor de presión para seguir
recibiendo ayuda. “Estando en los Brics tenemos más espalda y podemos demandar
un mejor trato. Ya les dijo Sergio a los norteamericanos: no nos echen a los
brazos de los chinos”, dicen en el entorno del ministro Massa, en estado puro.
El embajador en
Suiza y candidato a canciller de Massa, Gustavo Martínez Pandiani, considera
que “el ingreso en los Brics significa un avance en la decisión de diversificar
la inserción internacional del país. Y no significa abandonar o debilitar otros
vínculos, sino tener, principalmente, más alternativas de financiamiento, con
bancos de desarrollo, como el de los Brics”.
ambos puntos
discrepa la oposición. Federico Pinedo, postulado a canciller de Patricia
Bullrich, destaca que la incorporación implica sumarse a la estrategia de
política exterior de China para avanzar sobre Estados Unidos, con los
perjuicios que eso entrañaría. Al mismo, señala que para ser socio del banco de
los Brics no hace falta sumarse al bloque. “Es como lo que pasa en el BID. No
se necesita ser parte de la Celac o de la OEA para ser socio”, afirma. En este
punto coinciden los expertos, aunque algunos advierten, con realismo, que
difícilmente países como China o Rusia permitan ingresar y financiar programas
a países que no son miembros.
Por otra parte,
Pinedo considera “grave sumarse a una asociación con países claramente
autocráticos, como China y Rusia, a los que se suma Irán, que ni siquiera
facilita la investigación del atentado contra la AMIA”. Al respecto desde la
Cancillería, responden: “La Argentina es parte del G-20, donde también están
China y Arabia Saudita”. Más desacuerdos.
Por último, en JxC
destacan que la declaración de Sudáfrica demanda un cambio en el estatuto de
las Naciones Unidas para darle asientos en el Consejo de Seguridad a la India y
Brasil. “Sería una claudicación en una tradición de la política exterior
nacional. La Argentina siempre rechazó que Brasil tenga un lugar permanente
ahí, porque desbalancearía el tablero regional”, explica Pinedo.
Desde el
oficialismo oponen un extraordinario pragmatismo, nada nacionalista: “Es cierto
que sería un cambio histórico, pero sería asumir la realidad. El predominio
brasileño es indiscutible”, explican la Cancillería y el entorno de Massa.
Como si faltaran
conflictos internos, las relaciones exteriores aportan ahora su grano para
restablecer grietas. Y, aunque parezcan temas lejanos a la complicada
cotidianeidad de la mayoría de los argentinos, tienen demasiadas consecuencias.
Ni hablar para un país con una crisis económico-financiera crónica, dividido
políticamente y fragmentado socialmente, en medio de un proceso electoral
incierto como nunca.
El mundo suele
exponer los errores y las fragilidades de las naciones. Y, sobre todo, las
consecuencias que tiene la falta de acuerdos internos sobre los temas
importantes.
|