Por José Claudio
Escribano - La estrella de Javier Milei brilló ayer en el cielo de la política
nacional ante el asombro generalizado de la población, mientras Unión por la
Patria perforaba una capa de nubes, afeitaba la copa de una masa nutrida de
árboles y se perdía en el entramado de la selva vernácula.
Eran las 22 de
anoche, hora en que entregamos este despacho, cuando percibíamos que ahora se
requerirá de una legión de analistas debidamente equipados, por intelecto y por
experiencia, para comprobar si hay víctimas fatales y registrar sus
identidades; también corresponderá cuantificar el número de heridos. Tal vez
lleve algún tiempo la caracterización del cuadro que se halle después del
detenido y minucioso estudio que comenzó con las últimas horas de la jornada al
adentrarse el primer contingente de expertos en el lugar del siniestro,
conocido por todos como la Argentina.
Seguramente no
despreciarán ningún detalle que se ofrezca a su observación y, menos aún,
porque no lo ignoran, que lo esencial será el dictamen sobre lo que quede, y en
qué estado, del conjunto de Unión por la Patria. El peronismo ha sabido
recuperarse de otras colisiones. ¿Pero el kirchnerismo saldrá también de esta?
Como era de imaginar, el accidente tuvo inmediata repercusión en el extranjero;
las principales embajadas se anticiparon desde anoche a redactar los informes
que reclamarán en cancillerías y centros financieros internacionales. Antes de
alborear el día, el hecho habrá eclipsado por horas las últimas novedades
procedentes de Ucrania: “Milei. ¿Quién es Milei?”.
El pacto fáustico
entre la vicepresidenta Fernández de Kirchner y el ministro de Economía ha
derivado en un resultado electoral que inhibe, hasta la apertura de los
mercados, la formalización de lo que se proyectaba como aserción de toda
lógica: si la oposición triunfaba, los mercados abrirían en alza. Ahora debe
esperarse, a fin de verificar cómo se cataliza lo subitáneo de ese hecho tan
largamente esperado con la fragilidad, aún mayor de la que soportaba, de la
nueva situación para el candidato y ministro. Ha perdido en su propia casa, en
Tigre.
Eso se añade al
fenómeno de que los mercados descontaban la ventaja de Juntos por el Cambio por
sobre el oficialismo y, sin embargo, las empresas extranjeras siguieron desprendiéndose
de activos en laA rgentina .Es el mensaje de quien recrimina, más que advierte:
“Pónganse de acuerdo en que están dispuestos aechar por la borda las ideas
perimidas que los condenaron a una involución económica, social y educativa
casi sin precedentes en el mundo moderno. Después hablaremos”.
Con el liderazgo
fallido de una de esas tías envueltas en el delirio ideológico con el que solo
podría hacerse entender en Nicaragua o Venezuela, e incapaz ella de hacer otra
concesión inquisitiva que no fuere la de “¿tengo razón o tengo razón?”, el
peronismo kirchnerista ha salido maltrecho del sistema electoral perverso que conocemos
como las PASO. Grabois es un nuevo y modesto absceso en la piel oficialista.
El punto más
delicado en lo inmediato es cómo se arreglará el ministro de Economía en el
tiempo que resta al Gobierno para llegar al 10 de diciembre. Eso involucra
saber en qué condiciones afrontará la primera jornada –la del 23 de octubre– de
la doble vuelta electoral establecida por el artículo 94 de la Constitución
nacional, según la reforma de 1994.
Lo poco que el ministro
pudo realizar como candidato en campaña fue en una soledad casi sin
antecedentes en la historia política argentina. El presidente de la Nación
participó de la contienda sin hacer mucho más esfuerzo que el de encender el aparato
de televisión para ver cómo andaba todo o leer mensajes que recibía en medio de
un plan frenético de viajes como despedida.
Hizo bien. De
haberse involucrado más, habría sido peor todavía para Massa. Fue lo que le
ocurrió con la vicepresidenta en el acto en el Aeroparque, en el que debió oír
que esta hubiera preferido contar con otro candidato, seguramente refiriéndose
al ministro del Interior. Como jefe de campaña de Massa, Eduardo de Pedro ha
deambulado como un boxeador grogui después del tortazo de haber sido candidato
a presidente, y dejar de serlo, en poco más de veinticuatro horas. Massa
también debió resignarse a que “la jefa” lo calificara de “fullero”,
consagración lunfarda de la fama de ventajero. Fue demasiado.
Después, la señora
Fernández de Kirchner acompañó a Massa a la inauguración, en modo trucho, para
decirlo sin desentonar con las variaciones lingüísticas en uso, del tramo del
gasoducto tan postergado de Vaca Muerta a Saladillo. Por el gasoducto no pasaba
gas, pasaba aire como metáfora exacta de toda una época gubernamental en la
Argentina. A renglón seguido, la vicepresidenta se refugió en Santa Cruz, ese
gran y tradicional paraguas d elos Kirchner cuando azotado el mal tiempo. A
esta altura, puede decirse que ha abusado en exceso del paraguas. Grandes historiadore
scomo E. H. Carr han dicho que la historia es el registro de lo que la gente
hizo, no de lo que la gente dejó de hacer.
Massa se aferró al
único pasamanos a su alcance cuando advirtió que el primer round estaba
irremediablemente perdido: se presentó como el competidor que a título personal
obtendría el mayor número de votos. Tal vez, sin saberlo, coincidió con Octavio
Paz. Decía el gran escritor mexicano que la historia es un teatro fantástico:
las derrotas se vuelven victorias; las victorias, derrotas. Decía también que
los fantasmas ganan batallas (¿cuántas ganó Perón?). Que la victoria de
nuestros enemigos puede volverse ceniza y muchas de nuestras ideas y proyectos,
convertirse en humo.
Patricia Bullrich
ha vencido a quien había hecho casi desde la cuna, a tiempo completo, los mayores
esfuerzos, encarnado los más encendidos sueños de ser algún día quien reinara
desde la Casa Rosada. Solo otro político lo ha igualado en la obsesión: Sergio
Massa.
Bullrich, el jefe
del gobierno porteño y el electorado que pensó en votar a algunos de los dos
llegaron exhaustos, perplejos, incómodos al final de la porfía que se resolvió
ayer. Fue excesivo tanto desgaste en polémicas, no poco agrias, entre aliados.
Todo será poco para restañar las heridas inferidas. Si hasta no sería extraño
que alguien haya aventurado el comentario que sigue en la fiebre por extremar
reaseguros que restauren las relaciones tensadas hasta después de la apertura
de los comicios: ¿no debería figurar Larreta entre los candidatos a jefe
gobierno si Juntos por el Cambio y Patricia se imponen el 22 de octubre con
mayoría suficiente o, en su defecto, en el ballottage del 22 de noviembre?
Milei asombró con
su actuación, desprovista del profesionalismo que solo los ejercicios
comiciales reiterados a través de los años, a través de generaciones, aseguran
en teoría un cierto comportamiento de los partidos más veteranos. La novedad ha
sido que la gente se hartó de la política tal como la ha conocido desde hace
años. Se hartó de su ineficiencia y de la corrupción, y sobrepuso la frustración
a cualquier reflexión sobre si Milei es o no la flamante adquisición de la
casta que denuncia. Los resultados dicen mucho de Milei, pero también del
electorado que votó a Milei.
Una experimentada
periodista norteamericana que se había trazado como objetivo importante cuando
llegó a Buenos Aires concurrir al Movistar Arena a presenciar el acto central
de Milei se reconoció estupefacta por lo que observó. El ingreso desaforado al
recinto del candidato rodeado por guardaespaldas en marcha rauda hacia el
escenario, atropellando a quienquiera encontrara en el camino, le hizo decir
que no había visto nunca en la vida algo así. En un remate que apreciará quien
se interese por las comparaciones odiosas, nuestra colega agregó: “A Trump, por
lo menos, lo contiene el Partido Republicano…”.
A partir de ahora,
tanto en el campo de Bullrich como en el de Massa, hincarán en la vivisección
anatómica del voto por Milei. Para conquistarlo el 22 de octubre deberán saber
cómo atraerlo, con qué argumentos conquistarlo, de qué forma cautivar las
emociones colectivas de ese espectro.
Deberán afinar la
imaginación y la capacidad interpretativa para lograr la efectividad que
necesitan de modo particular en los debates obligatorios que afrontarán por
televisión. Y Milei ¿qué podría hacer, por añadidura a lo ya hecho, para
acrecer el capital que puso los pelos de punta de la política tradicional, y
los de la mayoría de los empresarios y académicos?
Patricia carga por
delante con la tarea de prepararse para esos debates en cuestiones económicas.
Encontrará rivales afilados por lo menos en los temas de más actualidad de esa
disciplina. Por lo demás, tendrá que reexaminar las bondades de la consigna de
que “si no es todo, es nada”.
¿No convendría,
acaso, cambiar de consigna y hablar de la libertad que invocaba Chateaubriand,
el genio de las Memorias de ultratumba? Hablar de la libertad “que nace del
orden y que engendran las leyes, por oposición a la libertad que es hija de las
licencias y madre de la esclavitud”. ß |