Por Claudio
Jacquelin - Todos debieron contener el aliento. El domingo cerró en medio de la
incertidumbre, para sumar una nueva incógnita en el tramo final del camino
hacia las PASO nacionales. La elección de Chubut ilusionaba anoche a Juntos por
el Cambio con lograr un triunfo histórico, tras dos décadas de hegemonía
provincial del peronismo. Pero nada estaba dicho y nadie reconocía su derrota.
De confirmarse el
más que ajustado triunfo de la fórmula encabezada por el senador nacional de
JxC Ignacio Torres sería una victoria con más significado e impacto que lo que
pesa electoralmente Chubut en el padrón nacional, cuyos 474.242 electores
configuran, apenas, el 1,34% del total de votantes habilitados en todo el país.
Por eso, todo el
universo cambiemita se encolumnó con la intención de celebrar sin distinciones,
como había ocurrido en las anteriores disputas provinciales. Horacio Rodríguez
Larreta y Patricia Bullrich se ilusionaron con una revancha de la indigestión
que les causó hace solo una semana la derrota de Rodrigo de Loredo en la
elección por la intendencia de la capital cordobesa, adonde ambos también
habían viajado para terminar poniéndole el cuerpo al fracaso y no al éxito que
les habían pronosticado.
Para JxC no sería
un éxito menor. La singularidad de ser esta elección la última escala
provincial antes de las PASO nacionales le da una relevancia mayor y tendría un
efecto revitalizante. Ninguna contienda a gobernador es extrapolable. Pero
Chubut es la Argentina. No solo por la obviedad de que es una de las 23
provincias nacionales sino porque en algunos aspectos es un espejo bastante
fiel de lo que ocurre en la Nación. Paralelismos notables existen en el plano
político y en el económico-financiero de la actualidad.
La participación en
descenso del electorado (en este caso por tercera elección consecutiva), así
como casi el 14% de votos obtenidos por César Treffinger, expresión provincial
de Javier Milei, le agregan otros dos componentes relevantes que exceden las
fronteras chubutenses. Y reafirman interrogantes.
En el caso del
libertario, sin embargo, cabe hacer alguna digresión. Por un lado, su candidato
chubutense obtuvo poco menos de lo obtenido hace dos años, pero también hace de
esta la mejor elección a gobernador del espacio. Además, sale airoso de la
polarización, que amenazaba con deglutirlo y logra consolidarse en el
territorio. No es poco.
Para el oficialismo
nacional, las referencias y las semejanzas resultan inquietantes. Nadie se
parece tanto a Alberto Fernández en el resto de la Argentina como el gobernador
saliente de Chubut, Mariano Arcioni, quien además es el mandatario provincial
más cercano al ministrocandidato Sergio Massa, que fue quien lo impuso en el
primer plano de la política provincial. Son amigos desde hace casi tres
décadas, cuando ambos cursaban abogacía en la Universidad (privada) de
Belgrano.
El fallido gobierno
de Arcioni, como el de Fernández, es desconocido por los propios y su figura es
una mancha venenosa de la que nadie quiso estar cerca durante la campaña. Los
candidatos peronistas chubutenses, como los del nivel nacional, no se
autoperciben oficialistas y se afanaron en el proceso preelectoral por
distanciarse y ser vistos casi como opositores. Fue la estrategia para resultar
competitivos y evitar ser arrastrados por el fracaso de la gestión. El
peronismo tiene un solo día de la lealtad por año. No les ha ido mal con esa
conducta y ayer lo volvieron a demostrar.
Como en la Nación,
la diferenciación se sobreactuó en los últimos meses. En los tres años y medio
de mandato, ninguno de los principales postulantes peronistas sacó los pies del
plato, mantuvieron sus cargos y cuotas de poder y solo expresaron diferencias
retóricas, cuyo volumen subió durante la campaña.
Eso es lo que hizo
el candidato a gobernador del derrotado frente oficialista Arriba Chubut, Juan
Pablo Luque, el actual intendente de Comodoro Rivadavia, donde sacó una
diferencia de votos tan elevada que le permitía hasta último momento mantener
la esperanza. Luque llevó como compañero de fórmula al actual vicegobernador
Ricardo Sastre. Menos fidelidad no se consigue. Salvo en el Frente de Todos.
En la dimensión
económica-financiera, al igual que para el estado nacional, la deuda pública es
el gran problema de Chubut y el gobierno que acaba de ser elegido ayer deberá
enfrentar un vencimiento importante apenas asuma. Así como la Argentina es uno
de los países más endeudados de la región, Chubut es la provincia con mayor
deuda por habitante del país. Y alrededor 80% de la deuda provincial es en
dólares, en título públicos y con organismos internacionales.
La sucesión de
refinanciaciones del endeudamiento, imputable al actual y a los gobiernos
peronistas precedentes, más la pésima administración de Arcioni, solo agravaron
la situación, con aumentos del gasto público y la consecuente acumulación de
vencimientos impagos. La educación es uno de los reflejos más cabales y más
inquietantes de esa crítica situación.
En los últimos seis
años prácticamente solo hubo, en promedio, el 50% de los días de clases que
fija el calendario escolar oficial. Esa media docena de años es el período en
el gobernó Arcioni, desde que asumió en 2017 por la muerte del entonces
gobernador Mario Das Neves, de quien era su vicegobernador.
Días difíciles
para Massa
Arcioni eludió el
colapso de su gobierno en buena medida gracias a su amistad con Massa. El
vínculo personal y la condición de gobierno oficialista le permitió recibir
auxilios y patear la pelota para adelante, sobre todo en los inicios del actual
período, cuando debió afrontar los impagables e irresponsables aumentos que
dispuso para la administración pública como anzuelo proselitista de la campaña
electoral de 2019. La realidad terminó imponiéndose. Su final es tan ominoso
que solo le quedó la opción de ir ahora como segundo candidato al Parlasur por
la provincia. Peor que un jarrón chino.
Para Massa, en
particular, esta elección podría significar un golpe en lo personal y una mala
noticia hacia las PASO si se confirmara el triunfo de Torres. Aunque ahora
ejercitará todas sus dotes de escapista para que la suerte de su amigo no le
agregue más lastre a su postulación. Se quedará con la buena elección hecha por
quienes lo desplazaron en la interna oficialista.
Tanto en su rol de
ministro de Economía como de candidato del oficialismo, Massa ingresa en los
últimos 12 días de campaña en una situación mucho más compleja que la que
imaginaba a principios de mes. Su optimismo a prueba de catástrofes está más
puesto a prueba que nunca. La ausencia de logros solo es compensada por las
calamidades que podrían ocurrir, pero se postergan, para convertirlo en el
candidato del Partido Contrafáctico y del sublema “Qué hubiera pasado si...”.
El trabajoso
acuerdo con el FMI, mucho menos benéfico que lo prometido y cerrado sobre la
hora, le alcanza para instalar la idea de que puede sacar ese tema de la
discusión camino de las PASO. Un pase de magia solo para el auditorio
hipnotizado por su prestidigitación.
Para empezar, hoy
el ministro debería rascar varias ollas para hacer frente al vencimiento que
debe afrontar ya que el desembolso del Fondo se demorará hasta que el
directorio vuelva de las vacaciones. Por otra parte, las condiciones impuestas
por el entendimiento tendrán efecto acelerador en la ya revitalizada inflación,
tras el alivio temporal de junio. No obstante, si las PASO no le son demasiado
adversas al oficialismo y si no se produjera algún nuevo fogonazo cambiario,
además de la reanimación inflacionaria, Massa podría gozar del beneficio que le
reportarían las adoptadas para llegar al acuerdo con el FMI.
Los nuevos tipos de
cambio para algunas actividades y la pseudodeque valuación adoptada vía nuevos
impuestos y adelantos impositivos para el acceso a divisas no impactarán en el
desesperante nivel de reservas en rojo, pero sí en los ingresos fiscales. Ideal
para un dibujo contable y disponer de recursos para seguir haciendo
proselitismo con el reparto discrecional de fondos. Otro salvavidas que Massa
compra (caro) para tratar de llegar a la costa electoral y otro pagaré del que
deberá hacerse cargo el próximo gobierno. Nada que no se haya visto antes.
La hiperactividad y
la creatividad sin frenos (inhibitorios) de Massa encuentran una ayuda extra
para mantenerlo competitivo en la intensidad de la disputa interna de Juntos
por el Cambio, apenas mal disimulada en los últimos días, y en los tropiezos de
los precandidatos opositores.
La semana que
terminó dejó dos edulcorantes para el complicado oficialismo, aunque ayer
Chubut repuso la incertidumbre. La más destacada de las perlas (negras) fue la
poco edificante escena de pareja mal divorciada que protagonizaron Horacio
Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich en la inauguración de la Rural de
Palermo, donde evitaron saludarse. El “te veo y no te miro” sucedió a nuevos
cruces entre ambos, tras otro fallido económico de Bullrich. Son mensajes que
no pasan inadvertidos hasta para los ciudadanos más ajenos a la política y a un
electorado menos propenso a escuchar promesas que a ratificar prejuicios
respecto de la dirigencia.
La guerra de
encuestas, de fiabilidad más que dudosa, que se dispensan los precandidatos de
todos los espacios parece, no obstante, tener algunas coincidencias en los
últimos días. Por un lado, el oficialismo asoma estancado apenas por debajo de
su piso histórico del 34%
Enfrente se
advertiría la novedad más relevante y es que Rodríguez Larreta no solo parece
haber detenido la curva descendente que arrancó hace algo más de un año para
esbozar algún rebote, cuya magnitud discuten los bullrichistas, que dicen
sostener su prevalencia.
De verificarse el
recorte de la diferencia que llevaba Bullrich, se comprobaría que la exposición
a la que obliga la campaña complica más a la frontal precandidata que a su
disciplinado adversario. Sería la constatación de la máxima que dice que en una
campaña los errores pesan mucho menos que los aciertos.
Mientras, tanto
Larreta como Bullrich se ilusionan con que Chubut termine dándoles un empujón
revitalizante. Y que sea otra razón más para preocupar al oficialismo. La
incertidumbre sigue.ß |