Por Fernando
Gutiérrez - Sergio Massa está descubriendo en estos días que,
contrariamente a lo que había afirmado hace algunos meses -mientras se debatía
sobre las candidaturas para las PASO-, sí se puede ser simultáneamente
ministro de economía y candidato oficialista. Y no sólo eso: hasta le
puede resultar redituable electoralmente la
renegociación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
A primera vista
puede parecer raro, ya que el kirchnerismo, empezando por la propia Cristina
Kirchner, no deja de reprocharle a Alberto Fernández la firma
del "stand by" a inicios del 2022. La recriminación es que el acuerdo
no solamente tendría efectos recesivos e inflacionarios sino que, para peor,
terminaría "legitimando" la deuda asumida por Mauricio Macri.
Lo que nadie menciona en los discursos de campaña, sin
embargo, es que uno de los artífices de que aquel acuerdo con el FMI fuera
aprobado por el Congreso fue, precisamente, Sergio Massa, en su rol de
presidente de la Cámara de Diputados. Fue él quien negoció los cambios en
la redacción del proyecto con los
legisladores de Juntos por el Cambio, cuyos votos eran
imprescindibles para compensar el hecho de que un tercio del bloque del
Frente de Todos, siguiendo la indicación de Cristina, no votó el acuerdo.
Un consultor
tradicional posiblemente aconsejaría a alguien en la situación de Massa que
tratara de evitar a toda costa el tema del FMI en su campaña, y centrarla en
otros aspectos más amigables para el público interno del
kirchnerismo. Sin embargo, el ministro/candidato está haciendo todo lo
contrario: decidió que la renegociación del "stand by" fuera el eje
de su estrategia de comunicación.
La apuesta no es
sencilla: Massa quiere que la dilación para llegar a un entendimiento con los
directivos del Fondo sea vista por la sociedad argentina como un gesto de
rebeldía. Y que el próximo calendario de pagos sea algo así como una
declaración de independencia financiera.
"Queremos pagarle al Fondo de vuelta y que se vayan de la Argentina.
Queremos ser un país soberano, queremos decidir nuestro propio proyecto de
desarrollo y que no nos digan otros cómo desarrollarnos los
argentinos", dijo el candidato en uno de sus actos por el conurbano
bonaerense, donde aspira
a recuperar parte de los cuatro millones de votos que la coalición
peronista perdió entre la presidencial de 2019 y la legislativa de 2021.
Y, en una jugada
retórica algo arriesgada, argumenta que su estrategia es comparable con la
de Néstor Kirchner, que en diciembre de 2005 decidió, mediante el trámite
de pagar al contado u$s9.000 millones, cortar la "dependencia"
que suponía someterse a las revisiones técnicas del FMI. Las diferencias entre
aquel momento y el actual son demasiadas, empezando por los niveles de
reservas del Banco Central: en aquel momento, gracias al boom de la soja,
crecían a una velocidad de u$s17.000 millones anuales, mientras que reflejan
una merma de u$s13.000 millones respecto de un año atrás.
En aquel momento,
Kirchner aprovechó la abundancia de dólares para pagar y, de esa forma, ampliar
su margen de maniobra. En otras palabras, para que no hubiera
interferencia con su estrategia de elevar los niveles de
consumo. En cambio, el próximo gobierno deberá aceptar las condiciones del
FMI -que impondrá un duro ajuste fiscal- y tendrá un largo cronograma de pagos por delante.
Disimulando la pelea del gasoducto
Es una demostración
de la reconocida audacia de Massa el establecer un paralelo entre ambas
situaciones y ofrecerlo como argumento para entusiasmar a la militancia
kirchnerista. Sobre todo, si se considera que uno de los principales objetivos
del candidato es pagarle al FMI con los dólares que ingresen por la
exportación de gas, ahora que está en marcha el gasoducto Kirchner.
Y ese discurso choca de frente con la advertencia que hizo
Cristina el mismo día de la inauguración en Salliqueló. Allí la vice
advirtió que había una discusión pendiente en el "para qué" del gasoducto, porque el peronismo debería plantearse la
prioridad de bajar las tarifas de consumo hogareño y de la industria, en vez de
tener como meta principal la exportación.
Massa, sin embargo,
ya está sacando cuentas de cuántos dólares más dispondrá por el ahorro del gas
licuado que hoy llega en barco, más los nuevos dólares que ingresarán desde
Brasil cuando se termine la obra de reversión del gasoducto que hoy trae el gas
desde Bolivia al norte argentino.
De manera que uno
de los grandes desafíos retóricos para el ministro será el de mantener el discurso
neo-estatista, que tiene su centro en los recursos gasíferos y del litio, sin
que ello implique entrar en controversia con la visión kirchnerista,
que desconfía de la vocación exportadora y de la llegada de inversores
externos.
"Qué vocación de colonia, hermano, qué vocación por
volver a ser Potosí", fue la comentada frase de Cristina en un acto partidario. La alusión era para el gobernador
jujeño, Gerardo Morales, quien había manifestado su entusiasmo por la
ventaja comparativa que supondría para Argentina tener una regulación minera
más benigna que la de Bolivia ya Chile.
Massa, sin embargo,
no ha dejado de repetir que gracias a la exportación de energía y de minerales,
Argentina podrá recuperar la independencia económica.
¿Un ajuste fiscal para festejar?
Pero tal vez la prueba más difícil que le espera a Massa
frente al sector más duro de la militancia kirchnerista es mostrar el inminente
acuerdo con el FMI como una victoria política. Hasta la irrupción de la sequía, que alteró la
capacidad de acumular reservas y de engrosar la caja de la AFIP, el ministro
había demostrado una fuerte vocación por cumplir los compromisos con el
organismo de crédito.
Por caso, en
2022 se sobrecumplió el objetivo fiscal, que cerró en 2,4%, lo que implica
una décima menos de lo que establecía la meta. Y este año, aun con la situación
de crisis por la falta de divisas y por el freno en la economía, dio muestras
de austeridad fiscal.
Los subsidios
a la energía en el primer semestre cayeron un 21% respecto del nivel de un año
antes. En términos de PBI, es un 0,8%, lo cual deja buenas chances de que se
sobrecumpla el tope anual de 1,5% que se había prometido al Fondo.
Pero lo más difícil de digerir para la militancia K es que,
además de la energía, uno de los rubros que lideran el recorte son las
prestaciones sociales - que incluyen jubilaciones y planes de asistencia-. El gasto real en esa categoría cayó
10% respecto el primer semestre del año pasado, según el último reporte de la Oficina de Presupuesto del Congreso.
Es un dato que no
ha resultado indiferente a los movimientos piqueteros, que en cada acto de
protesta frente al ministerio de Desarrollo Social, en la avenida 9 de Julio,
denuncian que el recorte en los beneficiarios del plan Potenciar
Trabajo obedece a un compromiso con el Fondo. Y es uno de los
principales motivos que ha empujado a que parte de la militancia K, en abierta
desobediencia al mandato de Cristina, hayan decidido votar a Juan Grabois.
Los sondeos de
intención de voto difieren respecto de cuál podría ser el caudal de esa
"fuga por izquierda": mientras algunas consultoras hablan de un
porcentaje mínimo -una décima parte de los votos que conseguiría Massa- hay
otras mediciones de consultores cercanos al kirchnerismo que hablan de
una contienda mucho más pareja, con una ventaja de dos a uno para Massa.
Negociando "a cara de perro"
En todo caso, Massa
tiene también una estrategia para convertir esas críticas en un argumento a su
favor. En los últimos días, desde el equipo económico del Gobierno se dejó
trascender la noticia de que el FMI había puesto como condición un
endurecimiento en las metas fiscales, y que se pediría que el déficit debería ser de 1,5% del PBI, en vez del
1,9% original.
La información
oficial es que ese punto -junto con el reclamo de una devaluación- es el motivo
por el cual se demoró tanto la renegociación y Massa debió recurrir a los
yuanes del swap chino para ir saldando los pagos del exigente cronograma
del FMI.
En consecuencia,
cuando finalmente Massa viaje a Washington y se reúna con Kristalina
Georgieva para firmar el acuerdo con las nuevas metas -y con el desembolso
que ayudará a sostener la estabilidad financiera hasta las
elecciones-, podrá decir que obtuvo un mejor resultado que el
esperado. Con un poco de "maquillaje" en la comunicación
política, se podría hasta afirmar que Massa dialogó "a cara de perro"
y que logró torcerle el brazo a los funcionarios más duros del staff, que
querían imponer un mayor ajuste.
Para que los
militantes kirchneristas interpreten que la meta del déficit fiscal de
1,9% es un triunfo político no sólo será necesaria una dosis de voluntad
sino también una pérdida de memoria: a principios de año,
cuando quedó en evidencia la gravedad de la sequía -que golpearía duramente la
caja de la AFIP por una baja en las retenciones de exportación- se había
empezado a reclamar que el Gobierno se
rebelara contra la meta original del 1,9% y que, como mínimo, se mantuviera el
déficit de 2,4% con el que se había cerrado el 2022.
Sin embargo, Massa
tiene más argumentos para transformar las debilidades en fortalezas: podrá
alegar que en abril pasado, cuando se produjo la escapada del dólar
blue que agrandó la brecha cambiaria hasta un 118%, pudo controlar la
situación gracias a su rebeldía. En aquel momento, contrariando
expresamente una norma del FMI, Massa promovió el uso de los dólares de las reservas
en el mercado cambiario.
Y también tiene un
argumento para contestar otra crítica interna, la de la
"claudicación" ante el campo con las tres ediciones -tal vez
cuatro- del "dólar soja". Desde el punto de vista de Massa,
esa medida fue la única forma de evitar una devaluación brusca, otro reclamo
clásico del FMI, que no sólo implicaría un
shock regresivo del ingreso, sino que conduciría al peronismo a una segura
derrota electoral. |