Domingo 2 - (Editorial de La Nación) – 2 de
Julio de 2023 - George Orwell, en la alegoría que plasmó en Rebelión en la
granja, sintetizó en una breve regla el daño que provocan los regímenes donde
la igualdad no es seriamente respetada y los gobernantes hacen abuso del poder
que acumulan. En esa alegoría, la regla inicial que enunciaba que “todos los
animales son iguales” fue luego completada, a instancias de la especie
dominante, por otra que aclaraba que “algunos animales son más iguales que
otros”. Cuando los gobernantes se creen “más iguales que otros” se
produce un efecto derrame en la sociedad que la lleva a descreer del valor y la
importancia de la igualdad ante la ley. No solo se produce el desarreglo de que
la ley deja de ser el instrumento que nos ordena y regula a todos por igual,
sino que crea además en la ciudadanía la sensación de una gran injusticia, pues
existen individuos con privilegios que resultan inmunes a su alcance.
¿Cómo
puede ser siquiera debatible que el derecho a la protesta incluya los daños y
destrozos que causan organizaciones que gozan de la protección de las
autoridades, cuando estas las consideran aliadas en su proyecto de
mantenimiento del poder? ¿Qué otra razón, si no es el desprecio por la ley y la
creencia de que esta no rige para ciertos individuos, puede invocarse cuando
una presidenta en ejercicio usa el avión oficial, con los elevados costos que
eso conlleva, para hacerse llevar a su vivienda particular en Santa Cruz
diarios, muebles y otros objetos para su exclusivo uso y disfrute? ¿Cómo es
posible que una universidad abra sus claustros para que un vicepresidente
condenado en todas las instancias por graves hechos de corrupción dé
conferencias, si no es exactamente por las mismas razones? ¿Cómo se justifica
que no es por desprecio a la libertad de expresión que otra universidad haya
repudiado públicamente a un periodista con el que no comulga, cuando había sido
invitado por los propios alumnos a dar una charla sobre la importancia de
determinado s aspectos de su larga y destaca gobernantes da profesión? Es la
misma universidad que, entre otras decisiones tan absurdas como politizadas,
distinguió al expresidente venezolano Hugo Chávez con el Premio Rodolfo Walsh “por
su compromiso incuestionable y auténtico en afianzar la libertad de los
pueblos”. Hay muy pocos ejemplos más viles que distinguir con un premio a
la libertad a quien ha cercenado los derechos de millones de venezolanos,
haciendo caso omiso de las leyes, en un claro signo de autoritarismo y espíritu
antirrepublicano. Con estos ejemplos a la vista, no sorprende que, en el plano
internacional, nuestros se alíen con regímenes que enarbolan iguales banderas
de privilegios y prebendas. El régimen político que ha estado en el poder en
nuestro país durante gran parte del presente siglo ha tenido, al menos, la
virtud de la franqueza. Es un régimen que descree de la meritocracia y del
valor de las enseñanzas. Una persona condenada por graves delitos, como la
dirigente jujeña Milagro Sala, recibe la visita del Presidente; un ministro de
Salud hace vacunar prioritariamente a sus amigos mientras el jefe del Estado
realiza fiestas en la quinta de Olivos en plena restricción por la cuarentena
por coronavirus; gobernadores y vicegobernadores se suceden en el cargo e
intentan seguir haciéndolo ininterrumpidamente, aun cuando las constituciones
provinciales lo prohíben, y la propia vicepresidenta de la Nación, a falta de
pruebas para defenderse de los numerosos y graves delitos de los que se la
acusa, reacciona atacando a los jueces en general y a la Corte Suprema de
Justicia de la Nación en particular, alentando su descabezamiento. La receta
para salir de esta situación no es difícil, pero sí lo es abandonar condenables
prácticas que se encuentran enquistadas. Tanto el Estado nacional como los
provinciales están sobredimensionados, con mucha mayor cantidad de personal
contratado que el necesario para las tareas que se deben llevar a cabo, pues
ello constituye una manera de asegurar apoyo a cualquier política oficial. El
requisito constitucional de la idoneidad para desempeñar un cargo simplemente
se ignora y los mismos políticos van mutando de un puesto a otro como si fueran
expertos en todas las materias habidas y por haber. Urge repensar nuestro pacto
de convivencia, que es el que la Constitución nacional expresó de manera sabia,
desde su misma sanción. Debería alcanzar con leer sus disposiciones y
acatarlas. El juramento de hacerlo que precede a la aceptación de un cargo
público debería ser algo mucho más importante que la mera fórmula que antecede
al aplauso. Dios y la Patria mediante. No sorprende que, en el plano
internacional, nuestros gobernantes se alíen con regímenes que enarbolan
banderas de privilegios y leyendas. El actual gobierno descree de la
meritocracia y del valor de las enseñanzas. El requisito constitucional de idoneidad para
desempeñar un cargo simplemente se ignora. Urge repensar nuestro pacto de
convivencia, que es el que la Constitución nacional expresó de manera sabia,
desde su misma sanción. Debería bastar con leer sus disposiciones y acatarlas.
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