Por - Claudio
Jacquelin - El complicado cierre de listas dejó en evidencia, como nunca, que
las dos grandes coaliciones se sostienen unidas por sus propósitos electorales
y el temor al llano antes que por ideas y valores comunes. En una semana, las
diferencias y cortocircuitos volvieron a quedar expuestas sin cobertura
posible, cuando más necesitaban exhibir armonía y cohesión.
Las respuestas que
el oficialismo de Unión por la Patria (UP) y la oposición de Juntos por el
Cambio (JxC) dieron al electorado al revelar los nombres de sus postulantes
para las PASO solo abrieron nuevas y más profundas preguntas. Dudas que pueden
resumirse en dos incógnitas cruciales: ¿cómo van a hacer campaña sin provocarse
daño a sí mismos? Y ¿cómo van a gobernar con la conformación del Congreso que
quedará después de la elección? La hasta ahora tercera fuerza en discordia, La
Libertad Avanza (LLA), tampoco ofrece certezas al respecto.
La sangrienta
consagración de candidatos del oficialismo dejó demasiadas heridas abiertas,
como se solazó en exponer la propia Cristina KirchneralladodelyacandidatoSergio
Massa, a pesar de la fragilidad de la economía y del ahogo financiero que no
logra solucionar el ministro encargado de representar al espacio. Aunque
rápidamente candidatos y dirigentes se empeñaron en disimularlo, con disciplina
(y resignación) ante lo inevitable,
La sucesión de
fotos del naufragado precandidato Daniel Scioli, primero con la vicepresidenta
y luego con Massa, que ya se había cobrado todas las venganzas, son puestas en
escena (hasta la sobreactuación) que se suman a la activa militancia en redes
para que las bases kirchneristas compren broches y se tapen la nariz para votar
al candidato de la “unidad”. Es probable que lo logren. El peronismo tiene
aversión a la intemperie. Ya lo dijo el sábado el doctrinario Amado Boudou,
nada es peor que la derrota.
Sin embargo, la
composición de las listas, junto a la visa para competir que le dieron a Juan
Grabois, y no a Scioli, son inocultables motivos de alarma para Massa con
vistas a un eventual gobierno, enmarcado por urgencias extremas y demandado de
soluciones que harán doler. Su ahora fortalecido optimismo invencible le
permite negarlo, pero no evitarlo.
La lista de
candidatos a legisladores nacionales de UP por la provincia de Buenos Aires
(PBA), la fórmula para la gobernación y la nómina para la Legislatura
bonaerense, así como la de los aspirantes a diputados nacionales por la
Capital, preanuncian tiempos difíciles para Massa si llega a la presidencia.
Los dos postulantes
a senador nacional por PBA son cristinistas indoblegables: uno es el
precandidato presidencial nonato Eduardo “Wado” de Pedro y la segunda es
Juliana Di Tullio, incansable para dar muestras de fidelidad a la jefa.
De los aspirantes a
la Cámara baja con posibilidades de ocupar una banca por la UP de Buenos Aires,
11 responden a Cristina Kirchner, dos a Massa y dos a Alberto Fernández. Es
decir, el cristicamporismo se llevó el 73%; el massismo, 13, y 13 lo que queda
del albertismo.
Son mensajes
elocuentes para que quede claro quién todavía manda y, en caso de derrota,
asegurarse representación y refugio. Además, ante un eventual triunfo,
anticipan que la jefa no se resigna a dejar de influir (u obstaculizar). La
retaguardia iluminada. Quien quiera ver que mire.
Esas fórmulas y las
listas porteña y bonaerense masivamente cristinistas tienen, no obstante, algún
aspecto positivo para Massa, cuya candidatura debió llevar el cristicamporismo
a pesar de todos los pesares, por diferencia de orígenes, de pertenencia y de
cosmovisiones.
La boleta
presidencial suele ser determinante para sostener o hundir el resto de las
candidaturas, por lo que desear una derrota del ministro pronorteamericano
puede ser letal. Cristina Kirchner suele equivocarse con los candidatos, pero
nunca se la ha visto apostando a perder.
Después del
capítulo del lunes, con la vicepresidenta delimitando la cancha a futuro y
dejando en claro (por las dudas y para que quede registro) que su verdadero
candidato era Wado de Pedro, el oficialismo empezó a encolumnarse para
maquillar disonancias y rencores. Lo que está en juego es demasiado grande,
sobre todo para Massa, que debe afrontar la campaña con muchos tropiezos y
pocos logros en su gestión y a la espera, aún, de que el FMI le alivie la
carga, como él prometió que haría apenas lo entronizaron.
La sobreactuación
de ayer para recibir a su ahora exenemigo Scioli en la puerta del ministerio
como si fuera un dignatario funge por sí sola como parte de ese plan de enfilar
los patitos. Massa conoce y aplica la máxima adjudicada a Antonio Cafiero (o
Cafiero el prócer) que dice que “todo político para llegar a lo más alto
necesita tener dos atributos: ambición y vanidad, pero nunca la vanidad debe
superar a la ambición”.
En caso de
gobernar, ya verá Massa cómo maneja la resistencia que probablemente surja con
más fuerza de las filas del propio bloque de UP. Mirando las listas
oficialistas, el politólogo Pablo Touzón no duda sobre lo que le espera: “El
kirchnerismo se prepara para seguir en la oposición, como ya lo hizo durante
este mandato con Fernández”. A Massa ambición no le falta para cambiar de
principios (o socios) si las circunstancias lo exigen. Pero no le será fácil.
La guerra
cambiemita
Del otro lado de la
vereda están cada vez más lejos de primar el orden y la paz. Y el nuevo estado
de ebullición no es ajeno a las definiciones en el oficialismo.
Demasiado poco
duraron las muestras de convivencia civilizadas que había logrado escenificar
la dirigencia de JxC, gracias al obsceno regateo del oficialismo sobre la
definición de las candidaturas y su búsqueda de una unidad forzada.
Apenas bajó un poco
la espuma de la trifulca peronista, pareció que la guerra cambiemita se hubiera
detenido solo para tomar impulso y dar un salto cuantitativo y cualitativo.
Un error (otro
más), un acto fallido o una admisión inoportuna de Horacio Rodríguez Larreta
dieron pie para que su rival interna, Patricia Bullrich, y sus seguidores le
saltaran al cuello y lo sacudieran con críticas y acusaciones de traición e
ingratitud.
No bastó que al día
siguiente el jefe de gobierno porteño dijera públicamente que no quiso decir lo
que dijo y lo que se interpretó como no podía interpretarse de otra manera.
Sobre todo, por parte de quienes se embanderan tras las huellas del padre
fundador de Pro, Mauricio Macri, de quien Larreta dijo que había fracasado en
su forma de encarar los cambios. Una herejía que sus adversarios amarillos
potenciaron y sobre la que no admitieron aclaraciones. Si hay que aclarar no
falló la recepción, sino la emisión, dicen las reglas básicas de la
comunicación. Mucho más en tiempos electorales.
“Es muy difícil
hacer campaña así. Nosotros buscamos ampliar para ganar la elección general y
dimos una señal muy consistente en ese sentido con el armado de las fórmulas y
de las listas en todos los distritos. Pero no hay margen para errores como
estos, menos cuando Patricia y los suyos solo tienen por objetivo inmediato
derrotar a Horacio en la PASO, sin reparar en los daño colaterales para todo
JxC”, se lamentaba y admitía ayer uno de los principales referentes del
larretismo.
Otro fiel
acompañante de Rodríguez Larreta agregaba: “Es cierto que Horacio no quiso
decir que Macri había fracasado, sino que pretendió marcar que sin consensos
todas las reformas están destinadas a fracasar en el tiempo, pero se equivocó
en cómo lo dijo. Está demasiado enojado con Mauricio y convencido de que este
juega con Patricia para hacerlo perder. Se tiene que olvidar de eso. No le
vamos a contestar ni vamos a ponerla a ella y a los suyos en el rol de enemiga.
Hay que sumar”.
La convicción
absoluta que anida en torno de Bullrich acerca de que si gana la interna
retendrá todos los votos cambiemitas que se sumen en las PASO y que los
votantes de JxC no quieren defecciones ni consensos con ningún sector del
oficialismo explica en buena medida la reacción ante el error o el fallido de
Larreta.
También lo explica
otra sospecha (o creencia muy arraigada) del bullrichismo, y es que Rodríguez
Larreta y su equipo de campaña utilizan los infinitos recursos que les
adjudican para operar en su contra en todos los terrenos. Lo que se escucha en
la superficie es nada comparado con lo que se dice por lo bajo,
Los principales
dirigentes de ambos bandos minimizan al final de cada día las consecuencias de
las batallas que libran a la vista de todos y que no se limitan a Pro, sino que
atraviesan con fuerza también al otro socio mayoritario, la UCR.
Frente a este
panorama tan poco edificante, ya son varios los consejeros y aportantes
poderosos que han empezado a hacer sonar las alarmas. No solo ven complejo un
futuro gobierno de JxC después de estos enfrentamientos. También ven en riesgo
el potencial electoral.
“Si no fuera por el
esfuerzo que hace la oposición por autodestruirse, un ministro de Economía de
un gobierno fracasado, con 120% de inflación anual y más de 40% de pobreza, no
tendría ninguna chance electoral. Sin embargo, asoma competitivo”, se lamentaba
ayer un importante empresario cercano al ideario cambiemita.
En semejante
contexto, y dada la magnitud de los desafíos que deberá enfrenar la próxima
gestión nacional, cobra más relevancia la observación del politólogo Andrés
Malamud: “El sistema electoral argentino nos inhibe de ser Perú con su
fragmentación extrema, pero los partidos se rompieron y la disciplina legislativa
del próximo gobierno está desgarantizada”. Se encienden más alarmas. |