Por Claudio Jacquelin
- La designación de Sergio Massa como precandidato presidencial del oficialismo
y la reconstrucción de la liga de los gobernadores que lo entronizó terminaron
por constituir un cambio de orden, antes que un cambio de nombres en la oferta
electoral. Chau kirchnerismo, hola neomenemismo, podría resumir la caricatura
de la hora. Probablemente, un exceso. Pero no carente de sustento.
El cierre de listas
para la elección presidencial consolidó el corrimiento hacia la centroderecha
del espectro político, después de 20 años de predominio político cultural del
progresismo (o populismo de izquierda), encarnado en el kirchnerismo. Un
deslizamiento que había empezado en 2015 y que solo el fallido final del
gobierno de Mauricio Macri ralentizó. La performance del engendro cristinista
modelo 2019 solo le devolvió aceleración a esa deriva. Al lado de Massa, aquel
Alberto Fernández era un revolucionario.
Las elecciones de
Córdoba de ayer, más allá de la singularidad política que siempre ofrece esa
provincia y del triunfo de la fórmula del cordobesismo peronista gobernante por
menos de lo esperado, refuerzan el sentido del rediseño que opera en el sistema
político. También, por la confirmación de la tendencia a la baja de la
participación electoral, que ayer estuvo siete puntos por debajo de 2019 y
nueve contra 2015.
Resulta muy
relevante que el kirchnerismo puro no haya podido ni siquiera poner a uno de
los suyos en el segundo lugar del binomio mayor nacional, después de dos
décadas de hegemonía dentro del peronismo.
Las presencias de
cristicamporistas, incluido el hijo Máximo, al frente de las listas para
senadores y diputados asoman como licencias destinadas a evitar fracturas más
dolorosas, fruto de equilibrios precarios y suma de debilidades internas.
Todavía tienen algún resto y ahí están para controlar y fijar algún límite.
Todo tiene un final, pero casi nunca llega de un solo golpe, sino por
acumulación.
Más allá de las
singularidades y errores de cálculo de Cristina Kirchner en la construcción de
una sucesión viable hay un sustrato de época. Eso permite comprender la
paradójica entronización del ministro de Economía del 120% de inflación y de la
relación carnal con Washington, en su condición de única carta competitiva del
mazo oficialista. Un joker de última instancia.
Ante la extrema
fragilidad de la situación económica, no es fácil encontrar otra explicación
para esta pirueta sin red del peronismo. Sin desdeñar la voluntad única de
Massa y de que su malquistada ausencia en el binomio podría acelerar una
debacle. Es cierto, pero no excluyente, que la amenaza de un fin de gobierno
anticipado volvió a mover los cimientos del oficialismo. El instinto de
supervivencia siempre se activa ante el riesgo extremo.
Choca contra
demasiados indicios la hipótesis de que la consagración del ministro es una
jugada de “la jefa” para no hacerse cargo de una derrota y que, en tal caso,
“pierdan ellos”, en busca de una sobrevida que el gobierno fracasado y la
tozudez final de Alberto Fernández no le dieron al kirchnerismo.
Esa explicación asoma
como una manifestación del síndrome de Estocolmo que sufren muchos de sus
seguidores, quienes siguen adjudicándole genialidades estratégicas a una
lideresa que se ha caracterizado por la elección de malos candidatos. Una
negación frente a “otra expresión de crueldad de quien, desde el altar
revolucionario, ha mandado a los suyos a votar por Daniel Scioli, por Alberto
Fernández y, ahora, por Massa, cuyo progresismo en sangre es indetectable”,
como señaló un agudo consultor político.
El supuesto
potencial electoral de Massa dentro del panperonismo para mantener unido el
heterogéneo y hasta incompatible conglomerado oficialista no fue el único
elemento que terminó por imponerse.
También influyó el
efecto que su candidatura puede causar en el resto del sistema, benéfico para
el colectivo oficialista y tóxico para la oposición cambiemita, y así agregarle
competitividad a lo que a priori puede parecer un manotazo de ahogado, sin
mayor destino de éxito. Siempre y cuando la economía no colapse, aunque Massa
es el único que podría proveer cierta expectativa.
“La única
solución era yo”
El relato de Massa
a los suyos sobre las 24 horas que terminaron con su entronización resulta
verosímil. “Cuando los gobernadores (sobre todo Gerardo Zamora) se plantaron y
le dijeron a Cristina que ellos no podían militar una fórmula tan poco
digerible en sus provincias, como la de Wado [De Pedro] y [Juan] Manzur, ella
empezó a aflojar. Entendió que esa era una fórmula para ganar adentro y perder
afuera. No cerraba con lo que ella les decía: que quería que el Gobierno
llegara hasta el 10 diciembre y tener alguna chance de ganar. Ahí aceptó que la
única solución era yo”, cuenta el ahora precandidato.
El optimismo del
ministro es convincente para náufragos desolados. Al palo que esgrimieron los
mandatarios provinciales para imponer su postulación, él agregó la zanahoria de
un nuevo acuerdo con el FMI antes del próximo fin de semana para que Cristina
Kirchner encontrara un atajo justificatorio. Su consagración podría
facilitarlo.
De todas maneras,
el desenlace es una concesión desesperada para la vicepresidenta. Terminó
diezmando electoralmente a “los hijos de la generación diezmada” y en su
autobiografía está obligada a verse volviendo al fatídico casillero 2013,
cuando Massa dejó el oficialismo y clausuró sus sueños re-reeleccionistas.
La obstinación, la
resiliencia y la paciencia vindicativa de Massa no encuentran muchos
parangones. Además de lograr la rendición de Cristina Kirchner, en el mismo
acto se cobró la vida política de Daniel Scioli, que hace 15 años lo dejó al
borde del altar. Una ejecución silenciosa, con la ayuda de Fernández. Otra vez
juntos contra el kirchnerismo.
“Después de mi
fracaso del 2015 aprendí el don de la paciencia y la templanza. Y esta vez,
como me dijeron varios, hice todo bien. Igual que en 2013”, autocelebró el
postulante ante varios interlocutores. El calendario político-electoral de
Massa y el de Cristina Kirchner tienen hitos imborrables donde se unen y se
enfrentan, que en este momento cobran más vigencia hacia el futuro que respecto
del pasado.
Más problemas
para Larreta
Ahora, después de
tanto pavimentarla, despavimentarla y repavimentarla, la “ancha avenida del
medio” aparece superpoblada con la confirmación de Massa y la inscripción de la
fórmula presidencial encabezada por el gobernador saliente de Córdoba Juan
Schiaretti, a quien el triunfo del cordobesismo peronista, aunque muy ajustado,
le dio ayer un aliciente para afrontar, como mínimo, las PASO.
El rediseño de la
oferta electoral que empezó el viernes es un problema mayor para Horacio
Rodríguez Larreta, quien se proponía pescar en la pecera del peronismo moderado
y desencantado, con el objetivo de compensar lo que el núcleo duro de su
espacio le negaba.
El fracaso del
torpe intento de incorporar de apuro a Schiaretti a un espacio cambiemita
ampliado cobra hoy mayor relevancia. Sus adversarios internos, con Patricia
Bullrich al frente, también le pasan factura por la ajustada derrota de la
fórmula cambiemita de Córdoba, que encabezó Luis Juez. No importa cuánto pueda
haber menguado de verdad las chances de Juez el coqueteo con el gobernador
peronista saliente. Todo ahora es contrafáctico.
Hasta el viernes a
la tarde el jefe de gobierno porteño se frotaba las manos con los anuncios de
la fórmula de De Pedro-Manzur, que espantaban a los peronistas no
kirchneristas. Pero la puerta de ingreso a ese campo de votantes quedó casi
obturada para Rodríguez Larreta, “con el agravante de que su figura está en
crisis con la sociología de JxC”, según define un estratega político que ha
colaborado con la campaña del jefe de gobierno porteño. El sentido común
confirmaría esa conclusión.
La conformación de
la fórmula con Gerardo Morales tendía a satisfacer la demanda de mayor firmeza
del electorado cambiemita, más aún después de los episodios de Jujuy, en los
que la policía provincial reprimió a los violentos e incendiarios
manifestantes. Lo mismo que el encumbramiento al tope de listas legislativas de
figuras como el liberal José Luis Espert y el peronista Miguel Pichetto.
Pero esas
decisiones encuentran ahora un factor neutralizante con la postulación de
Massa. La amistad personal de Larreta y la sociedad política que ha tenido
Morales con el ministro de Economía son un lastre, que en su presentación
buscaron sacarse de encima.
No obstante, unos
pocos analistas ensayan una hipótesis contraintuitiva que encendería una
pequeña luz de esperanza para Larreta, haciendo virtud del vicio. “Si la
tendencia es hacia la moderación y si la gente quiere que los políticos se
pongan de acuerdo para solucionarles los problemas y no que sigan peleándose,
¿no podría haber una oportunidad para quienes estén más cerca política y
personalmente?”, expresa ese supuesto, en el que pocos creen de cara a la PASO
cambiemita.
La amplitud del
armado de Larreta choca de frente con la reafirmación identitaria de Patricia
Bullrich, tras la elección del mendocino Luis Petri. Tan halcón como ella y sin
indicios de vinculación alguna con el candidato que terminó aceptando Cristina
Kirchner. Son atractivos atributos para el núcleo duro de votantes de JxC ,que
suele definir el resultado de las primarias. Mucho más si se consolida la
tendencia a la baja en la participación electoral de los menos comprometidos,
que se ha registrado en varias provincias.
Si, efectivamente,
todo eso consolidara la competitividad de Bullrich, no solo festejaría el
macrismo duro y los halcones cambiemitas.
El oficialismo
siempre consideró que ella es la rival a la que más le costaría obtener votos
en el electorado moderado. Ahora, con Massa en lugar del cristicamporista De
Pedro, se ilusionan con tener alguna chance en un probable ballottage. Acentuar
el perfil centrista y potenciar el ocaso del kirchnerismo sin atentar contra el
apoyo de las bases kirchneristas más duras es el enorme desafío que debe
enfrentar Massa. Una prueba de fuego para su plasticidad y para la desconfianza
de una parte importante del electorado que quiere dar por cerrado ese ciclo de
dos décadas.
Lo concreto es que
el cierre de listas y conformación de fórmulas presidenciales muestra un nuevo
escenario después de 20 años de un orden establecido por el clivaje
kirchnerismo-antikirchnerismo.
Sergio Massa,
Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, los tres precandidatos
presidenciales con más intención de votos, llegaron a la vida política o
tuvieron un paso destacado por el menemismo noventista. Y no son pecados de
juventud que quedaron en el olvido, sino raíces constitutivas de su
cosmovisión.
El vertiginoso y
grotesco cambio de fórmula del oficialismo en las 24 horas previas al cierre de
listas, así como la conformación de los dos binomios de Juntos por el Cambio,
cristalizó el cambio de época y el reacomodamiento de todo el sistema político.
“Cristina aceptó
que yo era la solución para que el Gobierno llegara a término y tener alguna
chance electoral”, dice Massa |