Domingo 25 - Por Silvia Stang - Nuestro país tiene una presión impositiva no muy
lejana a la de Estados desarrollados, pero el esquema es regresivo y está
impactado por la inflación y la elevada informalidad, según advierte un
informe; el gasto público es parte de un amplio conjunto de temas a debatir.
La aprobación de
nuevos impuestos y el incremento del peso de los existentes, a veces por
normativas y a veces por efecto de la inflación, son aspectos que suelen estar
bajo la lupa. Sin embargo, es un conjunto más amplio y complejo de factores lo
que ayuda a evaluar si se cumplen tres requisitos básicos para un sistema
tributario adecuado, al menos según se considera en un informe del Centro de
Estudios Tributarios (CET) de la Universidad Austral: la suficiencia, la
eficiencia y la equidad.
La Argentina no
saca buenas notas en la materia. Según el estudio citado, el país “presenta un
elevado nivel de presión tributaria, que se asemeja al de países desarrollados,
pero que tiene una estructura sustancialmente distinta en diseño y en objetivos”
(básicamente, en el esquema local pesa más la imposición sobre transacciones
económicas que la orientada a los ingresos), al tiempo que la recaudación “es
insuficiente para financiar el gasto” (lo que queda evidenciado en el déficit
del sector público), y a la vez que “la elevada presión tributaria y el gasto
público conviven en un sistema excesivamente complejo” y en el contexto de una
alta inflación.
La presión
tributaria (expresada como el porcentaje del PBI que representa lo recaudado),
la estructura impositiva (qué se grava y cuánto aporta cada tipo de carga), y
la complejidad (el grado de esfuerzo administrativo y económico que le lleva al
contribuyente estar al día con todas las obligaciones) son tres indicadores
útiles para ver cómo está el sistema.
“Los datos sugieren
un agotamiento del incremento de impuestos como instrumento de política
económica y de un esquema que desincentiva la inversión, el crecimiento y la
productividad”, concluye el informe, elaborado por el economista Diego Rivas y
el contador Lucio Cardinale, director e investigador, respectivamente, del
mencionado CET.
¿En función de qué
se define si un país, una jurisdicción, un proceso productivo o el ingreso de
una persona tiene una carga adecuada o excesiva? Lo que se recauda, ¿es suficiente
para afrontar el gasto del Estado? Y ese gasto, ¿es el apropiado? ¿o qué
opciones y qué márgenes hay, en todo caso, para contenerlo, bajarlo o
financiarlo? ¿Qué efectos produce la estructura del esquema impositivo en la
producción, el ahorro y el consumo? ¿Y en la informalidad? Esas y otras muchas
preguntas son la materia prima de un debate de fondo.
Pero, una
característica que suele atentar contra las reformas que exploren cierta
profundidad y que no se queden en cuestiones aisladas es que hay impuestos que,
si bien son distorsivos, son fáciles de recaudar y, en la práctica, ganaron una
buena cuota de participación en lo recaudado.
La presión
tributaria es un dato de referencia que tiene, sin embargo, sus limitaciones.
Por ejemplo, no están incluidas en la medición las “cargas ocultas”, como el
llamado “impuesto inflacionario” (originado en la pérdida del valor de los
pesos), ni se tiene en cuenta la economía no registrada, según advierte Rivas.
Con un nivel de
recaudación que representa 29,4% del PBI, la Argentina (que en 2015 había
llegado a 31,5% y hacia 2018 había bajado a 28,5%) se ubica, en cuanto a la
presión impositiva, unos cinco puntos porcentuales por debajo del promedio de
los países avanzados (34,6%) y unos tres puntos por debajo de Brasil (32,2%), a
la vez que está algo por arriba de Uruguay (26,5%) y de Bolivia (25,2%), y muy
por arriba de Paraguay (13,7%), Perú (16,0%), México (16,6%) y Chile (20,3%),
en todos los casos, según los promedios para el período de 2016 a 2020, citados
en el informe.
Si el porcentaje es
adecuado, bajo o alto, es una apreciación que depende de la combinación de
diferentes aspectos. Uno de ellos es si lo recaudado es suficiente para que el
Estado cumpla de manera aceptable los roles que se le haya asignado. En nuestro
país, y más allá de lo que pueda evaluarse sobre la calidad de los servicios
estatales, el crecimiento de la presión tributaria de los últimos años fue
acompañado por un desequilibrio fiscal primario que en 2022 llegó al 2,4% del
PBI, y por un déficit financiero (contando los gastos y también el pago de
intereses de la deuda) que fue de 3,9% el año pasado.
“La Argentina tiene
un gran problema de déficit fiscal y esa es una de las facetas que se mira para
la construcción del ‘índice de performance del sistema tributario’, que arroja
para 2021 (último dato) 3,84 puntos” en una escala del 1 al 10, describe Rivas.
Ese índice evalúa los esquemas impositivos observando diferentes elementos y
siguiendo una metodología de la Fundación Bertelsmann Stiftung, de Alemania,
para los países de la OCDE. En 2005, la Argentina había alcanzado un índice de
6,1 puntos y se había ubicado como uno de los países que “logran en gran medida
los objetivos”. Luego retrocedió y desde 2006 está en el espacio de los que
muestran un “logro parcial de los objetivos”.
Para cuantificar el
índice de performance tributaria se les asignan valores a determinadas
variables que, a su vez, miden diferentes factores. Uno es la suficiencia de lo
recaudado frente a los compromisos del Estado. Otro es la eficiencia del
esquema y, para evaluarla, se miran la complejidad y el diseño, y las alícuotas
máximas del impuesto a las ganancias sobre personas y sobre sociedades. A este
último gravamen se lo considera con el objetivo de establecer una comparabilidad
entre países, pero vale la salvedad de que, en la Argentina Ganancias es, más
allá de sus alícuotas, un impuesto fuertemente distorsionado en los últimos
años por la inflación.
El informe muestra,
por ejemplo, la tendencia creciente que tuvo lo recaudado por el tributo sobre
los ingresos de los trabajadores entre 2004 y 2015 (medido como porcentaje del
PBI), algo atribuido a la falta o a la deficiencia de las actualizaciones del
esquema frente a ingresos en pesos que fueron perdiendo poder de compra. El
pico se alcanzó en 2015, cuando el impuesto llegó a representar alrededor de 3%
del PBI.
Los datos muestran
también que los recursos obtenidos por el IVA tienen una mayor participación
sobre el producto –hoy es de alrededor de 7%– que una década y media atrás.
La estructura
tributaria
En el protagonismo
de un impuesto como el IVA se encuentra una de las principales diferencias con
países desarrollados que tienen una presión tributaria similar a la argentina.
Localmente, los tributos sobre los bienes y servicios, como el IVA, representan
el 51% de la recaudación; en los Estados de la OCDE son el 32,2%, y en el
promedio de América Latina y el Caribe, el 47,9%. El IVA, describe el
documento, es regresivo, “castiga a los sectores de menores recursos” y es uno
de los peores impuestos por sus efectos sobre los precios y la producción.
“Debería atenuarse
la presión que ejercen los tributos transaccionales, como el IVA, Ingresos
Brutos, las retenciones a las exportaciones y el impuesto al cheque, y debería
promoverse la inversión con beneficios fiscales”, afirma Alberto Mastandrea,
especialista en tributación, docente, y socio en Impuestos & Legales de la
firma BDO, al referirse a uno de los principales ejes que, considera, debería
guiar una reforma tributaria.
Los impuestos sobre
ingresos y utilidades, como Ganancias, tienen en los países de la OCDE una
participación del 33,7% sobre el total de lo recaudado, mientras que en nuestro
país ese índice es de 18,2%.
Los recursos
específicos para el financiamiento de las prestaciones de la seguridad social
(19,2% del total), advierte el documento de la Universidad Austral, “muestran
una caída en los últimos años, que resulta preocupante en términos de la
sostenibilidad del sistema de jubilaciones y pensiones”. Los pagos previsionales
se afrontan con aportes y contribuciones del mundo laboral y también, en muy
buena medida, con impuestos generales. La cuestión del financiamiento es
preocupante en un contexto con dos problemáticas de peso: el déficit fiscal
junto con el hecho de que gran parte del gasto sea inflexible (salvo por ajuste
de ingresos por inflación), y la informalidad, de 46,4% en 2022, según datos
publicados por la OIT, en el universo de asalariados y cuentapropistas. A eso
se suman desafíos de un futuro no muy lejano, como el envejecimiento
poblacional.
Salteándose la
búsqueda de una solución para la alta incidencia del trabajo no registrado,
desde el Gobierno se le da impulso a un nuevo plan para la jubilación de
quienes no tienen aportes o sí los tienen, pero no llegan al requisito de 30
años que exige la ley. La política de moratorias llevó a que dos tercios de los
jubilaciones actuales del sistema de la Anses hayan sido dadas por esa vía de
excepción.
Una revisión de la
manera en que se usan los recursos es algo que debería estar en el listado de
tareas por hacer, si se tiene la meta de mejorar la performance del sistema
tributario.
“En la Argentina,
los principales impuestos tienen fines casi exclusivamente recaudatorios, es
decir, se prioriza la facilidad de cobro, pero son altamente distorsivos, y de
allí sus características extractivas, sin incentivos para fomentar el
desarrollo productivo”, advierte Rivas, que pone como ejemplos de eso a la
carga sobre los débitos y créditos bancarios y a los derechos de exportación.
Un impuesto siempre
bajo el radar cuando se habla de los cambios necesarios es Ingresos Brutos,
cobrado por las provincias y por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y visto
como uno de los más distorsivos y con mayor impacto en precios, porque no mide
la capacidad contributiva de personas y empresas, y porque, por la forma en que
se cobra, suma costos en cada paso de los procesos de producción y
comercialización.
“Habría que apuntar
a la baja de Ingresos Brutos, que es muy regresivo, como también lo es el
impuesto de Sellos; es cierto que es muy difícil comprobar que una baja
repercuta en el bolsillo del consumidor final, porque eso implicaría un
compromiso del empresario de trasladar el efecto”, dice Adriana Piano,
consultora en impuestos y socia retirada del estudio SMS Buenos Aires. Y recuerda
que con el consenso fiscal de 2017 entre la Nación y las provincias hubo un
compromiso de avanzar en el alivio de Ingresos Brutos, pero luego se retrocedió
y eso quedó sin efecto.
Una red compleja
Otro aspecto
cuestionado de esta carga fiscal es que deja a los contribuyentes “atrapados”
en una red muy compleja, dadas las modalidades de cobro. El informe de la
Universidad Austral identifica 87 regímenes de recaudación anticipada de este
impuesto en todo el país, mientras que el IVA suma 32 sistemas y Ganancias, 19.
“La multiplicidad
de regímenes de retención y percepción provoca una fuerte inmovilización de
capital de trabajo –advierte Mastandrea–; en muchos casos los saldos a favor se
recuperan solo en el largo plazo, y en un contexto como el actual eso produce
un daño irreparable”.
La complejidad es
un rasgo negativo del esquema tributario; la cantidad de regímenes de
percepción conlleva una elevada carga administrativa
La complejidades
una faceta medida por el citado índice de performance de los impuestos y, en
ese ítem en particular, la Argentina se ubica en el último puesto en un listado
de 42 países que encabezan, con los mejores puntajes, Irlanda, Dinamarca, Nueva
Zelanda y Finlandia. Para elaborar ese indicador se usan datos del informe Ease
of Doing Business del Banco Mundial, que ahora está discontinuado y en
revisión. Según explicó Rivas, al ser un indicador que suele mantenerse sin
grandes cambios en el tiempo, para la construcción del índice más reciente se
tomó el último disponible, de 2020.
Desde 2007, de
todas formas, hubo mejoras significativas en cuanto al nivel de complejidad,
con reducciones en la cantidad de pagos con los que se debe cumplir y de las
horas requeridas para los trámites. En esos avances tuvo que ver la
incorporación de modalidades digitales, que ganaron espacio no solo en la
Argentina, sino en todo el mundo.
Pero también hace a
la complejidad la cantidad de impuestos. El vademécum tributario 2023 elaborado
por el Iaraf identifica 148 tributos, y advierte que con solo 10 de ellos se
recauda el 91% de los recursos. El listado incluye impuestos propiamente
dichos, contribuciones y tasas fijadas por las administraciones locales.
Cómo simplificar
y cómo gastar
La simplificación
del sistema tributario con estabilidad de las normas es uno de los doce puntos
planteados por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad de
Buenos Aires para una reforma integral, dice la contadora Gabriela Russo,
presidenta de la institución. En la propuesta se incluye un cambio de las reglas
de ajuste por inflación, la generación de un sistema para pymes y economías
regionales, y la eliminación de los regímenes de retención de cargas
provinciales, junto con medidas que eviten “el enjambre de normas y alícuotas
diferentes en cada jurisdicción”. Un nuevo régimen de coparticipación es parte
del plan.
A qué se asigna
cada peso y cómo se distribuye cada centavo es una cuestión central. “Bajar la
presión tributaria para mejorar la competitividad de las empresas, generar
empleo y favorecer las importaciones es un objetivo necesario, pero no alcanza.
No se puede abordar la cuestión impositiva sin abordar en espejo la cuestión
del gasto”, afirma Alberto Tarsiano, abogado y director de la Maestría en
Derecho Tributario de la Universidad Católica Argentina. Agrega que controlar
el gasto no significa “ajuste”, sino “plantear el para qué de la recaudación” y
“atender las necesidades públicas con eficacia, descentralizar servicios y
desterrar la corrupción y el clientelismo”. Es fundamental, apunta, entender
que fracasaron la coparticipación (la modalidad del reparto de lo recaudado) y
el programa federal de gobierno.
Así como la
complejidad del sistema atenta contra su eficiencia, y el déficit indica su
insuficiencia (algo que podría mejorar con mayor eficiencia), el tercer aspecto
señalado como un requisito para un régimen adecuado, el de la equidad, se ve
comprometido no solo por temas de diseño, sino también por la alta
informalidad, por una inflación anual de tres dígitos, y por el peso de los
“gastos tributarios”, que son los recursos que el Estado resigna por
exenciones. ¿Se justifican todas las excepciones o medidas de alivio? ¿En qué
medida generan desigualdades que no tienen causas ni efectos válidos? Son otras
cuestiones para un debate que a la política le cuesta mucho dar. ß |