Por Carlos Pagni - El
6 de enero de 2021 una muchedumbre de votantes de Trump, enfurecida por el
resultado de las elecciones que habían consagrado a Biden, asaltó el Capitolio.
El 8 de enero de este año, fanáticos de Bolsonaro adoptaron la misma táctica en
Brasilia e invadieron por la fuerza las sedes de los tres poderes en protesta
porque Lula había regresado al planalto.
Con la rebelión que
desataron en Jujuy quienes quedaron disconformes con el texto constitucional
que aprobó una asamblea que sesionó sin cuestionamientos, se abre un inmenso
interrogante: ¿el populismo argentino está por incorporarse a esa ola
internacional? Felipe González suele afirmar que la democracia se sostiene en
una ética de la derrota. Es decir, en la mansa aceptación de un resultado
contrario a lo que se desea. Se trate de un debate constituyente o de un
proceso electoral, la esencia del sistema está en reconocer la legitimidad de
la victoria de otro.
Algunas hipótesis
sobre las elecciones de este año preveían que el clima colectivo podía volverse
mucho más agresivo si en las primarias de agosto se imponía algún candidato de
la actual oposición. Sobre todo si levantara la bandera del orden público y la
racionalización económica. La historia tuvo otras ideas y esas premoniciones se
están confirmando mucho antes. El conflicto que se desató en Jujuy a propósito
de la reforma de la Constitución provincial encendió una hoguera que promete
subir la temperatura de toda la campaña. Anteayer grupos de la izquierda
revolucionaria agredieron locales de Juntos por el Cambio en Córdoba y en Mar
del Plata. Y ayer se inauguró una toma de la avenida 9 de Julio, en el centro
porteño, para reclamar contra el gobierno jujeño.
Quedó abierta,
además, aquella incógnita inicial: comienza a haber menos certezas acerca de
que el kirchnerismo se incline ante un resultado de las urnas que le resulte
adverso. Sobre todo, porque los principales dirigentes de esa fuerza, entre los
que se encuentran el presidente de la Nación, la vicepresidenta y el ministro
del Interior y muy probable candidato presidencial, avalaron en las últimas
horas el recurso a la violencia para expresar el fastidio por un desenlace no
querido. Los mismos dirigentes que clamaron al cielo por la barbarie de la
derecha norteamericana o brasileña. La obscenidad del doble estándar.
En la crisis que
agita a Jujuy se superponen numerosos significados. Sobre aquella tormenta
también se proyectan las contradicciones internas de cada fuerza en disputa. Y
una guerra codiciosa por el negocio del litio.
Para comprender el
drama jujeño en toda su dimensión conviene relevar algunos datos del contexto.
Se trata de un distrito con fuerzas políticas radicalizadas. La más famosa es
la agrupación Tupac Amaru, de Milagro Sala. Pero el Frente de Izquierda, de
raíz trotskista, tiene allí una fuerza excepcional. En las elecciones
legislativas de 2021 obtuvo 25% de los votos. Y en mayo pasado, en las de
gobernador, su candidato Alejandro Vilca sacó el 13%.
La movilización
contra dos artículos de la Constitución se produjo en una atmósfera que ya era
irrespirable por un largo conflicto docente. Había comenzado en Salta, con las
manifestaciones y cortes de ruta que acompañaron cinco semanas de paro. En
Jujuy se reprodujo el mismo plan de lucha desde comienzos de mes, con
imponentes marchas de antorchas sobre el centro de la capital. El gobernador
Gerardo Morales empezó a sentirse acorralado, por las concesiones que realizaba
su par salteño, Gustavo Sáenz, y por el nivel de adhesión que obtenía el
reclamo en su provincia.
El entredicho
sindical le fue poniendo marco a la insatisfacción de algunos sectores por una
reforma constitucional a la que adhirieron el radicalismo, con una amplia
mayoría, y el peronismo. De 48 constituyentes, 29 son de la UCR y 13, del PJ,
de los cuales 11 votaron con los radicales. Solo los 6 convencionales de
izquierda abandonaron las deliberaciones. El texto tuvo reproches de distinta
naturaleza. Por ejemplo, por la alteración del régimen electoral, que abandonó
el sistema proporcional y adoptó el de lista incompleta, que le da el control
de la Legislatura al partido que ganó la gobernación.
Sin embargo, el
motivo principal de indignación estuvo en dos artículos. Uno de ellos enumeraba
las garantías para los pueblos originarios, con un detalle: reservaba para el
Estado la facultad de reconocer cuándo una comunidad era indígena. Muchos
dirigentes entendieron que Morales reduciría las prerrogativas que se estaban
concediendo solo a organizaciones afines a su administración. Había otro
recelo, menos confesable. El temor a que la capacidad de intervención de los
pueblos originarios en el negocio del litio, sobre todo a través del poder de
veto en el uso de la tierra, sufriera algún recorte. Para desactivar este
enojo, que se montaba sobre el de los docentes, el gobernador propuso retirar
la cláusula.
El otro artículo
que desencadenó la furia introdujo una restricción en el derecho de protesta,
que excluiría los cortes de calles y de rutas. Esta limitación encendió la
mecha, aun cuando uno de los incisos establece que habría una ley reglamentaria
que garantizaría que se respeten los derechos humanos en materia de libertad de
reunión y manifestación.
La votación de la
nueva Constitución agravó el clima de protesta. Se pasó de la movilización a la
violencia. Se intentó tomar la Legislatura, donde sesiona la constituyente.
Hasta debieron intervenir los bomberos por un principio de incendio. La policía
reprimió esos ataques, provocando decenas de heridos.
La rebelión tuvo
distintos alcances e intenciones. La mayor politización provino de los
dirigentes del movimiento Tupac Amaru. Su líder, Alejandro Garfagnini, convocó
a los suyos a encabezar la revuelta, con el objetivo final de provocar la
intervención de la provincia. Garfagnini sostuvo que la represión contra la
protesta en Jujuy forma una secuencia con el intento de asesinato de Cristina
Kirchner y la detención de Milagro Sala. Es decir: Morales, Sabag Montiel y la
Corte Suprema son el mismo ente.
El gobierno
nacional se puso del lado de los violentos. Reprochó al gobernador haber dado
la orden para que se repeliera la invasión a los edificios públicos. Pero ni
Alberto Fernández, ni Cristina Kirchner, ni Wado de Pedro insinuaron la menor
condena a la violencia de los que marchaban contra una constituyente que había
sido convocada en el marco de la ley y de la que había participado su propio
partido. Y lo más insólito: avalaron el levantamiento contra la instituciones,
en nombre de la democracia. Amnesia total sobre la indignación que habían
experimentado cuando los feliden greses de Trump o de Bolsonaro hacían lo que
ahora ellos respaldaban.
Una hemiplejia
conceptual equivalente se verificó en Jan Jarab, representante del Alto
Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU para América Latina. Jarab le
dirigió una carta a Morales en la que le pidió diálogo con los indígenas, acaso
sin saber que el gobernador había propuesto eliminar el artículo de la
discordia. Desde su oficina de Santiago de Chile, habló de “protestas pacíficas
en las inmediaciones de la Legislatura”. También indicó que el derecho a la
protesta debe estar por encima del derecho a la circulación. Cristina Kirchner,
para quien los pronunciamientos de esa oficina internacional carecen de valor
cuando se refieren a dictaduras como la venezolana o la china, esta vez tuiteó
la nota de Jarab. Le contestó Morales con un video de ella misma alegando que
las movilizaciones no podían impedir el derecho a circular.
En el mar de
incoherencias en que navega la política, es llamativo que desde posiciones
nacionales se objete lo legislado por la constituyente jujeña. No solo porque
el PJ aprobó los artículos de la controversia. También porque hace apenas
semanas, cuando la Corte Suprema se pronunció sobre las candidaturas de Sergio
Uñac y Juan Manzur, la autonomía provincial era intocable. Ahora habría que
esperar que el peronismo jujeño, a pesar de que fue solidario con Morales en la
constituyente, se dirija a la Corte para que declare la inconstitucionalidad de
los artículos repudiados en la carta provincial.
La irrupción de la
violencia en Jujuy impactó sobre la peripecia electoral de las principales
fuerzas políticas. Impidió, por ejemplo, que la señora de Kirchner anunciara
quién sería el candidato a presidente de su línea interna. Es decir, el rival
de Daniel Scioli. Adicta a las efemérides, dicen que pensaba hacerlo el Día de
la Bandera. El ambiente de radicalización que invadió al kirchnerismo desde el
norte fue el menos favorable para la candidatura de Sergio Massa. No hay que
olvidar que se trata de un viejo socio de Morales, con quien el Frente
Renovador cogobernó la provincia colocando a Carlos Haquin en la
vicegobernación. Quienes pretenMorales leer debajo del alquitrán especulan con
que De Pedro se ensañó con Morales para sacar ventaja de su competidor Massa.
Oportunismos de última hora: el gobernador jujeño ha sido un gran aliado de De
Pedro, con quien compartió viajes occidentalísimos a Washington y Tel Aviv. Lo
recordó bien Milagro Sala en diciembre pasado, cuando fue condenada por la
Corte, diciendo que “Massa y Wado de Pedro son socios de Morales”. Minucias.
Anoche, en el
entorno de la vicepresidenta se especulaba con que el ministro del Interior
sería el candidato a presidente. ¿Manzur sería el vice? Hasta última hora lo
estaban negociando. De ser así, Claudia Abdala de Zamora retrocedía dos
casilleros. Se daba por seguro también que Axel Kicillof se postularía de nuevo
para la provincia. Y que Sergio Massa sería candidato a senador. Verdades
provisorias. A Cristina Kirchner le gusta dar sorpresas. Aunque es cierto que
la semana de las definiciones no fue propicia para Massa: a la ola de repudio
oficialista contra su amigo Morales se le suma su desencuentro con el Fondo
Monetario Internacional, que lo ha puesto al borde del default. A pesar de
todo, amigos de Massa especulaban anoche con que “si Scioli se bajara podría
volver la hipótesis de Sergio”. Pero Máximo Kirchner fue clemente y suministró
a Scioli los avales necesarios para competir. Al habilitar a Scioli, Kirchner
apostó por De Pedro.
La tempestad de
Jujuy también tuvo su impacto en la intimidad de Juntos por el Cambio. En
principio, obligó a componer una foto familiar que suspendió la discordia que
venía afectando a esa fuerza, sobre todo desde el malhadado acercamiento de
Horacio Rodríguez Larreta a Juan Schiaretti. La escena favorece a Morales, que
terminó de atornillar su lugar de vice de Larreta. Con sus balas de goma en la
cartuchera, el gobernador de Jujuy se ofrece al alcalde porteño como un
abanderado del orden digno de competir con Patricia Bullrich. Se agrega también
el duro Miguel Pichetto como primer candidato a diputado por Buenos Aires, con
posibilidades de presidir la Cámara si Larreta llega a la Casa Rosada. Es
cierto que la firmeza de afecta a Larreta en otro aspecto: ahora la izquierda
revoltosa desafía al jefe de gobierno desde la 9 de Julio. ¿Garantizará el
derecho a la circulación, como quiere la Constitución jujeña?
La asociación de
Larreta con el gobernador de Jujuy tiene repercusiones sobre la escena porteña.
Morales es un aliado de Lousteau, el rival de Jorge Macri. Esa interna se
dirime antes que nada en la Justicia, por las dificultades del exintendente de
Vicente López para justificar los cinco años de residencia en la Capital que
exige la Constitución local. Macri alegará que ese período no debe ser inmediato,
como sí lo exige el artículo que fija los requisitos para ser legislador. Pero
deberá remontar un problema serio: en 2010 el Tribunal Superior de la Ciudad
negó el derecho a postularse a Adrián Pérez por no cumplir con los cinco años
anteriores e inmediatos. Mientras tanto, aparecen documentos con los mil
domicilios del candidato de Pro. Uno en San Fernando, que figura en la
constitución de una offshore en Miami; otro en Vicente López, donde, a falta de
un Albistur, habría convivido con otros militantes en un local de Pro. ¿Llegará
el caso a la Corte? ¿Será una oportunidad para que los jueces que cortaron la
carrera de peronistas como Uñac o Manzur corten la de un dirigente emblemático
de Pro? En la Casa Rosada lo lamentarían: creen que si Macri se impusiera sobre
Lousteau, el candidato peronista Leandro Santoro, de procedencia radical,
lograría superar las pobres marcas tradicionales del PJ porteño.
Patricia Bullrich
también celebró, a su manera, el tembladeral de Jujuy. Al fin y al cabo, la
imagen del represor sanguinario que pisotea derechos no encarnaría en ella, al
menos todavía, como alertó Elisa Carrió. Calzaría sobre Morales, a quien Carrió
tal vez sostenga como candidato a vice. Bullrich siguió ayer ufanándose de su
temperamento poco concesivo. Le mostraron declaraciones de su viejo amigo, el
kirchnerista Eduardo Valdés, diciendo que si la oposición llega al poder habrá
una conmoción social. “Si soy presidenta, al que amenace así lo meto preso”,
amenazó Bullrich. Temperamento peronista: olvidó que existen tribunales.
Valdés, mientras tanto, se quejaba de que lo habían sacado de contexto: “Fueron
declaraciones de hace una semana, y solo dije que para advertir que Carrió
tenía razón había que mirar lo que hacía Morales con los maestros”. Detalles.
El título de la entrevista de Valdés con la Agencia Paco Urondo circuló por
toda la oposición porque expresa lo que muchos líderes de Juntos por el Cambio
comienzan a entrever: Jujuy es un espejo que adelanta lo que puede pasar en el
país. Quizá sea un pronóstico optimista sobre el destino del peronismo. La
señora de Kirchner tiene pesadillas con que su candidato salga tercero; 14
gobernadores adelantaron las elecciones desentendiéndose del destino nacional
de su partido; el Presidente desafía a la vicepresidenta con su propio
candidato. Son augurios terroríficos que obligan a revisar la imagen del
futuro. Si los peronistas se hunden en la catástrofe, las piedras que estén
acumulando para arrojar sobre un gobierno ajeno serán aplicadas a una batalla
fratricida. |