Por Pablo Sirvén.- La
frente amoratada y el hilo de sangre que recorre parte del rostro de una mujer
deberían ser, en el contexto de las refriegas en Jujuy, una prueba irrefutable
de la violencia policial durante la represión de los disturbios sucedidos a
partir del ataque, e incendio parcial, de la Legislatura. Sin embargo, como
dice el dicho, a veces, “las apariencias engañan”. No todo lo que parece es.
“Represión y
violencia en Jujuy: la policía detiene y reprime a más manifestantes”, grita el
videograph de C5N, en letras blancas sobre fondo rojo sangre. Ocupa toda la
pantalla la cara sufriente y salpicada por esa herida. La emisora hace alarde
de su alta responsabilidad social y llena su pantalla de loables advertencias:
“Imágenes sensibles” y “contenido no apto para niños y adolescentes” (la frase
aparece repetida, con la intención de darle más fuerza, pero son las 15.01,
según se puede leer, pleno horario de protección al menor).
La palabra “AHORA”
–así en mayúscula, pero en una tipografía más chica– se repite nueve veces, una
a continuación de otra. El hashtag, en el vértice superior derecho, sugiere una
postura editorial contundente y sin lugar a dudas de lo que está ocurriendo:
#EstallidoJujeño. El canal de Cristóbal López y de Fabián de Sousa no se cansa,
al mismo tiempo, de despotricar intermitentemente sobre la foto que había
tuiteado el gobernador Gerardo Morales para demostrar que llegaban activistas
de todo el país con el fin de fogonear el caos. La imagen mostraba a
integrantes de la agrupación 13 de Abril durante un evento en el Club Social,
Cultural y Deportivo de Guernica, provincia de Buenos Aires, catorce meses
antes. Si se la mira con cuidado, se deduce que las remeras de mangas cortas y
las bermudas de las personas que allí se ven no encajan con el clima gélido que
atraviesa la Argentina. Advertido de su error, Morales baja la foto, pero eso
no impide que C5N y muchos más en las redes sociales la sigan reproduciendo.
Pero volvamos a la
manifestante de frente hinchada y cara ensangrentada. Un videíto de un celular
cualquiera que casualmente es testigo del momento de la detención completa y
aclara la información que falta: esa misma mujer, que dos agentes intentan
ingresar en la camioneta policial, golpea voluntariamente y con fuerza su
cabeza contra el vidrio de la puerta trasera izquierda, haciéndola estallar en
mil pedazos.
¿Se trató de un
trance de locura? No: simplemente “fabricó” su noticia deseada. Produjo, aun a
costa de su dolor y riesgo, una imagen que la pudiera mostrar como víctima de
una represión violenta que, en realidad, no sufrió. Ni en los relatos
distópicos de la serie Black Mirror –cuyas tramas siempre giran en torno a lo
que los nuevos dispositivos pueden provocar– se ha visto una vuelta de tuerca
tan impactante.
Dice una leyenda
que algunas tribus indígenas se negaban sistemáticamente a que sus miembros
fuesen fotografiados porque esas imágenes capturadas por una cámara robaban
parte de sus almas. La foto de la activista autolesionada, en cambio, lo que se
roba es la verdad.
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