Por Joaquín Morales
Solá - Las principales rutas de Jujuy siguen cortadas por grupos de piqueteros,
la mayoría de ellos identificados políticamente con el kirchnerismo. En la
mañana de ayer, un grupo de manifestantes estuvo a punto de tomar, con la
intención de incendiarla, la Legislatura de la provincia.
La protesta es por
la reforma constitucional y, más precisamente, por sus artículos 50, referido a
los derechos y garantías de los pueblos indígenas, y 36, cuya ampliación
actualizaba el derecho a la propiedad privada. La reforma de esos artículos fue
anulada por el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, como una forma de tender
un puente con los revoltosos. No hubo caso. El vandalismo continuó y hasta se
agravó. Ambos artículos tendrán ahora la misma redacción de 1986, que, extrañamente,
en el caso del de los pueblos aborígenes, es menos amplio y más superficial que
el que se suprimió.
La reforma
constitucional de Jujuy fue aprobada por un acuerdo de la coalición gobernante
en la provincia (que lidera Gerardo Morales, presidente a su vez del comité
nacional del radicalismo) y el peronismo local. Solo la izquierda quedó fuera
del acuerdo. El gobernador Morales, debe reconocerse, promovió el acuerdo con
el peronismo a pesar de que tenía los votos necesarios en la Asamblea
Constituyente como para aprobar con su propia fuerza política la reforma de la
Constitución local. El mandatario provincial, que es también precandidato
presidencial de Juntos por el Cambio, ordenó la represión con balas de goma y
gases lacrimógenos cuando los manifestantes amenazaban con destruir la sede de
la Legislatura provincial; de hecho, algunos manifestantes que lograron entrar
al recinto parlamentario comenzaron a prender fuego.
Los desmanes se
trasladaron luego a la calle, donde los revoltosos incendiaron y destruyeron
varios automóviles particulares. En ese contexto, el ministro del Interior,
Eduardo “Wado” de Pedro, redactó un documento donde repudia solo los “hechos de
violencia” del gobierno de Jujuy. Parece una sátira de ellos mismos, pero la
gravedad consiste en que no es una sátira. Sucede lo mismo con la CGT, que
también escribió un documento en el que habla solo de la violencia de la
represión, no de los hechos que promovieron la reacción del Estado provincial.
Morales mantuvo en
el nuevo texto de la Constitución la prohibición de cortar las rutas
provinciales. Esa disposición es ahora el centro de las violentas protestas.
Fue considerada por el kirchnerismo y la izquierda como un menoscabo del
derecho a la protesta. Sin embargo, ese artículo de la nueva Constitución
jujeña está respaldado por la Constitucional nacional, que garantiza la libre
circulación de los argentinos, y por el artículo 194 del Código Penal, que
sanciona a cualquiera que estorbe o impida el “transporte por tierra, aire o
mar”. Morales ganó ampliamente las elecciones del primer domingo de mayo
pasado, hace menos de un mes y medio, en las que se impuso como gobernador un
candidato que proviene también del radicalismo jujeño, Carlos Sadir, impulsado
por el mandatario saliente, de quien fue ministro de Hacienda. No obstante,
pocas semanas después el kirchnerismo y la izquierda (siempre funcional a los
seguidores de Cristina Kirchner) montaron un espectáculo de violencia
descontrolada en Jujuy por una diferencia política insustancial. Advertencia a
los dirigentes nacionales de Juntos por el Cambio, que proyectan profundas
reformas estructurales en el país con el único respaldo de un eventual triunfo
en las próximas elecciones presidenciales.
La violencia en
Jujuy es el anticipo de la violencia nacional que promoverá el kirchnerismo
ante una política económica ortodoxa si ganara las presidenciales cualquier
fuerza política racional, y cuando ya el país no tolera más el sistema de
prueba y error en el manejo de la economía argentina. “Hay ingenuidad en Juntos
por el Cambio cuando prevén el futuro”, se sinceró ayer un dirigente importante
de esa coalición. Por eso, los dirigentes nacionales de Juntos por el Cambio
cometerían un grave error si vieran en los estragos de Jujuy solo una desdicha
política de Gerardo Morales; es, por el contrario, el vaticinio de lo que
podría sucederle a cualquier eventual presidente de Juntos por el Cambio. Wado
de Pedro y la CGT lo anticiparon con sus sesgados documentos sobre los
destrozos en Jujuy. Es también lo que le pasó a Mauricio Macri en 2017.
En octubre de ese
año, Macri ganó cómodamente las elecciones de mitad de mandato, pero en
diciembre debió enfrentar una violenta insurrección del kirchnerismo; le
arrojaron varias toneladas de piedra en la Plaza del Congreso cuando se trataba
ahí una reforma a los aumentos de las remuneraciones a los jubilados.
Insignificante reforma si se la compara con el actual ajuste de las cuentas
públicas que se está haciendo con la inflación y el salario de los jubilados.
Resalta también la
diferencia de trato que el gobierno nacional de Alberto Fernández y Cristina
Kirchner le aplica a Jujuy en comparación con el Chaco, donde hay una mujer
desaparecida desde hace 20 días y supuestamente asesinada por el clan Sena,
estrechamente vinculado al gobernador kirchnerista de esa provincia, Jorge
Capitanich. Emerenciano Sena, el patriarca de esa poderosa familia y el remedo
chaqueño de la jujeña Milagro Sala, se hizo rico e influyente durante el largo
liderazgo provincial de Capitanich. Cristina Kirchner ya lo criticó
públicamente a Gerardo Morales porque ordenó reprimir antes de que los vándalos
tomaran y destruyeran la Legislatura jujeña,
Cristina Kirchner
puede hacer daño todavía, como lo está haciendo en Jujuy, pero su debilidad
política es cada vez más conmovedora
pero nunca se
pronunció sobre la desaparición y casi segura muerte de Cecilia Strzyzowski,
esposa de un hijo de Sena, con el que habría tenido diferencias económicas.
Alberto Fernández
lo mandó a Jujuy al secretario nacional de Derechos Humanos, Horacio
Pietragalla, o este fue por su cuenta –quién lo sabe–, para denunciar la
supuesta violación de los derechos humanos por parte de Gerardo Morales. Nadie
fue a Chaco; solo la vocera presidencial, Gabriela Cerruti, dijo que el
Presidente habló con Capitanich para ofrecerle ayuda del gobierno nacional.
Alberto Fernández también calló hasta ahora sobre la desaparición de Cecilia Strzyzowski.
Pietragalla explicó que las “cuestiones de género” estaban fuera de su área
desde que se creó el Ministerio de las Mujeres. Lo que sucedió en Chaco con
Cecilia Strzyzowski no es una cuestión de género; es, al parecer, un homicidio
hecho y derecho, presuntamente perpetrado por un socio político y económico del
Estado, que es lo que es Emerenciano Sena. Fue una clara violación de los
derechos humanos, que se agrava porque la víctima es (¿o era?) una mujer
indefensa.
Tanta hipocresía
explica, a su vez, la indiferencia social y la impotencia de la dirigencia
política en las vísperas de elecciones presidenciales. Por primera vez en 40
años de democracia, el país se acerca a comicios cruciales para elegir a un
presidente de la Nación sin que la sociedad conozca, a cuatro días de que venza
el plazo para inscribir candidatos, una sola fórmula presidencial integrada con
el precandidato a vicepresidente. Peor: nadie sabe todavía quién será el
candidato presidencial de Cristina Kirchner (¿Massa? ¿Wado de Pedro? ¿Axel
Kicillof?) ni mucho menos quién será el candidato vicepresidencial.
Presuntamente se conocerán hoy esos nombres, si es que se conocen.
En Juntos por el
Cambio, ni Patricia Bullrich, ni Horacio Rodríguez Larreta, ni Gerardo Morales,
ni Facundo Manes, ni Miguel Ángel Pichetto, ni Elisa Carrió, todos ellos
precandidatos presidenciales, anunciaron quiénes serán sus candidatos a
vicepresidente. Tampoco se conocen los nombres de las cabezas de listas a
senadores y diputados nacionales en los principales distritos del país, sobre
todo en la provincia de Buenos Aires. El peligroso ausentismo o la anulación
del voto que se vienen observando en las elecciones provinciales tienen su
razón de ser en la indolencia de la propia dirigencia política.
Cristina Kirchner
puede hacer daño todavía, como lo está haciendo en Jujuy, pero su debilidad
política es cada vez más conmovedora. Sus críticos dentro del peronismo no son
solo Juan Schiaretti, Florencio Randazzo o Juan Manuel Urtubey, que ya lo eran
desde hace mucho tiempo; ahora se les agregaron Alberto Fernández, Daniel
Scioli y Aníbal Fernández, todos viejos obsecuentes de Cristina Kirchner.
Scioli anticipó que no aceptará ninguna presión para desistir de su candidatura
presidencial (habrá que ver si preserva esa posición ante un llamado de
Cristina) y agregó algo peor: que aprendió de la experiencia de 2015, cuando
aceptó todas las exigencias de Cristina Kirchner. Por ejemplo, cuando le impuso
a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente y a Aníbal Fernández como
candidato a gobernador de Buenos Aires, elección que perdió frente a María
Eugenia Vidal. ¿Qué aprendió Scioli? No lo dice, pero puede deducirse que
asimiló la lección de que las órdenes de Cristina Kirchner terminan siempre en
una derrota. Scioli está auténticamente convencido de que le ganará las
elecciones internas a cualquier candidato de Cristina Kirchner. ¿Qué podrían
significar frente a un hombre como él, que lleva 40 años de exposición
mediática, deduce sin decirlo, candidatos con poco conocimiento público como
Wado de Pedro o Axel Kicillof, o el responsable de la insoportable inflación
actual, como Massa? Scioli se entusiasma no solo con esa supuesta victoria,
sino también con la independencia política que podría obtener de ese eventual
triunfo. Aníbal Fernández los amenaza a los Kirchner, madre e hijo, con
llevarlos ante la Justicia. Alberto Fernández resiste sentado, como un Buda, la
presiones de Cristina y de Massa para que haya un candidato único del
peronismo, como antes resistió las presiones del kirchnerismo para que
cancelara las elecciones primarias y obligatorias de agosto próximo. Es la
rebelión de la lapicera, la misma que Cristina lo espoleó a que la usara. La
usa, pero en contra de los intereses políticos de su mentora. En esas pobres
sublevaciones se cifra la colosal debilidad de quien fue la mujer más poderosa
el país durante casi dos décadas. |