Por Claudio
Jacquelin - “Yo estoy decidido a ser candidato, pero solo si no hay PASO en el
FDT y voy solo. No hay margen, como está la situación económica, para matarnos
en una interna. Si tengo que enfrentar a un candidato de Alberto o de Cristina,
¿qué voy a hacer, voy a criticar al Presidente o a la vicepresidenta?
Imposible”. Sergio Massa le confesaba así anteayer a algunos de sus más íntimos
y antiguos colaboradores sus elevadas pretensiones, sus realistas dudas y sus
complejos dilemas. También revelaba una estrategia.
En medio de
extremas complicaciones y pronósticos adversos en casi todos los frentes de su
gestión, que el ministro de Economía ocupe buena parte de su tiempo y energía a
sostener la ilusión de una candidatura presidencial parecería una extravagancia
inverosímil, si no se tratara de quien hoy ocupa la oficina principal de
Palacio de Hacienda. Los que lo escucharon no tuvieron ningún motivo para
sorprenderse.
Quienes lo conocen
desde que ingresó a la actividad política hace casi tres décadas han constatado
reiteradamente que Massa es uno de esos jugadores que se acostumbran y
disfrutan de apostar mucho, con muy poco resto, en varias mesas de ruleta al
mismo tiempo. Lo hace desde hace demasiado tiempo, con suerte más que dispar,
pero sin rendirse nunca (aun en bancarrota), buscando siempre algún recurso
para seguir y sin cambiar de método, apenas adaptándolo o maquillándolo según
las circunstancias.
Lo está practicando
otra vez en estas horas, aunque le quedan apenas un par de fichas prestadas y
apostando contra bancas demasiado poderosas que ya le conocen todas las
martingalas. Muy parecido a lo que alguna vez hizo, mandándole distintos
mensajes desde tres teléfonos diferentes a una decena de políticos que
compartían la misma mesa con la intención de manipularlos en su beneficio y la
ilusión de no ser descubierto. Sobran testigos.
Estados Unidos,
China y Brasil son algunas de las mesas (económico-financieras) en las que
Massa hace sus últimas apuestas y los destinatarios a los que les manda al
mismo tiempo mensajes más de una vez contrapuestos, mientras el juego se le
vuelve cada día menos sustentable.
La crisis de
reservas ya entró en zona roja (literalmente), la inflación alcanza niveles que
se prefiere esconder, la caída de la recaudación empieza a mostrar los primeros
efectos de la sequía, como muestran las cifras oficiales de abril, y las
presiones o condicionamientos internacionales para prestar asistencia
financiera excepcional retrasan o impiden la ayuda, que resulta vital y que
cada día que se demora resulta un calvario.
Las últimas
gestiones de Massa en Washington y en Brasil no tuvieron el resultado buscado
en el tiempo que se esperaba ni de la manera deseada. Los adelantos del Fondo
Monetario que fue a mendigar (la calificación viene de la capital
norteamericana) y la asistencia brasileña para facilitar las exportaciones de
ese país con destino a la Argentina se demoran entre exigencias técnicas y
desconfianzas financieras, a pesar de las buenas intenciones de las autoridades
políticas de cada uno de los países. Lo admiten en el Ministerio de Economía.
“En Brasilia no nos
fue tan bien como esperábamos, pero no nos fue tan mal como lo contaron acá
algunos medios y políticos. Seguimos trabajando para lograr el apoyo y evitar
que se pare el comercio o que se vayan dólares que ya no alcanzan”, dicen en el
entorno de Massa. Una admisión de que no perdió la ficha que apostó, pero que
tampoco ganó como había prometido. El crédito (literalmente) se le está
achicando. No es la primera vez que Massa atraviesa una crisis de confianza.
Pero esta es de otra naturaleza y recae sobre el único capital que le queda, el
de la gestión.
Esas complejas
realidades objetivas de su jurisdicción ministerial tienen ya mismo impacto
concreto y abren perspectivas aún más complicadas para el futuro inmediato
tanto en lo económico como en lo político. Pero a eso deben sumarse las
limitaciones que la política y, sobre todo, la crítica situación interna del
frente oficialista le imponen.
No se trata ya de
las restricciones por cuestiones electorales que encuentra para hacer un plan
de estabilización, cuyos efectos positivos nunca podrían ser cosechados en
tiempo para beneficio de su candidatura o de la de cualquier otro postulante
oficialista. Cada intento de búsqueda de asistencia financiera encuentra casi
los mismos escollos y conflictos. Por eso, se celebra como un gol de campeonato
cada préstamo que se consigue por mínimo que resulte para la magnitud de las
necesidades y a pesar de las condicionalidades que traigan.
En tal contexto se
inscribe lo que sucede en estos días en torno de la licitación del espectro
para la telefonía 5G, que tiene como trasfondo clave la recrudecida disputa
geopolítica y geoeconómica entre Estados Unidos y China. Lo explicitó
públicamente anteayer el embajador norteamericano, Mark Stanley, al señalar que
su país necesita “más herramientas” para competir en la región con China en
este tema y otros que Washington considera vitales para su seguridad y
economía,
Para comprender
mejor el mensaje hay que incluir en el análisis esa licitación y la activación
del préstamo chino para pagar con su moneda las importaciones de bienes de ese
país, que en el Ministerio de Economía exhiben con orgullo. Son elementos que
Massa utiliza para seguir apostando y presionar en busca de créditos que le
permitan mantenerse en juego, evitando romper con ninguno de sus avalistas.
Pero cada vez le cuesta más.
En medio de esas y
otras disputas, la fecha de licitación del 5G sigue congelada por e lente de
las tele comunicaciones que controla Massa. Pero el Enacom no deja de dar pasos
preparatorios, mientras hace saber que no vetará el uso de la tecnología china,
sino más bien todo lo contrario. Se ampara en que busca no perjudicar a las empresas
que en el país ya operan mayormente con esa tecnología. Y subrayan, sin
inocencia, que la que más lo utiliza es Telecom, del Grupo Clarín. Todo tiene
que ver con todo, como dice Cristina Kirchner y a pesar de ella, que siempre ve
con mejores ojos a los chinos que a los estadounidenses. Aunque los orientales
estén aquí en el mismo barco que quienes considera sus enemigos.
Dentro del
oficialismo no hay coincidencias sobre el tema, con el agravante del poder de
veto sobre los detalles que está ejerciendo la vicepresidenta, según reconocen
colaboradores del ministro. La discusión sobre el pago en dólares o su
equivalente en pesos de la porción del espectro que se asigne es el eje de la
discusión. Previsiblemente hay enormes diferencias al respecto entre Cristina
Kirchner y las empresas privadas (más si una de ellas es Clarín). Y Massa no es
un actor neutral. Demasiadas mesas en las que se juegan demasiados intereses
cruzados.
Apuesta máxima
Por eso, con su
reconocida audacia, el ministro busca ahora mismo, antes de que sea muy tarde,
todos los apoyos juntos. Es, probablemente, su última apuesta. Y la está
poniendo a prueba. “Si yo no tengo apoyo interno del resto del Frente para la
gestión no puedo lograr que se estabilice la situación, porque tampoco nadie de
afuera va a confiar en nosotros y los necesitamos como nunca. Y si no se
estabilizan las variables claves (inflación y dólar) no hay chances
electorales. Para eso hay que dar dos señales políticas: bajar las tensiones
internas y apoyar una candidatura única”. En ese silogismo massacéntrico se
resume lo que pretende y demanda el ministro candidato, aunque no lo explicite
todo junto y de manera textual. Si no sonaría a chantaje. Es mucho lo que
demanda, pero es a lo único a lo que le queda apostar. Todo o nada.
La pared está
demasiado cerca y cada vez es más alta. Pero un fracaso final no sería solo
suyo y las consecuencias no las pagaría solo él. Por esa razón, y por su
tenacidad para intentar siempre una jugada más, sigue en pie, aunque después de
ocho meses de gestión los resultados sigan sin llegar. La decisión tomada
anteayer y luego revertida de ocultar el dato de inflación de abril, hasta
después de las elecciones en cinco provincias en manos del peronismo o aliados,
dice demasiadas cosas al respecto.
En primer lugar,
anticipó, confirmó y potenció el mal escenario de la evolución de los precios
que ya auguraron las consultoras privadas y que comprueban a diario los
consumidores. Otra vez, el piso estará cuatro puntos por arriba, como mínimo,
de lo que el ministro pronosticó hace cuatro meses En segundo lugar, el
interventor del Indec puso en cuestión credibilidad y prestigio bien ganados
por una decisión que como él mismo admitió no tiene fundamento técnico alguno,
sino que responde a una consideración exclusivamente político-electoral, lo
cual le está vedado.
Como si eso fuera
poco, la acción tiene el agravante de recordar el pésimo antecedente de la
destrucción de los indicadores por parte el kirchnerismo, de reponer los
cuestionamientos al censo del año pasado y de subrayar la creciente y
cuestionada participación de Lavagna (h.) en reuniones del equipo económico de
Massa. Así, sobre el ministro ahora se refuerzan prejuicios de muchos
adversarios externos e internos sobre lo que sería capaz de hacer para lograr
sus objetivos. Eso sí, nadie duda de su proactividad incansable ni de la
magnitud de sus ambiciones.
La demanda de
acelerar las definiciones electorales del oficialismo, surgidas de su entorno,
agrega la cuota necesaria de desconfianza y prevención por lo que acaba de
ocurrir y por lo que podría sobrevenir.
El enojo que los
más allegados a Massa dicen que este habría expresado ante lo hecho por Lavagna
es puesto en duda por muchos, sobre todo desde la Casa Rosada. Más aún por
quienes conocen la trayectoria del interventor del Indec y la importancia que
le asigna a su prestigio, así como su baja propensión a la audacia.
Inversamente proporcional a la del ministro de Economía. Aunque hay ejemplos de
inesperados raptos de autonomía, que, en lugar de agradar aun jefe, como se
pretendía, terminan por incomodarlo. ¿Será este el caso?
Tiempo de
definiciones
Lo cierto es que el
resultado de las próximas elecciones provinciales tiene una significación muy
relevante para todo el oficialismo. No tanto por el impacto nacional de un
triunfo de los oficialismos, que mayoritariamente se prevé, sino más bien por
las consecuencias para la interna oficialista que pudieran tener tanto alguna
derrota inesperada o una victoria que muestre sensibles pérdidas de votos respecto
de elecciones anteriores. En tal caso, Massa no solo sería el principal
apuntado por la crítica situación económica, sino que aceleraría otras
disputas, además de poner en riesgo mortal la pretensión del ministro de ser el
candidato único de su espacio. Justo cuando se está entrando en tiempo de
definiciones.
Daniel Scioli, el
enemigo interno número uno de Massa, ya demandó en público el lunes pasado que
se le reconozca el derecho a competir en la PASO del FDT, para lo cual cuenta
con el apoyo de Alberto Fernández, aunque desde la cercanía del embajador en
Brasil alimenten las versiones de supuestas desavenencias, desconfianzas y
traiciones. ¿Simulacros para no cargar con salvavidas de plomo? Es la duda de
muchos,
Mientras tanto,
Eduardo “Wado” de Pedro maximiza el beneficio de ser un ministro del Interior
autónomo para mostrarse por todo el país y estrechar los lazos con los
gobernadores peronistas a los que beneficia con recursos, obras y promesas. Es
parte de su reforzado intento por construir un perfil de presidenciable.
Lo hizo anteayer,
al exponer en el Senado (territorio exclusivo de Cristina Kirchner) su plan
productivo federal. Un proyecto en el que viene trabajando desde hace dos años,
para el cual –dice– ha contado con el aliento y el apoyo de dirigentes
industriales y del sector agropecuario y con el que se quiere mostrar como la
versión productivista, superadora y moderada del cristicamporismo. Si no es
para 2023 será para 2027. Pero, por las dudas, él se prepara, con el apoyo
explícito de la vicepresidenta. Cristina Kirchner no se resigna a tener por
único candidato a Sergio Massa. Al menos, sin condicionamientos ni piezas de
recambio a mano, aunque sea para perder honrosamente y preservar todo lo que
pueda y le quede de su capital político.
No es el escenario
en el que pretende moverse el ministro de Economía. Para su gestión y para sus
ambiciones electorales. La pared a la que se enfrenta y debe superar está cada
vez más cerca y es cada día un poco más alta. ● |