Por Carlos Pagni - La
jueza Loretta Preska publicó el último día de marzo una sentencia en la que
confirma que el Estado argentino estatizó YPF violando los estatutos de la
empresa y que deberá pagar una indemnización a las sociedades Petersen, a
través de las cuales la familia Eskenazi adquirió 25% de la petrolera. Esas
sociedades, que están concursadas, vendieron sus derechos al fondo Burford,
quedándose con la prerrogativa de cobrar 30% del resarcimiento judicial. Es
posible que la mitad de ese 30% vaya a manos de los Eskenazi.
El fallo desató una
ola de críticas sobre los responsables de este costosísimo fracaso judicial: la
entonces presidenta, Cristina Kirchner; quien fuera su viceministro de
Economía, Axel Kicillof, y el exsecretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini.
Sin embargo, cuando se reconstruye el camino que condujo a la sentencia,
aparece una cadena de rarezas e irregularidades que se fueron ejecutando
durante más de treinta y dos años. A la luz de esos hechos queda en evidencia
el mapa de uno de los entramados de corrupción más impactantes de la era
kirchnerista. Ese tren fantasma arranca con la privatización de YPF, decidida
por Carlos Menem; sigue con la kirchnerización del 25% de la empresa en manos
de la familia Eskenazi; se extiende a la irresponsable estatización llevada
adelante por la actual vicepresidenta; y culmina con un reclamo en la Justicia
neoyorquina que, se sospecha, podría estar basado en contratos fraudulentos que
vuelven a beneficiar a los Eskenazi en detrimento del Estado nacional.
Esta secuencia de
ardides y errores sería llamativa de por sí. Pero se vuelve más grave porque
fue puesta a consideración de la Justicia Federal desde hace cinco años. En el
despacho del juez Ariel Lijo duerme desde 2018 un informe de Inteligencia
producido por la Unidad de Información Financiera (UIF), detallando un inventario
de movimientos inusuales que podrían configurar delitos en torno a la política
que los Kirchner llevaron adelante en YPF. accedió a LA NACION ese documento,
que lleva el número 0704/18. Allí se sugieren numerosos procedimientos para
esclarecer los hechos. No existe información alguna de que Lijo los haya
ejecutado. Esa molicie es estratégica para que los reclamos en contra del país
puedan prosperar en los tribunales extranjeros.
El largo parte de
la UIF recuerda que las autoridades de Repsol, encabezadas por su presidente,
Antoni Brufau, decidieron entregar el 15% de su filial YPF a dos sociedades
constituidas por la familia Eskenazi bajo el nombre de Petersen Energía SAU y
Petersen Energía Inversora. El texto no lo consigna, pero existen versiones
casi indiscutibles de que los Eskenazi no iban a ser los destinatarios de esa
“argentinización”. Su nombre surgió por imposición de Néstor Kirchner.
La UIF recuerda la
relación de esos empresarios, sobre todo de Enrique y Sebastián Eskenazi, con
funcionarios públicos. Por ejemplo, en la causa de los cuadernos de las coimas,
el contador de la familia Kirchner, Víctor Manzanares, declaró que el
secretario del expresidente, Daniel Muñoz, le había informado que el dinero
negro que se iba acumulando en concepto de pago de sobornos era puesto en manos
de Sebastián Eskenazi, que lo atesoraba en un reducto porteño que no se pudo
localizar. Según Manzanares, solo dos personas tenían llave de esa bóveda:
Eskenazi y Muñoz.
El mismo informe
recuerda que, en la causa por enriquecimiento ilícito que siguió el juez
Norberto Oyarbide, los Kirchner justificaron su patrimonio en una ventajosa
tasa diferencial que les concedía el Banco de Santa Cruz, del que los Eskenazi
son socios mayoritarios, junto con la provincia. Los investigadores se asombran
de que haya créditos por más de 8 millones de pesos que los Kirchner tomaban
del banco para volver a depositarlos por la misma ventanilla. Es curioso: el
expresidente y su esposa perdían plata por la diferencia de tasa. ¿O la perdía
el banco dando a la familia del gobernador una renta superior a la que obtenía?
Los fondos de
Santa Cruz
Los funcionarios de
la UIF recuerdan otra información en este sistema de complicidades de Kirchner
con los Eskenazi. El Banco de Santa Cruz fue a partir de 2006 el administrador
del fideicomiso donde ingresaron los fondos provinciales provenientes de
regalías petroleras mal liquidadas, por un monto de 654 millones de dólares, y
de la privatización de YPF realizada por Menem, por un monto de 683 millones de
dólares. Un dato clave: esos recursos fueron depositados en el banco Credit
Suisse, sucursal Zúrich. A partir de 2007 el Tribunal de Cuentas de la
provincia dejó de informar sobre el destino de ese dinero.
El “experto en
mercados regulados”, que es como definió Brufau a Enrique Eskenazi, y su hijo
Sebastián, fueron protagonistas centrales del submundo económico de los
Kirchner. Lo más probable es que el expresidente los haya seleccionado como
receptores del 25% de las acciones de YPF por esa proximidad. Seguro no fue por
sus antecedentes petroleros: la familia jamás había participado de ese negocio.
La UIF recuerda a Lijo que las sociedades Petersen fueron creadas el 23 de
julio de 2007, es decir, cuando ya se había decidido la “argentinización”. Este
concepto es, además, falaz: ambas compañías, poseedoras del 100% de las
acciones transferidas por Repsol, se radicaron en España y eran controladas por
una sociedad australiana y otra austríaca.
Los investigadores
informaron al juez Lijo que los Eskenazi capitalizaron a sus sociedades con
60.000 euros y, más tarde, con un presunto crédito de 75 millones de euros,
garantizado por un depósito en el banco Credit Suisse. Ese banco fue el que
coordinó los préstamos que recibieron los Eskenazi para comprar las acciones de
YPF. El documento de la UIF sostiene: “Es destacable que el monto que ha cedido
este operador financiero (…) sería de una cuantía similar al monto que
presumiblemente ascendería el Fondo de la Provincia de Santa Cruz que estaba
depositado en la misma Institución Financiera, a la fecha en que se realizó la
operación de préstamo para fondear la compra accionaria”.
¿Los Eskenazi
recibieron un préstamo garantizado por los fondos de la provincia de Santa
Cruz? Los mismos expertos indican que el encargado de realizar las
presentaciones del Grupo Petersen ante la Securities and Exchange Commission de
Nueva York, Claudio Canepa, era el representante del Banco de Santa Cruz ante
el fideicomiso que conservaba los fondos de esa provincia.
La UIF intenta que
Lijo preste atención a otras rarezas de la compra del paquete minoritario de
YPF por parte de los Eskenazi. Una importante: no hubo fondos propios. Ese
activo se pagó, sobre todo, gracias a una política de distribución de
dividendos. Con la peculiaridad, escandalosa, de que se postergó uno de esos
repartos para que los nuevos accionistas pudieran benelidades ficiarse con
rentas que se generaron antes de que ellos ingresaran a la petrolera. También
observa la creación de nuevos cargos en YPF, con remuneraciones
extraordinarias: 236 millones de dólares entre 2003 y 2011. Ese monto
especificado en el informe constaría en el acta de la Asamblea de Accionistas
del 30 de mayo de 2013. Los investigadores afirman también que en un informe
parlamentario se calculó que en el período 2008-2011 las utide YPF fueron de
4629 millones de dólares y los dividendos pagados de 6352 millones de dólares.
Es decir, una relación de 137%. Los informantes del juez hablan de un
vaciamiento.
El mismo argumento
del vaciamiento fue utilizado por el gobierno de Cristina Kirchner para llevar
adelante la estatización del 51% de las acciones en manos de Repsol. Las
razones fueron expuestas en un informe denominado Mosconi, en cuyas
innumerables páginas no aparece una sola vez la palabra Eskenazi. A pesar de
que la conducción de la empresa, es decir, el vaciamiento que se denunciaba,
estaba a cargo de Sebastián Eskenazi, como gerente general. El cerebro de esa
disociación entre lo que se narraba y lo que verdaderamente ocurrió fue
Kicillof. Los motivos últimos de la captura de la mayoría accionaria de YPF
siguen siendo materia de versiones, algunas muy detalladas. La más insistente:
un incumplimiento de los Eskenazi con los Kirchner una vez que falleció el
expresidente. Brufau estuvo siempre persuadido de esa explicación.
Al reconstruir el
camino que condujo al fallo de Preska, aparece una cadena de irregularidades
que se ejecutaron durante más de treinta y dos años
En el despacho del
juez Lijo duerme desde 2018 un informe de la UIF que detalla la trama de
movimientos inusuales de los Kirchner en YPF
Kicillof y los
estatutos
La familia Eskenazi
podría quedarse con US$650 millones por un negocio en el que no invirtió una
moneda
Con la
expropiación, a la corrupción se le agregó la ineptitud. Se ignoró el
procedimiento previsto en los estatutos de la empresa, sobre todo la cláusula
que exige que quien compre más del 15% del capital social debe realizar una
oferta pública en la Argentina y los Estados Unidos a quienes ya poseen
acciones o valores convertibles de la misma sociedad.
Kicillof, que fue
el jefe del desembarco, y Zannini, su ideólogo jurídico, ignoraron esa
prescripción. Ni siquiera consideraron oportuno explicar, en los fundamentos
del proyecto de ley de estatización, por qué eludían el requisito. Al revés,
Kicillof llegó a declarar, con su oratoria tan petulante como enrevesada:
“¡Porque los tarados son los que piensan que el Estado tiene que ser estúpido y
comprar todo según la ley de la propia YPF, respetando su estatuto! ¿Si no
dónde está la seguridad jurídica? Señores, fue una empresa, se reunieron y
dijeron: ‘¿Cómo podemos hacer para que nadie nunca intervenga en el control de
la compañía?’. Será que es sagrado el control de la compañía, será que se
dieron cuenta de que tenían la gallina de los huevos de oro y dijeron: la vamos
a hacer parir pero que nadie pueda husmear acá en la compañía”.
Esos vicios de
procedimiento, enumerados por el informe de la UIF que está en poder de Lijo se
agravaron cuando se realizó el pago de 5000 millones de dólares a Repsol, por
la confiscación de sus acciones. En esa oportunidad se firmó un acuerdo por el
cual se admitía que Repsol tenía derecho a reclamar por la violación del
Estatuto, pero que se negaba a hacerlo. Hubo varios avisos sobre el riesgo que
entrañaba esa aceptación. Existen emails del abogado externo Edward Scarvalone,
dirigidos a varios funcionarios de Cristina Kirchner, alertando que si se le
reconocía a Repsol esa prerrogativa, el Estado nacional se exponía a reclamos
de otros accionistas. Esas alarmas fueron ignoradas.
Apenas se estatizó
la empresa, las sociedades Petersen se presentaron en concurso en España. Era
obvio: sin cobrar esos dividendos siderales sería imposible pagar los créditos.
El administrador del concurso llamó a una competencia para comprar los derechos
de esas compañías a reclamar ante la Justicia de los Estados Unidos por la
violación del Estatuto. Esos derechos fueron adquiridos por el fondo Burford
por 15 millones de dólares. Se trata de una firma experta en comprar litigios
para que las sociedades puedan limpiar sus balances de pasivos eventuales. El
acuerdo consistió en que Burford se quedaría con el 70% de lo que resulte del
juicio. El 30% restante iría para Petersen. Se calcula, de manera todavía muy
imprecisa, que esa suma final podría ir de los 3500 a los 17.000 millones de
dólares.
Burford se presentó
como financista de Petersen. El reclamo se llevó adelante en el juzgado de
Preska. El mismo que, durante los tiempos de Thomas Griesa, condenó a la
Argentina en su pleito con los holdouts, en una estrategia también encabezada
por el dispendioso Kicillof.
El Estado nacional
encaró una defensa muy agresiva durante la gestión de Mauricio Macri. El
encargado de diseñarla fue el procurador del Tesoro, Bernardo Saravia Frías.
Entre sus múltiples líneas de acción, había dos principales. La primera:
demostrar, mediante un procedimiento de discovery, por el cual se abren todos
los archivos de los que intervienen en una transacción, las opacidades que
rodearon al desembarco de los Eskenazi en YPF. Es decir, Preska tomaría
conocimiento, a través de indicios y pruebas, de la corrupción que contaminó
toda la operación.
La otra línea fue
denunciar en la Justicia española que el acuerdo entre Petersen y Burford era
fraudulento. Que simularon un contrato de financiamiento para evitar un
contrato de venta de derechos. Por eso las querellantes en Nueva York siguen
siendo las firmas Petersen. No Burford. ¿A qué se debió? A que en este segundo
caso Petersen debería haber cumplido con el artículo 1535 del Código Civil. Allí
se establece que un deudor, en esta historia el Estado argentino, tiene derecho
a comprar un derecho litigioso de un acreedor, al mismo precio en que este se
lo vendería a un tercero. En concreto: Petersen vendió a Burford su derecho a
litigar en 15 millones de dólares; por ese monto la Argentina podría haber
hecho que el reclamo se extinguiera.
Las renuncias de
Zannini
Zannini, que tuvo
responsabilidades muy directas en la estatización, debe ahora, como procurador
del Tesoro, defender al Estado por los reclamos derivados de aquella medida.
Tomó dos decisiones muy perjudiciales. La primera fue, para él, inevitable: se
presentó ante la jueza, junto con Petersen/Burford para renunciar al discovery.
Es decir, pidió que no se investigue el modo en que los Eskenazi adquirieron
las acciones de YPF, cuestión de la que deriva la calidad de sus derechos. Era
de temer: si se investigara esa historia, el kirchnerismo habría quedado
expuesto en una crónica policial.
La segunda
resolución de Zannini fue no seguir adelante con el reclamo por la adulteración
del convenio entre Petersen y Burford. Fueron dos servicios extraordinarios a
los acreedores. Dos servicios muy sospechosos, sobre todo porque se presume,
como está explicado en el dossier que tiene Lijo, que detrás de Burford siguen
estando los Eskenazi. Antes de ser procurador, Zannini fue director del Banco
de Santa Cruz en representación de la provincia.
El informe de la
UIF calcula que los pasivos de las sociedades Petersen ascenderían a 600
millones de dólares. Y presume que esas firmas podrían recibir unos 1250
millones de dólares, equivalentes al 30% de lo que Burford obtenga en el
juicio. Quiere decir, razonan los investigadores, que los Eskenazi, titulares
últimos de esas firmas concursadas, podrían quedarse, al final de todo el
periplo, con 650 millones de dólares. Una cifra escalofriante, si se considera
que es el resultado de un negocio muy oscuro en el que no pusieron una moneda.
Es muy probable
que, si Lijo hubiera investigado con la celeridad que corresponde la denuncia
que duerme en su juzgado, la suerte de los Eskenazi habría sido otra. Es
difícil imaginar que esa pereza no recibe una contraprestación.
La trama es poco
edificante. Una mente literaria, no tan atada a las evidencias judiciales,
podría imaginarla en estos términos: un gobernador, Kirchner, entregó
caudalosos fondos provinciales a un banquero cómplice, para que los
administrara sin rendir cuentas más que a él. Convertido en presidente, el
mismo gobernador presionó a las autoridades de Repsol, la dueña de YPF, para
que entreguen 25% de la compañía a ese amigo financista, que es Enrique
Eskenazi. La operación se realizó entre 2007 y 2008, con créditos de la propia
Repsol y de Credit Suisse, el banco donde estaban depositados aquellos fondos
de Santa Cruz. Un detalle: desde que los Eskenazi entraron en YPF, el tribunal
de cuentas de la provincia dejó de informar sobre esos recursos. La sucesora y
viuda del presidente, Cristina Kirchner, estatizó la empresa. Los Eskenazi
demandan a la Argentina, favorecidos por los funcionarios de la misma
presidenta, que flaquean en la defensa del Estado. Al cabo de todo ese proceso,
la familia Eskenazi podría quedarse con 650 millones de dólares por un negocio
para el que no invirtió una moneda. Todo gracias, en parte, a un juez que no
investiga. Todo en nombre de la soberanía nacional. |